sábado, 10 de junio de 2023

Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor -A-

1ª Lectura: Deuteronomio 8,2-3; 14b-16a.

         Habló Moisés al pueblo y dijo: Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones; si guardas sus preceptos o no. Él te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná -que tú no conocías ni conocieron tus padres- para enseñarte que no solo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No sea que te olvides del Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua; que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.

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    Moisés invita a “recordar” el camino que hizo Dios con el pueblo en el desierto hacia la Tierra Prometida: sus avatares, sus fragilidades y la providencia y la pedagogía de Dios con ellos. Menciona especialmente: el don del maná y del agua surgida de la roca, profecías del auténtico Maná y de la Agua de la vida.

2ª Lectura: I Corintios 10,16-17.

         Hermanos: El cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en la  sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.

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         San Pablo invita a los cristianos de Corinto a hacer una “lectura” profunda de la Acción de Gracias -la celebración  y participación de la Eucaristía-. Un discernimiento necesario (1 Cor 11,27-28), subrayando en este texto seleccionado la Eucaristía como elemento y alimento de unión y de comunión.

Evangelio: Juan 6,51-59.

         En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

         Disputaban entonces los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

         Entonces Jesús les dijo: Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que come mi carne vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.

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 Jesús descubre la verdad profunda de la Eucaristía: no es una devoción ni un alimento devocional, es el alimento de la Vida eterna. Es la expresión máxima de la comunión con Él, de la convivencia más  profunda e intensa.

REFLEXIÓN PASTORAL

¿Qué es la Eucaristía? Una pregunta necesaria en unos contextos como los nuestros, donde todo se desdibuja y desfigura con presentaciones “a la carta”. Porque no podemos convertir en rutina irrelevante la herencia de Jesús.

La Eucaristía es la mayor audacia de Cristo, de su amor. El colofón de la gran aventura de la encarnación de Dios. No fue una improvisación de última hora. Fue algo muy pensado. Nació de su corazón. El amor tiene necesidad de dar y, si es preciso, de darse. Pero, además, el amor desea quedarse. La ausencia es el gran tormento del amor. En la hora del “adiós” se dejan cosas que suplan o amortigüen la ausencia… No importa lo que sea, pero siempre es algo en el que uno pone lo mejor de sí mismo, “para que te acuerdes de mí”, decimos.

La Eucaristía no fue, pues, un hecho aislado ni aislable en la vida de Cristo: se sitúa en la lógica de su vida, una vida para los demás, una vida entregada.  Y de maneras diferentes fue sembrando su vida de alusiones.

Siendo sapientísimo, no supo inventar cosa mejor; siendo todopoderoso, no pudo hacer nada mejor ni hacerlo mejor; siendo riquísimo, no pudo hacernos mejor don que el de sí mismo. Ahí está el misterio de la eucaristía.       

La Eucaristía es presencia real, no única (no excluye otras presencias de Jesús), pero singular y privilegiada. Presencia para adorar y escuchar en la oración y meditación; presencia a celebrar como sacramento de nuestra fe (Lc 22,19); presencia para actualizar apostólicamente “hasta que vuelva” (I Co 11,26); presencia cohesionadora de la comunidad cristiana (1 Cor 10,16-17); presencia que nos invita a interpretar eucarísticamente la propia vida, en clave de donación y entrega (Lc 22,19-20) y de acción de gracias (Col 3,15).

         De esto nos habla la Eucaristía, pero no solo nos habla, también nos urge. Esa presencia no es solo evocadora sino provocadora. Cristo hecho presencia nos urge a hacerle presente en nuestra vida, y a estar presentes junto al prójimo. Cristo hecho pan, nos urge a compartir nuestro pan. Cristo solidario, nos urge a la solidaridad fraterna. Cristo, entregado y derramado por nosotros, nos urge a abandonar posiciones cómodas para recrear su estilo radical de amar y hacer el bien. Por eso la Eucaristía es recordatorio y llamada al amor fraterno. Es la expresión de la caridad de Dios al hombre y llamada a la caridad del hombre para con el hombre. Comulgar a Jesús supone comulgar con todo lo de Jesús. La comunión eucarística debe ser una “encarnación” de Jesús en nuestra vida y de nuestra vida en Jesús.

Hay otro aspecto, entre muchos y de gran transcendencia, que no conviene olvidar: la Eucaristía es presencia y ausencia de Cristo; certeza y nostalgia. Nos habla de Cristo y nos remite a Cristo. Es memoria de Cristo y  profecía de Cristo. La celebramos mientras esperamos su gloriosa venida (Ap 22,20). Por eso es “el sacramento de nuestra fe”, del amor de Cristo y de la esperanza cristiana.  Solo desde ella estamos capacitados para salir al encuentro de la vida como profetas del Señor (Jn 15,5). La Eucaristía no solo es alimento de vida sino proyecto y modelo de vida. De esto nos habla y a esto nos urge la Eucaristía.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué experiencia tengo de Dios, y qué experiencia transmito?

.- ¿Contemplo al hombre como “espacio” de Dios?

.- ¿Traduzco la comunión con Dios en comunión fraterna?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN; franciscano capuchino.

 

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