1ª Lectura: Hechos de los
Apóstoles 14,20b-26
“En aquellos días
volvieron Pablo y Bernabé a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los
discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar
mucho para entrar en el Reino de Dios. En cada iglesia
designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en
Perge y bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los
habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. Al
llegar reunieron a la comunidad, les contaron lo que Dios había hecho por medio
de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe”.
*** *** *** ***
Tras la lapidación
en Iconio (Hch 14, 19), que casi acaba con su vida, Pablo se recupera y, junto
con Bernabé, se dirige a Derbe. Tras un tiempo evangelizando con éxito en esa
ciudad, ambos dan por concluida la primera etapa misionera y deciden regresar a
Antioquía de Siria. En el viaje de regreso visitan las comunidades fundadas,
confirmando la fe de los cristianos, a la vez que las proveen de las estructuras pastorales
necesarias para su funcionamiento autónomo. Llegados a la iglesia madre de
Antioquía, informan del resultado de la misión que se les confió: “Dios ha
abierto a los gentiles la puerta de la fe”. Un relato en el que se percibe la
sensibilidad y responsabilidad misionera desde la comunión eclesial, así como
su dinámica interna. Y nos dice que evangelizar no es oficio de
francotiradores, sino de comunidades responsabilizadas con el Evangelio.
2ª Lectura: Apocalipsis 21,1-5a
“Yo, Juan, vi un
cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han
pasado, y el mar ya no existe. Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que
descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna
para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: Ésta es la
morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y
Dios estará con ellos. Enjugará las
lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque
el primer mundo ha pasado. Y el que estaba sentado en el trono dijo: “Ahora
hago el universo nuevo”.
*** *** *** ***
En esta séptima
visión, Juan contempla la nueva y definitiva realidad pensada y realizada por
Dios. El cielo nuevo y la tierra nueva, alude a la nueva creación, ya de alguna
manera apuntada por Is 65,17 y 66,22. La ausencia del mar -realidad oscura y espacio de la bestia (Ap 13,1)- destaca la idea de una realidad ausente de toda sombra de mal. La Ciudad
Santa, la nueva Jerusalén, es una realidad alternativa a todo proyecto
intrahistórico. No se identifica sin más con la Iglesia, aunque la Iglesia, por
su renovación y santidad, está llamada a entrar en ella. Esta imagen no supone,
por tanto, la canonización de ningún proyecto intrahistórico, civil o
eclesiástico, es solo obra de Dios y marca el ápice de su proyecto creador. Y
no se trata tanto de una realidad cosmológica sino teológica. San Pablo formula
esta realidad con otro lenguaje más directo y menos simbólico (Rom 8,19-23; 2 Cor 5,17). La imagen del matrimonio de Dios con su pueblo aludida en el texto
también hunde sus raíces literarias en el AT: Is 65,18; 61,10; 62,4-6; Os
2,16… Esa Ciudad será la sede permanente
de Dios, a la que todos estamos llamados como miembros de su pueblo por la obra
salvadora de Jesucristo, muerto y resucitado.
Evangelio: Juan 13,31-33a.
34-35
“Cuando salió Judas
del cenáculo, dijo Jesús. Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es
glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará).
Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con vosotros. Os doy un mandamiento
nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que
conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros”.
*** *** *** ***
La salida de Judas
del cenáculo supone un paso adelante en el desarrollo de los acontecimientos.
Jesús ya ve próxima su “glorificación” por el Padre y su “glorificación” al
Padre. Su muerte es la “hora” del tránsito de este mundo al Padre y el punto de
“atracción” de los hombres hacia él (Jn 13,22). A Jesús le queda poco tiempo, y
lo aprovecha. A sus discípulos les ofrece, en apretada síntesis, los núcleos de
su vida y de su mensaje. El mandamiento nuevo forma parte de uno de esos
núcleos. La identidad cristiana no reside en la ideología sino en la praxis. Y
la mejor praxis es el amor “como yo os he amado”. La I Carta de san Juan profundizará en las
urgencias de ese amor. Será el criterio para saber si estamos vivos o muertos
cristianamente (I Jn 3,14).
REFLEXIÓN PASTORAL
Todos gustamos de
identificarnos, y hoy abundan los signos y emblemas identificativos. Como cristianos
no deberíamos renunciar a esta voluntad de identificarnos, el problema está en
los signos y manifestaciones en que hacemos recaer esa identidad. Algunos son,
es cierto, demasiado ambiguos y superficiales. Jesús, sin embargo, nos lo ha
dicho claramente: la señal es el amor.
Ése es el
mandamiento nuevo. Pero, ¿no se prescribía ya en el AT el mandamiento del amor
al prójimo? ¿Por qué entonces se le llama nuevo? ¿En qué consiste esa
novedad? “Amarás al prójimo como a ti mismo” decía el AT; Jesús introduce un
cambio: “como yo os he amado” (Jn
13,34), y ahí está la novedad.
¿Y cómo nos ha
amado Jesús? Hasta el fin; no se
reservó nada: “se vació” (Flp 2,7).
Con un amor radical, porque “nadie ama más que el que da la vida” (Jn
15,13). Con un amor sin prefijos ni presupuestos: no espera a que seamos buenos
para amarnos, nos hará buenos su amor. Con un amor preferencial por lo
perdido... Así nos ama Cristo.
Pero este amor
gratuito y radical nos urge (2 Cor 5,14) a permanecer en él (Jn 15,9).
Permanencia que tiene olor, calor y color humanos, de hombres y mujeres con los
que tenemos que convivir según el nuevo esquema de Jesús: amándoles y
sirviéndoles allí donde están y así como son.
Nuestra
inmadurez afectiva nos lleva a ser sectarios frente a los que no son como
nosotros; a despreciar a los que tienen puntos de vista distintos a los
nuestros; a separar definitivamente o a no querer recibir a alguien por el
hecho de tener un planteamiento o un enfoque
social, política o religioso que no compartimos. Actuando así quizá no
caemos en la cuenta de que nos estamos oponiendo al designio de Dios respecto
de cada hombre, que fue crearlo a su imagen y semejanza - la de Dios -.
Nosotros, en cambio, pretenderíamos conformar a todos a nuestra imagen y
semejanza, amando en los otros sólo lo que amamos de nosotros en ellos, lo que
nos satisface y coincide con nosotros. Pero eso no es amor al prójimo sino
“amor propio”, eso no es amor sino egoísmo.
“Permaneced en mi amor” (Jn 15,9), “amad como yo os he amado”; ésta es la
novedad. Entendiendo bien que eso no es una invitación sentimental ni al
sentimentalismo, sino a recrear los sentimientos de Cristo Jesús. Ni es,
tampoco, una propuesta indiscriminada a permanecer en cualquier amor, sino en
el que hemos sido amados por Cristo.
Ésta es la señal
(cf. Jn 13,35). “Nosotros hemos conocido
el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (I Jn 4,16). Y desde entonces creer no es pensar, sino amar
como Cristo nos ama. Y este amor será el principio de esa renovación de que nos
habla la segunda lectura. Los cielos nuevos y la tierra nueva comienzan en un
corazón nuevo, renovado por el amor.
REFLEXION PERSONAL
.- ¿Soy consciente de que “hay que
pasar mucho para entrar en el Reino”?
.- ¿Con qué energía e ilusión
colaboro a ese proyecto de cielo nuevo y tierra nueva?
.- ¿Es el amor de Cristo mi
plataforma vital? ¿Siento su urgencia?
DOMINGO MONTERO, OFM Cap.
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