1ª Lectura: Deuteronomio 30,10-14
Moisés habló al pueblo, diciendo: “Escucha la voz del Señor, tu Dios,
guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta
ley; conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma.
Porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda, ni
inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: ¿Quién de nosotros subirá al
cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?; ni está más
allá del mar, no vale decir: ¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá
y nos lo proclamará para que lo cumplamos?. El mandamiento está muy cerca de
ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo”.
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Nos hallamos al final del tercer y último discurso de Moisés (Dt 29-30).
El mediador de la Alianza del Sinaí, la antigua Alianza, recuerda a Israel que
el futuro depende de la fidelidad a la palabra del Señor. Una palabra que no es
inaccesible, porque Dios la ha depositado en el corazón del hombre. Mientras
algunos textos de la literatura sapiencial subrayaban la inaccesibilidad de la
sabiduría, fuente de la felicidad (Jb 28), otros, más recientes, defendían que Dios
revela su sabiduría en la Ley (Ecco 24,23-34; Sl 119). En este texto del Deuteronomio
nos hallamos en las fuentes de la
teología de la Palabra tal como aparecerá en el prólogo del IV Evangelio,
después de haber sido repensada en Pro 8,22-31 y Sab 7,22-8,1. Una relectura de
este texto lo encontramos en la carta a los Romanos (10, 5-10).
2ª Lectura: Colosenses 1,15-20
"Cristo es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque
por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles
e invisibles; Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado
por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es
también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito
de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que
residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz".
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En
contraste con Moisés, revelador y mediador de la antigua Alianza, Cristo es el
verdadero revelador y mediador, la plenitud de todo el proyecto salvador de
Dios. Él es la Alianza salvadora por la sangre de su cruz. Transparencia de
Dios y Cabeza de todo lo creado. Pero no es una figura mítica sino histórica.
Su vinculación a la Iglesia y a la historia de los hombres -“primogénito de
entre los muertos”- le acerca a nuestra historia.
Evangelio: Lucas 10,25-37
En
aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para
ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”.
Él le dijo: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?”. Él contesto:
“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al
prójimo como a ti mismo”. Él le dijo: “Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida”.
Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: “¿Y quién
es mi prójimo?”.
Jesús dijo: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en
manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon,
dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y,
al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a
aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba
de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lastima, se le acercó, le
vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y montándolo en su propia
cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos
denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de
más yo te lo pagaré a la vuelta”. ¿Cuál de estos tres te parece que portó como
prójimo del que cayó en mano de los bandidos? Él contestó: “El que practicó la
misericordia con él”. Díjole Jesús: “Anda, haz tú lo mismo”.
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Ante
la pregunta del maestro de la Ley, Jesús muestra cómo Dios no ha cambiado su
plan, y que él no ha venido a anularlo (Mt 5,17). El mandamiento no ha
cambiado: Amarás (Dt 6,5; Lv 19,18). Pero clarifica el horizonte. En el
judaísmo contemporáneo a Jesús se discutía por la identidad del “prójimo”: no
todos eran considerados como prójimos. Había que saber quien lo era, para poder
amarlo o no tener la obligación de hacerlo. Uno de los tipos excluidos era,
precisamente, el del samaritano La pregunta del maestro era pertinente; y
gracias a ella Jesús nos desveló un criterio nuevo para entender qué es ser
prójimo. La “projimidad” no la determinan las leyes, la marca el corazón. Los
“oficialmente” llamados a practicar la misericordia, pasan de largo,con un agravante: venían de Jerusalén, seguramente de desempeñar una función en el Templo. Un
“hereje” fue el que se detuvo. Además, con esta parábola Jesús no está
enseñando solo qué hombre es mi prójimo
y qué es ser prójimo, sino que Dios es prójimo y que es mi prójimo.
REFLEXIÓN PASTORAL
“¿Quién es mi prójimo?” El escriba, nos
dice el evangelio, formuló la pregunta “queriendo justificarse” y, además, con
una clara intención de delimitar, precisar
y, por lo tanto, de excluir a alguien del concepto “prójimo”.
