1ª Lectura: 1 Samuel 3,3b-10.19
En aquellos días, Samuel estaba acostado en
el templo, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel y él
respondió: Aquí estoy. Fue corriendo a
donde estaba Elí y le dijo: Aquí estoy; vengo porque me has llamado.
Respondió Elí: No te he llamado; vuelve a
acostarte.
Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar
el Señor a Samuel. Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: Aquí
estoy, vengo porque me has llamado.
Respondió Elí: No te he llamado, vuelve a
acostarte.
Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le
había sido revelada la palabra del Señor. Por tercera vez llamó el Señor a
Samuel y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: Aquí estoy; vengo porque me
has llamado.
Elí comprendió que era el Señor quien
llamaba al muchacho y dijo a Samuel: Anda, acuéstate; y si te llama alguien,
responde: Habla, Señor, que tu siervo te escucha.
Samuel fue y se acostó en su sitio. El
Señor se presentó y le llamó como antes: ¡Samuel, Samuel!
Él respondió: Habla, Señor, que tu siervo
te escucha.
Samuel crecía, Dios estaba con él, y
ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.
*** *** *** ***
Consagrado por su madre, Ana, como
servidor del santuario (1 Sam1, 28) , Samuel es ahora constituido profeta del
Señor y por el Señor (1 Sam 3,20). Aunque históricamente no es fácil determinar
el momento preciso en que surge el profetismo en Israel, el autor ha querido
subrayar la importancia de Samuel para dicho movimiento. Cuando el Cielo
permanecía silencioso y escaseaban las visiones, Dios abre con Samuel un
diálogo personal y eficaz. Es importante subrayar que es la Palabra la que
busca y hace al profeta; éste está llamado a ser solo un servidor fiel de la
misma.
2ª Lectura: 1 Corintios
6,13c-15a. 17-20
Hermanos:
El cuerpo no es para la fornicación, sino
para el Señor; y el Señor para el cuerpo. Dios, con su poder, resucitó al Señor
y nos resucitará también a nosotros. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son
miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él. Huid de la
fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre, queda fuera de su cuerpo.
Pero el que fornica, peca en su propio cuerpo. ¿O es que no sabéis que vuestro
cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros porque lo habéis
recibido de Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un
precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!
*** *** *** ***
El texto escogido se halla en la primera
sección de la carta, en la que Pablo denuncia deficiencias importantes en la
vida de la comunidad cristiana de Corinto: no se trata de paganos, sino de
cristianos. Algunos corintios confundían la libertad cristiana con una patente
de libertinaje. Quizá se apoyaban en alguna expresión extrapolada y
tergiversada del propio Pablo (1 Cor 6,12). La libertad cristiana tiene un
límite, que no es una limitación, sino un horizonte: Cristo. Pablo reivindica
la fidelidad y la dignidad del matrimonio cristiano, donde se produce una
comunión tan íntima que ya no son dos sino un solo cuerpo (Gén 2,24; Mt 19,6).
Y, además, revela la dignidad de la persona como espacio sagrado, habitado por
el Espíritu Santo, que no puede ser profanado. El cuerpo, la persona, es una
realidad sagrada llamada a dar gloria a Dios.
Evangelio: Juan 1,35-42
En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus
discípulos y fijándose en Jesús que pasaba, dijo: Este es el cordero de Dios.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y
siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les preguntó: ¿Qué
buscáis?
Ellos le contestaron: Rabí (que significa
Maestro), ¿dónde vives?
Él les dijo: Venid y lo veréis.
Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se
quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de
los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano
Simón y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó
a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan;
tú te llamarás Cefas (que significa Pedro).
*** *** *** ***
El IV Evangelio tiene un modo peculiar de
presentar la llamada de Jesús a sus primeros discípulos. Más que de “llamada”
de Jesús parece tratarse de un “descubrimiento” de los discípulos. Algo que
parece inverosímil en este primer momento -no sabían ni donde vivía-. El
evangelista, seguramente, traslada a este primer encuentro lo que a la luz de
la Pascua y del Espíritu los discípulos fueron descubriendo en Jesús: el
Maestro y el Mesías. La pregunta de Jesús sigue abierta -¿Qué buscáis?-, también la pregunta de los discípulos -¿Dónde vives?-, así como la respuesta de
Jesús -Venid y lo veréis-. Esta
escena muestra el tránsito de Juan a Jesús, de la Voz a la Palabra, de la Ley y
los Profetas al Evangelio. El descubrimiento de Jesús se convierte en urgencia
de testimonio.
