1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles
2,42-47
Los hermanos eran constantes en escuchar la
enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las
oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos
que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo
tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos,
según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos,
celebraban la fracción del pan en las casa y comían juntos alabando a Dios con
alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el
Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.
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No encontramos con el primero de los
“sumarios” del libro de los Hechos que transmite el “tono” de la primitiva comunidad
cristiana de Jerusalén (otros se encuentran en 4,32-35 y 5,12-16). En él se
destaca como elemento central la “comunión” (koinonía) de vida. San Lucas, con estos “sumarios”, no solo quiere
“evocar” el pasado, quiere sobre todo iluminar y estimular el presente de su
comunidad, proponiendo este “estilo” de vida como el modelo de vida cristiana:
formación, comunión espiritual (eucaristía) y material (de bienes). La
resurrección de Jesús es el principio de esta nueva vida, nacida del Bautismo y
del Espíritu. Una vida que “impresionaba” a los de fuera.
2ª Lectura: 1 Pedro 1,3-9
Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor
Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de
entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para
una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el
cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a
manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que
sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más
precio que el oro que, aunque perecedero, lo aquilatan al fuego- llegará a ser
alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo nuestro Señor. No
habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os
alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de
vuestra fe: vuestra propia salvación.
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La 1ª carta de Pedro está dirigida a los
cristianos que vivían el la Diáspora (1,1). Y quiere transmitirles un mensaje
de aliento, invitándoles a vivir vigilantes en la esperanza de la venida del
Señor.
El texto señalado (1,3-9) es un canto de
gratitud a la misericordia de Dios por la obra realizada en favor nuestro en la
resurrección de Cristo: en ella hemos renacido a la esperanza. Aún, es verdad,
caminamos en el exilio del mundo, en
medio de pruebas, pero con la certeza de la fidelidad de Dios. Las pruebas son
el control de calidad de la verdad de nuestra fe.
Evangelio: Juan 20,19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la
semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo
a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a
vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el
costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto exhaló su aliento sobre ellos
y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los doce, llamado el
Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le
decían: Hemos visto al Señor.
Pero él contestó: Si no veo en sus manos
la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no
meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días estaban otra vez dentro los
discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se
puso en medio y dijo: Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí
tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo,
sino creyente.
Contestó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo: ¿Porque me has visto has
creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos
en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito
para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo,
tengáis vida en su Nombre.
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El relato contempla dos escenas: la primera
(ausente Tomás) que, con modulaciones, encuentra equivalente en los sinópticos;
y la segunda (presente Tomás), que es exclusiva del IV Evangelio.
La primera parte presenta el cumplimiento
de las promesas de Jesús a sus discípulos antes de su muerte en el discurso de
despedida: “Volveré a vosotros” (Jn
14,18) = “Se presentó en medio de ellos”
(Jn 20,19); “Volveré a veros y se alegrará
vuestro corazón” (Jn 16,22) = “Se
llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn 20,20; “Os enviaré el Espíritu y tendréis paz” (Jn 14,26; 15,26; 16,7.8.33)
= “Paz a vosotros…; recibid el Espíritu
Santo” (Jn 20, 21.22); “Voy al Padre”
(Jn 14,12) = “Subo a mi Padre y a vuestro
Padre” (Jn 20,17). La resurrección es el cumplimiento de la vida y de la
palabra de Jesús. Jesús es el Veraz y la Verdad.
La escena de Tomás introduce nuevos elementos.
Tomás personaliza no solo a un individuo concreto, sino a una tipología. Tomás
necesita “ver” y “tocar” para creer. Jesús accede a esa “verificación”, pero
advierte que la fe que hace bienaventurados es la de los que creen sin ver,
fiados de la palabra de Dios. Con todo, de esa poca fe de Tomás, surge una gran
profesión de fe. Del modo que sea, sin conocimiento y reconociendo de
Jesucristo no hay fe cristiana.
