jueves, 7 de diciembre de 2023

DOMINGO II DE ADVIENTO -B-

 1ª Lectura: Isaías 40,1-5. 9-11.

    Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.

    Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que los montes y las colinas se abajen, que lo torcido se enderece que lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos -ha hablado la boca del Señor-. Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Sión, alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén, álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: aquí está vuestro Dios. Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza, su brazo domina. Mirad: le acompaña el salario, la recompensa le precede. Como un pastor apacienta el rebaño, su mano los reúne. Lleva en brazos los corderos, cuida de las madres.

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     Nos hallamos en el inicio de la segunda parte del libro de Isaías. Con palabras consoladoras, dirigidas al corazón, se quiere 1) levantar el ánimo de un pueblo traumatizado por la experiencia del destierro y la desaparición de sus instituciones identitarias (templo y rey), 2) garantizar que Dios no se ha olvidado de sus promesas, y 3) estimular al pueblo a involucrarse en un proceso de renovación espiritual. La prueba del exilio debe ayudar a leer la historia desde claves más profundas. Dios sigue al frente de su pueblo: cual nuevo Moisés lo conduce en el retorno a la nueva tierra, a través de un desierto transformado, pero no como líder guerrero, sino como pastor solícito

2ª Lectura: 2 Pedro 3,8-14.

    Queridos hermanos:

    No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos.  Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados y la tierra con todas sus obras se consumirá. Si todo este mundo se va desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida! Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos consumidos por el fuego y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con Él, inmaculados e irreprochables.

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    A una comunidad inquieta por el tema de la venida gloriosa del Señor se le exhorta a no dejarse confundir. Dios cumplirá su palabra, pero a “su” tiempo. Y los tiempos de Dios están marcados por su voluntad salvadora. Esa venida será renovadora, transformadora y dará lugar a un mundo nuevo, a cuya aparición el cristiano está invitado a colaborar con una vida santa y piadosa. La esperanza del día del Señor no debe provocar temor ni inhibición en los creyentes, porque en la preparación de esa venida nos ha implicado el mismo Señor. Esa esperanza debe involucrarnos en su realización.

Evangelio: Marcos 1,1-8.

    Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el Profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos.

    Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.

         Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo.

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      La grande, nueva y buena noticia es Jesucristo. Es lo que se propone contar san Marcos. Su Evangelio se abre con una profesión de fe en Jesús como el Mesías y el Hijo de Dios.  Y como figura precursora, legitimada desde el AT,  introduce a Juan el Bautista. Un hombre esencial: en sus vestidos y en su mensaje, porque para anunciar al Esencial, a Jesús, sobran los adornos. Un hombre singular, pero distinto de Jesús en su ser y su hacer. Su mensaje es una invitación a la conversión y al reconocimiento del que viene detrás de él, que es más fuerte que él y es quien ofrece el verdadero Bautismo, el del Espíritu Santo.

REFLEXIÓN PASTORAL

    Continuamos profundizando en la esperanza. Las lecturas bíblicas nos descubren una dimensión particular de la esperanza: esperar es un quehacer.

     El profeta Isaías (1ª lectura), invitaba a los judíos desterrados en Babilonia, y nos invita a nosotros, a dar profundidad a la mirada para descubrir, en medio de los avatares de la historia, la presencia misteriosa pero cierta del Señor; a rastrear sus signos. Y a hacerlo cordialmente. De la esperanza hay que hablar al corazón y con el corazón.

     Renunciar al catastrofismo social y eclesial es una opción positiva y profética. “Si no creéis, no subsistiréis” (Is 7,9). Frente a los que solo perciben la oscuridad que envuelve la luz, hay quienes perciben la luz que brilla en la oscuridad. Esperar, como amar, es llevar cuentas del bien, no del mal (cf. 1 Cor 13,5). La esperanza es audaz y contemplativa.

     La segunda lectura contiene dos advertencias luminosas. No caer en la tentación de ponerle fechas a Dios, porque su calendario no tiene los ritmos y plazos de  los nuestros. “La paciencia del hombre tiene un límite”; la de Dios es ilimitada: hasta que nos dejemos perdonar; mientras tanto, insiste a tiempo y a destiempo.

     Y que, mientras esperamos y apresuramos la llegada de Día del Señor, nos acreditemos con una vida santa. Porque esperar es trabajar por lo que esperamos. ¿Y qué esperamos? “Unos cielos nuevos y una tierra nueva en los  que habite la justicia”. ¿Esperamos eso? ¿Trabajamos por eso? ¿Ese es el reino que pedimos venga a nosotros? ¿Tenemos de verdad hambre y sed de esa justicia?

    Preparad el camino del Señor”, exhorta el Bautista. ¿Cómo? Acondicionando primero el propio camino: valles de desesperanza y vacío que hay que rellenar de esperanza y sentido; montes de presunción y autosuficiencia que hay que abajar; terrenos sinuosos, de ambigüedades y contradicciones, que hay que rectificar...

     El camino del alejamiento, de la huida, es siempre fácil y rápido; el del retorno, el de la conversión, exige tiempo, esfuerzo... Y a esto es a lo que nos invita el Bautista, a hacer habitables y transitables los desiertos de nuestra vida personal y comunitaria, abriendo oasis de autenticidad y conversión.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué criterios valoro la realidad?

.- ¿Hasta dónde me implico en la preparación del camino del Señor?

.- ¿Se entrever y aportar la Luz en los momentos de oscuridad?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

 

 

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