Dijo Moisés al pueblo: El sacerdote tomará de tu mano
la cesta con las primicias y las pondrá ante el altar del Señor tu Dios.
Entonces tú dirás al Señor tu Dios: “Mi padre fue un arameo errante, que bajó a
Egipto, y se estableció allí, con unas pocas personas. Pero luego creció, hasta
convertirse en una raza grande, potente y numerosa. Los egipcios nos
maltrataron y nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces
clamamos al Señor, Dios de nuestros padres; y el Señor escuchó nuestra voz,
miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia. El Señor nos sacó de
Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y
portentos. Nos introdujo en este lugar y nos dio esta tierra, una tierra que
mana leche y miel. Por eso ahora traigo aquí las primicias de los frutos del
suelo que tú, Señor, me has dado”. Lo
pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor tu Dios.
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El texto del Deuteronomio recoge una fórmula de
profesión de fe de Israel que perpetúa el recuerdo de su elección por Dios, de
la liberación de la esclavitud de Egipto y del don de la Tierra Prometida. Una
fe en clave de memoria histórica y agradecida. Y es que estos son dos
componentes fundamentales de la fe: la experiencia de Dios y la gratitud por su
amor. El credo no puede reducirse a un enunciado de verdades teóricas, sino que
debe ser la expresión de la adhesión a un Dios experimentado en la vida como
Padre y Salvador.
2ª
Lectura: Rom 10,8-13
Hermanos: La Escritura dice: La palabra de Dios está
cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Se refiere al mensaje de
la fe que os anunciamos. Porque si tus labios profesan que Jesús es el Señor y
tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás. Por la fe del corazón
llegamos a la justicia, y por la profesión de los labios a la salvación. Dice
la Escritura: Nadie que cree en él quedará defraudado. Porque no hay distinción
entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos
los que lo invocan. Pues, todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
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San Pablo subraya la importancia de la coherencia en
la vida del cristiano. Hay que sincronizar la fe del corazón con la fe de los
labios. La fe profesada ha de encarnarse y testimoniarse en la vida. De lo
contrario podría darse la peligrosa disociación que ya recriminó Jesús: “Este pueblo me honra con los labios, pero su
corazón está lejos de mí” (Mt 15,8). Pues la fe sin obras, es una fe muerta
(Sant 2,17). Una fe centrada en Jesucristo es una fe que no defrauda. Por otra
parte, el Apóstol remarca que la palabra de Dios es una palabra íntima y de
intimidad; su espacio original es el corazón, sede de la verdad del hombre y
donde se acogen los designios de Dios (Lc 2,19).
Evangelio: Lc 4,1-13
En aquel tiempo, Jesús lleno del Espíritu Santo,
volvió del Jordán, y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el
desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin
comer, y al final sintió hambre. Entonces, el diablo le dijo: Si eres Hijo de
Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: Está
escrito: “No solo de pan vive el hombre”.
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en
un instante todos los reinos del mundo, y le dijo: Te daré el poder y la gloria
de todo esto, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si te
arrodillas delante de mí, todo será tuyo. Jesús le contestó: Está escrito: “Al
Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”.
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero
del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios tírate de aquí abajo, porque está
escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrán
en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”. Jesús le contestó:
Está mandado: “No tentarás al Señor tu Dios”. Completadas las tentaciones, el
demonio se marchó hasta otra ocasión.
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Coinciden los Evangelios sinópticos en
subrayar el hecho de las “tentaciones” de Jesús al inicio de su actividad
evangelizadora, tras el bautismo en el Jordán, en que tuvieron lugar en el
desierto y en que allí fue conducido por
el Espíritu de Dios. Mateo y Lucas coinciden, además, en el número y
calidad de las tentaciones (aunque varían su orden) y en presentar a Jesús como
el modelo del nuevo Israel, superando las tentaciones a las que sucumbió el
pueblo elegido. Y establecen algunos paralelismos significativos: 40 días
peregrina Jesús en el desierto (40 años lo hace Israel); Jesús es guiado por el
Espíritu (Israel, guiado por Dios); Jesús va al desierto tras salir de las
aguas del Jordán (Israel tras atravesar las aguas del mar Rojo). Y ambos
destacan un dato importante: Jesús vence la tentación desde la palabra de Dios.
