No hay más
Dios que tú, que cuidas de todo, para demostrar que no juzgas injustamente. Tu
poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar
a todos. Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total y reprimes
la audacia de los que no lo conocen. Tú, poderoso soberano, juzgas con
moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto
quieres. Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y
diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al
arrepentimiento.
*** *** ***
El poder de
Dios no es prepotencia o arbitrariedad, es el principio de la justicia y de la
misericordia y se convierte en pedagogía para el hombre: el justo debe ser
humano. La dureza es, en realidad,
debilidad; el verdadero poder es indulgente. Dios no está al acecho del
hombre: en el pecado no precipita el castigo, da lugar al arrepentimiento. No
tiene prisa en juzgar, tiene todo el tiempo para ejercer la misericordia.
2ª Lectura: Romanos 8,26-27.
Hermanos:
El Espíritu
viene en ayuda de nuestra debilidad porque nosotros no sabemos pedir lo que nos
conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.
El que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su
intercesión por los santos es según Dios.
*** *** ***
La garantía
de la oración del cristiano reside en el Espíritu que ora por nosotros. No es
fabricación de manos humanas, sino del Espíritu que Dios ha enviado y nos
permite decir “Padre”. El mismo que da testimonio de que somos sus hijos (cf.
Rom 8,15-16). Esto no supone una alienación personal, porque el Espíritu, por
el bautismo, habita en lo más hondo del discípulo de Jesús. Sin ese Espíritu la
oración cristiana será imposible y no sabremos lo que pedimos (cf. Mt 20,22).
Evangelio: Mateo 13,24-43.
En aquel
tiempo, Jesús propuso esta parábola a la gente: El Reino de los Cielos se
parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras la gente
dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando
empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces
fueron los criados a decirle al amo: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu
campo? ¿De dónde sale la cizaña? Él les dijo: Un enemigo lo ha hecho. Los
criados le preguntaron: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? Pero él les
respondió: No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y
cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y
atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.
Les propuso
esta otra parábola: El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que
uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeñas de las semillas, cuando
crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las
hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.
Les dijo
otra parábola: El Reino de los Cielos se parece a una levadura; una mujer la
amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente.
Jesús expuso
todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se
cumplió el oráculo del profeta: “Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré
el secreto desde la fundación del mundo.”
Luego dejó a
la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: Acláranos
la parábola de la cizaña en el campo. El les contestó: El que siembra la
semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los
ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que
la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los
ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del
tiempo: el Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y arrancará de su Reino a
todos los corruptores y malvados y los arrojará al horno encendido; allí será
el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol
en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.
*** *** ***
Con estas
tres parábolas Jesús quiere exponer algunas realidades del Reino de Dios. La
primera es exclusiva de Mateo; la segunda encuentra paralelos en Mc 4, 30-32 y
Lc 13,18.19, y la tercera es compartida solo por Mt y Lc 13,20-21. En la de la
cizaña destaca la paciente sabiduría de Dios (cf. 1ª lectura), que sabe dar
tiempo a las cosas y enseña a no ser precipitados. El Reino de Dios ha de saber
integrar las tensiones inherentes a su devenir histórico. Ha de admitir con
esperanza que la obra de Dios alcanzará su fruto, pero para eso el grano ha de
ser enterrado (parábola de la mostaza); porque esa humilde semilla participa de
la energía de Dios, capaz de transformar y dinamizar la realidad. La
explicación pormenorizada de la parábola de la cizaña, como la del sembrador,
responde a un momento ulterior de la enseñanza reservada a los discípulos. Como
en la del sembrador, se concluye con una llamada al discernimiento personal.
REFLEXIÓN PASTORAL
“Dejadlos crecer juntos…”. ¡Una
lección de realismo! Aceptar vivir en un mundo en el que hay buenos y malos,
trigo y cizaña. Convivencia, a veces tan dura, que aparece la tentación de la
impaciencia: ¡arranquemos la cizaña! ¿por qué ha de ocupar espacio en el campo?
