miércoles, 28 de agosto de 2013

DOMINGO XXII -C-


 1ª Lectura: Eclesiástico 3,19-21. 30-31

    Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes. No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta. El sabio aprecia las sentencias de los sabios; el oído atento a la sabiduría se alegrará.


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    En esta instrucción se recomienda la humildad, no la humillación, que permite una vida serena y alcanza el favor de Dios que “enaltece a los humildes” (Lc 1,52). Y advierte de la conveniencia de discernir los comportamientos. La herida del cínico es peligrosa porque procede de una raíz dañada, de un corazón torcido.


2ª  Lectura: Hebreos 12,18-19. 22-24a

   Hermanos:
   Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni habéis oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que no les siguiera hablando.
    Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a la asamblea de innumerables ángeles, a la congregación de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús.


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    El texto habla de las dos Alianzas, la protagonizada por Moisés y la protagonizada por Jesús, destacando la superioridad y el carácter definitivo de la segunda, la Nueva en contraposición a la Vieja. La primera tuvo su patria y su promesa en la Tierra, la segunda tiene su patria y su promesa en el Cielo. Caer en la cuenta de ser miembros de esta nueva Alianza exige vivir en permanente gratitud y guardarse de “rechazar al que os habla… y ofrecer a Dios un culto que le sea grato” (Heb 12, 25.28).


Evangelio: Lucas 14,1. 7-14



    Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando.
     Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo:
     “Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: ` Cédele el puesto a este ´. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
      Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: ` Amigo, sube más arriba ´. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
      Y dijo al que le había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.

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     La escena presenta a Jesús como “Maestro” de sabiduría, invitando a rechazar la vanidad y la prepotencia, y a asumir la humildad como estrategia de comportamiento. Pero reducir a esto el mensaje sería muy poco. Jesús no está diseñando solo una táctica para “ascender” a los puestos de honor; está describiendo el comportamiento de Dios, encarnado de manera singular en Él. Él ha venido y se ha puesto el último de la fila (Flp 2,6ss), y ha invitado a su banquete a los “cansados y agobiados…” (Mt 11,28), perdidos “por los caminos” (Mt 22,9). Él se ha hecho “humilde de corazón” (Mt 11,29).



REFLEXIÓN PASTORAL

     En una sociedad en que la gente se esfuerza por ascender, por ocupar los primeros puestos, por encabezar todo tipo de listas, aunque para eso tenga que convertir a otros en peldaños en la escalera del propio ascenso…; en una sociedad que ha convertido el interés -el alto interés- en el único criterio de inversión…; en una sociedad en la que antes de prestar se garantiza la solvencia del acreedor… En una sociedad así, y así es la nuestra, la invitación a ocupar el último puesto del banquete provoca, en el mejor de los casos, una sonrisa de compasión condescendiente. Y la urgencia de dar a fondo perdido, sin esperar la devolución, el principio de la ruina…
            Al oír estos planteamientos no pocos, quizá, nos preguntemos si el Evangelio sigue teniendo vigencia hoy; si no habrá ya pasado su momento… Si a esto añadimos las advertencias que se nos hacen en la primera lectura -“En tus asuntos procede con humildad…, hazte pequeño”-, la cosa se complica aún más. ¡Así no vamos a ninguna parte!
            Jesús no fue ningún ingenuo, ni su mensaje una ingenuidad. Encierra en sí una enorme carga explosiva y transformadora, que le explotó en sus propias manos. Jesús fue eliminado por decir, entre otras cosas, esto que hoy hemos escuchado y aclamado.
            Echemos una mirada al mundo en que vivimos. ¿A dónde está conduciendo el desmesurado interés de las grandes potencias? A dejar insolvente a medio mundo; a hundir en el endeudamiento a países que así ven alejarse de ellos toda posibilidad de progreso, de autonomía y de paz.
            Y cosa parecida ocurre con la carrera por ocupar los primeros puestos en los diversos banquetes de la vida. ¡A cuantos hay que descalificar y hasta eliminar para llegar a ser los primeros! ¡Cuántas zancadillas y empujones para encabezar una lista!
            ¡No! La advertencia de Jesús no es una ingenuidad. Lo que ocurre es que Él tenía la rara virtud de decir sencillamente las cosas más importantes. Nuestra vida sería más relajada y festiva, menos polémica y menos tensa si tuviéramos esto en cuenta. El Evangelio no ha pasado; lo que ocurre es que nosotros aún no hemos llegado a él o, lo que es peor, hemos pasado de él.
            Pero hay algo más; con estas palabras Jesús no solo está denunciando unos comportamientos equivocados; nos está enseñando algo más que a ser humildes y desinteresados, nos está diciendo cómo es Dios. Dios hizo una inversión a fondo perdido a favor del hombre, cuando el hombre era totalmente insolvente. “Cuando todavía estábamos sin fuerzas, escribe san Pablo, Cristo murió por los impíos…; por un hombre bueno tal vez alguno se atrevería a morir, pues la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5,6-8).
            Al venir a nuestro encuentro, Dios no ocupó posiciones de privilegio. “Siendo de condición divina, se despojó…” (Flp 2,7). Pero la cosa no terminó ahí: “Por eso Dios le exaltó, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble…” (Flp 2,9-10). Y también al que, al estilo de Jesús, ocupe el último lugar del banquete, el Padre le dirá: “Sube más arriba”…; porque “el que se humilla será ensalzado”.
            Jesús tenía autoridad para darnos esta lección; él la había encarnado; hablaba con experiencia y por experiencia, por eso tiene derecho a exigirnos. Si somos cristianos no nos queda sino “apropiarnos su sentimientos” (cf. Flp 2,1).
            El Evangelio no ha pasado; lo que ocurre es que, quizá, aún no hemos llegado a él. Y, sin embargo, ese es nuestro punto de encuentro.


REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿A qué puesto aspiro en la vida?
.- Si humildad es andar en verdad, ¿por donde ando yo?
.- ¿Me encuentro a gusto entre los humildes?

Domingo J. Montero Carrión, OFMCap.

jueves, 22 de agosto de 2013

DOMINGO XXI -C-


1ª Lectura: Isaías 66,18-21

    Esto dice el Señor:
    “Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua; vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia; a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria: y anunciarán mi gloria a las naciones. Y de de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos a caballos y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi Monte Santo de Jerusalén -dice el Señor-, como los israelitas, en vasijas puras, traen ofrendas al templo del Señor. De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas -dice el Señor-“.

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    El texto se encuentra al final del libro de Isaías, y es una declaración explícita de la misericordia de Dios y de su voluntad salvadora, que implica la reunión de todos los pueblos y naciones en su Monte Santo. Y también de entre esos pueblos escogerá sacerdotes y levitas. Dios manifiesta así su voluntad no excluyente. Ningún pueblo está al margen: “Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4).
            

2ª Lectura: Hebreos 12,5-7. 11-13

    Hermanos:
    Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: “Hijo míos, no rechaces el castigo del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos”. Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos?
    Ningún castigo nos gusta cuando lo recibimos, sino que nos duele; pero después de pasar por él, nos da como fruto una vida honrada y en paz. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará.

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    Esta exhortación, inspirada en Prov 3,11-12, es una invitación a reconocer con gratitud la paternal pedagogía de Dios. Y reaparece en Apocalipsis 3, 19, en la carta al Ángel de la Iglesia de Laodicea. ¿De qué corrección se trata? De la invitación a caminar en la ruta del Evangelio, que en ocasiones descubre nuestros pasos descaminados, invitándonos a entrar por la "puerta estrecha" y a adentrarnos por el "camino angosto" propuesto por Jesús, pero, en definitiva, Camino de vida.


Evangelio: Lucas 13,22-30


                                                          
   En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.
     Uno le preguntó: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”.
     Jesús les dijo: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entra y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: `Señor, ábrenos´  y él os replicará: `No sé quiénes sois´. Entonces comenzaréis a decir: `Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas´. Pero él os replicará: `No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados´. Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”.

