jueves, 10 de abril de 2025

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR -C-

 1ª Lectura: Isaías 50,4-7.

    Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecía la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.

                                                ***             ***             ***

    El texto seleccionado forma parte una sección importante del libro de Isaías, denominada “Cantos del Siervo”. Estamos en tercer “canto”. Más allá de los problemas exegéticos sobre la identidad del “Siervo”, la figura que aparece en este canto es la de un hombre consciente de una misión encomendada por Dios, una misión que le ha destrozado la vida, pero no le ha arrancado la esperanza en el Señor.

    En él se cumplen las palabras del salmo 23,4: “Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo tu cayado me consuela”, o aquellas otras de san Pablo “Sé de quién me he fiado” (2 Tim 1,12). Estos cantos han sido releídos y aplicados, en parte, a la persona de Jesús en el NT y en la liturgia de Iglesia.

 2ª Lectura: Filipenses 2,6-11.

    Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame:¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.

                                                ***             ***             *** 

    Nos hallamos ante un himno prepaulino, posiblemente se remonte a la catequesis de san Pedro (Hch 2,36; 10,39). San Pablo lo inserta en su carta a los Filipenses y lo enriquece con aportaciones personales, entre las que destaca la mención a la muerte de cruz. Tampoco puede descartarse en él una alusión a la antítesis Adán-Cristo: mientras uno tiende a “autodivinizarse” (Adán), el otro opta por “rebajarse” (Cristo).  En el texto  se perciben dos momentos: uno kerigmático, centrado en esa opción del Hijo de Dios manifestada en Jesucristo (Dios y Hombre), que es revalidado por el Padre y convertido en Señor del universo, y otro parenético: exhortación a los cristianos a identificarse con esa opción humilde y de entrega del Hijo de Dios: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo” (Flp 2,5).

 

Evangelio: Lucas 22,14-23,56 (Relato de la Pasión)

 

                                            ***      ***     ***

    Quizá lo distintivo del relato de la Pasión del evangelio de san Lucas sea el  Jesús que traduce: un Jesús que ora, que intercede, que perdona, que da testimonio de su verdad de Hijo de Dios… Un Jesús ejemplo para el discípulo, que ha de llevar cada día su cruz hasta, como él, morir en ella. Y también destaca la presencia de unos personajes ejemplares: el cirineo, caracterizado con las palabras típicas del seguimiento -llevar la cruz detrás de Jesús-, las mujeres compasivas, el ladrón que dialoga en la cruz con Jesús… El relato de la Pasión de san Lucas no es solo una crónica, sino un proyecto, una propuesta, un camino: el camino, la propuesta y el proyecto de Jesús.

REFLEXIÓN PASTORAL

    El Domingo de Ramos nos introduce en la Semana Santa. Dos rostros muestra la liturgia de este día: a) la entrada en Jerusalén, y b) la presentación de la Pasión en una triple versión: narrativa (Evangelio de san Lucas), profética (la figura del Siervo de Isaías) y kerigmática (muerte y resurrección de Cristo, en la carta a los Filipenses).

    La entrada en Jerusalén, seguramente no conmocionó la ciudad, pero sí alertó a los dirigentes. Quienes aclamaban a Jesús serían un reducido grupo de discípulos y simpatizantes galileos. Jesús ya había venido en otras ocasiones a Jerusalén -el IV Evangelio habla de tres-; en las dos primeras subió a celebrar la pascua de los judíos; en esta, la última, subía a celebrar “su” pascua. Y cuidó los detalles. “He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros…” (Lc 22,15).

     Los textos evangélicos subrayan el perfil mesiánico de Jesús, pero Jesús no se durmió en los laureles de las aclamaciones. Ese mismo día, según el texto de san Lucas,  llevó a cabo un gesto profético y político de gran calado: la expulsión de los vendedores del Templo y el enfrentamiento directo con los sumos sacerdotes (Lc 19,45-20,7). ¡La suerte estaba echada!

      En el Domingo de Ramos no debería olvidarse este gesto de Jesús, reivindicando un Templo limpio, abierto, casa donde Dios sea patente y accesible a todos, sin limitaciones étnicas o económicas. Jesús elimina “la planta comercial” del Templo, y al Templo como “comercio”, para reivindicar su dimensión de casa de oración. No deberíamos quedarnos en un entusiasmado agitar de palmas. Hay que leer los signos escogidos por Jesús y su significación profunda.

     Conocida como “Semana de la Pasión del Señor”, deberíamos vivirla  como “semana para renovar la pasión por el Señor”.

     Lo que celebramos en estos días no fue algo que pasó porque sí, sino  por nuestra salvación. Sentirnos directamente implicados, es el modo más responsable de vivirla.

     Si no nos sentimos afectados, quedaremos suspendidos en un vacío vertiginoso. Si nos reconocemos destinatarios e implicados en esa opción radical de amor divino, hallaremos la serenidad y la audacia suficientes para afrontar las más variadas y arriesgadas alternativas de la vida (Rom 8,35-39; cf. 1 Cor 4,9-13). Y hasta qué punto nos sentimos afectados por ese amor de Dios, lo sabremos en la medida en que seamos capaces de amar  como Dios manda, que es lo mismo que amar como Dios ama (Jn 15,12-13).

