1ª
Lectura: Isaías 66,18-21
Esto dice el Señor:
“Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua;
vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé
supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia;
a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria: y anunciarán
mi gloria a las naciones. Y de de todos los países, como ofrenda al Señor,
traerán a todos vuestros hermanos a caballos y en carros y en literas, en mulos
y dromedarios, hasta mi Monte Santo de Jerusalén -dice el Señor-, como los
israelitas, en vasijas puras, traen ofrendas al templo del Señor. De entre
ellos escogeré sacerdotes y levitas -dice el Señor-“.
*** *** ***
El texto se encuentra al final del libro de Isaías, y
es una declaración explícita de la misericordia de Dios y de su voluntad
salvadora, que implica la reunión de todos los pueblos y naciones en su Monte
Santo. Y también de entre esos pueblos escogerá sacerdotes y levitas. Dios
manifiesta así su voluntad no excluyente. Ningún pueblo está al margen: “Dios
quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (I Tm 2,4).
2ª
Lectura: Hebreos 12,5-7. 11-13
Hermanos: Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron:
“Hijo míos, no rechaces el castigo del Señor, no te enfades por su reprensión;
porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos”.
Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no
corrige a sus hijos?
Ningún castigo nos gusta cuando lo recibimos, sino que
nos duele; pero después de pasar por él, nos da como fruto una vida honrada y
en paz. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas
vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse,
se curará.
*** *** ***
Esta exhortación, inspirada en Prov 3,11-12, es una
invitación a reconocer con gratitud la paternal pedagogía de Dios. Y reaparece
en Apocalipsis 3, 19, en la carta al Ángel de la Iglesia de Laodicea. ¿De qué
corrección se trata? De la invitación a caminar en la ruta del Evangelio, que
en ocasiones desvela nuestros pasos descaminados, invitándonos a entrar por la
puerta estrecha y a adentrarnos por el camino angosto propuesto por Jesús,
pero, en definitiva, Camino de vida.
Evangelio:
Lucas 13,22-30
En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén,
recorría ciudades y aldeas enseñando.
Uno le preguntó: “Señor, ¿serán pocos los que se
salven?”.
Jesús les dijo: “Esforzaos en entrar por la puerta
estrecha. Os digo que muchos intentarán entra y no podrán. Cuando el amo de la
casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta
diciendo: ‘Señor, abrénos´ y él os
replicará: ‘No sé quiénes sois´. Entonces comenzaréis a decir: ‘Hemos comido y
bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas´. Pero él os replicará: ‘No
sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados´. Entonces será el llanto y el
rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los
profetas en el Reino de Dios y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de
Oriente y Occidente, del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de
Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”.
*** *** ***
En tiempo de Jesús, las escuelas rabínicas mantenían
opiniones muy diversificadas al respecto. Jesús reorienta la pregunta: no se
trata de un conocimiento teórico, curioso, sino de un planteamiento práctico.
No hay que preocuparse de saber el número de los que se salvan, sino ser del
número de los salvados. Y Jesús responde que del Reino de Dios no hay
excluidos, pero puede haber auto-excluidos.
REFLEXIÓN
PASTORAL
“Señor, ¿serán pocos los que se salven?”. Sin duda,
Jesús hubiera preferido que la pregunta le hubiese sido formulada en estos términos:
“Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?” (Lc 10,25). Por eso su
respuesta no fue de orden matemático (cuántos), sino de orden ético (cómo):
“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. En todo caso el tema es
importante, porque “al final de la jornada, aquel que se salva sabe, y el que
no sabe nada”.
El hombre siempre ha sentido inquietud y hasta
ansiedad por conocer esta cifra misteriosa. En las escuelas rabínicas
contemporáneas a Jesús se dividían las
opiniones: para unos eran muchos, para otros eran pocos. También a lo largo de
la historia en la Iglesia ha habido voces y opiniones dispares al
respecto. Los Santos Padres opinaban, en
general, que eran pocos. Los autores modernos se inclinan por que son muchos,
incluso que todos sin excepción,
aduciendo la eficacia de la redención de Cristo. ¡Un buen deseo, sin duda! En
todo caso, el proyecto de Dios es claro: “quiere que todos los hombres se
salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (I Tm 2,4. De eso nos habla el
texto profético de Iaías (1ª) y el evangelio.
