viernes, 31 de enero de 2025

DOMINGO IV -C-: LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

1ª Lectura: Mal 3,1-4.

    Así dice el Señor: Mirad, yo envío mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor  a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar -dice el Señor de los ejércitos-. ¿Quién podrá resistirlo el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará a Dios la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos.

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    El oráculo del profeta contempla la situación deteriorada del pueblo, tras el regreso del exilio. Un deterioro atribuido al abandono del cumplimiento de la ley del Señor. El profeta anuncia la visita del Señor, precedida de un mensajero. Será una visita purificadora; comenzará por el templo y se extenderá a todo el pueblo, borrando sus crímenes. El NT ha visto en este oráculo un anticipo del Bautista (el mensajero) y del mismo Jesús (el purificador del templo). La liturgia de la fiesta de la Presentación lo trae a esta fiesta, atribuyéndolo a la entrada de Jesús en el templo.

 2ª Lectura: Hebreos 2,14-18.

    Hermanos:

    Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos. Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que se refiere a Dios, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella.

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    Nos hallamos ante uno de los textos más bellos, densos y esperanzadores del NT: es el canto a la fraternidad de Dios con el hombre. En él se hace la presentación de Jesús, entrando en el gran templo de la humanidad. Jesús es de nuestra familia, es uno de los nuestros, forma parte de nuestra historia. No se avergüenza de llamarnos hermanos (Heb 2,11). Nos ha tendido su mano fraterna, sacándonos de nuestros miedos más profundos. Ha hecho nuestro camino, pasando por nuestras pruebas, se ha hecho semejante a nosotros, excepto en el pecado (Heb 4,15).

 Evangelio: Lucas 2,22-40.

    Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quién has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira, este está puesto en Israel para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma”. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

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 Tres cuadros ofrece el relato de san Lucas. En el primero -la presentación- confluyen tres aspectos: la purificación ritual de la madre (Lc 2,22 = Lv 12,2-4), la consagración de primogénito (Lc 2,22b-23 = Ex 13,2) y el rescate (Lc 2,24 = Ex 13,13; 34,20; Lv 5,7; 12,8), que en el caso de Jesús se hace conforme a lo prescrito para las familias económicamente débiles. Un segundo cuadro lo protagonizan Simeón (de quien no se dice que fuera un anciano) y la profetisa Ana. Son los encargados de desvelar el misterio. Como al entrar Jesús en el Jordán, hundido en el anonimato, se abrieron los cielos para descubrir su verdad más profunda (Mc 1,11); al entrar en el templo, también hundido en el anonimato, se abren los labios de Simeón para descubrir el misterio de aquel niño. Ya desde el principio Dios ha revelado “estas cosas a la gente sencilla” (Mt 11,25). El tercer cuadro, en apretada síntesis, muestra el proceso de crecimiento integral de Jesús en la familia de Nazaret.

 REFLEXIÓN PASTORAL

    Este domingo IV del Tiempo Ordinario celebra la Iglesia la fiesta de la Presentación del Señor. Nacida en las iglesias de Oriente, su nombre original era fiesta del “encuentro” y su contenido esencialmente cristológico. Posteriormente fue revestida de un tono mariológico. A partir del Concilio Vaticano II la fiesta volvió a recuperar en la liturgia la tonalidad cristológica original, sin perder la sensibilidad devocional mariana.

     Se trata de una de las fiestas más antiguas. La peregrina Eteria, en su “Itinerarium” (390), se refiere a ella con el nombre genérico de “Quadragesima de Epiphania” (cuarenta días después de la Epifanía), y su fecha de celebración era el 14 de febrero. Posteriormente pasó a celebrarse el 2 de Febrero, cuarenta días después de la Natividad del Señor.  La denominación de “fiesta de las luces” se remonta a mediados del s. V, y en el VI es introducida en Occidente. Según san Cirilo de Escitópolis (s.VI) fue la matrona romana Ikelia (450-457) la que sugirió celebrarla introduciendo la procesión de luces, de ahí las candelas que tipifican la fiesta.

    La ley judía mandaba que, a los cuarenta días del alumbramiento de un niño (ochenta si se trataba de una niña), las madres hebreas habían de presentarse en el Templo para ser purificadas de la impureza legal que habían contraído con el parto. No se trataba de purificarse de un pecado, ser madre nunca mancha: “la mujer se salvará por su maternidad” (I Tm 2,15). María cumple con este rito, y como una mujer económicamente débil, lo hace ofreciendo un par de tórtolas  o dos pichones.

