1ª Lectura Génesis 18,1-10a
"En
aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré,
mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó
la vista y vio a tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su
encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo:
“Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que
traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que
cobréis fuerza antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo”.
Contestaron: “Bien, haz lo que dices”. Abrahán entró corriendo en la tienda
donde estaba Sara y le dijo: “Aprisa, tres cuartillos de flor de harina,
amásalos y haz una hogaza”. Él corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y
se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida. Tomó también cuajada,
leche, el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el
árbol, ellos comieron. Después le dijeron: “¿Dónde está Sara, tu mujer?”
Contestó: “Aquí, en la tienda”. Añadió uno: “Cuando vuelva a ti, dentro del
tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo”.
*** *** *** ***
La
promesa hecha por Dios a Abrahán (Gn 17,15-22) se retrasa. A pesar del
nacimiento de Ismael, Abrahán espera a la puerta de la tienda. Este relato
narra una aparición de Dios (vv. 1.3), acompañado de dos hombres, que según Gn
19,1 son dos ángeles. El texto vacila entre el singular y el plural. Muchos
Padres han visto en estos tres personajes y en la adoración única de Abrahán un
anuncio del misterio de la Trinidad. Dios en esta aparición reitera a Abrahán
la promesa de una descendencia a través de Sara. Y, además, le marca la fecha de
cumplimiento. Esa esperanza de Abrahán, “contra toda esperanza” (Rom 4,18), le
convirtió en “padre de los creyentes” (Rom 4,11) y en modelo de creyentes (Hb
11,8). Sin embargo, Isaac no agota la promesa, que hallará su plenitud en
Jesucristo
2ª Lectura: Colosenses 1,24-28
"Hermanos:
Ahora me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los
dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios
me ha nombrado ministro, asignándome la tarea de anunciaros a vosotros su
mensaje completo: el Misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos y
generaciones y que ahora ha revelado a sus santos. A éstos ha querido Dios dar
a conocer la gloria y riqueza que este Misterio encierra para los gentiles: es
decir, que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria. Nosotros
anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los
recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en
Cristo".
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Para animar a los Colosenses a participar en los duros trabajos del
Evangelio, Pablo muestra su alegría de sufrir por Cristo y por los cristianos.
Eso forma parte de su misión y de su condición de identificado con Cristo. Él
no completa la obra de Cristo, porque ésta fuera incompleta en sí, sino porque
cumple una de sus demandas: la incorporación personalizada a ella: “El que quiera…, tome la cruz y me siga”
(Lc 9,23). Y eso supone asumir los sufrimientos que conlleva la evangelización.
Esa
misión desvela el gran Misterio de la llamada universal a la salvación, que
hace posible Cristo, la verdadera esperanza del mundo.
Evangelio: Lucas 10, 38-42
"En
aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en
su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del
Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el
servicio; hasta que se paró y dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me
haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. Pero el Señor le
contestó: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una
es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.
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Las
dos hermanas evocan y parecen responder tipológicamente a las que aparecen en
el relato de la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-44). Solo Lucas narra esta
escena. En su sencillez el relato es elocuente. Nos habla de la “normalidad” de
Jesús. La acogida de Marta supone que conocía al Maestro. Su afán en el
servicio sugiere que Jesús no entró solo en casa, sino acompañado de sus
discípulos. Por otra parte, las palabras
de Jesús parecen que no se
dirigirían solo a María sino a un grupo más amplio de oyentes. De esta escena
se han destacado siempre las palabras de Jesús a Marta, que no descalifican su
actitud de servicio -Jesús vino a servir-, pero la matiza. Hay que discernir:
la escucha de la palabra de Dios es prioritaria, porque ese es el servicio más
importante que ha de ejercitar el discípulo, y su alimento más importante. Ambas hermanas encarna dos
dimensiones del discipulado: escucha y servicio, pero por orden.
REFLEXIÓN PASTORAL
“¿Señor,
quien puede hospedarse en tu tienda?” La hospitalidad, la acogida a
distintos niveles es el mensaje de los textos bíblicos de este domingo.
El
salmo responsorial nos presenta a un Dios acogedor del hombre, al tiempo que
nos avanza el requisito para ser su huésped, para entrar y morar en “su
tienda”. Y las tres lecturas nos presentan a un Dios que busca ser acogido en
la tienda del hombre, en su corazón.
