1ª Lectura: Eclesiástico
24,1-4. 12-16
La Sabiduría hace su
propio elogio, se gloría en medio de su pueblo. Abre la boca en la asamblea del
Altísimo y se gloría delante de sus Potestades. En medio de su pueblo será
ensalzada y admirada en la congregación plena de los santos; y recibirá
alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos.
Entonces el Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada:
Habita en Jacob, sea Israel tu heredad. Desde el principio, antes de los
siglos, me creó, y no cesaré jamás. En la santa morada, en su presencia ofrecí
culto y en Sión me estableció; en la ciudad escogida me hizo descansar, en
Jerusalén reside mi poder. Eché raíces en un pueblo glorioso, en la porción del
Señor, en su heredad.
*** *** ***
El texto pertenece a
lo que se considera el capítulo central del libro del Eclesiástico. Es la
cumbre de la reflexión veterotestamentaria sobre la Sabiduría de Dios. Una
Sabiduría que hunde sus raíces en la historia y geografía humanas. Y es en la
Navidad de Jesús donde se revela ese
enraizamiento de Dios, de su Sabiduría. Una Sabiduría paradójica,
manifestada en la humildad de Belén y en la locura de la Cruz.
2ª Lectura: Efesios 1,3-6.
15-18
Bendito sea el Dios
y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo en Cristo con toda clase
de bendiciones espirituales, en el cielo. Ya que en Él nos eligió, antes de la
creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia,
por amor. Nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo, conforme a
su agrado; para alabanza de la gloria de su gracia, de la que nos colmó en el
Amado. Por lo que yo, que he oído hablar de vuestra fe en Cristo, no ceso de
dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de
nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y
de revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que
comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama y cuál la riqueza de gloria
que da en la herencia a los santos.
*** *** ***
Cristo no es solo la
encarnación de la Sabiduría de Dios, sino que también encarna su Bendición. En
Él hemos sido elegidos para ser santos, y predestinados a ser sus hijos
adoptivos. Una “adopción” que no rebaja la calidad de la filiación sino que la
revalida (cf Jn 1,13). En el mundo greco-romano la filiación meramente natural,
para gozar de legitimidad legal, necesitaba el reconocimiento oficial de la
adopción. El cristiano debe ser consciente de ello, de que ha sido reconocido,
adoptado por Dios como hijo.
Evangelio: Juan 1,1-18
En el principio ya
existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La
Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo
todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había
vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la
tiniebla no la recibió…
La Palabra era la
luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y
los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser
hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor
carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y acampó
entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del
Padre, lleno de gracia y de verdad….
*** *** ***
En el prólogo del IV
Evangelio halla su plenitud la reflexión sapiencial sobre la Sabiduría de Dios.
Hasta donde no llegó el pensamiento humano, porque no podía llegar, llegó la
iniciativa del amor de Dios. En el nacimiento de Jesucristo se ha manifestado
en plenitud la revelación de la Bendición de Dios. Jesús es el HOY exhaustivo
de Dios (cf. Heb 1,1-2). Y en su nacimiento, hemos nacido como hijos de Dios.
REFLEXIÓN PASTORAL
Además
y por encima de la escenografía tradicional de reyes y pastores, ángeles y
estrellas, la Navidad tiene un contenido muy preciso: el misterio, que es buena
nueva, de la presencia de Dios entre los hombres, para los hombres y por los
hombres.
La formulación del misterio de la Navidad
en el NT es muy plural. Estamos habituados y solemos privilegiar las
formulaciones “narrativas” de los evangelios de san Mateo y de san Lucas, pero no son las únicas. Hay
otras, que podríamos calificar de “kerigmáticas”, de gran densidad teológica,
que no pueden ser ignoradas.
Una de ellas es la que presenta el
evangelio de este domingo segundo de Navidad: el Prólogo del Evangelio de san
Juan. Pero no es el único testimonio. También en los escritos paulinos se
encuentran referencias y ecos del misterio navideño. Así, en la carta a los
Gálatas Pablo define a la Navidad como “plenitud
de los tiempos”, además de hablar de la “mujer” de la Navidad (Gál 4,4). Y
en el himno de la carta a los Filipenses se encuentra una emocionada evocación
navideña, al celebrar la decisión del Hijo de Dios de hacerse hombre (Flp
2,6-11).
Por su parte, en la carta a los Hebreos se
apunta al “hoy” de Dios, presentando a la Navidad como el inicio de ese “hoy”
en el que Dios “nos ha hablado por medio
del Hijo” (Heb 1,2). Incluso en el libro del Apocalipsis se habla de una
navidad eclesial, tipificada en la Mujer encinta “que dio a luz un Hijo varón, que ha de regir a todas las naciones”
(Ap 12,1-6). De una lectura meditada de estos y otros testimonios se desprende una
comprensión enriquecida y enriquecedora de este misterio.
La Navidad nos habla de “presencia”
salvadora (Jn 1,14)); de “entrega” redentora (Flp 2,6ss); de “bendición”
universal (Ef 1,3); de “luz” que brilla en la oscuridad (Jn 1,5); de plenitud de
la verdad y de la vida (Jn 1,9; de palabra definitiva de Dios (Heb 1,2); de
alumbramiento exhaustivo del amor divino (Jn 3,17).
Y nos recuerda que todo eso no ha sido
porque sí, sino por nosotros. De ahí que al celebrar la Navidad debemos
sentirnos implicados en esa aventura de Dios. El “nacimiento” del hijo de Dios
es para que nosotros renazcamos como hijos de Dios. La Navidad no puede
aislarse. La celebración navideña debe ayudarnos a redescubrir, cada vez con
mayor profundidad nuestra condición de hijos de Dios, que ha derramado sobre
nosotros el Espíritu de su Hijo para que podamos decir con verdad ¡Padre! (Gál
4,6)
Este es el gran contenido de la Navidad:
Saber y sentir a Dios con nosotros y por nosotros. Sentirle Padre y sentirnos
hijos. Y la gran pregunta es: Si Dios está con nosotros, ¿nosotros con quien
estamos? Si Dios es nuestro Padre, ¿nos vivimos como hermanos? Lo sabremos si
“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de
nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los que sufren, son a la vez
gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué resonancias provoca en mí
el nacimiento del Hijo de Dios?
.- ¿Me lleva a profundizar mi
filiación divina y mi fraternidad humana?
.- ¿Me acerca a Dios y me hace
sentirle cerca?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
OFMCap.
No hay comentarios:
Publicar un comentario