       Es verdad que no faltan quienes interpretan reductivamente la vida y muerte de Jesús, prescindiendo de esta referencia -por nosotros-. El mismo Jesús temió esta tergiversación o reducción y avanzó unas claves obligadas de lectura. Jesús previó su muerte (Mc 8,31-32; 9,31; 10,33-34 y par.), la asumió (Mc 8,32-33; Jn 11,9-10), la protagonizó (Jn 10,18; Mt 27,48) y la interpretó (Mc 14,24) para que no le arrancaran su sentido, para que no la instrumentalizaran ni la malinterpretaran. Su muerte y su vida estuvieron indisolublemente unidas: un vivir y un morir para Dios y para los otros (cf. Rom 6,10-11; 14,8).

     Si nos desconectamos, o no nos sentimos afectados por su muerte y resurrección, si no vivimos y no vibramos con la verdad más honda de la Semana Santa, las celebraciones de estos días podrán no superar la condición de un “pasacalles” piadoso.

     Si, por el contrario, nos reconocemos destinatarios preferenciales de esa opción radical de amor, directamente afectados e implicados en ella, hallaremos la serenidad y la audacia suficientes para afrontar las alternativas de la vida con entidad e identidad cristianas.

    La Semana Santa no puede ser solo la evocación de la Pasión de Cristo; esto es importante, pero no es suficiente. La Semana Santa debe ser una provocación a renovar la pasión por Cristo. Celebrar la Pasión de Cristo no debe llevarnos solo a considerar hasta dónde nos amó Jesús, sino a preguntarnos hasta dónde le amamos nosotros.

    ¡Todo transcurre en tan breve espacio de tiempo! De las palmas, a la cruz; del “Hosanna”, al  “Crucifícalo”… A veces uno tiene la impresión de que no disponemos de tiempo -o no dedicamos tiempo- para asimilar las cosas. Deglutimos pero no degustamos, consumimos pero no asimilamos la riqueza litúrgica de estos días y la profundidad de sus símbolos, muchas veces banalizados y comercializados.

    La Semana Santa es una semana para hacerse preguntas y para buscar respuestas. Para abrir el Evangelio y abrirse a él. Para releer el relato de la Pasión y ver en qué escena, en qué momento, en qué personaje me reconozco…

     La Semana Santa debe llevarnos a descubrir los espacios donde hoy Jesús sigue siendo condenado, violentado y crucificado, y donde son necesarios “cirineos” y “verónicas” que den un paso adelante para enjugar y aliviar su sufrimiento y soledad.

 REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿En qué paso, con qué personaje de la Pasión me siento más identificado?

.- ¿Me esfuerzo en sentir y consentir con Cristo?

.- ¿Me afecta, de verdad, la Pasión de Cristo? 

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

 

 

viernes, 4 de abril de 2025

DOMINGO V DE CUARESMA -C-

1ª Lectura: Isaías 43,16-21.

    Así dice el Señor, que abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, tropa con sus valientes: caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino en el desierto, ríos en el yermo; me glorificarán las bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza.

                                                      ***    ***    ***

    La memoria regresiva, nostálgica, puede impedir la contemplación del futuro que se está generando en el presente, a veces es cierto, con ambigüedades. El profeta quiere romper con las nostalgias históricas -“Ya está brotando algo nuevo, ¿no lo notáis?”-, e invita al pueblo a desplazarse del pasado al futuro. Un desplazamiento nada fácil, pero necesario. Dios no queda hipotecado por la historia, es el Señor de la historia. Y sus acciones son siempre nuevas y renovadoras. 

2ª Lectura: Filipenses 3,8-14.

  Hermanos:

    Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía -la de la Ley-, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos. No es que haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo. Y aunque poseo el premio, porque Cristo Jesús me lo ha entregado, hermanos, yo a mí mismo me considero como si aún no hubiera conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.

                                                ***             ***             ***

     Cristo es el referente existencial para Pablo. Lo demás, comparado con su conocimiento, es irrelevante. Él ya ha tomado una decisión por Cristo, pero sabe que aún le queda camino por recorrer. No ignora la obra de Dios en él, pero cree que es aún mayor la obra de Dios que le espera. No queda atrapado en el pasado, sino que, lanzado, corre a culminar la carrera. Pablo sigue corriendo.

Evangelio: Juan 8,1-11.

    En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

    Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: ¿tú qué dices?

    Le preguntaban esto para ponerlo a prueba. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último.

    Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie. Jesús se incorporó y le preguntó: Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado? Ella contestó: Ninguno, Señor. Jesús dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

                                            ***             ***             ***

     La escena parece encajar mejor en el tono del evangelio de Lucas. Algunos cuestionan la autenticidad joánica del relato. El enfrentamiento de Jesús con los letrados y fariseos se evidenció de diversas formas. Llamándole “Maestro” quieren contraponer su magisterio con el de Moisés. Pero Jesús no entra a discutir sobre un precepto de la ley. Se remite al argumento personal: les confronta con sus propias vidas, para que actúen no desde la ley sino desde sus vidas. ¿Qué escribía Jesús? Algunos pretenden iluminar el gesto desde un texto de Jeremías (Jer 17,13). El núcleo del relato está en la respuesta de Jesús. Con ella abre a la mujer a un futuro de esperanza, pues “si llevas cuanta de los delitos, Señor, ¿quién podrá subsistir?” (Sal 130,3).

REFLEXIÓN PASTORAL

         Ahora no se trata de una parábola sino de un hecho. Jesús es puesto en la disyuntiva: o condena (y  su enseñanza sobre la misericordia queda en entredicho) o absuelve (y se coloca en contra de la legislación vigente). No era aquella una situación cómoda. Pero lo más incómodo y enrarecido era el ambiente. Jesús percibe que allí faltaba sinceridad y, sobre todo, no había compasión. Aquella mujer ya había sido juzgada y condenada de antemano.

