1ª Lectura: Sabiduría 18, 6-9
Aquella noche se les anunció de antemano a nuestros padres, para que
tuvieran ánimo al conocer con certeza las promesas de que se fiaban. Tu pueblo
esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables. Pues
con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas llamándonos a ti.
Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y de
común acuerdo se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían
solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos
tradicionales.
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Estos versículos son el recuerdo de una noche, ya preanunciada a los
Patriarcas (cf. Gn15,13-14; 46,3-4), y que simbolizó la salvación de un pueblo
oprimido: la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. El texto subraya
la actitud vigilante y creyente del pueblo, entregado a la oración y a la
celebración de la Pascua, culminada en un pacto de fraternidad solidaria. El
autor imagina aquella primera Pascua desde los esquemas posteriores de
celebración, en que se cantaba el Ha-lel (Sl 113-118). La liturgia cristiana
evocará también esa noche en la celebración de la Vigilia pascual.
2ª
Lectura: Hebreos 11,1-2. 8-19
Hermanos:
La
fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. Por su fe
fueron recordados los antiguos.
Por
fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en
heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra
prometida, habitando en tiendas -y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la
misma promesa- mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto
y constructor iba a ser Dios.
Por
fe también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar
un linaje, porque se fió de la promesa. Y así, de una persona, y esa estéril,
nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena
incontable de las playas. Con fe murieron todos estos, sin haber recibido la
tierra prometida; pero viéndola y saludándola de lejos, confesando que eran
huéspedes y peregrinos en la tierra.
Es
claro que los que así hablan, están buscando una patria; pues si añoraban la
patria de donde habían salido, estaban a tiempo de volver. Pero ansiaban una
patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios:
porque les tenía preparada una ciudad.
Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a
Isaac: y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del
cual le había dicho Dios: “Isaac continuará tu descendencia”. Pero Abrahán
pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así recobró a Isaac
como figura del futuro.
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El
cap. 11 de la Carta a los Hebreos es un canto a la fe y una historia de fe.
Desde esa clave hace una lectura de todos los personajes emblemáticos del AT.,
desde Abel hasta David y los profetas. Una fe que desarraiga a Abrahán,
convirtiéndole en peregrino de la promesa. Una fe que hace fecunda a Sara, a
pesar de su ancianidad. Una fe que le llevó a Abrahán a confiar en la promesa
de Dios más allá de la misma promesa. El sacrificio de Isaac es la prueba de la
fe, y prueba de que la fe no defrauda (cf. Rom 10,11). Una fe que encuentra su
plenitud en Jesús, “el que inicia y
consuma la fe” (Hb 12,2).
Evangelio: Lucas 12,32-48
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No temas, pequeño rebaño, porque
vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad
limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el
cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está
vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Tened
ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que
aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela. Os
aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y si
llega entrada la noche o de madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le
dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora
que menos penséis, viene el Hijo del Hombre”.
Pedro le preguntó: “Señor, ¿has dicho esta parábola por nosotros o por
todos?”.
El
Señor le respondió: “¿Quién es el administrador fiel y solícito a quién el amo
ha puesto al frente de su servidumbre para que le reparta la ración a sus
horas? Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentre portándose así.
Os aseguro que lo pondrá al frente de sus bienes. Pero si el empleado piensa:
`Mi amo tarda en llegar´, y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a
comer y a beber y emborracharse; llegará el amo de ese criado el día y a la
hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándole a la pena de los que no
son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a
ponerlo por obra, recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo
digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá;
al que mucho se le confió, más se le exigirá”.
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Dos
ideas fundamentales resalta esta catequesis de Jesús a los discípulos: 1) Desde
la confianza de la herencia del Reino, les invita a la liberación de los
bienes. El corazón del discípulo debe estar liberado y puesto en el Reino de
Dios. 2) La vigilancia responsable. La espera del
Señor no permite distracciones.
Ante la pregunta de Pedro sobre los destinatarios de sus palabras, Jesús
explicita en qué consiste la vigilancia responsable. Y advierte que ser llamado
a ese servicio de gobierno se convierte en fuente de mayor exigencia. Entre los
discípulos los cargos no son para medrar sino para “repartir la ración a sus horas”; para ejercitar el ministerio
recibido con fidelidad y solicitud.
