1ª Lectura: Proverbios 8,22-31
“Esto dice la Sabiduría de Dios: El Señor me estableció al
principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo
remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los abismos fui
engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban aplomados
los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra
y la hierba, ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos allí
estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del Abismo; cuando sujetaba el
cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales. Cuando ponía un límite al
mar: y las aguas no traspasaban sus mandatos; cuando asentaba los cimientos de
la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano,
todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba
con los hijos de los hombres”.
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Si
bien en este texto de Proverbios la personificación de la Sabiduría es puro
artificio literario y aparece como un realidad creada, la reflexión fue
depurándose hasta llegar a Sab 7,22-8,1 donde es presentada como “emanación pura de la Gloria del Omnipotente”.
En todo caso, estas formulaciones del AT, todavía imperfectas, son asumidas por
el NT para hablar de Cristo como “Sabiduría de Dios” (Mt 11,19; I Co 1,24.30).
Quien, como la Sabiduría, pero con mayor protagonismo y entidad aparece
vinculado a la creación. El prólogo del Evangelio de san Juan atribuye a la
Palabra rasgos de la sabiduría creadora. Nos hallamos, pues, ante un texto
“profético” del Verbo de Dios. Y dos subrayados finales: la familiaridad con
Dios -“era su encanto cotidiano”- y
con “los hijos de los hombres”.
2ª Lectura: Romanos 5,1-5
“Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la
fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él
hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos
gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios. Más aún,
hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce
constancia, la constancia, virtud probada, la virtud, esperanza, y la esperanza
no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con
el Espíritu Santo que se nos ha dado”.
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San
Pablo recuerda que la obra de la regeneración del cristiano, la justificación
por la fe, es obra de Dios Padre, por medio de Jesucristo en el amor del
Espíritu Santo. El cristiano es una realidad “habitada” por el amor de Dios.
Está constituido sobre la roca sólida de la fe, que le permite mantener la
esperanza en las tribulaciones de la vida y del seguimiento de Cristo. Sabe que
su vida es “proyecto” de Dios, y que está garantizada por él, por su amor, “derramado en nuestros corazones”.
Evangelio: Juan 16,12-15
“En
aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Muchas cosas me quedan por deciros,
pero no podéis cargar con ellas por ahora: cuando venga él, el Espíritu de la
Verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo:
hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará,
porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es
mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará”.
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En
el momento de la despedida, Jesús promete a sus discípulos, aún inmaduros para
comprenderlo todo, la asistencia del Espíritu Santo. Será el Maestro interior,
que les llevará al conocimiento de la Verdad plena, es decir, a la plenitud del
conocimiento de Jesús. Profundamente vinculado a él, el Espíritu lo glorificará
y plenificará su obra. La originalidad del Espíritu no está en la temática, que
es la de Jesús, aprendida del Padre, sino en la capacidad para ayudar a
profundizarla y a difundirla.
REFLEXIÓN PASTORAL
Celebramos
la fiesta del Misterio de la Santísima Trinidad: la verdad íntima de Dios, su
misterio. Y la verdad fundamental del cristiano. Para unos resulta prácticamente
insignificante; para otros, teóricamente incomprensible...Y así, unos y otros,
por una u otra sinrazón, “pasan” de él. ¿Tanto nos habremos insensibilizado y
distanciado de nuestros núcleos originales?
En su nombre somos bautizados; en su nombre se nos perdonan los pecados;
en su nombre iniciamos la Eucaristía; en su nombre vivimos y morimos: en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Hoy
se constata una tendencia a prescindir de Dios. Insensibles, vamos
acostumbrándonos o resignándonos a eso que ha dado en llamarse “el silencio de Dios”, y que otros, más
audaces, denominaron “la muerte de
Dios”; sin percatarse de que, en esa atenuación o desaparición del sentido de
Dios, el más perjudicado es el hombre, que pierde así su referencia fundamental
(Gn 1, 26-27), hundiéndose en el caos de sus propios enigmas.
¿Quién
es Dios? Una pregunta desigualmente respondida, pero una pregunta ineludible,
inevitable, porque Dios no deja indiferente al hombre; lo lleva muy dentro para
desentenderse de Él.
Para
nosotros, ¿quién es Dios? Dios no puede
ser afirmado si, de alguna manera, no es experienciado. ¿Qué experiencia
tenemos de Dios? ¿Tenemos alguna? ¿O solo lo conocemos de oídas?
Estamos
expuestos a un grave riesgo: acostumbrarnos a Dios, un Dios cada vez más
deteriorado por nuestras rutinas. Un Dios al que llamamos “nuestro dios”, quizá
porque le hemos hecho nosotros, a nuestra medida, y que sirve para justificar
nuestras cómodas posturas, sin preguntarnos si ese “dios” es el Dios verdadero.
“A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo
único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado” (Jn 1 ,18). Jesús
es quien esclarece el auténtico rostro de Dios, su auténtico nombre. Y no
recurrió a un lenguaje difícil, para técnicos, sino accesible a todos: Dios con
nombres familiares: Padre, Hijo y Espíritu de Amor. Dios es familia, diálogo,
comunión. Jesús no tuvo interés en hacer una revelación teórica de Dios,
esencialista, sino concreta. Por eso Dios para nosotros más que un misterio, aunque no podemos por
menos de reconocer un porcentaje de misterio, es un modelo de vida (Mt 5, 48;
Lc 6,36).
Porque
Dios es Familia, quiere que “todos sean
uno, como Tú y Yo somos uno” (Jn
17,21); porque es Diálogo, quiere veracidad
en nuestras relaciones: “vuestro sí sea
sí...” (Mt 5,37); porque es Salvador, quiere que nadie se coloque de
espaldas a las urgencias del hermano: “Tuve
hambre...” (Mt 25,35); porque “es Amor” (8I Jn 4,), quiere que nos
amemos... A Dios hemos de traducirlo en la vida.
Esto es
creer en Dios, vivir a Dios. “Si vivimos,
vivimos para Dios” (Rom 14,8)... Ser creyente es una cuestión práctica y de
prácticas. Dejar que Dios sea Dios en la vida. Dejar que Dios sea realmente lo
Absoluto, el Primero y Principal. Lo Mejor. ¡Solo Dios!, pero no
solos con Dios, por que Dios no aísla. Quien abre su corazón a Dios de
par en par, experimenta inmediatamente que ese corazón se convierte en “casa de
acogida”.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué experiencia tengo y
testimonio de Dios?
.- ¿Es un “por si acaso” en mi
vida?
.- ¿Con qué pasión busco su rostro?
DOMINGO J. MONTERO CAORRIÓN,
OFMCap.
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