         Por eso se hizo el desentendido; no quería entrar en aquel juego sucio. Y se puso a escribir en el suelo. ¿Qué escribiría Jesús?  Muchos se lo han preguntado; pero me parece que esa es una pregunta casi frívola y superficial. Una vez  más la curiosidad puede apartarnos de lo esencial.

         Y ante la impaciencia de los acusadores, se limita a decir: El que esté sin pecado... Y en el fondo aquellos hombres fueron sinceros; entendieron la indirecta; quizá recordaban lo que ya había dicho Jesús en otra ocasión sobre el adulterio del corazón (Mt 5,28)... Y se retiraron sin lanzar una sola piedra.

         Jesús no es un ingenuo: sabe quién es aquella mujer, que en su vida había pecado; que aquella mujer fue durante un tiempo -¿mucho?- moneda de uso y de cambio para satisfacer infidelidades y pasiones… Pero sabe también que aquella mujer no era solo una prostituta sino una mujer prostituida por otros; sabe que no todo es pecado en su vida ni que todo el pecado de su vida era suyo. Allí había gérmenes buenos en espera de ser despertados y reconocidos. Lo que hace Jesús es mirar a la parte buena de aquel corazón y mirarlo con un corazón limpio.

         Ya solos, dialoga con la mujer. No la recrimina, no la ruboriza con preguntas. No silencia su pecado pero tampoco lo absolutiza. Prefiere alentar a regañar. Y aquella mujer se sintió acogida. No fue juzgada ni prejuzgada. Era consciente de su pecado: eso bastaba. No había que abrumarla con preguntas mortificantes. Necesitaba más comprensión que reprensión... No vuelvas a pecar. Jesús lanza la vida hacia delante, al camino nuevo. No te condeno porque Dios la ama en su debilidad y por su debilidad y E sabe que somos barro (Sal 103,14). Porque en la medida en que está arrepentida ya fue condenado lo que debía ser condenado: el pecado. Ahora mira adelante... Así es Dios; éste es su estilo. Es  el primer mensaje de este evangelio.

     Pero el comportamiento de Jesús es también un ejemplo de actuación. ¡Somos tan inclinados a sorprender, a denunciar! ¡Cuántas personas se han hundido...! El que esté sin pecado... es una invitación a purificar la mirada, pues para los limpios todo es limpio; para los contaminados nada es limpio, pues su mente y su conciencia están contaminados (Tit 1,15); una invitación  a ser no sólo críticos sino autocríticos. Pero no es una invitación a desentenderse, a pasar por alto o a justificar lo que no está bien. ¡No!    Hoy hay mucha indiferencia disfrazada de tolerancia porque falta mucho amor  al prójimo y a la verdad. El amor nunca es indiferente. Por eso no lo fue Jesús ante el pecado, porque amaba profundamente al pecador. Por eso no condena a la mujer adúltera, pero tampoco legitima su adulterio.

         Desde el ejemplo que Jesús nos ofrece en el evangelio de hoy aprendamos a apropiarnos sus actitudes ante la vida; con la pasión de Pablo para quien todo era nada con tal de ganar a Cristo y existir en él. Esto no es fácil ni cómodo, pero sólo así se es cristiano de verdad.

         El mensaje de este domingo V de Cuaresma, en el umbral de la Semana Santa nos dice que un futuro mejor es posible, y que ese futuro nos lo trae Jesús con su muerte y resurrección. “Algo está brotando...”, “yo corro hacia la meta”, “no vuelvas pecar”. Hay que abrirse al futuro.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué espíritu abordo la competición de la fe?

.- ¿Advierto la primavera de Dios en la vida?

.- ¿Doy oportunidades o solo exijo responsabilidades?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

 

 

 

1ª Lectura: Isaías 43,16-21.

 

    Así dice el Señor, que abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, tropa con sus valientes: caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino en el desierto, ríos en el yermo; me glorificarán las bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza.

 

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    La memoria regresiva, nostálgica, puede impedir la contemplación del futuro que se está generando en el presente, a veces es cierto, con ambigüedades. El profeta quiere romper con las nostalgias históricas -“Ya está brotando algo nuevo, ¿no lo notáis?”-, e invita al pueblo a desplazarse del pasado al futuro. Un desplazamiento nada fácil, pero necesario. Dios no queda hipotecado por la historia, es el Señor de la historia. Y sus acciones son siempre nuevas y renovadoras.

 

2ª Lectura: Filipenses 3,8-14.

 

    Hermanos:

    Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía -la de la Ley-, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos. No es que haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo. Y aunque poseo el premio, porque Cristo Jesús me lo ha entregado, hermanos, yo a mí mismo me considero como si aún no hubiera conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.

 

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     Cristo es el referente existencial para Pablo. Lo demás, comparado con su conocimiento, es irrelevante. Él ya ha tomado una decisión por Cristo, pero sabe que aún le queda camino por recorrer. No ignora la obra de Dios en él, pero cree que es aún mayor la obra de Dios que le espera. No queda atrapado en el pasado, sino que, lanzado, corre a culminar la carrera. Pablo sigue corriendo.

 

 

Evangelio: Juan 8,1-11.

 

    En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

    Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: ¿tú qué dices?

    Le preguntaban esto para ponerlo a prueba. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último.

    Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie. Jesús se incorporó y le preguntó: Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado? Ella contestó: Ninguno, Señor. Jesús dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

 

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     La escena parece encajar mejor en el tono del evangelio de Lucas. Algunos cuestionan la autenticidad joánica del relato. El enfrentamiento de Jesús con los letrados y fariseos se evidenció de diversas formas. Llamándole “Maestro” quieren contraponer su magisterio con el de Moisés. Pero Jesús no entra a discutir sobre un precepto de la ley. Se remite al argumento personal: les confronta con sus propias vidas, para que actúen no desde la ley sino desde sus vidas. ¿Qué escribía Jesús? Algunos pretenden iluminar el gesto desde un texto de Jeremías (Jer 17,13). El núcleo del relato está en la respuesta de Jesús. Con ella abre a la mujer a un futuro de esperanza, pues “si llevas cuanta de los delitos, Señor, ¿quién podrá subsistir?” (Sal 130,3).

 

 

REFLEXIÓN PASTORAL

 

         Ahora no se trata de una parábola sino de un hecho. Jesús es puesto en la disyuntiva: o condena (y  su enseñanza sobre la misericordia queda en entredicho) o absuelve (y se coloca en contra de la legislación vigente). No era aquella una situación cómoda. Pero lo más incómodo y enrarecido era el ambiente. Jesús percibe que allí faltaba sinceridad y, sobre todo, no había compasión. Aquella mujer ya había sido juzgada y condenada de antemano.

         Por eso se hizo el desentendido; no quería entrar en aquel juego sucio. Y se puso a escribir en el suelo. ¿Qué escribiría Jesús?  Muchos se lo han preguntado; pero me parece que esa es una pregunta casi frívola y superficial. Una vez  más la curiosidad puede apartarnos de lo esencial.

         Y ante la impaciencia de los acusadores, se limita a decir: El que esté sin pecado... Y en el fondo aquellos hombres fueron sinceros; entendieron la indirecta; quizá recordaban lo que ya había dicho Jesús en otra ocasión sobre el adulterio del corazón (Mt 5,28)... Y se retiraron sin lanzar una sola piedra.

         Jesús no es un ingenuo: sabe quién es aquella mujer, que en su vida había pecado; que aquella mujer fue durante un tiempo -¿mucho?- moneda de uso y de cambio para satisfacer infidelidades y pasiones… Pero sabe también que aquella mujer no era solo una prostituta sino una mujer prostituida por otros; sabe que no todo es pecado en su vida ni que todo el pecado de su vida era suyo. Allí había gérmenes buenos en espera de ser despertados y reconocidos. Lo que hace Jesús es mirar a la parte buena de aquel corazón y mirarlo con un corazón limpio.

         Ya solos, dialoga con la mujer. No la recrimina, no la ruboriza con preguntas. No silencia su pecado pero tampoco lo absolutiza. Prefiere alentar a regañar. Y aquella mujer se sintió acogida. No fue juzgada ni prejuzgada. Era consciente de su pecado: eso bastaba. No había que abrumarla con preguntas mortificantes. Necesitaba más comprensión que reprensión... No vuelvas a pecar. Jesús lanza la vida hacia delante, al camino nuevo. No te condeno porque Dios la ama en su debilidad y por su debilidad y E sabe que somos barro (Sal 103,14). Porque en la medida en que está arrepentida ya fue condenado lo que debía ser condenado: el pecado. Ahora mira adelante... Así es Dios; éste es su estilo. Es  el primer mensaje de este evangelio.

     Pero el comportamiento de Jesús es también un ejemplo de actuación. ¡Somos tan inclinados a sorprender, a denunciar! ¡Cuántas personas se han hundido...! El que esté sin pecado... es una invitación a purificar la mirada, pues para los limpios todo es limpio; para los contaminados nada es limpio, pues su mente y su conciencia están contaminados (Tit 1,15); una invitación  a ser no sólo críticos sino autocríticos. Pero no es una invitación a desentenderse, a pasar por alto o a justificar lo que no está bien. ¡No!    Hoy hay mucha indiferencia disfrazada de tolerancia porque falta mucho amor  al prójimo y a la verdad. El amor nunca es indiferente. Por eso no lo fue Jesús ante el pecado, porque amaba profundamente al pecador. Por eso no condena a la mujer adúltera, pero tampoco legitima su adulterio.

         Desde el ejemplo que Jesús nos ofrece en el evangelio de hoy aprendamos a apropiarnos sus actitudes ante la vida; con la pasión de Pablo para quien todo era nada con tal de ganar a Cristo y existir en él. Esto no es fácil ni cómodo, pero sólo así se es cristiano de verdad.

         El mensaje de este domingo V de Cuaresma, en el umbral de la Semana Santa nos dice que un futuro mejor es posible, y que ese futuro nos lo trae Jesús con su muerte y resurrección. “Algo está brotando...”, “yo corro hacia la meta”, “no vuelvas pecar”. Hay que abrirse al futuro.

 

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué espíritu abordo la competición de la fe?

.- ¿Advierto la primavera de Dios en la vida?

.- ¿Doy oportunidades o solo exijo responsabilidades?

 

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

 

 

jueves, 27 de marzo de 2025

DOMINGO IV DE CUARESMA -C-

1ª Lectura: Josué 5,9a. 10-12.

    En aquellos días, el Señor dijo a Josué: Hoy os he despojado del oprobio de Egipto. Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. El día siguiente a la pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ácimos y espigas fritas. Cuando empezaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.