REFLEXIÓN PASTORAL
Situados
en el centro del verano, cuando todo parece invitar a la relajación y a bajar
un poco la guardia en el cumplimiento de nuestros deberes cristianos, no está
de más la urgente advertencia de Jesús: “Velad…;
estad preparados”.
El descanso, no el paro, es un don
de Dios, una bendición divina, un derecho inherente a la dignidad y vocación
del hombre, como lo es también el trabajo. El problema reside en cómo
interpretar ese descanso; que no consiste en no hacer nada, ni en una evasión
superficial y consumista, sino más bien en cultivar aquellas dimensiones de
nuestra propia interioridad que responden a las exigencias más íntimas, sin la
presión de un horario laboral rígido.
En tanto que en el trabajo
profesional, especialmente el mecánico y técnico, el hombre aparece
teledirigido desde fuera, en las actividades del tiempo libre es el hombre
quien desde sí crea y se recrea actualizando su libertad e interioridad. Urgido
por tantas ocupaciones, en el período de vacaciones, el hombre debe
reencontrarse consigo mismo: cultivarse y potenciar su personalidad; debe
también reencontrarse con su entorno: personas y cosas desde una perspectiva
más festiva, cordial y desinteresada. Y, sobre todo, debe reencontrarse con
Dios.
El tiempo de vacaciones no debe ser
un tiempo de rebajas en nuestra vivencia religiosa. No puede constituir un
paréntesis, sino un capítulo más de nuestra vida. No puede haber carpetazo para
los valores del espíritu, ni puede irse por la borda lo más sagrado, nuestras
propias convicciones, nuestras actitudes religiosas… Dios debe seguir ocupando
el centro de nuestro tiempo, y no el tiempo que nos sobra. Sepamos vivir el
descanso no solo como tiempo de ocio, sino como tiempo de gracia.
“Velad”,
es la invitación que hoy nos dirige el Señor. Estamos en un tiempo donde es
especialmente urgente la vigilancia y la clarividencia. La conciencia moral y
religiosa está siendo sistemática y sutilmente embotada, cuando no
descaradamente acosada.
Frente a todo esto, la Palabra de Dios nos
recuerda que la “fe es seguridad de lo
que se espera y prueba de lo que no se ve”. Por eso el creyente es audaz,
valiente y alegre. Sabe de quien se ha fiado (2 Tim 1,12), y que aunque a los
ojos de los hombres su existencia no sea comprendida, Dios, que ve en lo
escondido, le recompensará (Mt 6,4) . Por eso, el creyente auténtico no duda,
no es pusilánime ni ambiguo.
Miremos el ejemplo de Abrahán: de la
estabilidad al peregrinaje; de la seguridad de unos bienes poseídos a la
inseguridad de una tierra sólo prometida. Cuando todo le hablaba de
imposibilidad, recibe la promesa de una descendencia. Su última prueba: creer
en la palabra de Dios por encima de la muerte. Ha de sacrificar al hijo de la
esperanza, a Isaac, y no retrocede. Sabe de la fidelidad de Dios y de la
misteriosidad de sus planes. Algo humanamente ininteligible, pero todo es
posible al que cree. Y aquí es donde el cristiano desconcierta, porque sus
certezas provienen no de lo inmediato y
mutable, sino de Dios.
¿Qué espacios concedemos a la fe en
nuestra vida? ¿Nos fiamos plenamente de Dios, o más bien organizamos nuestra
vida en plan de por si acaso? No nos engañemos. Dios no es un recurso en última
instancia. Debe presidir y polarizar nuestra existencia; sólo así podremos ser
reconocidos por Él.
“Yo amo a Jesús, que nos dijo: cielo
y tierra pasarán.
Cuando cielo y tierra pasen mi
palabra quedará.
¿Cuál fue, Jesús, tu palabra? ¿Amor?
¿Perdón? ¿Caridad?
Todas tus palabras fueron una
palabra: Velad” (A. Machado).
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Desde qué claves vivo la vida? ¿Desde
claves de fe?
.- ¿El verano “rebaja” o “relaja” mi tono
cristiano?
.- ¿Soy descanso para los demás?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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