Así, la primera lectura, tomada del
Génesis, nos muestra a Abrahán acogiendo la presencia misteriosa de Dios, por
lo que fue bendecido con una
descendencia que perpetuaría su nombre; en el Evangelio, Jesús es acogido por
unos amigos, y nos lega un mensaje clarificador; y en la carta a los Colosenses
aparece cómo Pablo, ejemplo de todo discípulo y apóstol, acoge a Jesús en su
corazón, la auténtica morada que ansía el Señor.
Si
no lo hubiera dicho Jesús, nosotros habríamos dado la razón a Marta.
Sintonizamos más fácilmente con su activismo, que con la “inactividad” de
María. Pero así de sorprendente es el evangelio. “María ha escogido la mejor parte”.
Jesús no descalifica el servicio de Marta (era una forma de expresar su
amor al Maestro), lo clarifica, advirtiendo sobre la necesidad de discernir valores y prioridades.
No se trata de introducir divisiones
entre oración y acción -una vida cristiana sin
oración, es una vida cristiana profundamente debilitada, imposible, y
una vida cristiana sin acción, sin compromiso, es una vida cristiana alienada,
también imposible-, sino de clarificar ambas cosas, de discernir valores y prioridades. Una
acción alimentada en la contemplación y una contemplación verificada en la
acción.
Marta se afanaba por la alimentación de
Jesús, olvidando que “yo tengo otro
alimento..., hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4,32.34). Se
preocupaba solo por el pan, olvidando
que “el hombre no vive solo de pan, sino
de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).
Ya, en otra ocasión, ante las
pretensiones de algunos familiares, Jesús introdujo una aclaración importante:
“Mi madre y mis hermanos son los que
escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21). Y en la misma línea, la alabanza que una mujer hizo de su madre (“Dichoso el seno que te llevó...”) recibió una matización
importante: “Dichosos, más bien, los que
escuchan la palabra de Dios”. Y es
que necesitamos escuchar la palabra de Dios y meditarla para no olvidarnos de
Dios; necesitamos ese momento contemplativo para proveernos de la Verdad - que
no se improvisa -; para no andar vacíos de criterios o con criterios vacíos;
para que nuestra actividad no nos deshaga, ni nuestro servicio acabe en
servilismos...
María escogió la mejor parte, pero no
la parte más fácil, pues quien se decide a escuchar a Dios ha de comenzar por
aceptar silencios profundos, porque la voz de Dios no es compatible con ciertos
“ruidos”... Y eso nos da miedo; y, por
eso, nos quedamos con palabras vanas, quizá bonitas, halagadoras y hasta
piadosas..., pero no salvadoras.
Jesús nos dice que es la mejor parte, porque
desde ella se clarifica y adquiere calidad nuestro ser y nuestro quehacer, es
decir, nuestra vida.
Por eso no hay que olvidar que el
personaje central es Jesús, Palabra encarnada de Dios. Un Jesús profundamente
humano, que se deja querer, que acepta la invitación de unos amigos, y que busca ser hospedado, acogido - “mira que estoy a la puerta llamando; si
alguno me abre entraré y cenaré con él” (Apo 3,20)-, para seguir con su misión:
evangelizar la vida.
En este tiempo de verano, de descanso
para muchos, no para todos, acojámonos al Señor –“¿quién puede hospedarse en tu tienda?”- y acojamos al Señor,
escuchando su palabra y poniéndola por obra. Porque el tiempo de descanso no
puede ser un tiempo muerto ni neutro, ni un tiempo perdido. El descanso es, más
bien, una oportunidad para agradecer a Dios este tiempo, que él inaguró después
de la creación (Gn 2,2), viviéndolo, y no solo “pasándolo” como un mero tiempo de ocio,
sino como un tiempo de gracia.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Priorizo en mi vida la escucha de la
palabra de Dios?
.- ¿Es la palabra de Dios quien inspira mi
servicios?
.- ¿Soy hospitalario para acoger al que lo
necesita?
¡Qué alegría! Una de las mayores alegrías que he tenido en la red, es encontrarme con este blog. Muchísimas gracias por estas reflexiones.
ResponderEliminarAcabo de leer Evangelio y vida, y me encontré con esta sorpresa. ¡Qué alegría más grande! Lo comparto.
Un abrazo enorme desde León.