                                              ***             ***             ***

    La entrada en la Tierra prometida supuso un cambio de situación y de alimentación. Dios continúa guiando la historia del pueblo, abierta ahora a una nueva etapa. La entrada en la tierra de la libertad abre un nuevo capítulo, con nuevos retos. Comienza la conquista de la tierra, que se verificará sobre sobre todo en la conquista de la libertad, la verdadera tierra, desde la fidelidad a Dios y a su palabra.

2ª Lectura: 2ª Corintios 5,17-21.

    Hermanos: El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio nuestro. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado, Dios le hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios.

                                              ***             ***             ***

     En Cristo tiene lugar el cambio definitivo, el paso de lo viejo a lo nuevo, de la tierra de la esclavitud a la de la libertad. Y eso se traduce en una nueva situación -la conversión- y una nueva alimentación -Cristo como alimento definitivo-. Él es la epifanía más plena de la misericordia de Dios: Dios no pide cuentas de los pecados, sólo ofrece misericordia. Todo el pecado del hombre lo descargó en la vida de su Hijo, para ofrecernos la salvación. Cristo es el punto de encuentro de Dios con los hombres, el agente de la reconciliación.

Evangelio: Lucas 15,1-3. 11-32.

    En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los escribas y los fariseos murmuraban entre ellos: Ese acoge a los pecadores y come con ellos.

    Jesús les dijo esta parábola: Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de lo que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes.  No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces se dijo: Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.  Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.  Su hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el Padre dijo a sus criados: Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies, traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado. Y empezaron el banquete.Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y, llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud. Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado. El padre le dijo: Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado.

                                              ***             ***             ***

     Esta parábola forma parte de la trilogía conocida como “parábolas de la misericordia” que configuran el cap. 15 del evangelio de Lucas. Y son respuesta a la crítica de escribas y fariseos sobre la praxis abierta y misericordiosa de Jesús. Amenazada por una escucha rutinaria, la parábola exige una relectura desde claves profundas. En ella Jesús advierte de la equivocación de confundir a Dios Padre con un dios patrón, de buscar la realización personal lejos de la casa del Padre. También alerta de presencias que, en realidad, son ausencias (es el caso del hermano mayor). Desde ella somos invitados a identificar al Dios en quien creemos (¿es un Dios meramente remunerador, o es un Dios salvador?), y a identificarnos ante él. Qué experiencia tenemos de Dios y qué experiencia tenemos del hermano. Los paradigmas filiales de la parábola no son, en manera alguna, ejemplares. Pero hay otro Hijo, el parabolista, que es con quien hemos de procurar identificarnos, apropiándonos sus sentimientos (Flp 2,5), aprendiendo de él (Mt 11,29). Es el hermano que no “se entristece”, sino que se goza con el regreso del hermano perdido. Es el verdadero narrador del Padre, a quien conoce por dentro.

REFLEXIÓN PASTORAL

     Escribía Charles Péguy: “Todas las parábolas son hermosas, todas las parábolas son grandes. Pero con esta, millares y millares de hombres han llorado”.

      Muchas veces comentada, esta parábola resulta, sin embargo, inagotable en su capacidad de sugerencias. No basta la explicación exegética. Solo se comprende desde la oración. Es una parábola para ser “orada”. Nos revela el núcleo de Dios, que no está pidiendo cuentas de los pecados (2 Cor 5,17-21); no es un Dios al acecho. Es Padre misericordioso. Esta parábola es, además, una invitación a examinar nuestra experiencia de filiación y de fraternidad.   

     Un hombre tenía dos hijos. Un día el más pequeño, en el estallido de su juventud, prefirió la aventura de los sueños a la aparente monotonía del hogar y del amor paternos; quería experiencias nuevas... y pidió la parte de su herencia. No sin dolor el padre  accedió. Y es que el respeto de Dios por la libertad del hombre es casi escandaloso.

      Abandonó la casa, se entregó a la evasión..., y se arruinó. Abandonado de todos, no le abandonó un recuerdo, el de la casa de su padre. Curiosamente no su padre; y es que en el fondo le movía el hambre no el amor. Pero lo importante es que la luz entró en su alma aunque fuera por aquella  rendija. Decide volver, con un discurso preparado: “Padre, he pecado, no merezco llamarme hijo tuyo...” ¡No conocía a su padre! Quien desde que marchó no hizo otra cosa que esperarle, saliendo todos los días al camino. Y, a pesar de la edad, quizá con la vista cansada, le reconoció de lejos, porque se ve de verdad cuando se mira con el corazón. Nadie que no hubiera sido su padre le habría reconocido. Se había marchado bien vestido, y volvía envuelto en harapos.

Pero su padre le conoció, le presintió de lejos. Y corrió a él; no supo esperar. Y es que mientras el arrepentimiento anda a paso lento, la misericordia de Dios corre veloz. Manifiesta más necesidad el padre de perdonar que el hijo de ser perdonado. Con el perdón el hijo recupera la comodidad, el padre el corazón; el muchacho volverá a poder comer, el padre volverá a poder dormir.

      El padre no pregunta los porqués de la marcha ni del regreso. Eso se sabrá luego, o nunca. Lo que importa es que ha vuelto. Y comienza la fiesta.

      Pero había otro hermano, el que se había quedado en casa. Al regresar del campo le sorprende el bullicio de la fiesta. No adivina que tal alegría sólo puede tener un motivo: el regreso de su hermano. Tuvo que preguntar, y al enterarse, se indignó. ¡No podía ser! ¡Aquello no era justo! Si llega a saber esto, también él hubiera hecho lo mismo...Y no quería entrar. Por lo que también a este hijo tiene el padre que salir a buscarlo. 

