miércoles, 22 de marzo de 2023

DOMINGO V -A-

1ª Lectura: Ezequiel 37,12-14.

     Esto dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor: os infundiré mi espíritu y viviréis; os colocaré en vuestra tierra, y sabréis que yo el Señor lo digo y lo hago. Oráculo del Señor.

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     El fragmento escogido forma parte del famoso discurso sobre “los huesos secos” (Ez 37,1-14), que el profeta dirigió a los desterrados en Babilonia, escépticos, cuando no resignados, ante lo que consideraban irreversible: el exilio como la tumba del pueblo. Dios se les revela como dador de vida, a través de su espíritu.

    El texto, directamente, está contemplando la restauración mesiánica del pueblo. Pero con los símbolos utilizados, orientaba ya hacia la idea de una resurrección individual, entrevista en Job 19,25 y explícitamente afirmada en Dan 12,2; 2 Mac 7,9; 12,4. Tema que adquirirá su configuración definitiva en el NT.

2ª Lectura: Romanos 8,8-11.

    Hermanos: Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

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     El discurso teológico de san Pablo alcanza su culmen en este capítulo 8 de la carta a los Romanos. En el texto seleccionado se destaca al Espíritu como centro de la vida del cristiano. Lo que en otros lugares san Pablo atribuye al Padre o a Cristo aquí lo atribuye al Espíritu. Por otro lado, el Apóstol destaca los dos modos de existencia humana -la carne y el espíritu- y la incompatibilidad radical entre ambos. Ambos conceptos tienen posiblemente resonancias “griegas” y “hebreas”.

     Hablando del hombre, con el concepto “carne” san Pablo alude a lo pecaminoso, a lo desviado del hombre, a su fragilidad creatural; y con el concepto “espíritu” se refiere a la apertura a lo divino, que le posibilita la comunión con Dios. Con todo, la antropología paulina no es dualista, sino profundamente integrada.

Evangelio: Juan 11,1-45.

 

     En aquel tiempo…., las hermanas (de Lázaro) le mandaron recado a Jesús, diciendo: Señor, tu amigo está enfermo.

     Jesús, al oírlo, dijo: Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.

     Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días donde estaba. Solo entonces dijo a sus discípulos: Vamos otra vez a Judea…. Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado…. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.

    Y dijo Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.

     Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.

     Marta respondió: Sé que resucitará en la resurrección del último día.

    Jesús le dice: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Cree esto?

    Ella le contestó: Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo…

    Jesús, muy conmovido preguntó: ¿Dónde le habéis enterrado?

    Le contestaron: Señor, ven a verlo.

    Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: ¡Cómo lo quería! Pero algunos dijeron: Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera este?

     Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. Jesús dijo: Quitad la losa.

    Marta, la hermana del muerto, le dijo: Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.

    Jesús le dijo: ¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?

    Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has enviado. Y dicho esto, gritó con voz potente: Lázaro, ven afuera.

      El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús le dijo: Desatadlo y dejadlo andar.

     Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

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     Nos hallamos ante el último y más desarrollado de los “signos” de Jesús narrados en el IV Evangelio (2,1-11; 4,46-54; 5,1ss; 6; 9,1ss; 11,1ss). El centro del mismo reside en la presentación de Jesús como la Vida y Señor y dador de la Vida. Una vida que nace de la fe en él -“¿Crees esto?”-. La resurrección tiene lugar en el encuentro con Cristo. No hay que esperar a morir para resucitar, el creyente resucita sacramentalmente en las aguas del bautismo. Los demás aspectos del relato no deben distraer de lo que es el centro del mismo. La profesión de fe de María, la hermana de Lázaro: “Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” es el punto al que quiere conducirnos esta escena evangélica.

REFLEXIÓN PASTORAL

Estamos llegando al final del itinerario cuaresmal, que habíamos iniciado con la petición de que nos ayudara a avanzar en el conocimiento de Cristo y a vivirlo en su plenitud. La liturgia dominical ha ido presentándonos  “perfiles” esenciales de Jesús: el de verdadero hombre tentado en el desierto (1º), el de su dimensión más íntima en la Transfiguración, el Hijo de Dios (2º), el del Agua viva junto al pozo de Jacob (3º), el de la Luz (4º) y hoy (5º) el de la Resurrección y la Vida. ¿Lo vamos percibiendo y experimentando así?

      El relato evangélico de este domingo está construido con elementos de gran densidad y significación teológicas. Hay un núcleo hacia el que todo converge y desde el que todo se ilumina: “Yo soy la resurrección y la vida…” (Jn 11,25).

     El protagonista del relato no es Lázaro, sino Jesús; no es la resurrección de Lázaro, sino Jesús como la Resurrección; no es la muerte de Lázaro, sino la vida que da Jesús, lo que se pretende subrayar. Se trata no de la resurrección de “un hombre”, sino de la resurrección “del hombre”; de la vida que, deteriorada y muerta por el pecado, es llamada vigorosamente a resucitar, participando de la vida de Dios ofrecida en y por Jesucristo.

      La Vida habita en Jesús: él es el agua viva, el pan vivo, la vida… “He venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (10,10). Jesús es Señor y dador de Vida; no solo para la otra vida; también para ésta, aportándole calidad y sentido.  Mi vivir es Cristo” (Flp 1,21), dirá Pablo de Tarso, sintetizando los contenidos y motivos de su existir.

      En la segunda lectura se subraya este aspecto: Cristo es el principio vital del hombre: “Si Cristo está en vosotros, el espíritu vive por la justicia” (Rom 8,10). Quien lo incorpora a su vida y se incorpora a su Vida, en él la muerte ya no tiene dominio. La Vida tiene nombre propio: Jesús. La última palabra no la dicta la muerte, sino la Vida. La muerte física es una exigencia del guion, pero no es el final de la película. “¿Dónde está muerte tu victoria?” (1 Cor 15,57).

      Ante la Vida, la muerte es solo un sueño. “Lázaro, nuestro amigo, está dormido” (Jn 11,11)… Y, como a Marta, se nos pregunta: “¿Crees esto?” (Jn 11,26). ¡Convertirse a la Vida (cf. Jn 17,3)! Y quien tiene esta fe, que se verifica en la caridad, ha superado ya la muerte, pues “en esto sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, si amamos…” (1 Jn 3,14).

     “Hay que vivir la vida”, decimos, pero lo entendemos en un sentido minúsculo e intranscendente. Convirtámoslo en proyecto mayúsculo. ¡Vivir la Vida! Para eso hay que “beber la Vida! en su fuente más pura y original, en la Eucaristía y en la Palabra de Dios; en la fuente de Aquel que ha dicho “Yo soy la Resurrección y la Vida…(Jn 11,25); si alguno tiene sed que venga a mí y beba, y de su seno correrán ríos de agua viva” (Jn 7,37).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué principios guían mi vida? ¿Los de la carne o los del Espíritu?

.- ¿Cuáles son los signos de un resucitado?

.- ¿Con qué pasión sirvo vida desde la Vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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