Pero advierten de que esa palabra puede ser tergiversada, convirtiéndola en
argumento de la tentación; es lo que hace el diablo. Por otro lado, conviene
notar que la tentación no fue un hecho aislado en la vida de Jesús; su
existencia fue una existencia permanentemente tentada, hasta la cruz (Mc
15,30). Y el rostro del tentador fue muy variado: sus familiares, instándole a
una publicidad interesada (Jn 7,3-4), los fariseos (Mc 8,11), y hasta Pedro
hizo de Satanás (Mt 16,23). Las “tentaciones” son la expresión de que Jesús no
vino “programado”, sino que, como todo hombre verdadero, necesitó hacer discernimientos en su vida y de su vida y
misión. Ser tentado no es pecado, pecado es caer en la tentación. La tentación
no empequeñece al hombre, superada lo posibilita y fortalece. Por eso nos
enseñó a pedir al Padre: “No nos dejes
caer en tentación” (Lc 11,4; M 6,13).
REFLEXIÓN
PASTORAL
El pasado miércoles iniciábamos un nuevo tiempo
litúrgico: la Cuaresma. ¡Todos estamos enterados! Unos, por haber participado
ese día en la ceremonia de la imposición de la ceniza; otros, por el ruido de
los carnavales. En todo caso no hay que ser excesivamente críticos con este
carnaval de tres días; más preocupante es el de los restantes días del año.
Iniciamos la Cuaresma; y lo hemos hecho
con una ceremonia que invitaba a la reflexión y a la decisión: la imposición de
la ceniza, acompañada de unas palabras de
Jesús: “Convertíos y creed en el
Evangelio”.
Conversión,
una palabra muy usada, pero una realidad quizá todavía por estrenar y, en todo
caso, aún no concluida. Una palabra a la que ya nos hemos acostumbrado, pero
que, sin embargo, es palabra de Cristo que hay que proclamar “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2), que
no hay que aplazar (Eclo 5,7) y que, también, hay que rescatar de un uso
rutinario y ritualista. Un tiempo que hemos de vivir a la luz de la palabra de
Dios, una palabra íntima y de intimidad.
Las lecturas bíblicas de este domingo
nos hablan de la fe en un Dios cercano al hombre, un Dios “convertido” en
acompañante permanente de su historia, presente en todos sus avatares. Una fe
que es confesión agradecida de la experiencia de Dios en la propia historia (1ª
lectura), porque el Credo no puede reducirse a un enunciado teórico. En toda
profesión de fe hemos de reconocernos personalmente implicados. Todo “credo”
debe tener su “historia” personal.
La verdadera fe, además, debe llevarnos, como nos
recuerda san Pablo (2ª lectura), a la coherencia, a sintonizar los labios y el
corazón (“Este pueblo me honra solo con
los labios…” Is 29,13; cf. Mc 7,6).
Y, finalmente, toda fe verdadera necesita pasar por la
prueba, verdadero control de calidad. También la fe de Jesús fue probada
(Evangelio).
Como el primer hombre, y como todo
hombre, Jesús estuvo expuesto a la tentación. ¡Y a qué tentaciones! La del
materialismo (1ª), la del poder (2ª) y la de la religión (3ª), que pretende
convertir a Dios en paracaídas al servicio de la propia vanidad. Y no fueron
estas las únicas: “El demonio se marchó
hasta otra ocasión”. Jesús fue
tentado hasta el final de su vida, hasta la cruz (Lc 23, 37).
Pero Jesús no solo venció la tentación sino que la
iluminó, la desveló. Y así nos enseñó no sólo a vencer sino a cómo vencer.
Vencer la
tentación no es solo no consentir, decir no, sino iluminar esa situación
tentadora, desenmascarar su ambigüedad y su mentira, pues toda tentación se
presenta como salvadora y portadora de felicidad. No hay que huir, sino hacer
frente; huyendo se rehúye la solución. Jesús nos ha enseñado a afrontar la tentación desde la oración -“No nos dejes caer en tentación” (Mt
6,13)-, desde los criterios de la palabra de Dios y desde la decisión
responsable.
La Cuaresma no debe ser el tiempo del NO, sino del SÍ.
Tiempo para decir SÍ al Señor, SÍ a su palabra, SÍ a su amor, SÍ a su voluntad.
Debe ser un tiempo constructivo, dejándonos construir, modelar y reconciliar
por Dios. Es, como hemos pedido en la primera oración de la misa, el tiempo
para avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo y para vivirlo en su
plenitud. Así será el tiempo favorable, el tiempo de salvación del que nos
habla san Pablo.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Cómo afronto la Cuaresma?
.- ¿De qué tengo hambre?
.- ¿Cuáles son mis
tentaciones radicales?
Domingo J. Montero Carrión,
OFMCap.
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