Amargado pasa factura a su padre: “Tanto tiempo que te sirvo (no dice que te amo)”; y lo que es peor, se desmarca de su hermano: “Cuando ha venido ese hijo tuyo...”. Fue lo que más debió doler al Padre, que no supiera o no pudiera llamar hermano a su hermano. Pero el padre no se desalentó; también para este hijo mayor era la fiesta.  Hijo, deberías alegrarte”. Porque haber estado siempre en casa del padre no es para lamentarlo.

       No deja de ser triste la situación de este padre. Es el único que ama en la parábola. El hijo menor regresa más por hambre que por amor; el mayor es incapaz de comprender. Y, además los hermanos no se aman entre sí. ¿Es que es imposible amar desinteresadamente, sin prefijos?  DIOS AMA ASÍ, y ASÍ HEMOS DE AMAR.

   El Dios que nos revela Jesús y que se revela en él es un Dios de puertas abiertas y de corazón abierto. Un Dios Padre que no discrimina, siempre disponible a la acogida gozosa de los hijos.

     En el fondo es una parábola con sabor agridulce, que nos habla de la “singularidad” del padre -todo y solo amor- y de su “soledad”. El hijo que se marchó, regresó movido por el hambre, no por amor, y el que se quedó en casa no lo hizo por amor sino por egoísmo. Ninguno de los dos amaba al padre, y ninguno de los hermanos se amaban; solo el padre ama y está a la puerta para acoger al pródigo que, al menos le llama “padre”, y al decepcionado,  a quien recuerda que ese “hijo tuyo” es “tu hermano”. ¡Dios es así, un Padre que no discrimina, siempre disponible a la acogida gozosa de los hijos. Un Dios que solo sabe ser y ejercer de Padre misericordioso. Es su estilo, que debe ser el nuestro. Ahí está la novedad cristiana.

La parábola nos ofrece una foto, la del Padre, que todos hemos de contemplar y guardar en la cartera, cerca del corazón, para ver si al contacto con ella nuestro corazón comienza a latir al compás del suyo.

Una lección importante para este cuarto domingo de Cuaresma. Un Dios Padre que no discrimina, siempre disponible a la acogida gozosa de los hijos. Un Dios que solo sabe ser y ejercer de Padre misericordioso. Es su estilo, que debe ser el nuestro. Ahí está la novedad cristiana.

REFLEXIÓN PASTORAL

.- ¿De qué modelo de hijo estoy más cerca?

.- ¿Siento a Dios como “Padre” o como “patrón”?

.- ¿Me alegra el bien del otro?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano Capuchino.

           

 

 

jueves, 20 de marzo de 2025

DOMINGO III DE CUARESMA -C-

1ª Lectura: Éxodo 3,1-8a. 13-15.

    En aquellos días, pastoreaba Moisés el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse.  Moisés se dijo: Voy a acercarme a mirar ese espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza. Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: Moisés, Moisés. Respondió él: Aquí estoy.

     Dijo Dios: No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado. Y añadió: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios. El Señor le dijo: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.

    Moisés replicó a Dios: Mira yo iré a los israelitas y les diré: el Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntan cómo se llama este Dios, ¿qué les respondo? Dios dijo a Moisés: “Soy el que soy”. Esto dirás a los israelitas: “Yo soy”, me envía a vosotros. Dios añadió: Esto dirás a los israelitas: el Señor Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación.

                                          ***             ***             ***

   Nos hallamos ante una de las grandes teofanías del AT. Dios se revela en la zarza ardiendo, y se revela como el Dios de la historia de la salvación iniciada en los patriarcas. Un Dios con los ojos y los oídos abiertos a los avatares del pueblo de la promesa. Un Dios cuyo nombre no es una forma nominal, estática, sino verbal, dinámica -“Yo soy”-, y en cuya traducción oscilan los exegetas. Mientra para unos significa la perfección y la autosusistencia de Dios, otros ven en esa definición una clara polémica contra los ídolos, que “no son”. Otros creen descubrir en ella la alusión a la eternidad o a la fidelidad de Dios a sí mismo. No faltan quienes ven en esa respuesta a Moisés la misteriosidad de Dios, su inaferrabilidad conceptual o su apertura a un futuro, a un Dios que está siempre por ver. Un Dios cuyo nombre es inagotable en sus resonancias y a quien se le reconocerá por “su” historia.

2ª  Lectura: 1ª Corintios 10,1-6. 10-12.

    Hermanos: No quiero que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron la mayoría de nuestros padres. No protesteis como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador. Todo esto le sucedía como un ejemplo: y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga.

                                          ***             ***             ***

    Escribiendo a los corintios, Pablo les invita a considerar como propia la historia de la salvación y a evitar los “errores” de los primeros “destinatarios”. Una historia que a través de las diversas “figuras” siempre estuvo presidida por Cristo. No ha habido ni hay historia de salvación al margen de Cristo. El cristiano participa “sacramentalmente” de aquella historia por el Bautismo y la Eucaristía. Y no está exento del peligro de hacerlo solo ritualmente. Hay que aprender a leer la historia. 

Evangelio: Lucas 13,1-9.

    En aquella ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.

    Y les dijo esta parábola: Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar frutos en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, al año que viene la cortarás.

                                               ***             ***             ***

    El tema central del fragmento evangélico es la llamada a la conversión. En dos momentos, la lectura de dos acontecimientos luctuosos y la propuesta de la parábola de la higuera infecunda, Jesús destaca la urgencia de la conversión. Dios no estaba detrás de la mano homicida de Pilato, ni removiendo las bases de la torre de Siloé. Está en ese viñador que, inaccesible al desaliento, se esfuerza por dar oportunidades a la higuera, cavando alrededor y estercolándola, esperando que dé fruto. Y ese viñador es Jesucristo. 