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   En tiempo de Jesús, las escuelas rabínicas mantenían opiniones muy diversificadas al respecto. Jesús reorienta la pregunta: no se trata de un conocimiento teórico, curioso, sino de un planteamiento práctico. No hay que preocuparse de saber el número de los que se salvan, sino ser del número de los salvados. Y Jesús responde que del Reino de Dios no hay excluidos, pero puede haber auto-excluídos.


REFLEXIÓN PASTORAL 

     “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”. Sin duda, Jesús hubiera preferido que la pregunta le hubiese sido formulada en estos términos: “Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?” (Lc 10,25). Por eso su respuesta no fue de orden matemático (cuántos), sino de orden ético (cómo): “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. En todo caso el tema es importante, porque “al final de la jornada, aquel que se salva sabe, y el que no sabe nada”.
       El hombre siempre ha sentido inquietud y hasta ansiedad por conocer esta cifra misteriosa. En las escuelas rabínicas contemporáneas a Jesús  se dividían las opiniones: para unos eran muchos, para otros eran pocos. También a lo largo de la historia en la Iglesia ha habido voces y opiniones dispares al respecto.  Los Santos Padres opinaban, en general, que eran pocos. Los autores modernos se inclinan por que son muchos, incluso  que todos sin excepción, aduciendo la eficacia de la redención de Cristo. ¡Un buen deseo, sin duda! En todo caso, el proyecto de Dios es claro: “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (1 Tim 2,4. De eso nos habla el texto profético de Iaías (1ª) y el evangelio.
      Pero, ¿por qué entregarse a más  especulaciones? El único que pudo decírnoslo, Jesús, no quiso responder. O mejor, sí respondió. “No te preocupe saber el número de los elegidos, procura ser tú del número de los elegidos. Esfuérzate en ello”. Porque la salvación no es una lotería -sería irrespetuoso imaginarse a Dios sacando bolas salvadoras de un bombo-, ni un seguro que nos permita vivir irresponsablemente. Es, ante todo, gracia de Dios -“por gracia habéis sido salvados” (Ef 2,5-, no discriminante y abierta, pero es también llamada, urgencia que exige responsabilidad... Por eso nos dice Jesús: “esforzaos, velad…”. No nos refugiemos en un Cristo fácil, porque ese Cristo no existe.  El camino cristiano es arduo, tanto que muchas veces deja de ser camino para convertirse en áspera y vertiginosa senda, abierta paso a paso con el sudor del esfuerzo y hasta con sangre. En este sentido se expresa el texto que hemos leído de la Carta a los hebreos.  Hay, pues, que abordar correctamente el tema.
       Situarnos ante el problema de la  salvación como espectadores curiosos, considerándolo como algo exterior a nosotros, que todavía no nos afecta, es una postura equivocada y, sin embargo, muy frecuente.
       Más que preguntar si serán muchos o pocos, la pregunta justa debe ser: ¿Estoy yo en camino de salvación? ¿Acojo esa llamada en mi vida? ¿Vivo la salvación que Dios ha operado en mí por el bautismo? ¡Nos falta la conciencia de sentirnos ya salvados! Por eso nos falta audacia y coherencia para vivir esa realidad.
        Sabernos ya salvados debería lanzarnos a buscar ante todo el Reino de Dios y su justicia; a aspirar a las cosas de arriba; a entrar en comunión más auténtica con los otros. Nos salvaremos, si ya ahora nos sentimos salvados y vivimos en consecuencia; no aduciendo falsas credenciales (ni siquiera la de los cumplimientos religiosos). La vida cristiana es mucho más que un rito. “Sabemos que estamos salvados, si amamos a los hermanos” nos dice S. Juan (I Jn 3,14). Cristo abrirá las puertas de Reino a los que respondan positivamente a este test existencial, “Tuve hambre y me disteis de comer…”, porque “lo que hicisteis a uno de éstos…”.   El problema de la salvación, pues, no es del más allá, sino del más acá.
        Y sintiéndonos salvados, debemos ser agentes, instrumentos de salvación. Pero no podemos engañarnos ni engañar. Jesús dijo que su Reino no era de este mundo; que su paz no era como la del mundo; que su salvación no se regía ni se reducía a los esquemas de este mundo..., por eso, precisamente, es necesaria para este mundo. Frente a los que pretenden liberar matando al opositor, Jesús libera muriendo por el opositor... Es el esfuerzo de la puerta estrecha… Hoy falta valor para hacer llamadas al sacrificio, porque en el fondo falta el convencimiento de que valga la pena sacrificarse por algo. La oferta placentera  a corto plazo y a bajo precio es la más abundante.  Pero Jesús no es de los que piensan así. Su oferta vale  pena, no es una ganga. Es un producto de calidad, y exige comportamientos de calidad. Por eso no duda en decir: “Esforzaos...”
        Acojamos esta invitación del Señor, porque lo importante no es saciar la curiosidad de saber si son muchos o pocos los que se salven, sino la conciencia de saber si nosotros estamos o no en vías de  salvación. Veamos, hermanos, si hay que rectificar caminos o si incluso es necesario abandonar caminos. Porque esa es la gran sabiduría de la vida: encontrar el camino de la salvación y recorrerlo con el Señor y los hermanos.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Estoy yo en camino de salvación?
.- ¿Vivo la salvación que Dios ha operado en mí por el bautismo?