REFLEXIÓN PASTORAL
A una sociedad y a un mundo como el
nuestro, cada vez menos sensibilizado para oír otras voces que no sean las
propias; bombardeado por mensajes utilitaristas, hedonistas y hasta belicistas;
cada vez menos habituado a oír hablar de Dios y, sobre todo, cada vez menos
habituado a oír hablar a Dios y a hablar con Él; a una sociedad así, puede
resultarle sorprendente y hasta ingenua la frescura y diafanidad de un relato
como el de la primera lectura: ese ir de acá para allá del pequeño Samuel,
buscando, sin identificar bien, la voz que le hablaba.
Como también a una sociedad y a un mundo
como el nuestro pueden sorprenderle las reflexiones que san Pablo hace sobre el
cuerpo humano y su dignidad (dada la visión distorsionada que hoy se tiene de
esa realidad) y sobre la fidelidad matrimonial (dado el transfuguismo existente
en esa materia).
A nosotros creyentes, no deberían
sorprendernos. Aunque, a lo peor, también nos sorprenden, porque hemos perdido
sensibilidad cristiana para percibir la voz de Dios en la vida y para valorar
cristianamente la realidad.
Es necesario sintonizar con Dios, ponernos
en su onda, hacer una selección de frecuencias en el dial de nuestra vida para
captar la emisora de Dios, su voz, sin interferencias. Porque hay
interferencias. Pero Dios habla; es personalmente la Palabra, hecha lenguaje
humano en la Sagrada Escritura, hecha hombre en Jesucristo, hecha vida en los
sacramentos, hecha urgencia y clamor en las necesidades humanas... ¡Dios habla
desde las diversas situaciones de la vida! La vida es una palabra de Dios.
Dios sigue saliendo en búsqueda del
hombre, haciéndose el encontradizo en sus caminos, para preguntar, como Jesús
en el evangelio de hoy, “¿Qué buscáis?”.
En la vida, en la familia, en el trabajo, en la iglesia... “¿Qué buscáis?”.
Una pregunta dirigida también a los que
nos reunimos para celebrar la eucaristía; una pregunta que puede ayudarnos a
examinar los motivos de nuestra vida y de nuestros afanes.
Quizá, nunca como hoy, el hombre ha
desarrollado y potenciado tanto la investigación y la búsqueda. Las cantidades
y energías destinadas a este fin son enormes. Aunque un detenido examen de esas
partidas nos llevaría a la triste conclusión de que es la capacidad
destructiva, el armamento, la que más dinero y energías acapara.
También el hombre es objeto de
investigación y de búsqueda por parte de la ciencia y de la técnica... Pero la
realidad, la verdad del hombre no se ilumina solo desde ahí. En él hay una
porción divina, imagen y semejanza de Dios, que es el fundamento de su dignidad
y grandeza.
“¿No
sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?”. Toda agresión al
hombre, desde la manipulación genética hasta la distorsión erótica, toda
injusticia y olvido del hombre es un pecado contra el Espíritu Santo, es una
violación de ese templo.
“¿Qué
buscáis?... Venid y lo veréis”. Solo en la ruta y en la compañía de Jesús
encontraremos una respuesta salvadora. Él es el Camino, la Verdad, la Vida (Jn
14,6).
Pero
el encuentro con Jesús no es el final del camino, sino el inicio de un nuevo
camino: el del testimonio. El descubrimiento de Cristo, el encuentro con
Cristo, hay que compartirlo, hay que comunicarlo. Es lo que hizo Andrés: “Hemos encontrado al Mesías”.
¿Por qué nos falta a muchos creyentes el
testimonio gozoso de nuestra fe? ¿Por qué no vivimos nuestra fe con gozo?
La espiritualidad bíblica es
esencialmente “auditiva” y
“contemplativa”. “Escucha…”
(Dt 6,4); “escuchad” (Mt 13,18) es
una de las advertencias más frecuentes.
¿Y qué es escuchar? Es más que el
mero ejercicio físico de oír. Escuchar es un ejercicio del alma; hay que abrir
sus puertas para acoger e interiorizar la palabra. La escucha implica el
hospedaje de la palabra de Dios, alojarla en el corazón; por eso es un acto de
amor. Lo dijo Jesús: “El que me ama
guardará mi palabra”(Jn 14,23). No solo cumplirla, sino convertirla en
criterio interior, en memoria perpetua.
Hay oyentes periféricos y olvidadizos.
Los identifica la carta de Santiago (1,19-25), y Jesús les equipara a
constructores de inconsistencias, que edifican sobre arena (Mt 7, 26-27).
Escuchar requiere mantener bien
orientadas las antenas del espíritu para percibir los mensajes, muchas veces
cifrados, que Dios envía (Mt 25,37ss).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué busco yo en la vida?
.- ¿Tengo conciencia de ser
templo del Espíritu Santo?
.- ¿Sé percibir los mensajes
cifrados que Dios me envía?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
OFMCap.
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