    El segundo motivo, teológicamente más relevante, es la presentación de Jesús. “Rescatarás a todo primogénito entre tus hijos”, se determinaba en el libro del Éxodo (34,20). Los primogénitos se consideraban como propiedad de Dios, y debían vivir exclusivamente para el servicio del culto divino. Al ser este servicio asignado a la tribu de Leví, los demás miembros del pueblo de Israel debían “rescatar” a sus primogénitos. María y José, como una familia más, cumplieron con esta exigencia legal, según los cánones de la gente pobre. Jesús es el Hijo de Dios, pero también hijo del pueblo de Dios. Es el Rescatador (Tit 2,14), rescatado.

    Y así, Dios entra en el Templo, en brazos de una mujer humilde, despistando a todos los estamentos de la religión judía. María va a ofrecer y a rescatar a su Hijo primogénito que es, a su vez, el Hijo Unigénito de Dios.  Con esta ofrenda, quizá sin darse cuenta aún, María comienza la despedida de su Hijo, que pocos años después, y también en el templo, les dirá: “¿Por qué me buscabais, no sabéis que debo estar en las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49). María lo presiente, y lo acepta. Más que un rescate, aquello es una ofrenda: ofrece a su hijo, y se ofrece con su hijo, al proyecto de Dios en una prolongación de aquel “Hágase en mí, según tu palabra” (Lc 1,38).

    La fiesta de la Presentación del Señor es una revelación del misterio de Cristo: la Carta a los Hebreos (2ª lectura) lo presenta como el sacerdote y hermano misericordioso.

  Hoy celebramos “la presentación del Señor”, pero es también una invitación a nuestra propia presentación al Señor, como “ofrendas vivas” (Rom 12,1), y a presentar al Señor ante los hombres con la clarividencia y la pasión de Simeón y de Ana. Y también hoy es el Día de la Vida Consagrada. Una llamada a la oración por ese don de Dios a la Iglesia, para que ilumine con su vida el camino del seguimiento del Señor.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué significa para mí Jesús? ¿Es el Salvador, la Luz…?

.- ¿Se han descubierto ante él los pensamientos de mi corazón?

.- ¿Con qué pasión presento yo a Jesús a los demás?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 22 de enero de 2025

DOMINGO III -C-

1ª Lectura: Nehemías  8,2-4a. 5-6. 8-10.

    En aquellos días, Esdras, el sacerdote, trajo el libro a la asamblea de hombres y mujeres y de todos los que podían comprender. Era el día primero del mes séptimo. Leyó el libro en la plaza que hay ante la puerta del agua, desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de hombres, mujeres y de todos los que podían comprender; y todo el pueblo estaba atento a libro de la ley.

    Esdras, el sacerdote, estaba de pie sobre un estrado de madera, que habían hecho para el caso. Esdras abrió el libro a vista del pueblo, pues los dominaba a todos, y cuando lo abrió, el pueblo entero se puso en pie.

    Esdras pronunció la bendición del señor Dios grande, y el pueblo entero, alzando la mano, respondió: “Amén”, Amén”; se inclinó y se postró rostro a tierra ante el Señor.

    Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura.

    Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y letrado, y los levitas que enseñaban al pueblo, decían al pueblo entero: Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis (porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la ley). Y añadieron: Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quienes no tienen preparado, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.

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    La lectura pública de la Ley constituye el último paso del proceso de reconstrucción de la comunidad regresada del exilio babilónico, tras la restauración del templo, la purificación del pueblo y la reconstrucción de las murallas de Jerusalén. El pueblo restaurado inaugura en una asamblea santa su nueva existencia. Preside el acto la Palabra de Dios proclamada, explicada y aclamada. El texto deja entrever la importancia y el influjo de la Palabra de Dios (la ley mosaica) en la configuración de la comunidad postexílica. El contexto es claramente litúrgico y sigue un orden muy semejante al que solía darse en la lectura sinagogal. Todo termina en una invitación a la fiesta. 

2ª Lectura: 1 Corintios 12,12-30.

   Hermanos:

    Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo… Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro. Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en primer lugar a los apóstoles, en el segundo a los profetas, en el tercero a los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas, el don de interpretarlas. ¿Acaso son todos apóstoles?, ¿o todos profetas’, ¿o todos maestros?, ¿o hacen todos milagros?, ¿tienen todos don para curar?, ¿hablan todos en lenguas o todos las interpretan?

