1ª Lectura: 2 Reyes 5,14-17
En aquellos días
Naamán el sirio bajó y se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había
mandado Eliseo, el hombre de Dios, y su carne se quedó limpia de la lepra, como
la de un niño. Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le presentó
diciendo: Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de
Israel. Y tú acepta un presente de tu servidor.
Contestó Eliseo:
Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada. Y aunque le insistía
rehusó.
Naamán dijo:
Entonces que entreguen a tu servidor una carga de tierra, que pueda llevar un
par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni
sacrificios de comunión a otro Dios que no sea el Señor.
*** *** *** ***
Nos encontramos en
la sección del 2 libro de los Reyes (cap. 4-6,7) denominada “milagros de
Eliseo”, y en ella se quiere acreditar la figura de Eliseo como el profeta de
Dios, heredero del “espíritu” de Elías.
Naamán, jefe del
ejército del rey de Aram, enfermo de lepra, advertido por una joven israelita,
deportada a Aram, de la existencia de un profeta de Dios en Samaría, decidió
dirigirse a él, buscando su curación, con cartas de recomendación de su rey y
con presentes para, de alguna manera, “comprar” su curación. Tras la liberación
de la enfermedad, al querer “compensar” al profeta, Eliseo rehúsa: Dios es
gratuito, y su salvación también. Dios no conoce fronteras: su amor las rebasa.
2ª Lectura: 2 Timoteo 2,8-13
Querido hermano:
Haz memoria de
Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de
David. Este ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como
un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto
todo por los elegidos, para que ellos también alcancen su salvación, lograda
por Cristo Jesús, con la gloria eterna.
Es doctrina segura:
Si morimos con él, viviremos con
é.
Si perseveramos, reinaremos con
él.
Si lo negamos, también él nos
negará.
Si somos infieles, él permanece
fiel, porque no pueden negarse a sí mismo.
*** *** *** ***
Nos hallamos ante
uno testimonio / exhortación de gran trascendencia. Hacer memoria -recordar y
proclamar- a Jesucristo debe ser la tarea del cristiano. Una memoria no
memorística sino vital, con implicaciones en la vida. Pablo escribe desde la
prisión, pero recuerda que podrá encadenarse al mensajero, pero no al mensaje -“la palabra de Dios no está encadenada”-;
al contrario, desencadena procesos de libertad y renovación de la vida. El
texto seleccionado se concluye con el
fragmento de un antiguo himno cristiano: Cristo configura la existencia
cristiana.
Evangelio: Lucas 17, 11-19
Yendo Jesús camino
de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro
diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús Maestro,
ten compasión de nosotros.
Al verlos, les dijo:
Id a presentaros a los sacerdotes.
Y mientras iban de
camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió
alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús,
dándole gracias. Éste era un samaritano.
Jesús tomó la
palabra y dijo: ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde
están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?
Y le dijo:
Levántate, vete: tu fe te ha salvado.
*** *** *** ***
La escena la relata
solo san Lucas, aunque el tema de la curación de enfermos de lepra se halla
presente en los otros evangelios sinópticos. La enfermedad de la lepra aislaba
socialmente. Jesús, curando, integra socialmente y libera de esa impureza
ritual. El relato, con todo, más que destacar la curación, destaca la extrañeza
de Jesús por la falta de gratitud y por el hecho de que fuera un “extraño”, un
samaritano, el que hubiera sabido reconocer la obra de Dios. Los otros nueve fueron
curados, pero este, además, por su fe, fue salvado.
REFLEXIÓN PASTORAL
Dios es gratuito, no
se conquista, se entrega; y su voluntad de entrega es universal. Las fronteras
étnicas y político-religiosas que levantamos los hombres no llegan hasta Dios,
que es Padre de todos, está sobre todos y lo transciende todo. Es el mensaje de
la primera lectura. También Naamán, el sirio experimentó la bondad de Dios, y,
desde esa bondad, Naamán reconoció al verdadero Dios.