REFLEXIÓN PASTORAL

     Entre los judíos estaba muy extendida la creencia de que las desgracias personales, las catástrofes o las enfermedades eran castigos de Dios por pecados cometidos. Jesús aprovecha la noticia de dos desgraciados acontecimientos recientes para hacer ver a sus contemporáneos que tales desgracias son totalmente ajenas a la voluntad de Dios, y explicables por otras razones: la intolerancia política de Pilato o el derrumbamiento casual de la torre de Siloé.

         Empequeñecemos a Dios proyectando sobre él nuestros limitados modos de pensar y existir. Arrojamos balones fuera, cuando responsabilizamos o atribuimos a Dios lo que deberíamos asumir e interpretar desde nuestras responsabilidades o limitaciones. Y, además, actuamos injustamente, al convertirnos en jueces inmisericordes del dolor ajeno, interpretando las desgracias como castigos divinos.

         Dios no hace sufrir, aunque esté presente en el sufrimiento y lo permita. Él no es causante del sufrimiento, sino confidente del que sufre. Más bien Él es vulnerable, sensible al dolor del hombre. “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos” (1ª lectura). Así se presenta Dios; que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (cf. Ez 18, 23). Eso es lo que quiere Dios: que el hombre viva.

Jesús vino para eso: para que tuviéramos vida “y una vida abundante” (Jn 10,10), de calidad.  Y para eso es necesaria la conversión.

         El tiempo litúrgico de la Cuaresma quiere ser una memoria viva y permanente de esa necesidad. Que no es reductible a una serie de prácticas superficiales y aisladas, sino a una decisión fundamental y preferencial por Él. Y todos necesitamos encontrar y entrar en ese camino, en esa dinámica, pues “si no os convertís, todos igualmente pereceréis” (Evangelio). Por tanto, concluye S. Pablo: “el que se cree seguro, ¡cuidado! No caiga” (2ª lectura).

         Y no se trata de atemorizar, sino de una llamada para que despertemos a este maravilloso tiempo de gracia, de amor, de perdón y reconciliación que Dios nos otorga. Esto es lo que quiere decirnos la parábola de la higuera infecunda: Dios es inaccesible al desaliento, siempre mantiene una expectativa; es un pertinaz creyente en el hombre, al que ama apasionadamente.

         Frente a nuestras impaciencias -nos gustaría arrancar, cortar …, en el fondo desesperando de la regeneración propia y ajena-, la estrategia de Dios, el viñador, es abonar, cuidar y esperar un año más, no para crear falsas esperanzas sino para que de una vez nos decidamos a dar fruto. “No es que el Señor se retrase, como algunos creen, en cumplir su promesa; lo que ocurre es que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que se pierda alguno, sino que todos se conviertan. Pero el día del Señor llegará” (2 Pe 3,9-10).

     Dios es un Dios dador de oportunidades. La historia humana, nos dice la Biblia, se abrió con una gran oportunidad de Dios al hombre para que se realizara en plenitud: el paraíso. Y el hombre la perdió (Gen 2,4b-3,24). Pero no fue esa la única ni la última. Dios siguió empeñado en dar nuevas oportunidades. El arca de Noé, la alianza mosaica, la tierra prometida, la palabra profética…, fueron otras tantas oportunidades. “¿Qué más se puede hacer ya a mi viña, que no se lo haya hecho yo?” (Is 5,4). Pero el rechazo contumaz del hombre no bloqueó la iniciativa divina

Llegada la plenitud de los tiempos llegó la oportunidad definitiva: Jesucristo; él es la gran oportunidad en la que regenerarnos y regenerar nuestra vida. Con sus actitudes y parábolas intentó abrirnos los ojos (Mc 4,26-29; Mt 13,24-30.36-43; Lc 15,11-32). Pero tampoco fue escuchado en su momento: “¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como una gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y no habéis querido!” (Mt 27,37).

         Y cuando parecía que todas las puertas se cerraban, la resurrección de Cristo las abrió definitivamente. El hombre tiene abierta la posibilidad de vivir en la órbita de Dios. La oportunidad sigue abierta: la conversión al Evangelio. Un año más Dios ha venido a buscar fruto…; no le decepcionemos.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué lectura hago de la vida?

.- ¿Doy oportunidades para la recuperación de situaciones aparentemente perdidas?

.- ¿Exijo ser lo que yo no soy?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

 

 

miércoles, 12 de marzo de 2025

DOMINGO II DE CUARESMA -C-

 1ª lectura: Génesis 15,5-12. 17-18.

    En aquellos días, Dios sacó afuera a Abrahán y le dijo: Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes. Y añadió: Así será tu descendencia. Abrán creyó y se le contó en su haber. El Señor le dijo: Yo soy el Señor que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en posesión esta tierra. Él replicó: Señor Dios, ¿cómo sabré que voy a poseerla? Respondió el Señor: Tráeme una ternera de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón. Abrán los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres y Abrán los espantaba. Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán y un terror intenso cayó sobre él. El sol se puso y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados. Aquel día el Señor hizo alianza con Abrán en estos términos: A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río.