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    Esta reflexión de Pablo nace, en principio, para atemperar ciertos excesos carismáticos en la comunidad de Corinto. Los carismas son expresión de la riqueza espiritual de la comunidad visitada por el Espíritu, y no pueden fragmentarla. El Apóstol recuerda que el bien común es la norma suprema. Es significativa y audaz la comparación de la comunidad como Cuerpo de Cristo. Es el mayor nivel de la sacramentalidad de la Iglesia, pero siempre cohesionada entre sí y vinculada a la Cabeza.

Evangelio: Lucas 1,1-4; 4, 12-21.

 Ilustre Teófilo:

    Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

    En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos le alababan.

    Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desarrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.

    Y, enrollando el libro, lo devolvió al que lo ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.

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   Dos presentaciones contiene este relato. La primera es la del proyecto literario/teológico del Evangelio. La hace el mismo autor, san Lucas. El evangelista se sitúa dentro de la cadena de los que han intentado componer un relato de los orígenes. Basado en las tradiciones orales de los primeros testigos, investigadas cuidadosamente, ha elaborado su Evangelio con una clara finalidad pastoral: para consolidar la fe de Teófilo (se discute la identidad de este personaje). Y, tras la presentación de la obra, la segunda presentación: la del protagonista,  Jesús. Fortalecido con el Espíritu Santo, tras la experiencia del Jordán y del desierto, Jesús regresa a Galilea. La escena reseñada tiene lugar en la sinagoga de Nazaret. De pasada, Lucas deja tres informaciones: Nazaret era el lugar donde se había criado,  Jesús era un observante del sábado y su presencia en la sinagoga no era una presencia pasiva. Pero el acento recae en la misión del Ungido: una misión regeneradora en favor de los más desfavorecidos. 

 REFLEXIÓN PASTORAL

    Tras el Bautismo y  la experiencia del desierto, Jesús, fortalecido por el Espíritu y entregado ya a la misión, regresa a Galilea.

    En Nazaret, un sábado entra en la sinagoga, lugar de la Palabra, como era su costumbre.  Y se ofreció a hacer la lectura de la Escritura. Una lectura sorprendente e identificadora. Personaliza, radicaliza y recrea la palabra de Dios.

     Jesús se identifica como el Ungido y enviado a evangelizar. E identifica su Evangelio: no es un adoctrinamiento ni una moralización de la vida, sino una regeneración de la vida. 

     Evangelizar es humanizar según el proyecto de Dios (Gén 1,26). Y esa fue la tarea de Jesús, dignificadora de la condición humana, dando sentido a los sentidos perdidos del hombre; levantar del suelo, hacer caminar y hasta revivir…

      Jesús no solo marcó objetivos, no solo diseñó caminos: los anduvo, convertido en acompañante paciente del hombre Y esta es la primera acción pastoral y educativa: ayudar al hombre, que parece haber perdido el sentido profundo y vive asentado, y a veces prematuramente aparcado, en la periferia de las cosas y de la vida, a ver, a oír, a caminar por un mundo cada vez más confuso.

      Evangelizar no es solo, ni sobre todo, predicar, sino hacer explícito a Jesús en la vida y con la vida “para que al ver vuestras buenas obras den gloria vuestro Padre que está en el cielo” (Mt 5,16)-. Y un criterio para evaluar el nivel evangelizador de una praxis pastoral/educativa es evaluar el nivel de humanidad que genera.

      La Palabra de Dios, y singularmente el Evangelio, es un hontanar, una fuente de humanidad, donde puede saciarse la sed de ser hombre a poco que se afine la sensibilidad y la capacitación para leer su mensaje humanizador en unos textos que, si bien envueltos, a veces, en un lenguaje mitológico, son un modo de ilustrar dramáticamente el problema existencial del hombre.

     Pero existe el peligro de que atendamos más a la defensa de los propios intereses y de posiciones adquiridas que a la escucha abierta de la Palabra del Señor. Por eso los que en nuestra profesión de fe nos referimos a Cristo como a nuestro principio de identidad reconociendo un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre, nos encontramos divididos por razones de tipo disciplinar y doctrinal, difíciles de valorar objetivamente, pero que no dejan de interrogar a los no cristianos y, sobre todo, no deben dejar de interrogarnos.

     Los que estábamos llamados a formar un solo cuerpo, nos hemos dividido, blandiendo textos bíblicos, los unos contra los otros. De modo que hoy lo importante ya no es el sustantivo cristiano, sino el adjetivo que a continuación se coloca. Así "anuláis la Palabra de Dios por vuestras tradiciones" (Mt 15,6).

