1ª Lectura: Jeremías 38,4-6.
8-10
En aquellos días,
los príncipes dijeron al rey: “Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a
los soldados que quedan en la ciudad, y a todo el pueblo, con semejantes
discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia”.
Respondió el rey
Sedecías: “Ahí lo tenéis, en vuestro poder: el rey no puede nada contra
vosotros”.
Ellos cogieron a
Jeremías y lo arrojaron en el aljibe de Melquías, príncipe real, en el patio de
la guardia, descolgándolo con sogas. En el aljibe no había agua, sino lodo, y
Jeremías se hundió en el lodo.
Ebdelmelek salió del
palacio y habló al rey: “Mi rey y señor, esos hombres han tratado inicuamente
al profeta Jeremías, arrojándolo al aljibe, donde morirá de hambre (porque no
quedaba pan en la ciudad)”.
Entonces el rey
ordenó a Ebedmelek: “Toma tres hombres a tu mando, y sacad al profeta Jeremías
del aljibe, antes de que muera”.
*** *** ***
La intervención de
Jeremías, desaconsejando la oposición a los caldeos, le acarreó el calificativo
de antipatriota. Eso le condujo a la situación que narra el texto seleccionado.
La historia dio la razón a Jeremías (Jer 39). La acusación de que desmoralizaba
al pueblo, esgrimida por los príncipes, era interesada: pretendían defender sus
posiciones de privilegio. Jeremías veía más allá de la supervivencia de una
“clase política”, le preocupaba la situación del pueblo. También a Jesús le
acusaron de desestabilizador social (Lc 23,5), simplemente porque distinguía la
política del Reino de Dios de las políticas interesadas de supervivencia. No es
infrecuente identificar el bien común con los propios intereses, y supeditar
aquel a estos.
2ª Lectura: Hebreos 12,1-4
Hermanos:
Una nube ingente de
espectadores nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado
que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los
ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que renunciando al gozo
inmediato, soportó la cruz, sin miedo a la ignominia, y ahora está sentado a la
derecha del Padre. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no
os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en
vuestra pelea contra el pecado.
*** *** ***
La carta a los
Hebreos nos invita a “correr”, fijos los ojos en Jesús. Una imagen deportiva,
que indica, además las exigencias para mantener la forma competitiva:
liberarnos del impedimento -el pecado- que nos ata y paraliza. Ya san Pablo
habla de “espíritu olímpico” (I Co 9,24-27; Flp 3,12-14): ascético, optimista,
generoso, inteligente, competitivo… Vivir olímpicamente la fe puede ser un
estilo muy sugestivo y válido. Sin olvidar nunca la meta, sin perder de vista a
Jesús, iniciador y meta de nuestra fe.
En aquel tiempo dijo
Jesús a sus discípulos: “He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá
estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta
que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer paz al mundo? No, sino división.
En adelante, una familia de cinco está dividida: tres contra dos y dos contra
tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la
madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la
nuera contra la suegra”.
*** *** ***
Sigue Jesús
dirigiéndose a los discípulos. ¿De qué fuego habla Jesús? Del que purificará y
abrasará los corazones, y que debe encenderse en la cruz, auténtica “pira” del
amor purificador de Dios. También ese es el bautismo por el que anhela pasar.
Jesús contempla ya un horizonte conflictivo, y eso lejos de arredrarle, le
estimula.
Por otra parte, a
los discípulos les advierte de la “tensión” que él ha venido a introducir en la
vida. No es un rompefamilias, pero hasta ahí pueden llegar la consecuencias y
exigencias del seguimiento.
REFLEXIÓN PASTORAL
Nada más lejos de
Jesús que la ambigüedad. Desde la infancia fue presentado como bandera
discutida, y desde entonces no dejó de ondearla hasta que fue izada en el
mástil de la cruz.
Quiso claridad en
todo, en el hablar y en el actuar. Descalificó las pretensiones posibilistas y
contemporizadoras -“No podéis servir a
dos señores” (Mt 6,24) -. Sin concesiones al sentimentalismo, descubrió los
reales vínculos de su parentesco –“Mi madre y mis hermanos son los que cumplen la voluntad del Padre” (Mt
12,50) -. Rehuyó sistemáticamente el aplauso interesado de los que pedían
milagros -“Vosotros me buscáis porque
habéis comido pan hasta saciaros” (Jn 6,26) -. No dudó en calificar su
propuesta de “vía estrecha”, y su Camino, de cruz…
Y lo de hoy ya lo
acabamos de escuchar: un pirómano divino, que quiso deshacer con el fuego de su
amor todos los hielos del corazón humano; que quiso acabar con tanta maleza
como existía en la sociedad de su tiempo. Un intranquilizador, que vino a
declarar la guerra a todas las falsas paces religiosas, políticas, sociales y
hasta personales y familiares, porque hasta ahí pueden llegar las consecuencias
de una verdadera opción por Jesús.
Es cierto que los
cristianos, con el paso del tiempo, hemos ido dulcificando y moralizando esa
figura tan enérgica. Hemos arriado su bandera discutida, cambiándola por otra
más razonable y, sobre todo, la hemos izado en otro mástil, convirtiendo la
cruz, de signo escandaloso en un adorno piadoso. Hemos declarado compatible, y
hasta subordinado, el Evangelio con otros mensajes. Hemos abandonado la “vía estrecha”
por otra, en la que se pueda circular en todas las direcciones. Nos hemos
convertido en bomberos del fuego con el
que Él vino a encender el mundo. Hemos pactado con casi todos y casi
todo. Hemos pretendido hacer más asequible su mensaje, más universal, a costa
de sacrificar sus exigencias…; pero, gracias a Dios, no lo hemos conseguido, ni
lo conseguiremos mientras en nuestros oídos sigan resonando mensajes como los
que acabamos de escuchar hoy en la palabra de Dios. Y tenemos que agradecérselo
a Dios de verdad, porque nuestra inclinación es hacia un Cristo fácil, cómodo,
pero ese Cristo no existe.
Hoy, desde los
textos bíblicos, se nos invita a luchar contra el pecado en todas sus
manifestaciones, personales y sociales, aún a costa de nuestra integridad
física, sin apartar nunca la vista de Jesucristo (2ª lectura). El profeta
Jeremías, fiel a su vocación y a la revelación de Dios, estuvo a punto de morir
en una fosa porque no distorsionó la palabra de Dios, doblegándose y halagando
las pretensiones de los cortesanos de
Jerusalén…, pero Dios lo libró.
“Una nube ingente de
espectadores nos rodea…, corramos la carrera fijos los ojos en el que inició y
completa nuestra fe, Jesús”. Sí, a Jesús nunca hay que perderle de vista, so
pena de despistarnos, adentrándonos por
caminos estériles, y de despistar a los otros.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Es Jesucristo el referente de
mi vida?
.- ¿A qué estoy dispuesto por su
seguimiento?
.- ¿Soy posibilista, intentando
servir a dos señores?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.
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