1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 5,12-16
Los Apóstoles hacían muchos signos y
prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los
demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos;
más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían
al Señor.
La gente sacaba a los enfermos a la calle,
y los ponía en catres y camillas, para que al pasar Pedro, su sombra por lo
menos cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudían a Jerusalén
llevando enfermos y poseídos de espíritus inmundos, y todos se curaban.
*** *** *** ***
Nos hallamos ante el tercero de los
“sumarios” del libro de los Hechos. Se trata de tres pasajes (2,42-47; 4,32-35
y 5,12-16) situados en la primera parte del libro (1,12-5,42). En los dos
primeros se subraya la naturaleza y el modo de vida de la comunidad (comunidad
de bienes, asistencia a la instrucción y a la oración y solidaridad fraterna); en
el tercero se destaca la actividad taumatúrgica, capitaneada por Pedro, pero no
limitada a él. En todos ellos se destaca el crecimiento interno (en cohesión) y
externo (en número) de la comunidad, no obstante las reticencias de los
dirigentes judíos. Aún no ha llegado el momento de la “ruptura” con el Israel
oficial, por eso acudían al Templo para las oraciones rituales judías.
2ª Lectura: Apocalipsis 1,9-11a.
12.-13: 17-19
Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la
tribulación, en el reino y en la esperanza en Jesús, estaba desterrado en la
isla de Patmos por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio
de Jesús.
Un domingo caí en éxtasis y oí a mis
espaldas una voz potente, como de trompeta, que decía: Lo que veas escríbela en
un libro, y envíaselo a las siete iglesias de Asia.
Me
volví a ver quién me hablaba y,
al volverme, vi siete siete lámparas de
oro, y en medio de ellas una figura humana, vestida de larga túnica con un
cinturón de oro a la altura del pecho. Al verla caí a sus pies como muerto. Él
puso la mano derecha sobre mí y dijo: No temas: Yo soy el primero y el último,
yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los
siglos.; y tengo las llaves de la Muerte y del Infierno. Escribe, pues, lo que
veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde.
*** *** *** ***
Presentado como “profecía” (Apo 1,3), el
autor se presenta como “profeta”, con rostro fraterno y solidario, desterrado
en Patmos por su testimonio sobre Jesús. La alusión al domingo quizá pueda
sugerir que “el éxtasis” pudo haber tenido lugar en el marco de una celebración
litúrgica. De hecho el sonido de la trompeta remitía a un instrumento cultual
que anunciaba al Señor, que “asciende al
son de trompeta” (Sal 47,6).
El mensaje que se le comunicará tiene como
destinataria a la Iglesia, representada en las siete lámparas de oro, en medio
de la cual se encuentra Cristo. No hay cristología sin eclesiología, y
viceversa: no hay eclesiología sin cristología.
Cristo es representado con símbolos que
apuntan a su condición sacerdotal (larga túnica) y regia (cinturón de oro). Un
Cristo glorioso, por su resurrección (no desaparece la historia de Jesús), juez
de vivos y muertos, que tiene en sus manos las llaves no solo de la eternidad
sino de la historia -“lo que está
sucediendo y lo que va a suceder”-.
El difícil presente eclesial de aquel
entonces necesitaba de una lectura profunda para superar la tentación del
desaliento. También hoy la Iglesia está necesitada de una lectura profunda para
no sucumbir a los problemas externos y a
los pecados de su propia historia.
Evangelio: Juan 20,19-31
Al anochecer de aquel día, el día primero
de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por
miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz
vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el
costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también
os envío yo. Y dicho esto, exhaló su
aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando
vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: ¡Hemos visto al Señor!
Pero él les contestó: Si no veo
en sus manos la señal de los clavos; si no meto el dedo en el agujero de los
clavos y no meto la mano en el costado, no lo creo.
A los ocho días estaban otra vez
dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando cerradas las
puertas, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás: Trae tu
dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente.
Tomás contestó: ¡Señor mío y
Dios mío!
Jesús le dijo: ¿Por qué me has visto has
creído? ¡Dichosos los que crean sin haber visto!
Muchos otros signos, que no
están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se
han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para
que, creyendo, tengáis vida en su nombre”.
*** *** *** ***
El relato consta de tres partes netamente
diferenciadas: a) Una aparición al grupo de los discípulos; b) la escena de
Tomás y c) una conclusión final del evangelista.
La sección a) encuentra similitudes, dentro
de las peculiaridades propias del IV Evangelio, con los testimonios de los
otros evangelistas que narran encuentros de Jesús resucitado con unos
discípulos asustados y recluidos por temor a los judíos. Juan destaca en esta
primera escena aspectos importantes: 1) el Resucitado se identifica y se acredita
desde la muerte en cruz: el Resucitado es el Crucificado. 2) El resucitado es
portador de Paz, de su Paz, que no es como la del mundo, y del Espíritu. 3) La
aparición está orientada a la Misión, no solo a confortar a los discípulos. Y
esa misión es anunciar el perdón de
Dios. Un signo esencial de la evangelización es, según Juan, anunciar y hacer
posible el perdón de Dios.