         Durante una semana hemos orado todos los cristianos por la unidad de todos en Cristo y con Cristo que oró: “Padre, que todos sean uno para que el mundo crea”. Permanecer unidos y permanecer orando…, no solo de pascuas a ramos y sin asumir responsabilidades concretas.

 REFLEXIÓN PERSONAL                                          

.- ¿De qué soy yo mensajero?

.- ¿Siento al otro como “miembro” del cuerpo de Cristo?

.- ¿Cómo “leo” la palabra de Dios?

Domingo J. Montero Carrión.

jueves, 16 de enero de 2025

DOMINGO II -C-


 1ª Lectura: Isaías 62,1-5. 

    Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia y su salvación llamee como antorcha. Los pueblos verán tu justicia, y los reyes, tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la palma de tu Dios. Ya no te llamarán “abandonada”, ni a tu tierra “devastada”; a ti te llamarán “Mi favorita”, y a tu tierra “Desposada”. Porque el Señor te prefiere a ti y tu tierra tendrá marido. Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.

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    El amor matrimonial hizo a Oseas intuir el amor de Dios hacia su pueblo. Un profeta postexílico acude ahora a ese simbolismo para anunciar al pueblo devastado y en la oscuridad del exilio un nuevo amanecer. Dios va recuperar a su esposa y la va a envolver en su amor. Dios va a gozar con ella. Imágenes audaces, cargadas de pasión y esperanza. El Dios marido abandonado (Oseas), no lleva cuentas del mal; es la encarnación personal y permanente del Amor, que “cree sin límites, espera sin límites…, que no pasa nunca” (1Cor 13,7).

 2ª Lectura: 1 Corintios 12,4-11.

  Hermanos:

    Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro por el mismo Espíritu, don de curar. A éste le han concedido hacer milagros; a aquél profetizar. A otro, distinguir los buenos y los malos espíritus. A uno, el lenguaje arcano; a otro, el don de interpretarlo. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como le parece.

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    Pablo advierte a los corintios frente a la tentación de “apropiarse” individualmente los dones del Espíritu, y de utilizar esos “dones” como cuñas para fragmentar la comunidad. La comunidad cristiana es una comunidad “habitada” por el Espíritu, que actúa específicamente en la diversidad de dones y carismas: todos ordenados al bien común. Donde hay sectarismos no hay Espíritu, aunque se den signos y prodigios. La comunión y comunicación fraternas son las garantías de la presencia del Espíritu de Dios. 

Evangelio: Juan 2,1-12.

     En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.

    Faltó el vino y la madre de Jesús le dijo: No les queda vino.

    Jesús le contestó: Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.

    Su madre dijo a los sirvientes: Haced lo que él diga.

    Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.

    Jesús les dijo: llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba

    Entonces les mandó: Sacad ahora y llevádselo al mayordomo. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú en cambio has guardado el vino bueno hasta ahora.

    Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él. Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.

                                              ***             ***             ***

El relato de Caná no es un hecho aislado en la vida de Jesús. Forma parte de su trilogía epifánica, junto a la revelación a los Magos y al Bautismo en el Jordán. Es un lugar “significativo”. Allí, en Caná, realizó Jesús sus dos primeros signos (Jn 2,1-12 y 4,46-54). Y marca el comienzo de un ciclo. Es un signo, el “primero”, que alerta de un cambio de época. Se ha agotado una “añada”, la de la Ley y los Profetas; florece una nueva, la del Reino de Dios. Hay cambio de cepa. Frente a la cepa Israel, la cepa Jesús. Él no es más vino del mismo vino, es “otro” vino. Su denominación de origen es superior.

Tres elementos a destacar de gran relevancia teológico/simbólica, que apuntan al momento mesiánico que llega con Jesús: el banquete nupcial, el vino y la hora. El primero evoca el festín de las bodas eternas, de las bodas del Cordero (Ap 19,7-9; cf. Is 62,1-5); el segundo, el vino, es el núcleo en torno al cual gira el relato y es la gran aportación de Jesús. Ingrediente fundamental del banquete mesiánico (Is 25,6.8), Jesús supone el vino mejor y el vino último servido por Dios en el banquete de la humanidad, en “la plenitud de los tiempos” (Gál 4,4). Y, finalmente, la hora, que alude a la consumación existencial de Jesús en la Cruz (Jn 17,1).