.- ¿Acojo con responsabilidad la llamada de Jesús al “esfuerzo”? 

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.



viernes, 16 de agosto de 2013

DOMINGO XX -C-


1ª Lectura: Jeremías 38,4-6. 8-10

     En aquellos días, los príncipes dijeron al rey: “Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad, y a todo el pueblo, con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia”.
     Respondió el rey Sedecías: “Ahí lo tenéis, en vuestro poder: el rey no puede nada contra vosotros”.
     Ellos cogieron a Jeremías y lo arrojaron en el aljibe de Melquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. En el aljibe no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo.
     Ebdelmelek salió del palacio y habló al rey: “Mi rey y señor, esos hombres han tratado inicuamente al profeta Jeremías, arrojándolo al aljibe, donde morirá de hambre (porque no quedaba pan en la ciudad)”.
     Entonces el rey ordenó a Ebedmelek: “Toma tres hombres a tu mando, y sacad al profeta Jeremías del aljibe, antes de que muera”.

                        ***                  ***                  ***                  ***

            La intervención de Jeremías, desaconsejando la oposición a los caldeos, le acarreó el calificativo de antipatriota. Eso le condujo a la situación que narra el texto seleccionado. La historia dio la razón a Jeremías (Jer 39). La acusación de que desmoralizaba al pueblo, esgrimida por los príncipes, era interesada: pretendían defender sus posiciones de privilegio. Jeremías veía más allá de la supervivencia de una “clase política”, le preocupaba la situación del pueblo. También a Jesús le acusaron de desestabilizador social (Lc 23,5), simplemente porque distinguía la política del Reino de Dios de las políticas interesadas de supervivencia. No es infrecuente identificar el bien común con los propios intereses, y supeditar aquel a estos.


2ª Lectura: Hebreos 12,1-4

    Hermanos:
    Una nube ingente de espectadores nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, sin miedo a la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del Padre. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.

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   La carta a los Hebreos nos invita a “correr”, fijos los ojos en Jesús. Una imagen deportiva, que indica, además las exigencias para mantener la forma competitiva: liberarnos del impedimento -el pecado- que nos ata y paraliza. Ya san Pablo habla de “espíritu olímpico” (I Co 9,24-27; Flp 3,12-14): ascético, optimista, generoso, inteligente, competitivo… Vivir olímpicamente la fe puede ser un estilo muy sugestivo y válido. Sin olvidar nunca la meta, sin perder de vista a Jesús, iniciador y meta de nuestra fe.


Evangelio: Lucas 12, 49-53

     En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer paz al mundo? No, sino división. En adelante, una familia de cinco está dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

                        ***                  ***                  ***                  ***

   Sigue Jesús dirigiéndose a los discípulos. ¿De qué fuego habla Jesús? Del Espíritu Santo. Del fuego que purificará y abrasará los corazones, y que debe encenderse en la cruz, auténtica “pira” del amor purificador de Dios. También ese es el bautismo por el que anhela pasar. Jesús contempla ya un horizonte conflictivo, y eso lejos de arredrarle, le estimula.
   Por otra parte, a los discípulos les advierte de la “tensión” que él ha venido a introducir en la vida. No es un rompefamilias, pero hasta ahí pueden llegar la consecuencias y exigencias del seguimiento.


