jueves, 5 de diciembre de 2013

II DOMINGO DE ADVIENTO: SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA


 1ª Lectura: Génesis 3,9-15

    Después que Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó: ¿Dónde estás?
    El contestó: Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.
    El Señor le replicó: ¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?
    Adán respondió: La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí.
    El Señor dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho?
    Ella respondió: La serpiente me engañó y comí.
    El Señor Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras en el talón.
    El hombre llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.

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    Creado “a imagen y semejanza” de Dios, el pecado no pertenece a la estructura original del hombre. El relato del Génesis nos dice que el pecado fue “originado” por el hombre, y ese pecado quebró, pero no anuló, el proyecto original de Dios. Pecando, el hombre se situó de espaldas a Dios, se escondió de él; pero Dio no le dio la espalda, sino que le buscó y quiso saber el porqué de aquel error, que se convertiría en “origen”  de no pocos “dolores” de su vida. Pero en la misma caída  Dios siembra una esperanza, una promesa: de la estirpe de la mujer nacerá la salvación. De ahí que este texto del Génesis sea designado como proto-evangelio Muchos Padres de la Iglesia han hecho de este relato una doble lectura: cristológica -la estirpe, Cristo- y mariológica -el pie que pisa la cabeza de la serpiente, María-. Esta  lectura es la que aparece en diversas imágenes de la Virgen María: la Inmaculada, la Milagrosa…


2ª Lectura: Romanos 15,4-9

    Hermanos:
   Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, como es propio de cristianos, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
    En una palabra, acogeos mutuamente como Cristo os ha acogido para gloria de Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas, y, por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia. Así dice la Escritura: Te alabaré en medio de los gentiles y cantaré a tu nombre.

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    En la solemnidad de la Inmaculada se prescribe la lectura de este texto, original de la liturgia del 2º Domingo de Adviento. Pertenece al final de la parte exhortativa de la Carta. San Pablo amonesta a los cristianos, en su mayor parte provenientes del mundo pagano, a considerar las Escrituras como guía espiritual y criterio de vida. A profundizar la comunión, para orar a Dios con un solo corazón. A acoger al otro como cada uno ha sido acogido por Dios en Cristo. Dios no discrimina: la elección en otro tiempo del pueblo judío no supuso la exclusión de los gentiles; y la apertura ahora del Evangelio a los gentiles no opaca ni anula esa fidelidad de Dios respecto de Israel. Cristo nos lo revela con claridad: él ha venido a derribar el muro de separación (Ef 2, 14).

Evangelio: Lucas 1,26-38

    En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
    El ángel, entrando a su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres.
    Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél.
    El ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.
    Y María dijo al ángel: ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?
    El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.
    María contestó: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
    Y el ángel se retiró.

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    “Llena de gracia” traduce mejor que “Inmaculada” la singularidad de María, por qué es “bendita entre todas las mujeres”. María no es solo una existencia “vacía” de pecado, sino una existencia “llena de gracia”.  El relato de la Anunciación conecta con el proto-evangelio del Génesis (1ª lectura): en él se cumple la promesa de la estirpe salvadora, el nuevo linaje que nacerá de María, la nueva Eva. Como dicen los Padre de la Iglesia: si por la desobediencia de Eva vino el pecado, por la obediencia de María vino la salvación. Ella es la puerta humilde por la que Dios entró en el mundo y regeneró al hombre. Por la obediencia de María quedó otra vez abierto y expedito el camino hacia el árbol de la vida (Gen 3,24).



REFLEXIÓN PASTORAL

    En el centro del Adviento, como razón y estímulo de esperanza, aparece la fiesta de la Inmaculada. En ella celebramos la realización en María de la obra redentora de Cristo de una manera del todo particular: ser preservada de toda mancha de pecado desde el primer instante de su ser. Un hecho que hunde sus raíces en los amorosos y providentes designios de Dios.
    La que iba a ser la sede física del Hijo de Dios, la vida de quien iba a recibir la vida del Hijo de Dios, la carne en que iba a encarnarse el Hijo de Dios debía ser inmaculada. Sería pobre, humilde…, pero de una transparencia y luminosidad celestiales. María fue un capricho de Dios. “Dios pudo hacerlo, fue conveniente hacerlo, luego lo hizo”, es la síntesis de la argumentación teológica del gran defensor de la Inmaculada, el franciscano beato Juan Duns Escoto.
    Pero eso no fue un hecho discriminante para los demás: el privilegio de María no ofende, sino que estimula. Ella es “el orgullo de nuestra raza”.
    Contemplar a una criatura así es constatar que Dios se ha comprometido en una nueva creación. Y María es un avance profético. El misterio de la Inmaculada no nos excluye, nos incluye en él. Porque lo que aconteció en ella de manera singular -verse libre del pecado- es posible también para nosotros. La misma gracia que obró en ella, la gracia de Cristo, obra en nosotros. A ella preservándola; a nosotros perdonándonos (Ef 1,3-5).
    Y no conviene olvidar algo fundamental: “Inmaculada” no es solo un título que se refiera solo al momento de su concepción; María fue “inmaculada”, “llena de gracia” en toda su vida, una vida de fiel y responsable obediencia al designio de Dios.
    Pero hay otro aspecto que no debe ser silenciado. En una sociedad donde aflora el desencanto y hasta el hastío, la fiesta de la Inmaculada lanza un reto: la necesidad de mirar al cielo, de dar luminosidad y transcendencia a nuestra mirada, de superar esa ley de la gravedad que tira de nosotros siempre hacia abajo.
    Frente a tanta corrupción e irresponsabilidad, la fiesta de la Inmaculada significa una invitación a creer y a vivir nuestra llamada a la dignidad personal, a ser santos e irreprochables por el amor. No estamos solos, la Inmaculada, está con nosotros.
    Quizá nos falte inspiración para idear un mundo mejor porque no nos inspiramos en María. Frente a tantos modelos inconsistentes y banales, esgrimidos por una publicidad política y comercial, instrumentalizadora y degradante del hombre y de la mujer, Dios nos ha presentado una alternativa, María. Quien eleva sus ojos y su corazón a ella, eleva consigo la realidad en que vive.
Que María, la “llena de gracia”, nos ayude a vivir en la gracia de Dios, para ser, como recordaba san Pablo a los Efesios, “alabanza de su gloria” (1,6); para proclamar también con voz propia, “las grandezas del Señor”, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en nosotros.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Agradezco y celebro el proyecto original de Dios sobre mi vida?
.- ¿Me ilusiona y motiva ser hijo de Dios?
.- ¿Qué resonancias suscita en mi vida la celebración de esta fiesta?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.



            

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