1ª Lectura: Eclesiástico 24,1-4. 12-16.
La sabiduría hace su propio elogio, se gloría en medio de su pueblo. Abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de sus Potestades. En medio de su pueblo será ensalzada y admirada en la congregación plena de los santos; y recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos. Entonces el Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: Habita en Jacob, sea Israel tu heredad. Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás. En la santa morada, en su presencia ofrecí culto y en Sión me estableció; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder. Eché raíces en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad.
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El texto pertenece a lo que se considera el capítulo
central del libro del Eclesiástico. Es la cumbre de la reflexión
veterotestamentaria sobre la sabiduría de Dios. Una sabiduría que hunde sus
raíces en la historia y geografía humanas. Y es en la Navidad de Jesús donde se
revela ese enraizamiento de Dios, de su
Sabiduría. Una Sabiduría paradójica, manifestada en la humildad de Belén y en
la locura de la Cruz.
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales, en el cielo. Ya que en Él nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia, por amor. Nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo, conforme a su agrado; para alabanza de la gloria de su gracia, de las que nos colmó en el Amado. Por lo que yo, que he oído hablar de vuestra fe en Cristo, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama y cuál la riqueza de gloria que da en la herencia a los santos.
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En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra
estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba
junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada
de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los
hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió…
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo
hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a
cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su
nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano,
sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos
contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia
y de verdad….
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En el prólogo del IV Evangelio halla su plenitud la reflexión sapiencial sobre la Sabiduría de Dios. Hasta donde no llegó el pensamiento humano, porque no podía llegar, llegó la iniciativa del amor de Dios. En el nacimiento de Jesucristo se ha manifestado en plenitud la revelación de la Bendición de Dios. Jesús es el HOY exhaustivo de Dios (cf. Heb 1,1-2), la gran sorpresa..
REFLEXIÓN PASTORAL
El gran riesgo de las celebraciones
navideñas reside en que lo “tradicional” desplace a lo “esencial”, en que la
anécdota se eleve a la categoría de principio.
La Navidad es un tiempo para contemplar
la Gloria del Señor (evangelio) y para celebrar nuestra filiación divina (2ª
lectura). Porque, además y por encima de
la escenografía tradicional, la Navidad tiene un contenido muy preciso: el
misterio, que a la vez es buena nueva, de la presencia de Dios entre los hombres,
para los hombres y por los hombres. Y esa es la verdadera sabiduría.
Presencia gratuita (Jn 3,16; Tit 3,5).
Presencia que es bendición (Ef 1,3); luz
(Jn 1,9); elección y vocación (Ef 1,4-5); riesgo (Jn 1,5.11); solidaridad y
compromiso (Jn 1,14).
Cuando lo más fácil y cómodo es
desentenderse, evadirse, “pasar”... Dios se hace presente. En realidad nunca
estuvo ausente, siempre fue un compañero de los paso del hombre... Pero la
Navidad supera todos los esquemas y modos precedentes de estar y de hablar.
“En muchas ocasiones y de muchas maneras
habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos
ha hablado por el Hijo” (Heb 1,1-2).
Jesucristo es la Palabra exhaustiva y
definitiva de Dios. No solo nos dice que Dios está cerca, sino que es
Dios-con-nosotros; no solo nos habla de Dios, sino que es Dios hecho Palabra.
En Jesús Dios deja de estar de parte del
hombre, para hacerse hombre (Jn 1,14). En Él Dios se ha embarcado con el hombre
en la tarea de erradicar toda dolencia, cargando él personalmente con nuestras
dolencias (Mt 8,17); en el empeño de vencer al hambre, convirtiéndose en Pan
(Jn 6,35); en liberar al hombre de la fe en el poder de la violencia (Mt 5,39),
rechazándola en legítima defensa propia (Jn 18,11); en liberar al hombre del
afán de poder, convirtiéndose él en servidor (Mt 20,28); en destruir el odio,
mediante una vida al servicio del amor y del perdón (Lc 6,37; Jn 15,12); en
vencer a la muerte, mediante su propia muerte (Jn 11,25)...
Este es el gran contenido de la Navidad:
saber y sentir a Dios-con-nosotros. Sentir a Jesucristo como nuestro Hermano y
sentirnos hermanados en él y con él. Sabernos
hijos en el Hijo… Saberlo y saborearlo.
Pongamos un poco de sordina a tantos
“ruidos” y abramos espacios de silencio para escuchar y contemplar sin
interferencias la Palabra que nace y nos renace en la Navidad. Porque la
Navidad es tiempo de “nacimiento”
A veces una letra es importante. ¿La
Navidad es para nosotros “tiempo de nacimientos” o “tiempo de nacimiento”?
¿Tiempo de “hacer” nacimientos o tiempo de “nacer”? Jesús parece que está por
la segunda alternativa: la Navidad es tiempo de nacer.
“El que no nazca
de nuevo (de lo alto) no puede ver el Reino de Dios” respondió Jesús a
Nicodemo (Jn 3,3). Y ante la reacción de sorpresa, Jesús le reiteró: “No te extrañes de que te haya dicho “Tenéis
que nacer de nuevo” (Jn 3,7), y le precisa el tipo de nacimiento: “El que no nazca de agua y de Espíritu no
puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace
del Espíritu es espíritu” (Jn 3,5).
Es la alternativa cristiana.
Alternativa impresionante, porque afecta al todo y desde el principio;
dolorosa, porque implica una lectura crítica que, en buena parte cuestiona
nuestra actual situación; salvadora, porque nos muestra la posibilidad y el
camino para abandonar lo inauténtico, abriéndonos a horizontes de renovada
autenticidad.
La invitación de Jesús no lo es a la
negación de los valores consolidados, sino a un discernimiento valiente y
sincero; a vivir en otra dimensión: la de aquellos que “despojados del hombre viejo se van renovando hasta alcanzar un
conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador” (Col 3,9-10).
Son los escritos joánicos los que más
“explotan” esta categoría teológica del “nacimiento” para presentar la novedad
cristiana: “Todo el que practica la justicia,
ha nacido de Él” (1 Jn 2,29); “quien
ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4,7); “quien ha nacido de Dios, no peca” (1 Jn 3,9); “quien cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios” (1 Jn 5,1); “todo el que ha nacido de Dios, vence al mundo”
(1 Jn 5,4)…
Nacer de nuevo no es una invitación a
“repetir” el nacimiento, sino a “protagonizar” un nuevo nacimiento.
Los evangelios sinópticos, por su parte, formularán esta “urgencia” cristiana de “renacer” para entrar en el Reino desde la clave de la “minoridad”, de “hacerse como niños” (Mt 18,3; cf. 19,14), es decir, de acoger sin prevenciones ni intereses la propuesta de Jesús.
REFLEXIÓN PERSONAL
.-
¿Qué “he visto” yo en la Navidad?
.-
¿Qué “he escuchado” en la Navidad?
.- ¿Qué “he hecho” en la Navidad?
DOMINGO
J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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