FEFLEXIÓN PASTORAL


    Nada más lejos de Jesús que la ambigüedad. Desde la infancia fue presentado como bandera discutida, y desde entonces no dejó de ondearla hasta que fue izada en el mástil de la cruz.
            Quiso claridad en todo, en el hablar y en el actuar. Descalificó las pretensiones posibilistas y contemporizadoras  -“No podéis servir a dos señores” (Mt 6,24) -. Sin concesiones al sentimentalismo, descubrió los reales vínculos de su parentesco –“Mi madre y mis hermanos son  los que cumplen la voluntad del Padre” (Mt 12,50) -. Rehuyó sistemáticamente el aplauso interesado de los que pedían milagros  -“Vosotros me buscáis porque habéis comido pan hasta saciaros” (Jn 6,26) -. No dudó en calificar su propuesta de “vía estrecha” , y su Camino, de cruz…
            Y lo de hoy ya lo acabamos de escuchar: un pirómano divino, que quiso deshacer con el fuego de su amor todos los hielos del corazón humano; que quiso acabar con tanta maleza como existía en la sociedad de su tiempo. Un intranquilizador, que vino a declarar la guerra a todas las falsas paces religiosas, políticas, sociales y hasta personales y familiares, porque hasta ahí pueden llegar las consecuencias de una verdadera opción por Jesús.
            Es cierto que los cristianos, con el paso del tiempo, hemos ido dulcificando y moralizando esa figura tan enérgica. Hemos arriado su bandera discutida, cambiándola por otra más razonable y, sobre todo, la hemos izado en otro mástil, convirtiendo la cruz, de signo escandaloso en un adorno piadoso. Hemos declarado compatible, y hasta subordinado, el evangelio con otros mensajes. Hemos abandonado la “vía estrecha” por otra, en la que se pueda circular en todas las direcciones. Nos hemos convertido en bomberos del fuego con el  que Él vino a encender el mundo. Hemos pactado con casi todos y casi todo. Hemos pretendido hacer más asequible su mensaje, más universal, a costa de sacrificar sus exigencias…; pero, gracias a Dios, no lo hemos conseguido, ni lo conseguiremos mientras en nuestros oídos sigan resonando mensajes como los que acabamos de escuchar hoy en la palabra de Dios. Y tenemos que agradecérselo a Dios de verdad, porque nuestra inclinación es hacia un Cristo fácil, pero ese Cristo no existe.
            Hoy, desde los textos bíblicos, se nos invita a luchar contra el pecado en todas sus manifestaciones, personales y sociales, aún a costa de nuestra integridad física, sin apartar nunca la vista de Jesucristo (2ª lectura). El profeta Jeremías, fiel a su vocación y a la revelación de Dios, estuvo a punto de morir en una fosa porque no distorsionó la palabra de Dios, doblegándose y halagando las pretensiones de los cortesanos de  Jerusalén…, pero Dios lo libró.
            “Una nube ingente de espectadores nos rodea…, corramos la carrera fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús”. Sí, a Jesús nunca hay que perderle de vista, so pena de  despistarnos, adentrándonos por caminos estériles, y de despistar a los otros.


REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Es Jesucristo el referente de mi vida?
.- ¿A qué estoy dispuesto por su seguimiento?

.- ¿Soy posibilista, intentando servir a dos señores?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap

miércoles, 14 de agosto de 2013

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN



1ª Lectura: Apocalipsis 11, 19a; 12,1-6a. 10ab

    Se abrieron las puertas del templo celeste de Dios y dentro se vio el Arca de la Alianza. Hubo rayos y truenos y un terremoto: una tormenta formidable.
    Después apareció una figura portentosa en el cielo: Una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada de doce estrellas. Estaba encinta, le llegó la hora y gritaba entre los espasmos del parto.
    Apareció otro portento en el cielo: Un enorme dragón rojo, con siete cabeza y diez cuernos y siete diademas en las cabezas. Con la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas, arrojándolas a la tierra.
    El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz dispuesto a tragarse al niño en cuanto naciera. Dio a luz un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos. Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios. Mientras tanto la mujer escapaba al desierto.
    Se oyó una gran voz en el cielo: Ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios, y el mando de su Mesías.