REFLEXIÓN PASTORAL

         Caná era una aldea próxima a Nazaret. María y Jesús, posiblemente, pertenecerían al círculo de los allegados al joven matrimonio. La boda prolongaba sus ecos festivos al menos durante una semana. Y el vino no podía faltar. Hasta aquí, todo normal. Pero aquí “empezó Jesús sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él”. Y esto singulariza a Caná.

         La agitación por la escasez de vino, el curioso diálogo entre Jesús y María, el milagro, hasta el toque humorístico..., dan vivacidad al relato. ¡Cuántos pintores han plasmado en sus lienzos la boda de Caná! ¡Y qué tentación para nosotros quedarnos en el encanto de la boda! Pero hay que ir más allá para descubrir la verdad que encierra este relato. Estamos en el evangelio de S. Juan -el teólogo por excelencia-. Cada episodio supera el nivel del simple relato para convertirse en símbolo sugeridor de una verdad más profunda. Estamos ante la profecía del banquete mesiánico.

         ¿Qué se quiere decir aquí, precisamente al inicio del evangelio? Que Jesús ha llegado a la vida real, al núcleo de la vida -la familia humana-, y con Él ha llegado el cambio. Lo viejo ha pasado; hay que dejar lo caduco, lo provisorio, lo intranscendente. Ha llegado lo nuevo, lo definitivo, lo que realmente tiene valor. El AT cede su puesto al NT. El agua, al vino. "A vino nuevo, odres nuevos" (Mc 2,22).

         Para S. Juan “la hora” de Jesús tiene su plenitud en la cruz (Jn 13,1ss); en Caná "todavía no ha llegado mi hora". Pertenece al Padre marcarla; pero ya comienzan a moverse las agujas del reloj divino. Y, precisamente, a instancias de su madre. ¡Cuántos dolores de cabeza ha dado a los estudiosos la respuesta de Jesús a María! No es desaire ni despreocupación.

         Solamente en dos ocasiones evoca san Juan en su evangelio la figura de María: en Caná, y junto a la cruz (19,25), y en ambos relatos es presentada como "mujer" y "madre", no por su nombre de María. Y es que cuando se está gestando el nuevo hombre, el hombre redimido, María asume el papel de Nueva Eva -madre de todos: "Ahí tienes a tu hijo..." (Jn 19,26).

Podríamos adentrarnos en este simbolismo grandioso y profundo, pero nos llevaría muy lejos y muy alto. En todo caso, el relato de Caná -el inicio de la Hora- no puede leerse sin hacer referencia a la Cruz -plenitud de la Hora y consumación del banquete mesiánico-. Y en ambos momentos María es coprotagonista. La presencia de María es siempre una presencia atenta, solícita; por ello la Iglesia la proclamado mediadora e intercesora por excelencia ante Cristo.

     Caná es profecía del banquete mesiánico, donde se sirven manjares sustanciosos y vinos de solera (Is 25,6), y del banquete eucarístico, donde esos majares y bebidas son personalizados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Juan no transmite el relato eucarístico del Jueves Santo, pero la eucaristía vertebra su Evangelio: la presenta en Caná, donde Jesús se convierte en sacramento de la fe para sus discípulos, que “creyeron en él”, y la explica en el cap. 6, en el discurso que sigue a la multiplicación de los panes y los peces.

      Caná es urgencia a situar la vida en la órbita de Jesús: “Haced lo que él os diga”. Ahí reside el secreto para convertir la realidad, y la propia vida, en el vino que salve la fiesta, amenazada por la escasez de caldos y por su baja calidad. Hay que injertarse existencialmente en él para dar su fruto y ser vino de calidad (Jn 15,6-7), que alegre el corazón del hombre.

         Caná es espacio teofánico / sacramental, donde Jesús manifestó su gloria (Jn 1,11), como en el Bautismo y en la Transfiguración. Y se reveló como el novio (Jn 3,29; Mt 9,15) de las bodas definitivas (Ap 19,7; 21,2).

Concluye el relato anotando “y creció en él la fe de sus discípulos”. No estaría mal que esta fuera la conclusión de nuestro acercamiento hoy a la contemplación de este “signo” de Jesús.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cómo participo de la Eucaristía?

.- ¿Aporto mis dones a la comunidad?

.- ¿Qué "vino" sirvo en la vida?

 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

 

miércoles, 8 de enero de 2025

BAUTISMO DEL SEÑOR -C-


 1ª Lectura: Isaías 42,1-4. 6-7.

Esto dice el Señor: Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra y sus leyes, que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas.

