1ª Lectura: Isaías 5,1-7.
Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto
de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la
descantó y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar.
Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones.
Pues ahora, habitantes de Jerusalén,
hombres de Judá, por favor, sed jueces entre mí y mi viña. ¿Qué más cabía hacer
por mi viña que yo no lo haya hecho? ¿Por qué, esperando que diera uvas, dio
agrazones? Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitar
su valla para que sirva de pasto, derruir su tapia para que la pisoteen. La
dejaré arrasada: no la podarán ni escardarán, crecerán zarzas y cardos,
prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.
La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido. Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos.
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Conocido como “canción de la viña” (Is 5,1-7), el texto forma parte de la primera sección del cap. 5 del libro y está articulado en tres momentos: la canción (5,1-7), una serie de maldiciones (5,8-24) y el anuncio de un castigo a cargo de los asirios (5,26-30). Los problemas exegéticos y literarios del texto no son pocos. Se trata de una canción compuesta por el profeta al inicio de su ministerio, probablemente en tiempo de la vendimia. ¿De qué viña se trata? A partir del v 7 se descifra su rostro -la casa de Israel, los hombres de Judá-. Pero eso no soluciona todas las preguntas sobre el origen del texto. En todo caso, antes que el anuncio de un juicio, parece tratarse, en su primer nivel, de la confesión una “desilusión” por el amor rechazado. ¿Cómo ha sido posible? ¿Qué ha hecho mal el “amigo”? Por otro lado, la imagen de Israel como viña elegida y luego repudiada había sido ya esbozada por Oseas (10,1), y la repetirán Jeremías (2,21; 5,10; 6,9; 12,10) y Ezequiel (15,1-8; 17,3-10; 19,10-14). También el NT se referirá a la “viña” con otras modulaciones (Mt 21,33-44 y paralelos; Jn 15,1-2).
2ª Lectura: Filipenses 4,6-9.
Hermanos: Nada os preocupe; sino que en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o mérito tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis y visteis en mí ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros.
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Nos hallamos al final de carta, y Pablo exhorta a los filipenses a intensificar la comunión en la oración. Y, además, a discernir y a poner en práctica los auténticos valores humanos. El cristiano no tiene valores morales distintos de los demás; lo que le distingue es el “espíritu” con que los vive. Ha de tener en cuenta todo lo bueno que hay en la vida. Y, finalmente, Pablo se propone a sí mismo como referente.
Evangelio: Mateo 21,33-43.
En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos
sacerdotes y a los senadores del pueblo: Escuchad otra parábola: Había un
propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar,
construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de
viaje.
Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus
criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero
los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a
otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e
hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose:
“Tendrán respeto de mi hijo”. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron:
“Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y
agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva
el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos ladrones?
Le contestaron: Hará morir de mala muerte a
esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los
frutos a sus tiempos.
Y Jesús les dice: ¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.
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Con esta parábola, dirigida a los sumos sacerdotes y senadores del pueblo, Jesús quiere denunciar la irracionalidad de su hostilidad antes los enviados de Dios (el Bautista), y ante su propio Hijo (Jesús). Trabajando sobre la imagen veterotestamentaria de la “viña”, Jesús modula el tema, poniendo el acento no en la viña sino en lo viñadores, dejando en evidencia su irresponsabilidad. El final de la parábola justifica el cambio que se producirá: la viña se dará a otros viñadores. Pero ese “riesgo” sigue pendiente sobre todo los que reproduzcan la actitud de los primeros viñadores. Nadie puede apropiarse la “viña”, ni apropiarse sus frutos.
REFLEXIÓN PASTORAL
“Esperó que diese uvas, pero dio agraces…” (Is
5,2). Es la queja de Dios, y también su esperanza.
Dios no es indiferente ante la reacción del hombre. Porque
el amor nunca es indiferente. Y Dios es AMOR. Eligiendo al pueblo de Israel, obró como el
labrador con su viña, con amor, mimo e ilusión. ¿Qué más cabía hacer? (Is
5,4). Esperó unos frutos. Pero esos
frutos no se produjeron. A Dios, su pueblo elegido le hizo experimentar la
decepción.
La parábola evangélica, con más propiedad alegoría,
conocida como la de “los viñadores homicidas”
contiene acentos distintos de los del texto de Isaías. Mientras el
profeta destaca la irresponsabilidad de la viña; Jesús subraya la irresponsabilidad
de los viñadores, ignorando y eliminando todas las mediaciones divinas, hasta la del Hijo.
Por eso, Dios “arrendará la viña a otros labradores
que le den los frutos a su tiempo” (Mt 21,41); creará un pueblo nuevo. Y
ese pueblo nuevo, asentado en la piedra angular que es Cristo (Ef 2,20),
vitalizado por la sabia de la única vid, que es Cristo (Jn 15,1.5), es la
Iglesia. Y de ese pueblo, también objeto del mimo, del amor y de la ilusión de
Dios, Dios sigue esperando los mismos frutos, es decir, justicia y derecho (Is
5,7). ¿Los damos o le decepcionamos? Para ello hay que estar vinculados a la vid.
“Sin mí no podéis hacer nada…” (Jn 15,4-5). ¿Lo estamos? Lo sabremos, si
nuestros frutos son cristianos... Porque “por sus frutos los conoceréis”
(Mt 7,16.20).
Haber sido
objeto de la elección y el amor de Dios es una gracia; pero, también, una gran
responsabilidad. Pues “el amor de Cristo nos urge” (2 Cor 5,14) a
concretar, a fructificar. Y porque la Palabra de Dios no es solo palabra de
entonces, sino de hoy, nos dirige la misma advertencia: “Se os quitará a
vosotros el Reino de los Cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos”
(Mt 21,43).
Responsabilidad que, entre otras cosas, significa
apertura a los auténticos valores de la vida. “Todo lo que es verdadero,
noble, justo, puro, amable...; todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en
cuenta” (Flp 4,8). Porque esa es la
religión auténtica: la que no se construye a costa ni de espaldas a los valores
humanos. El cristiano no devalúa, sino que revalúa lo auténticamente humano; lo
profundiza, liberándolo del egoísmo, de la superficialidad y lo eleva a la
categoría de alabanza a Dios.
Es el mensaje que Dios, por medio de su palabra, nos dirige hoy. Y que debemos acoger con gratitud y responsabilidad, por haber sido elegidos a ser su viña.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Produzco
frutos? ¿Qué frutos?
.- ¿Tengo en
cuenta todo lo que es justo, verdadero…?
.- ¿Soy motivo de decepción o de ilusión?
DOMINGO J.
MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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