                        ***                  ***                  ***                  ***

     En un lenguaje ribeteado de elementos propios de la literatura apocalíptica y de sugerencias y simbología veterotestamentaria, el vidente de Patmos presenta el desarrollo de la historia de la salvación: el plan del Señor subsiste por siempre, a pesar de las adversidades. Ocurrió ya en el antiguo Israel, del que nació el Mesías. Ocurrió con Cristo: crucificado y resucitado, y ocurre con la Iglesia, la mujer que da a luz al Señor con su testimonio y que hace la travesía en medio de las dificultades del "desierto". Es, pues, un texto eclesial cargado de esperanza y de estímulo para la fidelidad en el combate. En la fiesta de Asunción de María, la liturgia quiere ver en esa figura de mujer "vestida del sol, la luna por pedestal, coronada de doce estrellas" a María, que nos dio a Jesús como garantía de salvación, y glorificada por su fidelidad.


    2ª Lectura: I Corintios 15,20-26

    Hermanos:
    Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto; primero Cristo como primicia; después, cuando él vuelva, todos los cristianos; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza.
    Cristo tiene que reinar hasta que Dios “haga a sus enemigos estrado de sus pies”. Porque dice la Escritura: “Dios ha sometido todo bajo sus pies”.

                        ***                  ***                  ***                  ***

            San Pablo proclama a Cristo resucitado como garantía y primicia del triunfo de sus seguidores. La Asunción de María es ya un avance solemne del cumplimiento de esa promesa. Cristo no defrauda.



Evangelio: Lucas 1,39-56
                                                          
    En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a  Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
     ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¿Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
    María dijo:
    Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.
    Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo. Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
    El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
    Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia para siempre.
     María se quedó en casa de Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.


                        ***                  ***                  ***                  ***

    En esta fiesta hallan pleno cumplimiento las palabras de María. Hoy todos la felicitamos, porque ha creído. El canto del Magnificat es el credo de María en un Dios volcado hacia los humildes, misericordioso y sensible frente a las injusticias de los hombres. Un Dios humano y humanizador. Un Dios con una clara vocación por elevar a los humildes.


REFLEXIÓN PASTORAL

    "La solemnidad del 15 de agosto celebra la gloriosa Asunción de María al cielo : fiesta de su destino de plenitud y bienaventuranza , de la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal , de su perfecta configuración con Cristo resucitado ; una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final ; pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos , teniendo en común con ellos la carne y la sangre . Por eso la Iglesia admira y ensalza a María como el fruto más espléndido de la redención y la contempla como una imagen de lo que ella misma, toda entera, espera y ansía ser" (Pablo VI).
      La Asunción de María significa el triunfo de la fe. La prueba de que Cristo no defrauda. "El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará el que me haya servido" (Jn 12,26). 
    Nadie ha seguido tan de cerca la ruta de  Jesús como su madre; desde el “fiat” pronunciado ante el Ángel y desde  que le dio a luz en la pobreza de Belén hasta que le presentó al Padre roto en la cruz, María fue “seguidora” y “servidora” del Señor, virgen fiel y madre de dolores. Por eso también le ha seguido, la primera, en el camino de la glorificación. Es la primera lección: Cristo no defrauda; su ruta conduce a la salvación. Pero hay que seguirla; María es la prueba.
     Pero hay otro aspecto a destacar en esta celebración. En una sociedad donde aflora el desencanto, el cansancio, la insatisfacción por la inadecuación entre los esfuerzos que se imponen y los resultados que se obtienen, entre las promesas y las realidades, la fiesta de hoy nos lanza un reto: proclama la necesidad de mirar al cielo, de dar trascendencia a nuestra vida, de superar esa ley de gravedad que tira siempre de nosotros hacia abajo,  recordándonos que nuestro destino no es  arrastrarnos por la tierra con la muerte por horizonte límite.   Nos descubre  la meta, el cielo, que no descalifica ni devalúa nuestro caminar humano, sino que lo clarifica, para no confundir con metas definitivas lo que solo son etapas de la ruta.
     Nos dice que la última palabra la tiene Dios, y que es una palabra de vida; y nos descubre una tarea: ir ascensionando, elevando, dando altura a nuestra vida personal y a la realidad que nos rodea, despojándonos de ese lastre que nos impide caminar como auténticos discípulos del Señor.
     Hoy se cumple la profecía del Magnificat: "Me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí". Y también aquellas palabras de Isabel: “Dichosa tú, que has creído”.
            Como buenos hijos, congratulémonos con el triunfo de María, nuestra madre, pero también, como hijos, escuchemos sus palabras: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5) y sigamos su ejemplo.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Aporta esta celebración esperanza a mi vida?
.- ¿Vivo con gratitud la vocación cristiana?
.- ¿Colaboro a elevar la calidad de vida de mi entorno?


