En aquellos días,
cayó enfermo el hijo de la señora de la casa. La enfermedad era tan grave que
se quedó sin respiración.
Entonces la mujer
dijo a Elías: ¿Qué tienes tú que ver conmigo?, ¿has venido a mí casa para
avivar el recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?
Elías respondió:
Dame a tu hijo.
Y, tomándolo en su
regazo, lo subió a la habitación donde él dormía y lo acostó en su cama. Luego
invocó al Señor: Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me hospeda la vas a
castigar haciendo morir a su hijo?
Después se echó tres
veces sobre el niño, invocando al Señor: Señor, Dios mío, que vuelva al niño la
respiración.
El Señor escuchó la súplica de Elías: al niño le
volvió la respiración y revivió. Elías tomó al niño, lo llevó al piso bajo y se
lo entregó a su madre: Mira, tu hijo está vivo.
Entonces la mujer
dijo a Elías: Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del
Señor en tu boca es verda.
*** *** *** ***
Nos hallamos en el
Libro I de los Reyes, en el denominado ciclo de Elías (I Re 17-II Re 2,13), con
ocasión de la gran sequía que asoló a Israel (I Re 17-18). Protagonistas del
relato son la viuda de Sarepta, su hijo y el profeta Elías. El milagro
realizado por intercesión de Elías (es Dios quien devuelve el aliento al hijo)
sirve para reivindicar al profeta como mediador de Dios, un Dios compasivo. La
compasión por el dolor humano es un rasgo del verdadero profeta.
2ª Lectura: Gálatas 1,11-19
Hermanos: Os notifico que el
evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni
aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Habéis oído
hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la
Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi
edad y de mi raza como partidario fanático de las tradiciones de mis
antepasados.
Pero cuando Aquel
que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó a su gracia, se dignó
revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles, en seguida,
sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a los Apóstoles
anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco. Más tarde, pasados
tres años, subí a Jerusalén para conocer a Pedro, y me quedé quince días con
él. Pero no vi a ningún otro Apóstol; vi solamente a Santiago, el pariente del
Señor”.
*** *** *** ***
El tono de este
fragmento es claramente apologético: Pablo se defiende de los que, desde dentro
de la comunidad judeocristiana, le acusan de anunciar un evangelio espúreo. No
oculta sus antecedentes como perseguidor de la Iglesia, no formaba parte del
grupo de los Doce… Pero, una vez alcanzado por el Señor, se dedicó con la misma
pasión a evangelizar, con un evangelio no inventado por él, sino revelado por
Jesucristo.
No obstante, pasado un tiempo
-tres años- subió a Jerusalén para conocer personalmente a Pedro y a algunos
miembros destacados de la comunidad. No duda de la autenticidad del evangelio
que anuncia, pero sabe que este evangelio se asienta en el testimonio de los
que el Señor escogió como sus testigos. En realidad las relaciones de Pablo con
la Iglesia madre de Jerusalén no fueron fáciles, sin embargo las mantuvo
siempre abiertas, dispuesto al diálogo y hasta a la colaboración económica (Ga
2,1-10).
En aquel tiempo,
iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y
mucho gentío. Cuando estaba cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar
a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de
la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor,
le dio lástima y le dijo: No llores.
Se acercó al ataúd
(los que lo llevaban se pararon) y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
El muerto se incorporó y empezó a hablar y Jesús
se lo entregó a su madre. Todos sobrecogidos daban gloria a Dios diciendo: Un
gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
La noticia del hecho
se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
*** *** *** ***
Este relato de
milagro es propio de san Lucas y prepara la respuesta de Jesús a los enviados
de Juan Bautista (Lc 7,22). Las semejanzas con el relato del I Libro de los
Reyes de la 1ª lectura son palpables. Jesús es presentado como el nuevo Elías.
Sin embargo, hay elementos que los diferencian. Jesús no actúa a instancia de
parte. Todo es iniciativa suya. No hay intercesión, sino intervención directa.
La vinculación de
Elías con los últimos tiempos estaba extendida en el judaísmo contemporáneo a
Jesús; de hecho tanto el Bautista como
Jesús aparecen vinculados a él (Lc 9,8; Jn 1,21). Aunque Juan se desvincula
expresamente (Jn 1,21.25); y Jesús parece que también, presentando al Bautista
como la representación del profeta (Mt 11,14; 17,12-13). En todo caso, estas
identificaciones advierten de la conciencia popular sobre la calidad personal
tanto del Bautista como de Jesús, y de hallarse en unos tiempos de gran
expectación mesiánica.
REFLEXIÓN PASTORAL
Volvemos, tras las
celebraciones litúrgicas de la Cuaresma y la Pascua, al llamado Tiempo Ordinario.
La denominación es equívoca y hasta poco feliz. Normalmente identificamos
“ordinario” con rutinario o vulgar. Y no debería ser así.
Tras días densos e
intensos, volvemos al día a día, también en el calendario y el termómetro
litúrgico, para revalidar y consolidar los grandes misterios que hemos
celebrado. Saberlos vivir con profundidad y sentido será la prueba de que los
hemos celebrado realmente, y no solo ritualmente.
La palabra de Dios
nos habla en la 1ª y 3ª lectura de Dios y de sus enviados como servidores y
promotores de la vida.
Las figuras de
Elías, inflexible y enérgico con los poderosos, y vulnerable ante la súplica
desconsolada de la pobre viuda de Sarepta, y de Jesús, recorriendo los caminos
de la vida, que son también los del dolor y de la muerte, son aleccionadoras.
Es un dato a
destacar: el servidor de Dios debe ser siempre, más que un predicador teórico,
un promotor de vida a todos los niveles: vida espiritual, aportando esperanza,
ternura, compasión y comprensión…, y vida material: ayuda, solidaridad, pan…
Jesús decía: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16)
El servidor de Dios
no puede ser un distraído de la vida, ha de estar en sus caminos, aspirando sus
olores y degustando sus sabores, pero aportando también su olor y su sabor propios. Como Jesús y Elías. Ambos promovieron
vida (I Re 17, 17-24; Lc 7,11-17) y pan (I Re 17, 7-16; Lc 9,12-17) y enjugaron
lágrimas. Más aún, Jesús se hizo Vida (Jn 14,6) y se hizo Pan (Lc 22,19): “El
pan de la vida” (Jn 6,34).
“Levántate”. Esta
palabra debemos oírla y obedecerla todos, porque todos yacemos en situaciones
de muerte o de semivida. ¿O no es semivida la rutina, la tibieza, la
incoherencia, la falta de alegría y esperanza que aspiramos y respiramos?
“Levántate”, nos dice el Señor. Y, levantado, ayuda a levantar a tantos que
esperan una mano bienhechora o desesperan ya de encontrarla.
El don recibido no
es para apropiárnoslo sino para compartirlo, para disfrutarlo con los otros.
Eso es la evangelización: compartir el gozo del Evangelio. Y fue lo que hizo
Pablo (2ª). No se apropió la revelación de Jesucristo, sino que se dedicó, a
tumba abierta, a compartirla con los otros, haciéndose todo para todos (cf. I
Co 9,22) “para que Dios sea todo en todos” (I Co 1,28).
El evangelio es un
servicio a la vida y un servicio de vida. Donde se anuncia y se acepta, florece
la vida, en formas humildes, pero dinámicas. EVANGELIO Y VIDA son realidades
inseparables.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo circulo por la vida?
¿Sembrando vida y esperanza?
.- ¿Con qué pan alimento mi vida?
.- ¿Siento la urgencia de evangelizar?DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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