Jesús hablaba a personas impacientes, que se
preguntaban: ¿por qué tantos malhechores?, ¿a qué espera Dios para liquidarlos
a todos? Y tiende a calmar e iluminar esa impaciencia.
Dios no es el sembrador de la cizaña. Al
final habrá un juicio. Y Dios será el único juez, porque los hombres podemos
confundirnos, al no ver en el interior del corazón (cf. 1 Sam 16,7).
La 1ª lectura nos habla del juicio de
Dios, un juicio “con moderación”, “con gran indulgencia”, un
juicio justo, “que te hace perdonar a todos” y que “en el pecado das
lugar al arrepentimiento”. Porque la dureza es, en el fondo, debilidad; el
verdadero poder es indulgente. Y procediendo así, “enseñaste a tu pueblo que
el justo debe ser humano”. La revelación del hombre a ser hombre: humanidad
es el indicativo de la verdadera justicia.
Es una pena que haya tanta cizaña en el
mundo. ¡Y tanta cizaña dentro de nosotros! Lo que podemos y debemos hacer para
reducirla es comenzar por arrancar la del propio campo. Acondicionar nuestro
terreno. Ante la pretensión de entrar a limpiar el campo ajeno, Jesús advierte:
“Saca primero la viga de tu ojo y, luego, verás a sacar la mota del ojo de
tu hermano” (Mt 7,5). Porque, si no, “podríais arrancar también el trigo”.
Nadie es enteramente trigo limpio, ni
totalmente cizaña. Y todos podemos evolucionar positivamente ¡gracias a Dios! A
Él no le apremia el tiempo. Su perspectiva es más amplia y generosa que la
nuestra.
No es infrecuente en algunos sectores de
la Iglesia la tentación de recluirse en grupos homogéneos, elitistas, excluyendo
a los semiconvencidos, a los no comprometidos… Jesús ve a su iglesia de un modo
distinto: un pueblo de amplia acogida y paciencia, de humildad y esperanza.
Porque, cizaña era la oveja perdida (Lc 15,1-7), la moneda extraviada (Lc
15,8-9), el hijo pródigo (Lc 15,11-32), el “buen ladrón” (Lc 24,33-43), la
mujer adúltera (Jn 8,3-11), Zaqueo (Lc 19,1-10), la pecadora pública (Lc
7,37-49), los publicanos y pecadores (Mc 2,15-17)…
“Ser humanos” es, entre otras cosas, tener
voluntad y compromiso serio por la justicia, pero también comprensión y acogida
para acompañar y convivir con las debilidades, propias y ajenas. Rezuman
sabiduría evangélica las palabras de Benedicto XVI: “¡Cuántas veces desearíamos
que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, que derrotara el mal y creara un mundo mejor.
Todas las ideologías de poder se justifican así, justifican la destrucción de
lo que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Nosotros
sufrimos por la paciencia de Dios, Y, no obstante, todos necesitamos su
paciencia. El Dios que se ha hecho Cordero, nos dice que el mundo se salva por
el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la
paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres” (Benedicto XVI
en la eucaristía de su entronización el 24-IV-005).
La paciencia hoy no tiene buena prensa -ni
siquiera tiene prensa-; vivimos en el signo contrario, el de la urgencia. Está
vinculada a la esperanza –“Tened paciencia, hermanos… Mirad cómo el labrador
sabe esperar…” (Sant 5,7-8); con el optimismo en la bondad última de las
cosas -“de las piedras puede sacar Dios hijos de Abrahán” (Lc 3,8)-, y
con el amor –“el amor es paciente” (1 Cor 13,4). La paciencia no es una
“debilidad”, sino una “energía” para afrontar las “provocaciones” de la vida
sin ofuscarse, incurriendo en decisiones o juicios precipitados, resultado de
una lectura deficiente, poco ponderada o pasional. La paciencia da tiempo al
tiempo, porque “todo tiene su tiempo” (Qoh 3,1), y porque es generosa y
piensa bien.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Qué nivel de humanidad se refleja en mis juicios?
.-
¿Cómo es mi oración? ¿Está inspirada por el Espíritu?
.-
¿Qué siembro en la vida: buena semilla o cizaña?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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