                                             ***             ***             ***

    El capítulo 15 del Génesis se articula en dos momentos: en el primero (vv 1-6) Dios promete a Abrán, contra toda esperanza, una abundante descendencia. Y Abrán, contra toda evidencia, “creyó al Señor”. El segundo momento (vv. 7-19) lo constituye la promesa de la tierra y el pacto de alianza establecido entre Dios y Abrán. El Dios de Abrán es el Dios de la gratuidad, de las promesas gratuitas e impensadas, y Abrán es el hombre de fe que se adhiere al Señor. Y todo esto “se le contó en su haber”.

 2ª Lectura: Filipenses 3,17-4,1.

 Hermanos: Seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en mí. Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Solo aspiran a cosas terrenas. Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador, el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

                                             ***             ***             ***

    Pablo estimula a los filipenses a mirarse en él, en cuanto seguidor de Jesús y servidor del Evangelio. Denuncia la posibilidad de vivir, dentro de la comunidad, como “enemigos de la cruz de Cristo”, arraigados a ritos y prácticas del judaísmo. El texto se sitúa en la fuerte polémica que Pablo mantuvo con los judaizantes (cristianos que no solo compatibilizaban  las prácticas judías con la “novedad” del Evangelio de Cristo, sino que querían imponerlas a los cristianos provenientes del paganismo).

 Evangelio: Lucas 9,28b-36.

    En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.

    Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y espabilándose vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: Maestro, qué hermoso es estar aquí. Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el escogido; escuchadlo. Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

                                             ***             ***             ***

     Transmitido por los tres evangelios sinópticos, sin embargo cada uno destaca aspectos propios en el llamado relato de la Transfiguración. Lucas, el texto evangélico que hoy se proclama subraya la finalidad de la subida al monte y el contexto en que ocurre la revelación: la oración; el tema de la conversación entre Jesús, Moisés y Elías: su pascua; falta la alusión al sueño de los discípulos y la orden de silencio impuesta por Jesús al final de la escena. Todo el relato gira en torno a la revelación de Cristo como el Hijo de Dios, y la invitación a escucharlo. En el camino cuaresmal es necesaria esta parada en el monte de la luz para subir con esperanza al monte de la cruz. 

REFLEXIÓN PASTORAL

         Se acerca a Jerusalén, donde van a tener lugar los dramáticos acontecimientos que le conducirán a la muerte y, para que los discípulos no se vean desbordados por esos sucesos, para que puedan superar el terrible escándalo de la Cruz, Jesús escoge a Pedro, a Santiago y a Juan -los mismos que más tarde serán testigos de su agonía en el huerto de Getsemaní- para revelarles su auténtica dimensión: el hombre que sudará sangre por la tensión de lo que se avecina; el hombre que verán como rechazado y maldito, es el Hijo de Dios, el amado, el predilecto. El hombre a quien el pueblo elegido no sabrá reconocer, es reconocido, sin embargo, por las grandes figuras históricas de ese pueblo: Moisés, autor de la Ley, y Elías, el gran profeta.

¿Por qué este evangelio de la Transfiguración en este domingo de Cuaresma? ¿No contrastan el blanco deslumbrador del Señor transfigurado con el morado del tiempo litúrgico? ¿Por qué este evangelio aquí? Porque la Cuaresma nos sitúa ante la apremiante necesidad de colocarnos en la ruta de Jesús, de reorientar nuestros pasos por su camino, ya que “mis caminos no son vuestros caminos” (Is 55,8), de abrir nuestro corazón a su evangelio (“Convertíos y creed en el evangelio” (Mc 1,15), y esto exige someter nuestra vida a un fuerte ritmo.

Un camino que sólo podremos recorrer, y un ritmo que sólo podremos mantener, iluminados por la convicción y la experiencia de la cercanía y de la presencia del Señor. Por esto nos pone la Iglesia este relato evangélico, luminoso y esperanzador, en el tiempo de Cuaresma.

Pero hay algo más. El evangelio nos recuerda que Jesús no solo se transfigura en gloria, en luz; hay otra transfiguración más dura y difícil: “Tuve hambre, estuve desnudo, estuve enfermo y en la cárcel... ¿Cuándo te vimos…?” (Mt 25,31-45).

  La transfiguración gloriosa tuvo lugar en un monte...; la transfiguración humilde, en un valle, que solemos llamar de lágrimas. Ambas transfiguraciones no son opuestas, y no podemos oponerlas. Los discípulos quedaron deslumbrados, nosotros quedamos confundidos y hasta molestos por esta segunda transfiguración del Señor en la debilidad...

         La Transfiguración es, pues, reveladora de la verdad más íntima de Cristo; pero además es una llamada a la transformación personal, a que Cristo brille en nuestras vidas, y una denuncia de nuestra opacidad, de nuestra dificultad para traslucir al Señor.

         El evangelio de hoy nos invita a situarnos en la ruta de Jesús, a caminar a su ritmo, a escucharlo. El evangelio de hoy ilumina la Cuaresma, descubriendo su auténtico sentido: la meta de la conversión cristiana no es la mortificación, sino la transformación, pero esta pasa necesariamente por la etapa de la Cruz  -¿o también somos nosotros de los que vivimos como enemigos de la Cruz de Cristo? (Flp 3,18)- .

         Como a Abrán, también a nosotros el Señor nos invita a salir de nuestras reducidas “casillas”, de nuestras “tiendas” y a mirar al cielo  con la esperanza formulada por san Pablo en la segunda lectura: “Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa”...

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Experimento en mí la energía transformadora del Evangelio?

.- ¿Qué transfiguraciones del Señor me interpelan?

.- ¿Vivo como seguidor o como enemigo de la cruz de Cristo?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.