En aquellos días, el Señor dijo: “La
acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar,
a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré”.
Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en
compañía de Abrahán. Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios: “¿Es que vas a
destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad,
¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en
él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo
que la suerte del inocente sea como la del culpable, ¡lejos de ti! El juez de
todo el mundo, ¿no hará justicia?”. El Señor contestó: “Si encuentro en la ciudad
de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos”.
Respondió Abrahán: “Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y
ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por
cinco, toda la ciudad?”. Respondió el Señor: “No la destruiré, si es que
encuentro allí cuarenta y cinco”. Abrahán insistió: “Quizá no se encuentren más
que cuarenta”. Le respondió: “En atención a los cuarenta, no lo haré”. Abrahán
siguió: “Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran
treinta?”. Él respondió: “No lo haré, si encuentro allí treinta”. Insistió
Abrahán: “Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran solo
veinte?”. Respondió el Señor: “En atención a los veinte no la destruiré”. Abrahán
continuó: “Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran
diez?”. Contestó el Señor: “En atención a los diez no la destruiré”.
*** *** *** ***
El relato es de gran belleza y
profundidad. Discurre entre Dios y Abrahán, una vez que los dos acompañantes de
Dios marcharon a Sodoma. La acusación contra Sodoma era de inmoralidad
(sodomía). Dios quiere verificar la acusación. Abrahán asume el papel de
intercesor interesado, pues en Sodoma estaban Lot y su familia, y quiere salvarlos.
El diálogo con Dios está construido con sutileza. Abrahán va rebajando el
número de justos creyendo poner un tope a Dios, pero Dios accede a cada
propuesta de Abrahán. Dios no se cansa de personar, pero Abrahán se cansa de
interceder. Se detiene en el número 10, una vez que ha asegurado la salvación
de la familia de Lot (Gn 19,15-16). Según Jer 5,1 y Ez 22,30, Dios perdonaría a
Jerusalén aun cuando no hallara en ella más que un justo. En Is 53, el
sufrimiento del Siervo salvará a todo el pueblo. La misericordia de Dios es
infinita y se ha revelado en plenitud en Cristo.
2ª Lectura: Colosenses 2,12-14
Hermanos:
Por el bautismo fuisteis sepultados con
Cristo, y habéis resucitado con él, porque habéis creído en la fuerza de Dios
que lo resucitó de entre los muertos. Estabais muertos por vuestros pecados,
porque no estabais circuncidados; pero Dios os dio vida en él, perdonándoos
todos los pecados. Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era
contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz.
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Cristo ha borrado el protocolo de nuestra
condena: la Ley, que nos descubría el pecado, pero no nos daba la fuerza para
vencerlo. Esta fuerza nos ha venido de Cristo,
personalización de la misericordia de Dios. El cristiano por la fe en el
Señor resucitado se ha incorporado sacramental y realmente a Cristo, pasando de
la muerte a la vida, del régimen del pecado al de la gracia. Él es nuestra
oración de intercesión ante el Padre.
Evangelio: Lucas 11,1-13
Una vez que estaba orando Jesús en cierto
lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar,
como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo: “Cuando oréis decid: “Padre,
santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del
mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo
el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación”. Y les dijo: “Si
alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la media noche para decirle:
“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no
tengo nada que ofrecerle”. Y, desde dentro, el otro le responde: “No me
molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo
levantarme para dártelos”. Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no
se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se
levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os
dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe,
quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando
el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una
serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que
sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre
celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”.
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El texto que ofrece la liturgia de hoy
consta de tres bloques: 1) la oración del “Padre nuestro”; 2) la parábola del
amigo importuno y 3) la eficacia de la oración.
Mientras los puntos 1) y 3)
encuentran paralelos en Mt (6,9-13; 7,7-11), el 2) es propio de Lucas. Respecto
del “Padre nuestro” las diferencias entre Mt y Lc son notables: el texto lucano
es más breve, contiene cinco peticiones frente a las siete del mateano. También
es distinto el contexto del mismo: en Mt la iniciativa parte de Jesús en una
instrucción sobre la oración (Mt 6,7-8); en Lucas, a petición de los
discípulos. Todo ello deja entrever la existencia de dos recensiones de la
oración dominical. A pesar de ser la de Lucas la más breve, se reconoce la
antigüedad a la de Mateo.
