1ª Lectura: Isaías
42,1-4. 6-7
Esto dice el Señor:
Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido a quien prefiero. Sobre él he
puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no
clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo
vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se
quebrará hasta implantar el derecho en la tierra y sus leyes, que esperan las
islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he
formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras
los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a
los que habitan en las tinieblas.
*** *** ***
El texto
seleccionado es el primero de una colección isaiana denominada “Cantos del
Siervo”. Se ha debatido mucho sobre la identidad de este personaje -individual
o colectiva-, considerado como uno de los exponentes privilegiados de la
esperanza de Israel. Se trata de un personaje ligado profundamente a Dios,
elegido por él y convertido en alianza y luz de los pueblos. Su misión será
regeneradora de la sociedad y de las personas, con un estilo humilde. La
liturgia cristiana, siguiendo la huella del NT (Mt 12,18-21), aplica este
primer canto a Jesús.
2ª Lectura: Hechos de los
Apóstoles 10,34-38
En aquellos días,
Pedro tomó la palabra y dijo: Está claro que Dios no hace distinciones; acepta
al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra
a los israelitas anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.
Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el
bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y
curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.
*** *** ***
Al entrar en casa del centurión Cornelio,
un pagano, Pedro declara la “apertura” de Dios a todo el que le busca con
sincero corazón. Una apertura personalizada, encarnada en Jesucristo, el Señor
de todos, Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu, y cuya historia pública
se inició en las aguas del Jordán, río de hondas resonancias en la historia
bíblica. Una historia bienhechora y regeneradora.
Evangelio: Lucas 3,15-16
En aquel tiempo el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías. Él tomó la palabra y dijo a todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
En un bautismo general, Jesús también se
bautizó. Y, mientra oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él
en forma de paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi mi Hijo, el amado, el
predilecto.
*** *** *** ***
El bautismo de Jesús significa en el
designio salvador y revelador de Dios el cierre de una época (la de la Ley y
los Profetas) y la apertura de otra (la del anuncio y la llegada del Reino de
Dios en Jesucristo). Dos son los reveladores de la verdad más profunda de
Jesús: el Bautista y, sobre todo, el Padre. Jesús no es solo “puede más que” Juan, sino que “es más
que” Juan: es el Hijo de Dios. Es su revelación más exhaustiva. Para Jesús,
el bautismo fue un momento crucial en su proyecto de identificación personal.
REFLEXIÓN
PASTORAL
En la
Palestina contemporánea a Jesús estaba extendida la costumbre de las
purificaciones rituales por medio del agua. En este contexto apareció Juan
predicando conversión, y ofreciendo como signo de la misma un bautismo de tono
penitencial. "Convertíos..., Yo os
bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo... Él os bautizará con
Espíritu Santo y fuego".
En aquella sociedad cansada y rutinaria, el
Bautista provocaba nuevas expectativas. Su presencia y su mensaje suponían una
corriente de aire fresco en la saturada atmósfera de Judea. Y muchos aceptaban
su predicación, se arrepentían y recibían su bautismo. Hasta aquí todo normal.
¿Pero qué hace Jesús en la fila de
los hombres pecadores? ¿Por qué realiza Él ese gesto de bautizarse, además
diluido en un "bautismo general"
(Lc 3,21). Sin duda, fue una decisión muy pensada. El mismo Juan se extraña:
"Soy yo quien debe ser bautizado por
ti…" (Mt 3,14).
Pero
es que Jesús no había venido a hacer ostentación de sus privilegios, sino que
por libre decisión, se hizo semejante a nosotros en todo (Flp 2,7), excepto en
el pecado (2 Cor 5,21). Hasta aquí llegó
la encarnación. No terminó en el seno de María, sino que recorrió toda la
andadura humana hasta pasar por la muerte, Él que era la Vida.
Por eso Jesús, sin pecado, no duda
en mezclarse con los pecadores: porque solo se salva compartiendo, desde dentro
y desde abajo, la condición del hombre. Jesús quiso sentir al pueblo y quiso
sentirse pueblo, por eso entró en la corriente penitencial de las aguas del
Jordán, para, como sal sanadora de las aguas malas (cf. 2 Re 2, 19-22),
purificarlas con su presencia. Y así, aunque el pecado no entró en él, él si
entró en el pecado, desactivando su poder, convirtiéndose en “el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo” (Jn 1,29).
Y
al confundirse entre los hombres, al hundirse en la debilidad, se abren los
cielos para revelar la grandeza y la verdad de Jesús: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto".
¡Qué gran lección para nosotros, que
preferimos siempre no mezclarnos, distinguirnos de los que consideramos
inferiores social, moral, económica, política y hasta religiosamente!
Pero no terminan aquí las lecciones
de este día. La 1ª lectura pone de relieve, proféticamente, el estilo y el
contenido del auténtico enviado de Dios: "No gritará, no clamará... La caña cascada no la quebrará, el pabilo
vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho..."
No quebrar ni ahogar esperanzas...
Hay que tener la mirada muy limpia y muy profunda para descubrir vida y
esperanza donde otros solo perciben desesperación y muerte. No faltan profetas
del pesimismo, inclinados a dar por irrecuperables personas, certificando defunción no sólo sobre los
muertos sino sobre los dormidos... Muchos se han hundido en lo que llamamos
"mala vida" porque no encontraron a tiempo alguien que les concediera
un poco de credibilidad y confianza. En vez de manos tendidas, solo vieron
dedos anatematizantes y descalificadores. El paso de Jesús fue muy distinto.
"Pasó haciendo el bien y curando a
los oprimidos..., porque Dios estaba con Él", nos dice la segunda
lectura.
Para
Jesús, el bautismo supuso un momento crucial en su vida: marcó profundamente su
identidad en un doble sentido: en el de su filiación divina y en el de su
misión humana. “Tú eres mi Hijo…”,
revela una voz desde el cielo; “Este es
el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, proclama Juan a la
orilla del río Jordán (Jn 1,28-29). El bautismo fue para Jesús el
descubrimiento de su ser y de su quehacer.
Y,
para nosotros, ¿qué significa el bautismo? Las respuestas teológicas están
claras: Nos incorpora a la comunidad de los creyentes, siendo el fundamento de
la fraternidad; significa el paso de la muerte a la vida, siendo el fundamento
de nuestra libertad; supone una vida coherente, siendo el fundamento de nuestra
responsabilidad. Y, sobre todo, nos incorpora al mismo Cristo. Pero, ¿ya advertimos en nosotros esas realidades y
damos muestras a los otros de nuestro bautismo?
El bautismo no se
acredita con un documento extendido en la parroquia; se acredita con una vida inspirada en el seguimiento del
Señor. Nuestra vida no puede ser una negación del bautismo. Al bautismo fuimos
presentados; ahora hemos de hacer nosotros presentes el bautismo, avalándolo
con la vida.
REFLEXIÓN PERSONAL:
.- ¿Qué significado tiene el
bautismo en mi vida?
.- ¿Cómo lo acredito?
.- ¿Es mi paso por la vida como
el paso "bienhechor" de Jesús?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
No hay comentarios:
Publicar un comentario