viernes, 31 de octubre de 2025

DOMINGO XXXI -C-: Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos

1ª LECTURA: Lam 3, 1-26.

 He perdido la paz, me he olvidado de la dicha; me dije: “Ha sucumbido mi esplendor y mi esperanza en el Señor”. Recordar mi aflicción y mi vida errante es ajenjo y veneno; no dejo de pensar en ello, estoy desolado; hay algo que traigo a la memoria, por eso esperaré. Que no se agota la bondad del Señor, no se acaba su misericordia; se renuevan cada mañana, ¡qué grande es su fidelidad!; me digo: “Mi lote es el Señor, por eso esperará en él”. El Señor es bueno para quien espera en él, para quien lo busca; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.

                                                  ***       ***       ***

 El texto del Libro de las Lamentaciones invita, consciente de que la misericordia del Señor  no se agota sino que se renueva cada mañana, a no perder la paz y esperar en silencio la salvación de Dios. 

 2ª LECTURA: Rom 6,3-9.

 Hermanos: ¿Sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado; porque quien muere ha quedado libre del pecado. Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él.

                                              ***       ***     ***          

Para el creyente, dice san Pablo, la muerte no es un hecho aislado, sino vinculado al misterio de la muerte y resurrección de Cristo -“¿o no lo sabéis?” (Rom 6,39)-. Por eso invita: “Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos” (2 Tim 2,8). 

EVANGELIO: Jn 14,1-6.

 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y a donde yo voy, ya sabéis el camino. Tomás le dice: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Jesús le responde: Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”.

                                                       ***    ***    ***

Jesús en el discurso de despedida de los discípulos, ante de su Pasión y muerte les invita a no turbarse y a creer en Dios y en él, porque en la casa del Padre, que es la nuestra, hay muchas moradas y él ha ido a prepararnos un lugar. Él es Camino de la Verdad que conduce a la Vida. La resurrección de Cristo lo ha cambiado todo, también la cara y el sentido de la muerte, de “la hermana muerte”.

 REFLEXIÓN PASTORAL

Celebrábamos ayer la fiesta de Todos los Santos, hoy celebramos la memoria de los Fieles Difuntos. Celebraciones que son como el anverso y reverso de la moneda de la vida. Ayer nos encomendábamos a Todos los Santos de toda lengua, pueblo y nación; hoy encomendamos al Señor a todos los Fieles difuntos, de toda lengua, pueblo y nación. Y especialmente a los más cercanos a nosotros: a nuestras familiares y amigos. Hoy es un día para recordarlos especialmente, aunque estén presentes siempre en nuestro recuerdo y oración.

La conmemoración de los Fieles Difuntos nos sitúa ante planteamientos de gran transcendencia para la vida. Con este motivo muchos, dirigimos nuestros pasos hacia el cementerio, donde reposan nuestros seres queridos.  Y es importante hacer correctamente ese camino: como los hombres que tienen esperanza. Pero ese día, además de orar y depositar unas flores, deberíamos reflexionar.

Es una fecha para orar, sentir y pensar la muerte y la vida. No se trata de una reflexión filosófica. Morir y vivir don dos verbos que todos hemos de conjugar en primera persona y en sus distintos tiempos y modos. Son dos verbos dialécticos que se reclaman mutuamente, y cada uno verá cómo los conjuga.

Es inútil colocarse de espaldas a realidades que tenemos de frente y que, por tanto, hay que afrontar. Y una de esas realidades ineludibles es la muerte. De ahí la importancia de escoger una buena clave de lectura. Porque la muerte es susceptible de múltiples lecturas. Puede vivirse y verse como desarraigo o abrazo fraterno (el de la hermana muerte); como aniquilación o descanso; como exilio al frío mundo del no ser o retorno a la casa del Padre; como confinamiento al más absoluto de los vacíos o caída en los brazos de Dios; como siega voraz o siembra; como ocaso o como aurora.

         El creyente la aborda específicamente, como los hombres que tienen esperanza. “No queremos, hermanos, que  ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los hombres que no tienen esperanza” (I Tes 4,13).  No la ignora, pero no se obsesiona,  porque: “Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Así pues, tanto si morimos como si vivimos somos del Señor” (Rom 14,8-9). “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá... ¿Crees esto?” (Jn 11,25).

         La muerte cuestiona todo lo que somos y hacemos. Plantea un por qué radical a la vida, a sus afanes. Pero, además de inevitable, la muerte es necesaria como oportunidad para aprender a valorar la vida -“el que no sabe morir mientras vive es vano y loco, morir cada hora su poco es el arte de vivir” escribía José Mª Pemán-.

     Saber que hemos de morir debería enseñarnos a vivir, debería llevarnos a no agarrarnos egoístamente a esta vida, a no idolatrarla, sino a vivirla entregándola, sembrándola en otras vidas, para que germine en ellas. Ser inmortal no es “perdurar” indefinidamente, sino radicar la vida en el Amor permanente, que es Dios, y en el amor al prójimo. Solo quien es capaz de vivir y morir en amor y por amor puede vivir en plenitud por siempre. “El que entrega su vida por amor la gana para siempre”.

         Hemos de agradecer a Dios el don de la vida y de la muerte, de “la hermana muerte”, porque nos abre la puerta para entrar definitivamente en la casa del Padre y vivir por siempre en plenitud. Porque “morir solo es morir.  Morir se acaba. Morir es una hoguera fugitiva.  Cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba” (J.L. Martín Descalzo).

         Hermosamente expresaron estas ideas Jorge Manrique en “Coplas a la muerte de su padre”, y Miguel de Unamuno en el epitafio de su sepultura: “Méteme, Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar”.

     Por todo ello san Francisco de Asís, en las proximidades de su muerte, cantó: “Loado seas, mi Señor, por la hermana muerte corporal, de la que ninguno puede escapar… Dichosos aquellos a quienes hallará en tu  santísima voluntad, porque la muerte segunda no les hará mal” (Cántico del Hermano Sol).

Los textos bíblicos de esta Conmemoración invitan a contemplar la muerte a la luz que aporta la palabra de Dios, para no vivirla como los que no tienen esperanza (I Tes 4,13).

El Libro de las Lamentaciones, nos recuerda que “la misericordia y la bondad del Señor se renuevan cada mañana” y que “es bueno  en el silencio la salvación del Señor”.

San Pablo nos advierte que la muerte del bautizado en Cristo es una “vinculación” con el misterio de su muerte y de su resurrección, o “¿no lo sabéis?” (Rom 6,3-9). 

Y Jesús en el Evangelio (Jn 14,1-6) invita a no turbarnos y a creer en Dios y en él, porque en la casa del Padre, que es la nuestra, hay muchas moradas y él ha ido a prepararnos un lugar. La resurrección de Cristo lo ha cambiado todo, también la cara y el sentido de la muerte, en “la hermana muerte”.


REFLEXIÓN PERSONAL

.- Qué reflexiones me sugiere la Conmemoración de los Fieles Difuntos?

.- ¿Cómo integro esta realidad en mi vida?

.- ¿Mi visión de la muerte es “cristiana”?  ¿Vivo con esperanza?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario