1ª
Lectura: Isaías 60,1-6
¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega
tu luz: la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la
tierra, la oscuridad a los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, y
caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira: todos
esos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las
traen en brazos. Entonces los verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará,
se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar, y te traigan las
riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios
de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y
proclamando las alabanzas del Señor.
*** *** ***
El oráculo del profeta contempla la
restauración de Jerusalén. Una restauración interior -la gloria del Señor la
habitará- y exterior -será luz para las naciones-. A ella peregrinarán no solo
sus hijos exiliados, sino todos los pueblos, ofreciéndole dones excelentes. El
profeta quiere expresar su esperanza y alentar la esperanza del pueblo. La
perspectiva universalista y la alusión a las ofrendas de oro, incienso y mirra
han vinculado este esto al motivo de la adoración de los Magos.
2ª
Efesios 3,2-3a.5-6
Hermanos:
Habéis oído hablar de la distribución de
la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro. Ya que se me dio a
conocer por revelación el Misterio que no había sido manifestado a los hombres
en otros tiempos, como ha sido ahora revelado por el Espíritu a sus santos
apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del
mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio.
*** *** ***
Escribiendo a cristianos provenientes del
paganismo, el apóstol se presenta como revelador del Misterio salvador de Dios,
que alcanza a todos los hombres. En Cristo ha sido derrumbado el muro que
separaba a los hombres (Ef 2,14),
convirtiendo a todos en miembros de un solo cuerpo y partícipes de la
Promesa en Jesucristo. La fiesta de la Epifanía subraya esta vocación universal
a la salvación, caminando a la luz del Evangelio.
Evangelio:
Mateo 2,1-12
Jesús nació en Belén de Judá en tiempo del
rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén
preguntando: ¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto
salir su estrella y venimos a adorarlo.
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó,
y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del
país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron: En Belén de Judá,
porque así lo ha escrito el Profeta:
“Y
tú, Belén, tierra de Judá,
no
eres ni mucho menos la última
de
la ciudades de Judá;
porque
de ti saldrá un jefe
que
será el pastor de mi pueblo Israel”.
Entonces Herodes llamó en secreto a los
Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y
los mandó a Belén, diciéndoles: Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño,
y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir
yo también a adorarlo.
Ellos, después de oír al rey, se pusieron
en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos
hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se
llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su
madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le
ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y, habiendo recibido en sueños un
oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro
camino.
*** *** ***
Quizá sea uno de los episodios sobre los
que más se ha fabulado, desplazando el acento hacia zonas cada vez más alejadas
de su sentido original, absolutizando lo anecdótico e irrelevante. Convendría
atenerse a la sobriedad e intencionalidad del texto.
El
centro del relato, y de la fiesta posterior, no son los Magos, sino la
afirmación de que con el nacimiento de Cristo, la Luz ha venido al mundo; la
proclamación de la voluntad salvadora de Dios para todos los hombres; la
epifanía, la manifestación de su amor universal.
El evangelista teje esta afirmación con
hilos tomados del AT. La tradición judía anunciaba al Mesías como la estrella
que surge de Jacob (Núm 24,17). Y, según las profecías, los pueblos paganos
habrían de rendirle homenaje (Is 49,23; 60,6; Sal 72,10-15). Finalmente san
Mateo combina dos citas que anunciaban la venida del Mesías (Miq 5,1 y 2 Sam
5,2), para mostrar que Jesús es el Mesías. Ante esta Luz, las actitudes pueden
ser divergentes: búsqueda apasionada o indiferencia, hostilidad y temor.
REFLEXIÓN
PASTORAL
La fiesta del 6 de Enero, al menos en
nuestros ambientes, está en peligro. Su contenido cristiano original ha ido
sufriendo un progresivo desplazamiento hacia zonas cada vez más alejadas de su
auténtico sentido, absolutizando lo anecdótico e irrelevante. Ya desde la Edad
Media, en que se originó una abundante literatura sobre los Magos, a los que se
eleva a la categoría de reyes, se les adscribe a diferentes razas, se les pone
un nombre y se les reduce a tres…
Desplazamiento que en nuestra época,
amenaza con borrar de la conciencia de los cristianos el mensaje profundo de
esta fiesta, la primera celebración cristiana del misterio de la Navidad,
convirtiéndola en pretexto para una agresiva campaña comercial, a costa de
explotar la ilusión infantil. Y no se trata de acabar con la ilusión de los
niños, que debe seguirse alimentando, pero quizá con productos más
humanizadores y solidarios; se trata, más bien, de no contribuir a que el
consumismo comercial haga irreconocible el sentido original de esta fiesta.
Para comprenderla hay que volver a la
Palabra de Dios, al Evangelio. La Epifanía es una fiesta de Luz y de Alegría;
así la presenta el texto del profeta Isaías. Una llamada a otear y vislumbrar
horizontes más allá de la propia casa; a convertirnos en buscadores y
caminantes de esa nueva ruta que diseña el Señor.
La fiesta de la Epifanía celebra el
derrumbamiento del muro que separaba a los hombres, haciendo de todos un solo
pueblo (Ef 2,14), porque “también los
gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa
en Jesucristo, por el Evangelio” (Ef 3,6). Es la fiesta del ecumenismo de
la salvación realizada en Jesucristo, en quien “no hay judío ni griego…, porque todos son uno en Cristo” (Col
3,11).
El Dios que nace en Belén no es el Dios
de un pueblo o de una raza, sino el Dios del hombre, de todo hombre que viene a
este mundo. La luz que nace en Belén no puede quedar aprisionada bajo los
estrechos marcos de una religión nacional, por eso sube, en forma de estrella,
al firmamento universal, para encender la esperanza de todas las naciones y
alumbrar sus pasos en la búsqueda de la Verdad.
El relato evangélico aporta lecciones
de gran calado. La presentación que hace de los Magos rebasa el interés de lo
anecdótico, para presentarlos como figuras teológicamente significativas para
la vida cristiana.
Desde una situación de búsqueda -otean
el cielo buscando signos-, abiertos a la Verdad, aún no conocida pero
presentida y deseada, al menor indicio abandonan sus seguridades y se ponen en
camino. ¿Cuántos no verían la estrella, permaneciendo indiferentes? Y,
peregrinos de la verdad y de la fe, preguntan, investigan y, por fin, se
postran ante la Verdad, a la que ofrecen sus presentes. Buscadores de la
Verdad, que no se sienten defraudados al encontrarla en la pobreza y en un
niño.
Actitudes ejemplares y poco comunes.
Porque existe el peligro, y el mismo relato evangélico lo subraya, de adoptar
ante la Verdad una actitud hostil (es el caso de Herodes, que se siente
amenazado) o indolente (la de los Sumos sacerdotes y letrados de Jerusalén,
que, conociendo las profecías de la Escritura, no dieron un paso de
acercamiento).
Desde esta celebración podríamos
someter nuestra vida a preguntas como éstas: ¿Hemos visto nosotros su estrella?
¿Nos ponemos en camino o permanecemos indolentes, descansando en nuestras
seguridades y rutinas? ¿Sentimos pasión por alumbrar la ruta de los hombres con
la luz del Evangelio? ¿Somos estrellas para el mundo?
REFLEXIÓN
PERSONAL
:
.- ¿Ha brillado
sobre mí la estrella del Señor?
.- ¿La sigo o
permanezco anclado en mis rutinas?
.- ¿Siento la
llamada a ser testigo de la Luz?
DOMINGO
J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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