 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap

jueves, 8 de agosto de 2013

DOMINGO XIX -C-



1ª Lectura: Sabiduría 18, 6-9

    Aquella noche se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo al conocer con certeza las promesas de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables. Pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas llamándonos a ti. Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y de común acuerdo se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.

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    Estos versículos son el recuerdo de una noche, ya preanunciada a los Patriarcas (cf. Gn15,13-14; 46,3-4), y que simbolizó la salvación de un pueblo oprimido: la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. El texto subraya la actitud vigilante y creyente del pueblo, entregado a la oración y a la celebración de la Pascua, culminada en un pacto de fraternidad solidaria. El autor imagina aquella primera Pascua desde los esquemas posteriores de celebración, en que se cantaba el Ha-lel (Sl 113-118). La liturgia cristiana evocará también esa noche en la celebración de la Vigilia pascual.


2ª  Lectura: Hebreos 11,1-2. 8-19

    Hermanos:
    La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. Por su fe fueron recordados los antiguos.
    Por fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas -y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa- mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
      Por fe también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque se fió de la promesa. Y así, de una persona, y esa estéril, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas. Con fe murieron todos estos, sin haber recibido la tierra prometida; pero viéndola y saludándola de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra.
    Es claro que los que así hablan, están buscando una patria; pues si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo de volver. Pero ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad.
      Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: “Isaac continuará tu descendencia”. Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así recobró a Isaac como figura del futuro.

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            El cap. 11 de la Carta a los Hebreos es un canto a la fe y una historia de fe. Desde esa clave hace una lectura de todos los personajes emblemáticos del AT., desde Abel hasta David y los profetas. Una fe que desarraiga a Abrahán, convirtiéndole en peregrino de la promesa. Una fe que hace fecunda a Sara, a pesar de su ancianidad. Una fe que le llevó a Abrahán a confiar en la promesa de Dios más allá de la misma promesa. El sacrificio de Isaac es la prueba de la fe, y prueba de que la fe no defrauda (cf. Rom 10,11). Una fe que encuentra su plenitud en Jesús, “el que inicia y consuma la fe” (Hb 12,2).


Evangelio: Lucas 12,32-48

                                                
 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus  discípulos: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.

    Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela. Os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y si llega entrada la noche o de madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre”.
   Pedro le preguntó: “Señor, ¿has dicho esta parábola por nosotros o por todos?”.
   El Señor le respondió: “¿Quién es el administrador fiel y solícito a quién el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que le reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de sus bienes. Pero si el empleado piensa: `Mi amo tarda en llegar´, y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y a beber y emborracharse; llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándole a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra, recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”.

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    Dos ideas fundamentales resalta esta catequesis de Jesús a los discípulos: 1) Desde la confianza de la herencia del Reino, les invita a la liberación de los bienes. El corazón del discípulo debe estar liberado y puesto en el Reino de Dios. 2) La vigilancia responsable. La espera del Señor no permite distracciones.
    Ante la pregunta de Pedro sobre los destinatarios de sus palabras, Jesús explicita en qué consiste la vigilancia responsable. Y advierte que ser llamado a ese servicio de gobierno se convierte en fuente de mayor exigencia. Entre los discípulos los cargos no son para medrar sino para “repartir la ración a sus horas”; para ejercitar el ministerio recibido con fidelidad y solicitud.