Con su respuesta, mediante la parábola
del buen samaritano, Jesús introduce un matiz importante. No se trata tanto de
saber teóricamente quién es mi prójimo, sino de saberse cada uno, y
prácticamente, prójimo -próximo- a los demás.
“¿Quién de los tres –levita, sacerdote o
samaritano – te parece que se portó como
prójimo del que cayó en manos de los bandidos?... El que tuvo compasión de él.
Anda y haz tú lo mismo”.
Frecuentemente al comentar esta
parábola nos detenemos y hasta nos ensañamos con el sacerdote y el levita,
olvidándonos de verificar si nosotros somos verdaderos y buenos prójimos.
Hoy este tema es de sangrante actualidad, porque hoy la
marginación, la soledad y el abandono inundan nuestras geografías. Y cuando lo
más cómodo es ignorar, desentenderse, dar un rodeo en la vida, para no
encontrarse con el otro y sus problemas. Cuando, quizá, pretendemos ir directamente a Dios, Dios nos sale al encuentro y nos pregunta: “¿Dónde está tu hermano?”(Gn 4,9).
Imposible la pretensión de querer o
creer vivir de cara a Dios y de espaldas al prójimo. Imposible saber dónde está
Dios desconociendo la situación del hermano. Él es la brújula que nos marca la
posición de Dios.
En
esta sociedad tan crispada y dividida por intereses y miedos, resulta cada vez
más difícil acercarse sin prevenciones a los demás. Ya sé que no se puede ser
ingenuos, que la vida se ha vuelto muy complicada, que hay timadores e
inseguridad...; pero creo que los niveles que están alcanzando la desconfianza
y el miedo no son justos. ¡No se puede, por cualquier pretexto, vivir
desconfiando, sospechando o desentendiéndose del hermano! ¡Ésa es la mayor
inseguridad!
Muchas personas se han hundido en lo
que llamamos “mala vida” porque no han encontrado personas que les concedieran
un poco de credibilidad y confianza. Y en toda persona hay una “plusvalía”, un
coeficiente divino que lo revaloriza: el amor de Dios. No verlo no sólo es
ceguera sino injusticia. Hay que ir, pues, más allá de las apariencias para
mirar con el corazón, porque lo esencial es invisible a los ojos. Lo dijo Jesús:
“Los limpios de corazón verán a Dios”
(Mt 5,8). “¿Cuándo te vimos hambriento,
desnudo, en la cárcel...? Cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos, lo
hicisteis conmigo” (Mt 25,37-40).
Dios lo ha querido así para que no nos
autosugestionáramos ni nos confundiéramos: “Si
ves a tu hermano pasar necesidad y no le ayudas, ¿cómo puede permanecer en ti
el amor de Dios?” (I Jn 3,17). Quizá esto pueda ayudarnos a clarificarnos y
a descubrir el sinsentido de creer y orar cada uno a “su” Dios, cuando no hay
más que uno. El que nos ha dicho: tuve hambre (y no sólo de pan sino de amor),
tuve sed (y no sólo de agua sino de
verdad), estuve desnudo (y no sólo de ropa sino de esperanza), estuve enfermo (y no sólo
corporalmente sino de espiritualmente),
estuve preso (y no sólo en cárceles sino en profunda soledad)... Y tú, ¿qué?
Quizá preocupado sólo por ti y tu perfección recorriste el camino, y perdiste
la oportunidad de ser amor, verdad, esperanza, alegría, libertad y compañía
para tu hermano.
No lo olvidemos. “Maestro, ¿qué debo hacer para guardar la vida eterna? ... Amarás al
Señor tu Dios..., y a tu prójimo”. La respuesta es AMAR, y eso implica,
entre otras cosas, saber dar razón de nuestro hermano. ¿Dónde está tu hermano?
Una buena pregunta para saber dónde está Dios..., y dónde estamos nosotros.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Siento al otro como prójimo, y me siento
prójimo?
.- ¿Siento a Dios como prójimo?
.- ¿Sé descubrir la plusvalía divina presente
en cada persona?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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