La sección b) es propia del IV Evangelio.
En ella se dramatiza y personaliza en un discípulo concreto, Tomás, un elemento
común a todos los relatos pospascuales: la duda de los discípulos (cf. Lc 24,
11. 21-27.38; Mc 16,11. 13. 14). Ver REFLEXIÓN PASTORAL.
La sección c), propia también de Juan
aunque con afinidades con Lc 1,4, aporta dos datos interesantes: los
testimonios sobre Jesús en esta obra no son exhaustivos, y la finalidad de la
misma es llevar a la fe en Cristo, y por la fe a la salvación. Este es el
objetivo de toda evangelización.
REFLEXIÓN PASTORAL
Una cosa bien clara dejan los relatos
evangélicos: la resurrección de Jesús no fue una invención de los discípulos;
éstos fueron los primeros y los más sorprendidos. Tal vez por eso quiso Cristo
dedicar cuarenta días a explicar a los suyos este misterio de luz que tanto les
costaba penetrar. ¡Había sido tan real y tan cruel su muerte!
A los dos días de la crucifixión, los
discípulos habían empezado a resignarse ante lo irremediable: dar por perdido a
Jesús y a su causa. Pero Jesús no podía resignarse a esa idea y quiere meterles
por los ojos y por las manos su resurrección, con la paciencia de un maestro
que repite la lección una y otra vez con distintos recursos.
Las apariciones de Jesús no son un jugar al
escondite; son las últimas lecciones del Maestro antes de que los discípulos se abran al mundo con la
insospechada novedad del evangelio. Eso fueron los cuarenta días que siguieron
a la resurrección: una pugna de la luz contra el temor que cegaba los ojos de
los discípulos. Y éste es el contexto del relato evangélico que acabamos de
leer: miedo, retraimiento, desorientación...
La resurrección del Señor no es, y no fue,
una creencia fácil. Y Jesús se hace presente con un saludo -la paz- y una
misión -la paz del perdón en el Espíritu Santo-. Su aparición no es solo para
consolar sino para consolidar la misión que el Padre le encomendó, y que Él
ahora confía a su Iglesia.
Pero faltaba Tomás. No somos comprensivos
con este apóstol. Lo consideramos incrédulo
cuando, en realidad, todos los discípulos habían mostrado el mismo
escepticismo. Fue el primero que dijo “vayamos
y muramos con él” (Jn 11,16).
Tomás es como el hombre moderno que no
cree más que lo que toca; un hombre que vive sin ilusiones; un pesimista audaz
que quiere enfrentarse con el mal, pero no se atreve a creer en el bien. A Tomás
no le bastaban las referencias de terceros, buscaba la experiencia, el
encuentro personal con Cristo. Y Xto. accedió.
Y
de aquel pobre Tomás surgió el acto de fe más hermoso que conocemos: “Señor mío y Dios mío”. Y Tomás arrancó
de Jesús la última bienaventuranza del evangelio: “Dichosos los que crean sin haber visto”. Que no quiere decir dichosos los que crean
sin conocerme, sino dichosos los que sepan reconocer mi presencia en la Palabra
hecha evangelio; hecha alimento y perdón en los sacramentos; hecha comunión
fraterna; hecha sufrimiento humano; pues desde la fe y el amor podemos
contemplarle en las manos y los pies, la carne y los huesos de aquellos que hoy
son la prolongación de su pasión y muerte.
Y es que el resucitado es el crucificado, y
a Xto. resucitado solo se accede por la comprobación de la Cruz. Las llagas de
Cristo, contraídas por nuestro amor, nos ayudan a entender quién es Dios y que
sólo un Dios que nos ama hasta cargar con nuestras heridas y nuestro dolor,
herido y dolorido Él también, es digno de fe.
¡A Cristo resucitado se le afirma en tantos momentos y situaciones del dolor humano…! Tomás nos
dice que las “heridas”, las “llagas”, no son un obstáculo para creer en el Resucitado,
sino más bien la prueba necesaria para no confundir la resurrección con una
idea o una ideología. Tocar las “llagas” con fe y curarlas con misericordia.
Habrá quienes digan: “Si no veo...”; “Brille
vuestra luz...” Porque las dudas
de muchos hombres surgen de la poca fe/luz de muchos cristianos. ¿Por qué
surgen dudas en vuestro interior?
Este segundo domingo de Pascua es también
conocido como “Domingo de la misericordia”, desde que así lo denominara Juan
Pablo II. De la misericordia de Dios con Tomás y con nosotros, pues sus
“heridas”, las de Jesús, nos han curado; pero también de nuestra misericordia con los otros, porque es una llamada a reconocer al Señor en las heridas y dolores de la vida.
Y es particularmente importante recordarlo en este Año de la Misericordia.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué huellas deja en mi vida la fe en Cristo resucitado?
.- ¿Qué huellas deja en mi vida la fe en Cristo resucitado?
.- ¿Soy cristianamente luminoso?
.- ¿Me acerco misericordiosamente
a los “llagados” de la vida?
DOMINGO J. MONTERO, OFMCap.
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