Pero, ¿por qué entregarse a más especulaciones? El único que pudo decírnoslo,
Jesús, no quiso responder. O mejor, sí respondió. “No te preocupe saber el
número de los elegidos, procura ser tú del número de los elegidos. Esfuérzate
en ello”. Porque la salvación no es una lotería -sería irrespetuoso imaginarse
a Dios sacando bolas salvadoras de un bombo-, ni un seguro que nos permita
vivir irresponsablemente. Es, ante todo, gracia de Dios -“por gracia habéis
sido salvados” (Ef 2,5-, no discriminante y abierta, pero es también llamada,
urgencia que exige responsabilidad... Por eso nos dice Jesús: “esforzaos,
velad…”. No nos refugiemos en un Cristo fácil, porque ese Cristo no
existe. El camino cristiano es arduo,
tanto que muchas veces deja de ser camino para convertirse en áspera y
vertiginosa senda, abierta paso a paso con el sudor del esfuerzo y hasta con
sangre. En este sentido se expresa el texto que hemos leído de la Carta a los
hebreos. Hay, pues, que abordar correctamente
el tema.
Situarnos ante el problema de la salvación como espectadores curiosos,
considerándolo como algo exterior a nosotros, que todavía no nos afecta, es una
postura equivocada y, sin embargo, muy frecuente.
Más que preguntar si serán muchos o pocos, la pregunta
justa debe ser: ¿Estoy yo en camino de salvación? ¿Acojo esa llamada en mi
vida? ¿Vivo la salvación que Dios ha operado en mí por el bautismo? ¡Nos falta
la conciencia de sentirnos ya salvados! Por eso nos falta audacia y coherencia
para vivir esa realidad.
Sabernos ya salvados debería lanzarnos a buscar ante
todo el Reino de Dios y su justicia; a aspirar a las cosas de arriba; a entrar
en comunión más auténtica con los otros. Nos salvaremos, si ya ahora nos
sentimos salvados y vivimos en consecuencia; no aduciendo falsas credenciales
(ni siquiera la de los cumplimientos religiosos). La vida cristiana es mucho
más que un rito. “Sabemos que estamos salvados, si amamos a los hermanos” nos
dice S. Juan (I Jn 3,14). Cristo abrirá las puertas de Reino a los que
respondan positivamente a este test existencial, “Tuve hambre y me disteis de
comer…”, porque “lo que hicisteis a uno de éstos…”. El problema de la salvación, pues, no es del
más allá, sino del más acá.
Y sintiéndonos salvados, debemos ser agentes,
instrumentos de salvación. Pero no podemos engañarnos ni engañar. Jesús dijo
que su Reino no era de este mundo; que su paz no era como la del mundo; que su
salvación no se regía ni se reducía a los esquemas de este mundo..., por eso,
precisamente, es necesaria para este mundo. Frente a los que pretenden liberar
matando al opositor, Jesús libera muriendo por el opositor... Es el esfuerzo de
la puerta estrecha… Hoy falta valor para hacer llamadas al sacrificio, porque
en el fondo falta el convencimiento de que valga la pena sacrificarse por algo.
La oferta placentera a corto plazo y a
bajo precio es la más abundante. Pero
Jesús no es de los que piensan así. Su oferta vale pena, no es una ganga. Es un producto de
calidad, y exige comportamientos de calidad. Por eso no duda en decir:
“Esforzaos...”
Acojamos esta invitación del Señor, porque lo
importante no es saciar la curiosidad de saber si son muchos o pocos los que se
salven, sino la conciencia de saber si nosotros estamos o no en vías de salvación. Veamos, hermanos, si hay que
rectificar caminos o si incluso es necesario abandonar caminos. Porque esa es
la gran sabiduría de la vida: encontrar el camino de la salvación y recorrerlo
con el Señor y los hermanos.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Estoy yo en camino de salvación?
.-
¿Vivo la salvación que Dios ha operado en mí por el bautismo?
.-
¿Acojo con responsabilidad la llamada de Jesús al “esfuerzo”?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano capuchino.
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