1ª Lectura: Apocalipsis 11, 19a; 12,1-6a.
10ab
Se
abrieron las puertas del templo celeste de Dios y dentro se vio el Arca de la
Alianza. Hubo rayos y truenos y un terremoto: una tormenta formidable.
Después apareció una figura portentosa en el cielo: Una mujer vestida
del sol, la luna por pedestal, coronada de doce estrellas. Estaba encinta, le
llegó la hora y gritaba entre los espasmos del parto.
Apareció otro portento en el cielo: Un enorme dragón rojo, con siete
cabeza y diez cuernos y siete diademas en las cabezas. Con la cola barrió del
cielo un tercio de las estrellas, arrojándolas a la tierra.
El
dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz dispuesto a tragarse al
niño en cuanto naciera. Dio a luz un varón, destinado a gobernar con vara de
hierro a los pueblos. Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios.
Mientras tanto la mujer escapaba al desierto.
Se
oyó una gran voz en el cielo: Ya llega la victoria, el poder y el reino de
nuestro Dios, y el mando de su Mesías.
*** *** *** ***
En
un lenguaje ribeteado de elementos propios de la literatura apocalíptica y de
sugerencias y simbología veterotestamentaria, el vidente de Patmos presenta el
desarrollo de la historia de la salvación: el plan del Señor subsiste por
siempre, a pesar de las adversidades. Ocurrió ya en el antiguo Israel, del que
nació el Mesías. Ocurrió con Cristo: crucificado y resucitado, y ocurre con la
Iglesia, la mujer que da a luz al Señor con su testimonio y que hace la travesía en medio de las dificultades del "desierto". Es, pues, un texto eclesial cargado de esperanza y de estímulo para la fidelidad en el combate. En la
fiesta de Asunción de María, la liturgia quiere ver en esa figura de mujer "vestida del sol, la luna por pedestal, coronada de doce estrellas" a
María, que nos dio a Jesús como garantía de salvación, y glorificada por su
fidelidad.
2ª
Lectura: I Corintios 15,20-26
Hermanos:
Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto. Si por un
hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán
murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto;
primero Cristo como primicia; después, cuando él vuelva, todos los cristianos;
después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez
aniquilado todo principado, poder y fuerza.
Cristo tiene que reinar hasta que Dios “haga a sus enemigos estrado de
sus pies”. Porque dice la Escritura: “Dios ha sometido todo bajo sus pies”.
*** *** *** ***
San
Pablo proclama a Cristo resucitado como garantía y primicia del triunfo de sus
seguidores. La Asunción de María es ya un avance solemne del cumplimiento de
esa promesa. Cristo no defrauda.
Evangelio: Lucas 1,39-56
En aquellos días, María se puso en camino y
fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y
saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el
saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu
Santo y dijo a voz en grito:
¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el
fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En
cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
¿Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
María dijo:
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se
alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su
esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es
santo. Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
El hace proezas con su brazo: dispersa a
los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide
vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de
la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán
y su descendencia para siempre.
María se quedó en casa de Isabel unos tres
meses y después volvió a su casa.
*** *** *** ***
En esta fiesta hallan pleno cumplimiento
las palabras de María. Hoy todos la felicitamos, porque ha creído. El canto del
Magnificat es el credo de María en un Dios volcado hacia los humildes,
misericordioso y sensible frente a las injusticias de los hombres. Un Dios
humano y humanizador. Un Dios con una clara vocación por elevar a los humildes.
REFLEXIÓN PASTORAL
"La solemnidad del 15 de agosto
celebra la gloriosa Asunción de María al cielo : fiesta de su destino de
plenitud y bienaventuranza , de la glorificación de su alma inmaculada y de su
cuerpo virginal , de su perfecta configuración con Cristo resucitado ; una
fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora
prenda del cumplimiento de la esperanza final ; pues dicha glorificación plena
es el destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos , teniendo en común con
ellos la carne y la sangre . Por eso la Iglesia admira y ensalza a María como
el fruto más espléndido de la redención y la contempla como una imagen de lo
que ella misma, toda entera, espera y ansía ser" (Pablo VI).
La Asunción de María significa el
triunfo de la fe. La prueba de que Cristo no defrauda. "El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará el que me haya
servido" (Jn 12,26).
Nadie ha seguido tan de cerca la ruta de Jesús como su madre; desde el “fiat” pronunciado ante el Ángel y desde que le dio a luz en la pobreza de Belén hasta que le presentó al Padre roto en la cruz, María fue “seguidora” y “servidora” del Señor, virgen fiel y madre de dolores. Por eso también le ha seguido, la primera, en el camino de la glorificación. Es la primera lección: Cristo no defrauda; su ruta conduce a la salvación. Pero hay que seguirla; María es la prueba.
Nadie ha seguido tan de cerca la ruta de Jesús como su madre; desde el “fiat” pronunciado ante el Ángel y desde que le dio a luz en la pobreza de Belén hasta que le presentó al Padre roto en la cruz, María fue “seguidora” y “servidora” del Señor, virgen fiel y madre de dolores. Por eso también le ha seguido, la primera, en el camino de la glorificación. Es la primera lección: Cristo no defrauda; su ruta conduce a la salvación. Pero hay que seguirla; María es la prueba.
Pero hay otro aspecto a destacar en
esta celebración. En una sociedad donde aflora el desencanto, el cansancio, la
insatisfacción por la inadecuación entre los esfuerzos que se imponen y los
resultados que se obtienen, entre las promesas y las realidades, la fiesta de
hoy nos lanza un reto: proclama la necesidad de mirar al cielo, de dar trascendencia
a nuestra vida, de superar esa ley de gravedad que tira siempre de nosotros
hacia abajo, recordándonos que nuestro
destino no es arrastrarnos por la tierra
con la muerte por horizonte límite. Nos
descubre la meta, el cielo, que no
descalifica ni devalúa nuestro caminar humano, sino que lo clarifica, para no
confundir con metas definitivas lo que solo son etapas de la ruta.
Nos dice que la última palabra la
tiene Dios, y que es una palabra de vida; y nos descubre una tarea: ir
ascensionando, elevando, dando altura a nuestra vida personal y a la realidad
que nos rodea, despojándonos de ese lastre que nos impide caminar como
auténticos discípulos del Señor.
Hoy se cumple la profecía del
Magnificat: "Me felicitarán todas
las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí". Y
también aquellas palabras de Isabel: “Dichosa tú, que has creído”.
Como
buenos hijos, congratulémonos con el triunfo de María, nuestra madre, pero
también, como hijos, escuchemos sus palabras: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5) y sigamos su ejemplo.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Aporta esta celebración esperanza a mi vida?
.- ¿Vivo con gratitud la vocación cristiana?
.- ¿Colaboro a elevar la calidad de vida de mi entorno?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap
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