jueves, 16 de junio de 2016

DOMINGO XII -C-


 1ª Lectura: Zacarías 12,10-11

     “Esto dice el Señor: Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y clemencia. Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito. Aquel día será grande el luto de Jerusalén, como el luto de Haddad-Rimón en el valle de Meguido”.
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     Nos hallamos en la segunda parte del libro de Zacarías (9-14). No es fácil la interpretación de este texto. La alusión a la efusión de un espíritu de gracia y clemencia sobre la dinastía de David hace que algunos lo sitúen en un contexto mesiánico. La figura del “traspasado” puede referirse a algún mártir anónimo de cuya muerte es responsable el pueblo. Ese mártir glorificado pudiera ser “el siervo paciente”.
     El pueblo de Jerusalén contemplando la víctima de su furia insensata recapacita e inicia un proceso de arrepentimiento y conversión. La alusión al luto de Haddad-Rimón puede entenderse como evocación del rito celebrativo de la muerte de Hadaddad-Rimón (probablemente una divinidad que muere y por la que se eleva un lamento ritual (cfr. Ez 8,14 la alusión al llanto por el dios Tamuz). Aquí el texto es traído como avance profético de la muerte de Jesús (cf. Jn 19,37).

2ª Lectura: Gálatas 3,26-29

   “Hermanos:
   Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis incorporado a Cristo por el Bautismo, os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán, y herederos de la promesa”.

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    La fe en Cristo nos introduce en la familia de Dios, como hijos. El bautismo nos reviste de Cristo, nos hace de él. No es un revestimiento ni una pertenencia superficiales, sino profundos. Nos incorpora al pueblo de la promesa y nos hace miembros de una fraternidad universal, presidida por Cristo, donde ni la etnia, ni la condición social ni sexual tienen poder discriminatorio.  Este era el sueño de Pablo, no la realidad que le tocó vivir. Pero por ello luchó. ¿Ya es esto realidad en la iglesia de hoy? 

Evangelio: Lucas  9,18-24

      “Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo?
       Ellos contestaron: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
      Él les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
      Pedro tomó la palabra y dijo: El Mesías de Dios.
     Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie, y añadió: El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, y ser ejecutado y resucitar al tercer día.
     Y, dirigiéndose a todos, dijo: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará”.

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      El texto contiene dos momentos importantes: la profesión de fe de Pedro (vv 18b-21) y el primer anuncio de la Pasión (v 22). Ambos momentos encuentran paralelos en Mt y Mc. Pero el texto lucano aporta matices propios. Mientras Mt y Mc destacan la geografía física de la profesión de fe (Cesarea de Filipo), Lc subraya la geografía espiritual (la oración). Lc (como Mc) no conserva la promesas a Pedro de las llaves del Reino. También en las respuestas de los discípulos hay pequeñas variantes, como en la respuesta de Pedro. Esto nos habla de un “núcleo” histórico, modelado por cada uno de los evangelistas o sus tradiciones. El relato se concluye con la prohibición de Jesús de dar publicidad a esa “profesión”. Llegará el tiempo de hacerla explícita.
     El segundo momento es el anuncio de su pasión. Lucas omite la intervención de Pedro y la reprimenda de Jesús (Mc 8,32s). Ya desde el principio Jesús comenzó a alertar a los discípulos sobre el sentido final de su vida. Si es cierto que estos anuncios se configuraron plenamente después de la Pascua, no cabe duda de que Jesús fue dando pistas  e indicaciones de por donde podrían ir las cosas, por las reacciones que observaba en los dirigentes religiosos y políticos ante su mensaje. Es este aspecto de la vida de Jesús el que pretende evocar proféticamente el texto de Zacarías de la 1ª lectura.

REFLEXIÓN PASTORAL

      Hay preguntas que nunca son respondidas definitivamente, sino que son un estímulo constante de la existencia. Entre esas preguntas se encuentra esta formulada por Jesús: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?”. Porque lo peculiar del cristiano y del cristianismo no es su ética, su filosofía e, iba a decir, ni siquiera su teología; lo peculiar del cristiano y del cristianismo es su vinculación “a un tal Jesús”,  que  muerto, ha resucitado y vive entre nosotros (cf. Hch 25,19).  Pero tal vinculación sólo podrá ser auténtica cuando hayamos clarificado quien es ese Jesús.
      Cuando proliferan tantos retratos y tan dispares, esta pregunta es de palpitante actualidad. ¿Cuál es el verdadero rostro de Cristo? El nombre de Cristo ha servido a muchos y para muchas cosas... Tan peligroso es el olvido como el ruido; no sólo el polvo, también el oro pueden desfigurar u ocultar un rostro.
     “Jesucristo es el mismo hoy, ayer y siempre” (Hb 13,8). Pero esta afirmación no pone el punto y aparte, y menos aún el punto y final a la pregunta. Cristo está por ver y por decir. Cada época y cada pensamiento se ha visto confrontado con esta “bandera discutida” (Lc 2,35). También la nuestra, en la que recientemente el interés por Jesús cristalizó en dos manifestaciones: la del Cristo Superstar y la del Cristo guerrillero. ¿Dos caricaturas? ¿Dos verdades a medias? En todo caso dos imágenes que hablan de la significatividad de Jesús: el rostro joven, alegre y rejuvenecedor, y el del que encarna la pasión por la justicia y la causa de los oprimidos.
Pero en nuestra época -¿entre nosotros?- hay una tercera caricatura: la del Cristo aburrido de los aburridos; la de aquellos que a fuerza de decir que creen en él, se han habituado a él hasta olvidarlo prácticamente.
     ¿Quién decís que soy? Es una pregunta con doble dirección. ¿Quién decís vosotros que soy yo para vosotros? ¿Qué significo yo en tu vida? Y ¿quién decís que soy yo a los otros?
     La primera nos llevará al campo de la oración (es significativo que Jesús les formula la pregunta mientras ora), porque “nadie viene a mí si el Padre no lo atrae” (Jn 6,44). El auténtico conocimiento de Jesús como Camino, Verdad y Vida no es una conquista humana, sino una gracia del Padre Dios. “Bienaventurado tú, Simón Pedro, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre” (Mt 16,7), contesta Jesús a la profesión de fe de S. Pedro.           
      La segunda nos conducirá al campo del testimonio: porque ese Jesús conocido ha de ser testimoniado. No puede ser guardado como un tesoro oculto, sino mostrado como una luz que brilla para iluminar a todos los de casa.
   “¿Quién decís que soy yo? Es una buena pregunta, que espera respuesta de nuestra parte.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Soy un testigo creíble de Jesús?
.- ¿Me siento realmente hijo, miembro de la familia de Dios?

.- ¿Discrimino en mi vida por razón de cultura, religión o sexo?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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