1ª Lectura: Hechos de los
Apóstoles 10,25-26. 34-35
Aconteció que cuando iba a entrar Pedro,
Cornelio salió a su encuentro y se echó a sus pies. Pero Pedro lo levantó
diciendo: Levántate, que soy un hombre como tú.
Y tomando de nuevo la palabra, Pedro
añadió: Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y
practica la justicia, sea de la nación que sea.
Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó
el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras. Al oírlos hablar
en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes circuncisos,
que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo
se derramara también sobre los gentiles.
Pedro añadió: ¿Se puede negar
el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que
nosotros? Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Le rogaron que se
quedara un día con ellos.
*** *** *** ***
Pedro ha aprendido la lección: nada de personalismos; es un hombre como los
demás. Un servidor y un discípulo del Señor. Su mensaje es claro: Dios no es un
Dios tribal, supera todas las fronteras: en Cristo han sido abatidas (cf. Gál
3,28). Su Espíritu se derrama profusamente sobre todo el que le “teme” (ama y
busca a Dios) y “practica la justicia” (camina según su recta conciencia). Esta
escena de Pedro y Cornelio marca un antes y un después en la historia de la
primitiva comunidad cristiana. Aquí encontramos el primer “pentecostés” de los
gentiles, descrito, intencionadamente como el “pentecostés” del cenáculo sobre
los apóstoles.
2ª Lectura: 1ª Juan 4,7-10
Queridos hermanos:
Amémonos unos a otros, ya que el amor es
de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no
ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios
nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por
medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros
pecados.
*** *** *** ***
El amor de Dios es la energía original de
la vida, y eclosionó de manera singular e inaudita en Jesucristo. En Él sabemos
qué es el amor personal de Dios; y en Él aprendemos a entrar y vivir en su
amor. Solo desde el amor podemos tener acceso a Dios, a su conocimiento. El
camino de Dios es el amor: por él nos vino Cristo; por él hemos de ir a Cristo
y a los hermanos. San Juan nos deja la síntesis más apretada y más explosiva de
Dios: Dios es Amor.
Evangelio: Juan 15,9-17
En aquel tiempo dijo Jesús a sus
discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi
amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo
he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado
de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a
plenitud.
Este es mi mandamiento: que os améis unos a
otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida
por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo
no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he
oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis
elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis
fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre,
os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros.
*** *** *** ***
Jesús desvela a los discípulos los secretos
de su corazón. Antes de la culminación de su entrega, Jesús les esclarece el
motivo: el amor. “Nadie tiene amor más
grande que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos”. Y
la permanencia práctica en ese amor será el criterio para saber si somos sus
amigos. A la hora de la despedida, en apretada síntesis, Jesús deja su
testamento vital: “que os améis unos a
otros”. Este será el fruto verdadero y duradero.
REFLEXIÓN PASTORAL
Los textos que iluminan la celebración de
este domingo están transidos por un tema: el amor de Dios, como fuente y origen
del ser y del quehacer del hombre.
“No
sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, y os he
destinado…”.
Antes de decidirnos por Dios, Dios ya se
ha decidido por nosotros. Y esta es la decisión que nos salva. Antes de elegir
a Dios, Dios ya nos ha elegido a nosotros. Y esta es la elección que nos salva.
Antes de creer en Dios, Dios ya ha creído en nosotros. Y esta es la fe que nos
salva.
Pero, sobre todo, Dios nos precede en el
Amor. Dios es Amor. Y “en esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo”. Y este
es el amor que nos salva.
Por mucho que aceleremos el paso,
inevitablemente siempre llegaremos tarde, con retraso, a las citas con Dios. Él
siempre tiene la iniciativa; siempre nos precede; él siempre está ya.
La vocación cristiana es, pues, una
manifestación del amor de Dios; por eso, solo puede desarrollarse en esa
dimensión: “Permaneced en mi amor”.
Pero, ¿qué significa esa permanencia en su amor?
Significa:
· permanecer en la opción de Jesús: el amor
radical, sin desviaciones ni tergiversaciones, y “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”
(Jn 15,13).
· reconocerle como Hijo de Dios, porque “quien
confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios”
(1 Jn 4,15).
· guardar
su palabra, porque “el que me ama, guardará mi
palabra” (Jn 14,23). No solo escucharla, ni siquiera meditarla, sino
guardarla, hasta el punto de interiorizarla y ser interiorizado por ella.
· caminar
en la luz, pues “si decimos que estamos
en comunión con Él y vivimos en las tinieblas, mentimos y no obramos la verdad” (1 Jn 1,6).
· no pecar,
pues “todo el que permanece en Él no peca”
(1 Jn 3,6).
· guardar
sus mandamientos: “Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Jn 15,10).
· vivir su
vida, pues “quien dice que permanece en Él, debe caminar como Él caminó” (1 Jn 2,6).
· no pasar
de largo ante nadie, porque ese “nadie” tiene un nombre, Dios. “Pues si uno tiene bienes del mundo y, viendo
a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el
amor de Dios?” (1 Jn 3,17).
Aquí reside todo el misterio de la
vocación cristiana y de la fidelidad a la misma. Cualquier otra ubicación es
una equivocación; cualquier otra postura es una impostura.
Permanecer en el amor no es una
invitación sentimental ni al sentimentalismo, sino a recrear los sentimientos
de Cristo Jesús. No es una invitación al sedentarismo, sino a estar de camino
hacia el Amor, amando en el camino.
La permanencia en el amor de Dios tiene
olor, calor y color humanos. Es una invitación no a permanecer en cualquier amor,
sino en el que hemos sido amados por Dios. No es amar de cualquier manera, sino
“como yo os he amado”.
Como nos recuerda la segunda lectura “el amor es de Dios”, más aún: “Dios es Amor”. Y ese “amor” es la cuna
original del cristiano -“el que ama ha
nacido de Dios”-.
Y “Dios
no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la
justicia, sea de la nación que sea”, exclama san Pedro al entrar en casa
del centurión Cornelio (1ª lectura).
El Amor no conoce fronteras. Dios se las
ha saltado todas. ¡Cuánto nos cuesta acoger y acogernos a este mensaje!
Preferimos ser constructores de fronteras, no solo entre nosotros, sino entre
Dios y nosotros… ¿Queremos defender a Dios o defendernos de Él?
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cuál es mi espacio vital?, ¿el amor de
Cristo?
.- ¿Cómo concreto mi respuesta al amor de Cristo?
.- ¿Siento sus urgencias?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
OFMCap.
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