Entrega y bondad que
se hicieron realidad plena en su Hijo, en Jesucristo -“tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo” (Jn 3,16)-, que
vino para derribar el muro que separaba a los hombres (Ef 2,14), reuniendo a
todos en un gran proyecto familiar -la familia de los hijos de Dios-, la
iglesia.
Nada más contrario
al designio de Dios que el sectarismo, la marginación o la automarginación. Y
la segunda lectura nos invita a recordarlo: “Haz memoria de Jesucristo”, que asumió y prolongó en su vida el
quehacer integrador del Padre, acogiendo a todos, haciendo el bien a todos y
muriendo por todos, sin distinciones de credos ni culturas. Es el tema del
evangelio.
Hasta aquí una
afirmación fundamental de los textos bíblicos: la salvación es una donación
gratuita de Dios, es Dios que se da. Pero hay un segundo elemento a destacar: a
la gratuidad corresponde la gratitud.
¡Dar gracias! Hoy,
cuando vivimos tan apresurados; cuando parece que nunca llegaremos a tiempo;
cuando nos abrimos paso en la vida a codazos, empujones y zancadillas…, no
resulta fácil ni frecuente detenerse a agradecer la presencia y la obra de los
otros en nuestro entorno, y ni siquiera la presencia y la obra de Dios.
Hemos absolutizado
la dimensión productiva del hombre, olvidando otras fundamentales, como la
estética, la contemplativa… Hemos alterado profundamente el sentido del
trabajo, hasta convertirlo de bendición en opresión, de medio de realización
personal en instrumento despersonalizador… Nos hemos incapacitado para
descubrir el bien de los otros y la parte que tienen en la construcción de nuestra
vida…; por eso vivimos en frecuente tensión: olvidándonosle dar gracias a Dios
y a los hombres.
Jesús fue una
persona profundamente agradecida, no se le escapaba un detalle: ni un baso de
agua dado en su nombre quedará sin recompensa; de ahí que le apenara
profundamente la falta de gratitud: “¿No
eran diez los curados?; los otros nueve
¿dónde están?”.
María fue una mujer
agraciada y agradecida. Su canto es la expresión de un corazón sensible:
agradece el detalle que Dios tuvo de escogerla para madre de Jesús; la acogida
que la dispensarán las generaciones futuras; el que Dios tome parte por los
pobres, y se declare contra los opresores poderosos… María hizo de su vida un
“magnificat”, un “gracias, Señor”.
Francisco de Asís
fue otro hombre que no pasó de largo por la vida, sirviéndose de las cosas,
sino que en todo momento escuchaba y agradecía la voz de Dios presente en el
sol, la luna y las estrellas; en el agua y en el fuego; en la vida y en la
muerte; en las aves, en los peces… y en el hombre. Por todo decía: “Loado seas,
mi Señor”.
Dar gracias es
nuestra vocación. “En todo dad gracias,
pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús,
quiere de vosotros” exhorta san Pablo (I Tes 5,18). Es nuestra tarea,
pero no es una tarea fácil. Para ello hay que ser contemplativos, personas con
una mirada limpia, purificada y purificadora. En no pocas ocasiones las sombras
y oscuridades que percibimos en nuestro entorno no son sino la proyección de
nuestra oscuridad interior. Solo purificando la mirada hasta el grado de ver a
Dios en las cosas, suceso y personas se puede reconocer su verdad íntima y
última.
Dar gracias es
acoger, encarnar, interiorizar, vivenciar el don, en nuestro caso la salvación
de Dios. Es un ejercicio del corazón y no solo de los labios; es un compromiso
real y no solo un cumplido.
En Cristo, por
Cristo y con Cristo agradezcamos el don de la fe, su constante presencia entre
nosotros, traducida en salud, trabajo, familia, dolor (también Dios se nos manifiesta
en el dolor), y que El no clarifique y purifique la mirada para saber reconocer
y agradecer su presencia entre nosotros.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué espacio ocupan en mi
vida la gratitud y la gratuidad?
.- ¿Qué procesos desencadena en
mi vida la palabra de Dios?
.- ¿Qué memoria hago de
Jesucristo en mi vida?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
OFMCap
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