                                              ***    ***     ***

El texto seleccionado es el primero de una colección isaiana denominada “Cantos del Siervo”. Se ha debatido mucho sobre la identidad de este personaje –si individual o colectiva-, considerado como uno de los exponentes privilegiados de la esperanza de Israel. Se trata de un personaje ligado profundamente a Dios, elegido por él y convertido en alianza y luz de los pueblos. Su misión será regeneradora de la sociedad y de las personas, con un estilo humilde. La liturgia cristiana, siguiendo la huella del NT (Mt 12,18-21), aplica este primer canto a Jesús.

2ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34-38.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.

                                                  ***             ***             ***

    Al entrar en casa del centurión Cornelio, un pagano, Pedro declara la “apertura” de Dios a todo el que le busca con sincero corazón. Una apertura personalizada, encarnada en Jesucristo, el Señor de todos, Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu, y cuya historia pública se inició en las aguas del Jordán, río de hondas resonancias en la historia bíblica. Una historia bienhechora y regeneradora.

 Evangelio: Lucas 3,15-16.

    En aquel tiempo el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías. Él tomó la palabra y dijo a todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

   En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientra oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi mi Hijo, el amado, el predilecto.

                                         ***          ***             ***

    El bautismo de Jesús significa en el designio salvador y revelador de Dios el cierre de una época (la de la Ley y los Profetas) y la apertura de otra (la del anuncio y la llegada del Reino de Dios en Jesucristo). Dos son los reveladores de la verdad más profunda de Jesús: el Bautista y, sobre todo, el Padre. Jesús no solo “puede más que” Juan, sino que “es más que” Juan: es el Hijo de Dios. Es su revelación más exhaustiva. Para Jesús, el bautismo fue un momento crucial en su proyecto de identificación personal.

 REFLEXIÓN PASTORAL

         En la Palestina contemporánea a Jesús estaba extendida la costumbre de las purificaciones rituales por medio del agua. En este contexto apareció Juan predicando conversión, y ofreciendo como signo de la misma un bautismo de tono penitencial. "Convertíos..., Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo... Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego".

 En aquella sociedad un tanto desmotivada, el Bautista provocaba nuevas expectativas. Su presencia y su mensaje suponían una corriente de aire fresco en la saturada atmósfera de Judea. Y muchos aceptaban su predicación, se arrepentían y recibían su bautismo.  Hasta aquí todo normal.

         ¿Pero qué hace Jesús en la fila de los hombres pecadores? ¿Por qué realiza Él ese gesto de bautizarse, además diluido en un "bautismo general" (Lc 3,21). Sin duda, fue una decisión muy pensada. El mismo Juan se extraña: "Soy yo quien debe ser bautizado por ti…" (Mt 3,14).

Pero es que Jesús no había venido a hacer ostentación de sus privilegios sino que, por libre decisión, se hizo semejante a nosotros en todo (Flp 2,7), excepto en el pecado (2 Cor 5,21).  Hasta aquí llegó la encarnación. No terminó en el seno de María, sino que recorrió toda la andadura humana hasta pasar por la muerte, Él que era la Vida.

         Por eso Jesús, sin pecado, no duda en mezclarse con los pecadores: porque solo se salva compartiendo, desde dentro y desde abajo, la condición del hombre. Jesús quiso sentir al pueblo y quiso sentirse pueblo, por eso entró en la corriente penitencial de las aguas del Jordán, para, como sal sanadora de las aguas malas (cf. 2 Re 2, 19-22), purificarlas con su presencia. Y así, aunque el pecado no entró en él, él si entró en el pecado, desactivando su poder, convirtiéndose en “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).

Y al confundirse entre los hombres, al hundirse en la debilidad y asumirla, se abren los cielos para revelar la grandeza y la verdad de Jesús: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto".

         ¡Qué gran lección para nosotros, que preferimos siempre no mezclarnos, distinguirnos de los que consideramos inferiores social, moral, económica, política y hasta religiosamente!

         Pero no terminan aquí las lecciones de este día. La 1ª lectura pone de relieve, proféticamente, el estilo y el contenido del auténtico enviado de Dios: "No gritará, no clamará... La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho..."

         No quebrar ni ahogar esperanzas... Hay que tener la mirada muy limpia y muy profunda para descubrir vida y esperanza donde otros solo perciben desesperación y muerte. No faltan profetas del pesimismo, inclinados a dar por irrecuperables personas,  certificando defunción no sólo sobre los muertos sino sobre los dormidos... Muchos se han hundido en lo que llamamos "mala vida" porque no encontraron a tiempo alguien que les concediera un poco de credibilidad y confianza. En vez de manos tendidas, solo vieron dedos anatematizantes y descalificadores. El paso de Jesús fue muy distinto. "Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos..., porque Dios estaba con Él", nos dice la segunda lectura.

