Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo,
Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu
condena, ha expulsado a todos tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en
medio de ti, y ya no temerás. Aquel día dirán a Jerusalén: No temas, Sión, no
desfallezcan tus manos. El Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que
salva. Él se goza y complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día
de fiesta.
*** *** ***
El libro de Sofonías se sitúa en
tiempo del rey Josías (s. VII a.C.).
Posiblemente contribuyó a la reforma llevada a cabo por el rey, y que culminó
con el descubrimiento del Libro de la Ley (622 a.C.). Anuncia el Día del Señor,
que implicará un juicio contra las naciones pecadoras y contra “la ciudad
rebelde” (Jerusalén), pero culminará en una regeneración de la comunidad,
asentada en “un pueblo pobre y humilde, que buscará refugio en el Señor” (Sof
3,12). A esa comunidad de “pobres” se dirigen las palabras reseñadas en el
texto. Dios construye el futuro con mimbres humildes.
2ª Lectura: Filipenses 4,4-7
Hermanos:
Estad siempre alegres en el Señor; os lo
repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor
está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y
súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y
la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y
vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
*** *** ***
La alegría es uno de los rasgos
fundamentales que acompañan al Evangelio. El creyente ha de hacer una
traducción concreta de la Buena Noticia en la vida de cada día. Pablo invita a
los de Filipos a evangelizar desde la vida convertida en testimonio. La
esperanza en la cercanía del Señor no debe ser una excusa para eludir el
compromiso humano sino un criterio para iluminarlo.
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: ¿Entonces
qué hacemos? Él contestó: El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el
que no tiene; y el que tenga comida que haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos
publicanos; y le preguntaron: Maestro, ¿qué hacemos nosotros? Él les contestó:
No exijáis más de lo establecido.
Unos militares le preguntaron: ¿Qué hacemos
nosotros? Él les contestó: No hagáis extorsión a nadie ni os aprovechéis con
denuncias, sino contentaos con la paga.
El pueblo estaba en expectación y todos se
preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: Yo
os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle
la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene
en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y
quemar la paja en una hoguera que no se apaga. Añadiendo otras muchas cosas,
exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.
*** *** ***
La propuesta del Bautista alcanza a las
zonas concretas de la vida. A la pregunta, “¿Qué
hemos de hacer?”, Juan no rehúye la respuesta: solidaridad, justicia,
honestidad, no violencia. No se trata de
una respuesta ideológica, sino concreta. Y añade algo más: reconoce que él no
es la respuesta. Esa respuesta la tiene otro, que “puede más”, y que aportará un bautismo en el Espíritu Santo. El anuncio de la Buena Noticia no puede ser
solo un tema de estética -bellas palabras-, sino de ética -buenas obras-.
REFLEXIÓN
PASTORAL
“Regocíjate..., grita de júbilo..., estad
siempre alegres en el Señor”. Es el mensaje del tercer domingo de Adviento.
¿Pero es un mensaje posible? ¿Existe en nuestra sociedad un espacio y un motivo
para la alegría?
A pesar de la
euforia progresista; pese a los reclamos de la propaganda; no obstante las
ansias de goce, de vivir bien, de placer..., nuestro mundo se siente agarrotado
por el pesimismo, porque en este mundo, superficialmente feliz, hay soledad y
abandono, hambre y guerras, injusticia y explotación, odio y egoísmo...
La
palabra de Dios que se proclama este
domingo nos invita no solo a la alegría, nos ofrece el auténtico motivo de la
misma: el Señor está cerca. La venida
del Señor es, debe ser, el fundamento, la causa de nuestra alegría.
¿Queremos,
creemos en la venida del Señor? ¿Nos damos cuenta de que sin esa esperanza
nuestra presencia en la celebración eucarística carece de sentido, si nos
reunimos mientras esperamos su gloriosa venida y no sentimos esa necesidad ni
ese deseo?
La
venida, cierta pero sorpresiva del Señor es el motivo de nuestra alegría,
porque nos libera, porque nos da su presencia, -y “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom
8,31)-, porque nos responsabiliza -esperar al Señor no es quedarse
boquiabiertos mirando al cielo, o de brazos cruzados mirando al suelo-.
El pasado
domingo, el Bautista nos marcaba el estilo de la esperanza cristiana: hacer
camino, preparar el camino del Señor, introduciendo rectificaciones personales
y estructurales allí donde fueren necesarias. Acondicionando el propio camino:
valles de desesperanza y vacío, que hay que rellenar; monte y colinas de
presunción, que hay que abajar; caminos sinuosos de ambigüedades y
contradicciones, que hay que rectificar...; hacer habitables y transitables los
desiertos de nuestra vida personal y comunitaria, creando oasis de autenticidad
y esperanza desde una profunda y sincera conversión al Señor y a los hermanos.
Hoy Juan
continúa precisando su mensaje: preparar el camino del Señor, esperar su
venida, supone una opción por el amor concreto y solidario: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta
con el que no tiene, y el que tenga comida, que haga lo mismo”; una opción
por la justicia: “No exijáis más de lo
debido”, dice a los que detentan el control del dinero; una opción por la
no violencia: “No hagáis extorsión a
nadie”, dice a los que ejercen el poder de las armas. ¿No son el egoísmo,
la injusticia y la violencia causas de las tristezas del mundo?
No es
verdadera alegría la que brota del vicio, de la situación privilegiada, del
dominio, sino la que nace del servicio humilde, del amor no falsificado, de la
justicia que se realiza en la conversión constante...
Si hay
conversión hacia Dios y hacia los hermanos, habrá alegría verdadera. Pidamos al
Señor, por medio de María, madre de la esperanza y causa de nuestra alegría,
Cristo, que en nosotros los que nos rodean encuentren un motivo para vivir la
vida con alegría y esperanza, y que ese motivo sea nuestra fe y nuestra
caridad.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Qué
implicaciones trae a mi vida la espera del Señor?
.- ¿Mi
alegría en qué se funda y cómo se manifiesta?
.-
¿Valoro la opción de Dios por los pobres y me identifico con ella?
Domingo J.
Montero Carrión, Franciscano-Capuchino
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