REFLEXIÓN PASTORAL
Los textos bíblicos pascuales nunca describen la resurrección -el cómo-,
sino sus efectos. Su interés no reside en narrar anécdotas, orientadas a
satisfacer la curiosidad del lector, sino que aparecen preocupados por
testimoniar la presencia de Jesús entre los suyos y mostrar sus consecuencias.
Una de ellas la recuerda la segunda lectura: “Dios, Padre de N.S. Jesucristo, rico en misericordia, por su
resurrección de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una
esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera que os está
reservada en el cielo”. Esperanza viva que sitúa al creyente en una
relación nueva con Dios y con los hombres. Nos lo recuerda la primera lectura
(Hch 2,42.46) ¿Qué queda de esto entre nosotros?
Pero el mensaje de la resurrección no
termina ahí; el Evangelio nos manifiesta otros aspectos importantes. Cristo
resucitado nos da su paz, su Espíritu y
constituye a los discípulos en apóstoles del perdón, prolongando existencialmente el poder salvador de su
muerte y de su resurrección…
¡Pero faltaba Tomás! No somos comprensivos
ni justos con este apóstol. Deberíamos estarle agradecidos. En realidad, todos
los discípulos habían mostrado el mismo escepticismo ante el anuncio de la
resurrección (cf. Lc 24,22-24).
A Tomás no le bastaban las
referencias de terceros; buscaba la experiencia y el encuentro personal con
Cristo. ¡Había sido tan verdadera su muerte! Lo experimentó y creyó – “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28)-, y arrancó de Jesús una bienaventuranza para
nosotros: “¡Dichosos los que crean sin
haber visto!” (Jn 20,29). Que no quiere decir: dichosos los que crean sin
conocerme, sin experimentarme, sino dichosos los que sepan reconocer mis nuevas
presencias sacramentales.
Es la última “bienaventuranza” de los
evangelios. Dirigida a Tomas, la intención de estas palabras de Jesús sobrepasa
ese horizonte individual, convirtiéndose en advertencia para todos
los que ya no tendrán acceso “sensorial” sino “sacramental” a él, a través de
la fe y del testimonio apostólico (cf. 1 Jn 1,1-3).
Jesús no está invitando ni, menos aún,
imponiendo una fe ciega: vino, precisamente, a curar cegueras (Mt 11,5). Está,
más bien, exigiendo una fe lúcida, asentada en datos no procedentes de “la
carne ni la sangre” (Mt 16,17), pues “nadie viene a mí si el Padre no lo
atrae” (Jn 6,44).
En este sentido ha de entenderse otra
“bienaventuranza” de Jesús, aparentemente contraria a esta, pero que, en
realidad, no la contradice sino que la corrobora: “Dichosos vuestros ojos
porque ven…” (Mt 13,16-17), pues se trata de los ojos de los sencillos,
iluminados no por la luz “natural”, de aquí abajo, sino por la luz del Padre
(Mt 11,25-27), “que viene de lo alto, para iluminar y guiar nuestros
pasos por el camino de la paz” (Lc 1,78-79).
“Dichosos
los que crean sin haber visto” (Jn 20,29), es una llamada a descubrir al
Señor, que está con nosotros “todos los días” (Mt 28,20) en los
“sacramentos de la Iglesia”, particularmente en la Eucaristía; en “el
sacramento del hombre”, especialmente en el desvalido (Mt 25,31-45) y en “ el sacramento de su Palabra” (Jn 8,31).
Para ello, sin duda, necesitaremos el “colirio” de la fe (Ap 3,18), que
dé luminosidad, perspectiva y profundidad a la mirada.
Habrá quienes,
a pesar de todo, digan: si no veo no creo. “Brille
vuestra luz…” (Mt 5,16). Porque las dudas de muchos hombres nacen de la
poca fe, de la poca luminosidad, de muchos cristianos.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Se traduce
mi fe en comunión?
.- ¿Acojo con
gratitud le resurrección de Jesucristo en mi vida?
.- ¿Qué necesito ver y tocar para creer?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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