         Para Jesús, el bautismo supuso un momento crucial en su vida: marcó profundamente su identidad en un doble sentido: en el de su filiación divina y en el de su misión humana. “Tú eres mi Hijo…”, revela una voz desde el cielo; “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, proclama Juan a la orilla del río Jordán (Jn 1,28-29). El bautismo fue para Jesús el descubrimiento de su ser y de su quehacer.

         Y, para nosotros, ¿qué significa el bautismo? Las respuestas teológicas están claras: Nos incorpora a la comunidad de los creyentes, siendo el fundamento de la fraternidad; significa el paso de la muerte a la vida, siendo el fundamento de nuestra libertad; supone una vida coherente, siendo el fundamento de nuestra responsabilidad. Y, sobre todo, nos incorpora al mismo Cristo. Pero, ¿ya  advertimos en nosotros esas realidades y damos muestras a los otros de nuestro bautismo? 

El bautismo no se acredita con un documento extendido en la parroquia; se acredita con  una vida inspirada en el seguimiento del Señor. Nuestra vida no puede ser una negación del bautismo. Al bautismo fuimos presentados; ahora hemos de hacer nosotros presentes el bautismo, avalándolo con la vida.

REFLEXIÓN PERSONAL:

.- ¿Qué significado tiene el bautismo en mi vida?

.- ¿Cómo lo acredito?

.- ¿Es mi paso por la vida como el paso de Jesús?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

 

 

 

jueves, 2 de enero de 2025

DOMINGO II DE NAVIDAD

1ª Lectura: Eclesiástico 24,1-4. 12-16.

La sabiduría hace su propio elogio, se gloría en medio de su pueblo. Abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de sus Potestades. En medio de su pueblo será ensalzada y admirada en la congregación plena de los santos; y recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos. Entonces el Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: Habita en Jacob, sea Israel tu heredad. Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás. En la santa morada, en su presencia ofrecí culto y en Sión me estableció; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder. Eché raíces en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad.

                                        ***             ***             ***

El texto pertenece a lo que se considera el capítulo central del libro del Eclesiástico. Es la cumbre de la reflexión veterotestamentaria sobre la sabiduría de Dios. Una sabiduría que hunde sus raíces en la historia y geografía humanas. Y es en la Navidad de Jesús donde se revela ese  enraizamiento de Dios, de su Sabiduría. Una Sabiduría paradójica, manifestada en la humildad de Belén y en la locura de la Cruz.

 2ª Lectura: Efesios 1,3-6. 15-18.

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales, en el cielo. Ya que en Él nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia, por amor. Nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo, conforme a su agrado; para alabanza de la gloria de su gracia, de las que nos colmó en el Amado. Por lo que yo, que he oído hablar de vuestra fe en Cristo, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama y cuál la riqueza de gloria que da en la herencia a los santos.

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 Cristo no es sólo la encarnación de la Sabiduría de Dios, sino que también encarna su Bendición. En Él hemos sido elegidos para ser santos, y predestinados a ser sus hijos adoptivos. Una “adopción” que no rebaja la calidad de la filiación sino que la revalida (cf. Jn 1,13). En el mundo greco-romano la filiación meramente natural, para gozar de legitimidad legal, necesitaba el reconocimiento oficial de la adopción. El cristiano debe ser consciente de ello, de que ha sido reconocido, adoptado por Dios como hijo.

 Evangelio: Juan 1,1-18.

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió…

La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad….

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En el prólogo del IV Evangelio halla su plenitud la reflexión sapiencial sobre la Sabiduría de Dios. Hasta donde no llegó el pensamiento humano, porque no podía llegar, llegó la iniciativa del amor de Dios. En el nacimiento de Jesucristo se ha manifestado en plenitud la revelación de la Bendición de Dios. Jesús es el HOY exhaustivo de Dios (cf. Heb 1,1-2), la gran sorpresa..

REFLEXIÓN PASTORAL

El gran riesgo de las celebraciones navideñas reside en que lo “tradicional” desplace a lo “esencial”, en que la anécdota se eleve a la categoría de principio.

La Navidad es un tiempo para contemplar la Gloria del Señor (evangelio) y para celebrar nuestra filiación divina (2ª lectura).  Porque, además y por encima de la escenografía tradicional, la Navidad tiene un contenido muy preciso: el misterio, que a la vez es buena nueva, de la presencia de Dios entre los hombres, para los hombres y por los hombres. Y esa es la verdadera sabiduría.