REFLEXIÓN PASTORAL

Situados en el centro del verano, cuando todo parece invitar a la relajación y a bajar un poco la guardia en el cumplimiento de nuestros deberes cristianos, no está de más la urgente advertencia de Jesús: “Velad…; estad preparados”.
            El descanso, no el paro, es un don de Dios, una bendición divina, un derecho inherente a la dignidad y vocación del hombre, como lo es también el trabajo. El problema reside en cómo interpretar ese descanso; que no consiste en no hacer nada, ni en una evasión superficial y consumista, sino más bien en cultivar aquellas dimensiones de nuestra propia interioridad que responden a las exigencias más íntimas, sin la presión de un horario laboral rígido.
            En tanto que en el trabajo profesional, especialmente el mecánico y técnico, el hombre aparece teledirigido desde fuera, en las actividades del tiempo libre es el hombre quien desde sí crea y se recrea actualizando su libertad e interioridad. Urgido por tantas ocupaciones, en el período de vacaciones, el hombre debe reencontrarse consigo mismo: cultivarse y potenciar su personalidad; debe también reencontrarse con su entorno: personas y cosas desde una perspectiva más festiva, cordial y desinteresada. Y, sobre todo, debe reencontrarse con Dios.
            El tiempo de vacaciones no debe ser un tiempo de rebajas en nuestra vivencia religiosa. No puede constituir un paréntesis, sino un capítulo más de nuestra vida. No puede haber carpetazo para los valores del espíritu, ni puede irse por la borda lo más sagrado, nuestras propias convicciones, nuestras actitudes religiosas… Dios debe seguir ocupando el centro de nuestro tiempo, y no el tiempo que nos sobra. Sepamos vivir el descanso no solo como tiempo de ocio, sino como tiempo de gracia.
            “Velad”, es la invitación que hoy nos dirige el Señor. Estamos en un tiempo donde es especialmente urgente la vigilancia y la clarividencia. La conciencia moral y religiosa está siendo sistemática y sutilmente embotada, cuando no descaradamente acosada.
 Frente a todo esto, la Palabra de Dios nos recuerda que la “fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve”. Por eso el creyente es audaz, valiente y alegre. Sabe de quien se ha fiado (2 Tim 1,12), y que aunque a los ojos de los hombres su existencia no sea comprendida, Dios, que ve en lo escondido, le recompensará (Mt 6,4) . Por eso, el creyente auténtico no duda, no es pusilánime ni ambiguo.
            Miremos el ejemplo de Abrahán: de la estabilidad al peregrinaje; de la seguridad de unos bienes poseídos a la inseguridad de una tierra sólo prometida. Cuando todo le hablaba de imposibilidad, recibe la promesa de una descendencia. Su última prueba: creer en la palabra de Dios por encima de la muerte. Ha de sacrificar al hijo de la esperanza, a Isaac, y no retrocede. Sabe de la fidelidad de Dios y de la misteriosidad de sus planes. Algo humanamente ininteligible, pero todo es posible al que cree. Y aquí es donde el cristiano desconcierta, porque sus certezas provienen  no de lo inmediato y mutable, sino de Dios.
            ¿Qué espacios concedemos a la fe en nuestra vida? ¿Nos fiamos plenamente de Dios, o más bien organizamos nuestra vida en plan de por si acaso? No nos engañemos. Dios no es un recurso en última instancia. Debe presidir y polarizar nuestra existencia; sólo así podremos ser reconocidos por Él.
            “Yo amo a Jesús, que nos dijo: cielo y tierra pasarán.
            Cuando cielo y tierra pasen mi palabra quedará.
            ¿Cuál fue, Jesús, tu palabra? ¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad?
            Todas tus palabras fueron una palabra: Velad” (A. Machado).
  
REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Desde qué claves vivo la vida? ¿Desde claves de fe?
.- ¿El verano “rebaja” o “relaja” mi tono cristiano?
.- ¿Soy descanso para los demás?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.