1ª Lectura: Miqueas 5,2-5a.
Esto dice el Señor: Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornarán a los hijos de Israel. En pie pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor su Dios. Habitarán tranquilos porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y esta será nuestra paz.
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Este oráculo contrapone al rey actual, Ezequías, humillado por Senaquerib, rey de Asiria (cf. 2 Re 18,13-16), con el nuevo jefe de Israel, cuyo nacimiento inaugurará la nueva era de paz y de gloria. Miqueas se imagina a este mesías en la forma tradicional de los profetas de Judá. La mención de Belén, lo enraíza con la figura de David. El evangelista Mateo retomará este oráculo para presentar el nacimiento de Jesús, en quien ve cumplida la profecía.
2ª Lectura: Hebreos 10,5-10.
Hermanos:
Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no
quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas
holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el
libro: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.
Primero dice: No quieres ni aceptas
sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos ni víctimas expiatorias, -que se
ofrecen según la ley-. Después añade: Aquí estoy para hacer tu voluntad.
Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y, conforme a esa voluntad, todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.
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Cristo no es una mera “continuación”, ni un eslabón más en la cadena de la historia de la salvación, él es el Salvador. Desaparecen las mediaciones instrumentales, provisorias, para aparecer lo definitivo; desaparecen los sacrificios y ofrendas rituales, superados con “su” ofrenda sacrificial. Es el “hoy” definitivo de Dios (Heb 1,2). Pablo, escribiendo a los romanos, recordará que la ofrenda que agrada a Dios no es la ritual sino la personal (Rom 12,1-2), recreando el modelo de la de Jesús.
Evangelio: Lucas 1,39-45.
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
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Este encuentro entre las dos madres es también el primer encuentro entre los dos hijos. Juan inagura su misión de precursor, saltando de gozo en el seno materno y anunciando por boca de su madre el señorío de Jesús (v.43). Isabel es la mujer profeta que desvela el misterio más profundo acaecido en María. Como más tarde Juan (Lc 3,16), ella también se reconoce inmerecedora de la visita de la madre de su Señor. Y ofrece la radiografía más profunda de María, descubriendo su secreto y su grandeza: su fe en la palabra de Dios.
REFLEXIÓN PASTORAL
El domingo IV de Adviento tiene todos los
elementos para ser considerado el umbral de la Navidad. En los textos bíblicos
que iluminan la celebración eucarística ya aparecen los paisajes y personajes
que enmarcan y protagonizan el misterio.
Belén, el espacio geográfico privilegiado:
"Y tú Belén..., aunque eres la más
pequeña entre las familias de Judá..., de ti saldrá el pastor de Israel"(1ª).
Es la primera opción de Jesús por los pobres: la opción por “lo” pobre.
Xto., corazón y núcleo de la Navidad,
revela el sentido de su venida: "Aquí
estoy para hacer tu voluntad" (2ª); y María (evangelio), la
realizadora de la Nochebuena, la mujer escogida por Dios para la encarnación y
alumbramiento del Verbo.
En
este preludio navideño es bueno centrar nuestra atención en MARIA, pues nadie
como ella vivió y dio vida al misterio que nos disponemos a celebrar.
Fijémonos. Apenas recibe la buena y
sorprendente noticia de su maternidad, conociendo la situación de su prima
Isabel, ya en el sexto mes de su embarazo, se pone inmediatamente en camino
-" a prisa" dice el
evangelio-, para servirla.
Antes de alumbrar físicamente al Señor,
María lo hace presente con su caridad, traducida en servicio. Entrando en casa
de Isabel, lo irradia. E Isabel lo percibe en lo más íntimo de su ser. "Apenas te he oído, saltó de gozo el niño en
mi seno". Y desvela el misterio. "Dichosa tú que has creído". Este es el núcleo y el secreto de
María: su fe. Una fe que integra en sí el misterio -"¿Cómo puede ser esto?"-, y una fe que la integra a ella en el
misterio -"Hágase en mí según tu
palabra"-, sabiendo de quien se ha fiado. En esto consiste su inigualable grandeza, en
su entrega inigualablemente audaz y creadora al plan de Dios.
Acogió con tanta profundidad y verdad a la
Palabra de Dios que la hizo su Hijo, y fue profundizada con tanta verdad por
ésta que la hizo su Madre.
La fe es el eje en torno al cual gira la
comprensión y vivencia auténtica de la Navidad. Sin la fe todo se distorsiona, se tergiversa y banaliza.
Esa fe es el origen, la causa más profunda, la razón última de la alegría con
que el cristiano vive estos días. En este sentido, la Virgen es correctamente
invocada como "causa de nuestra alegría", porque ella es la madre de
la alegría cristiana: Cristo -Él es nuestra alegría-.
María es un ser transparente, mejor, una
transparencia de Cristo. No tiene luz propia; en ella brilla radiante la luz de
Dios. Ella es alumbradora de esa luz. Antes del parto, en la visitación, ya lo irradia; en Belén, lo
da a luz; y en Caná de Galilea, remite a Él: "Haced lo que Él os diga".
Sí, María es un proyector de luz; la imagen de María Virgen proyecta una luz particular para vivir estos días navideños, para iluminar y motivar nuestra alegría, y sobre todo nuestro modo de ser y estar con los demás: en actitud de servicio, irradiando y transparentando la presencia del Señor.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué luz
proyecto en mi vida y con mi vida?
.- ¿Cuál es mi
disponibilidad para el servicio?
.- ¿Interpreto mi vida como “ofrenda agradable a Dios”?
Domingo J. Montero Carrión. Franciscano capuchino
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