Con la parábola del amigo importuno Jesús
invita a la perseverancia en la oración, y encuentra un duplicado en la
parábola de la viuda que demanda justicia (Lc 18,1-8). “Pedid”, “Buscad”, Llamad”… A ello nos invita Jesús.
REFLEXIÓN PASTORAL
El pasado domingo nos decía Jesús: “María ha escogido la mejor parte”. Hoy
escuchamos esta petición de los discípulos: “¡Señor, enséñanos a orar!”
¿Pero es posible orar hoy? ¿Sirve para
algo? Orar no solo es posible, sino
urgente. El hombre sufre un acoso implacable a su verdad más profunda; más que
nunca está expuesto a la equivocación; se experimenta indigente de sentido;
busca un interlocutor válido de quien
fiarse y a quien confiarse sin temor a ser defraudado; vive en una dispersión
interior y exterior..., y necesita reencontrase, verificar su posición, hallar
ese espacio de confianza, de veracidad y de libertad..., y la oración es la posibilidad de encontrar
orientación a esa situación.
Pero la necesidad cristiana de orar no se justifica desde las carencias,
desde los riesgos y enigmas del hombre. Es más bien la manifestación de una
nostalgia, la de Dios, de cuyas manos salimos y
a las que buscamos retornar para recobrar nuestro ambiente original. Es
decir, que no oramos por ser pobres y
necesitados, cuanto por ser hijos. Por eso solo el Hijo puede enseñarnos a
orar.
Porque la oración cristiana tiene sus
peculiaridades y hasta sus incompatibilidades. No es un paréntesis que abrimos
en la vida para hablar con Dios, ni una mera devoción o un acto más de piedad.
Orar es estar abiertos en todas las situaciones de la vida a la búsqueda y
aceptación de la voluntad de Dios...
No es presentar a Dios nuestros
proyectos, perfectamente delimitados, para que Él los rubrique; es
presentarnos para que Dios plasme en
nosotros su proyecto.
No oramos para estar seguros y
tranquilos, sino para escuchar cada día la voz del Señor que nos invita a salir
de nosotros mismos, para seguir su camino.
No
oramos para inmunizarnos ante las cuestiones más agudas y dolorosas de la
existencia, sino para saber asumirlas e interpretarlas...
Por eso orar es mucho más que rezar,
aunque el rezo sea también una forma de oración. La oración pone en movimiento
no los labios sino el corazón, por eso “al orar no digáis muchas palabras...”
(Mt 6,7.).
La oración es un acto de fe, por eso, “cuanto pidáis en la oración, creed que os lo
han concedido y lo obtendréis” (Mc 11, 24).
La oración no es ostentación ni
ruido, por eso “cuando ores entra en tu
cuarto...”(Mt 6,6)
La oración es comunión, por eso “si al presentar tu ofrenda ante el altar...”
(Mt 5,23ss).
La oración debe ser perseverante,
“porque quien pide, recibe” (Lc
11,10).
La oración debe ser cristiana,
por eso “pedid en mi nombre” (Jn
14,14).
La oración debe ser perseverante,
por eso “pedid, buscad, llamad…” (Mt
7,7)
La oración debe ser filial, por
eso “cuando oréis decid: Padre” (Lc
11,2).
A Dios no le molesta nuestra insistencia
sino nuestra inconstancia; no son nuestros méritos los que garantizan que
nuestra oración sea escuchada, sino el amor de Dios. Y a Dios nos hay que
ocultarle ninguna necesidad en nuestra oración, pero hay temas prioritarios -el Reino y el Espíritu-.
Centrado en lo fundamental, la causa de
Dios y las necesidades del hombre, el “Padre
nuestro” no es un formulario sino el ideario de los que buscan ante todo el
Reino de Dios, confiando “lo demás” a la Providencia; es la oración de los hombres
libres que perdonan, comparten y luchan; la oración de los hijos de Dios, y
todo hombre lo es. Y desde ahí se nos
descubre un horizonte nuevo: el de Dios y el del mundo. La oración es mística y
compromiso humanizador.
Tenían razón los discípulos: “¡Señor, enséñanos a orar!” Porque orar así no es fácil; pero así es como
hemos de orar, si queremos hacerlo como seguidores de Jesús. Y sólo así nuestra
oración será escuchada.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Soy constante en la oración?
.- ¿Es el “Padre nuestro” mi
proyecto de vida, o un rezo rutinario?
.- ¿Soy solícito de las demandas
de los que llaman a mi puerta?
DOMINGO J. MONTERO, OFM Cap.
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