Presencia gratuita (Jn 3,16; Tit 3,5). Presencia que es bendición  (Ef 1,3); luz (Jn 1,9); elección y vocación (Ef 1,4-5); riesgo (Jn 1,5.11); solidaridad y compromiso  (Jn 1,14).

Cuando lo más fácil y cómodo es desentenderse, evadirse, “pasar”... Dios se hace presente. En realidad nunca estuvo ausente, siempre fue un compañero de los paso del hombre... Pero la Navidad supera todos los esquemas y modos precedentes de estar y de hablar.

         En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo” (Heb 1,1-2).

Jesucristo es la Palabra exhaustiva y definitiva de Dios. No solo nos dice que Dios está cerca, sino que es Dios-con-nosotros; no solo nos habla de Dios, sino que es Dios hecho Palabra.

En Jesús Dios deja de estar de parte del hombre, para hacerse hombre (Jn 1,14). En Él Dios se ha embarcado con el hombre en la tarea de erradicar toda dolencia, cargando él personalmente con nuestras dolencias (Mt 8,17); en el empeño de vencer al hambre, convirtiéndose en Pan (Jn 6,35); en liberar al hombre de la fe en el poder de la violencia (Mt 5,39), rechazándola en legítima defensa propia (Jn 18,11); en liberar al hombre del afán de poder, convirtiéndose él en servidor (Mt 20,28); en destruir el odio, mediante una vida al servicio del amor y del perdón (Lc 6,37; Jn 15,12); en vencer a la muerte, mediante su propia muerte (Jn 11,25)...

Este es el gran contenido de la Navidad: saber y sentir a Dios-con-nosotros. Sentir a Jesucristo como nuestro Hermano y sentirnos hermanados en él y con él. Sabernos  hijos en el Hijo… Saberlo y saborearlo.

Pongamos un poco de sordina a tantos “ruidos” y abramos espacios de silencio para escuchar y contemplar sin interferencias la Palabra que nace y nos renace en la Navidad. Porque la Navidad es tiempo de “nacimiento”

         A veces una letra es importante. ¿La Navidad es para nosotros “tiempo de nacimientos” o “tiempo de nacimiento”? ¿Tiempo de “hacer” nacimientos o tiempo de “nacer”? Jesús parece que está por la segunda alternativa: la Navidad es tiempo de nacer.

El que no nazca de nuevo (de lo alto) no puede ver el Reino de Dios” respondió Jesús a Nicodemo (Jn 3,3). Y ante la reacción de sorpresa, Jesús le reiteró: “No te extrañes de que te haya dicho “Tenéis que nacer de nuevo” (Jn 3,7), y le precisa el tipo de nacimiento: “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3,5).

         Es la alternativa cristiana. Alternativa impresionante, porque afecta al todo y desde el principio; dolorosa, porque implica una lectura crítica que, en buena parte cuestiona nuestra actual situación; salvadora, porque nos muestra la posibilidad y el camino para abandonar lo inauténtico, abriéndonos a horizontes de renovada autenticidad.

         La invitación de Jesús no lo es a la negación de los valores consolidados, sino a un discernimiento valiente y sincero; a vivir en otra dimensión: la de aquellos que “despojados del hombre viejo se van renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador” (Col 3,9-10).

         Son los escritos joánicos los que más “explotan” esta categoría teológica del “nacimiento” para presentar la novedad cristiana: “Todo el que practica la justicia, ha nacido de Él” (1 Jn 2,29); “quien ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4,7); “quien ha nacido de Dios, no peca” (1 Jn 3,9); “quien cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios” (1 Jn 5,1); “todo el que ha nacido de Dios, vence al mundo” (1 Jn 5,4)…

         Nacer de nuevo no es una invitación a “repetir” el nacimiento, sino a “protagonizar” un nuevo nacimiento.

         Los evangelios sinópticos, por su parte, formularán esta “urgencia” cristiana de “renacer” para entrar en el Reino desde la clave de la “minoridad”, de “hacerse como niños” (Mt 18,3; cf. 19,14), es decir, de acoger sin prevenciones ni intereses la propuesta de Jesús.

REFLEXIÓN PERSONAL 

.- ¿Qué “he visto” yo en la Navidad?

.- ¿Qué “he escuchado” en la Navidad?

.- ¿Qué “he hecho” en la Navidad?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.