jueves, 6 de noviembre de 2025

DOMINGO XXXII: DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN

 1ª Lectura: Ezequiel 47,1-2.8-9.12.

    En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo. Del zaguán del templo manaba agua hacia levante -el templo miraba a levante-. El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar. Me sacó por la puerta septentrional y me llevó a la puerta exterior que mira a levante. El agua iba corriendo por el lado derecho. Me dijo: “Estas aguas fluyen hacia la comarca levantina, bajarán hacia la estepa, desembocarán en el mar de las aguas salobres, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida; y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí estas aguas, quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente. A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales.

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   Una de las estructuras regeneradas y regeneradoras en la visión del profeta Ezequiel es el templo. De él surgirá una fuente inextinguible de agua purificadora y fecunda. Ya no será la apacible fuente de Siloé (Is 8,6-8), sino una oleada inmensa que todo lo vivifica y purifica, hasta las aguas del Mar Muerto. Este caudal supera a aquel manantial que brotó de la roca del desierto (Ex 17,1-7) y es equiparable al caudal del jardín del Edén (Gén 2,10-14), que hace generar frutos maravillosos. Es “agua viva” (Jer 2,13), regalada por el Señor (Sal 65,10).

 2ª Lectura: 1 Corintios 3,9c-11.16-17.

    Hermanos: Sois edificio de Dios. Conforme al don que Dios me ha dado, y, como hábil arquitecto, coloqué el cimiento, otro levanta el edificio. Mire cada uno cómo construye. Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.

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     Pablo advierte a los cristianos de Corinto contra los partidismos que están surgiendo en la comunidad. Hay un solo fundamento, Jesucristo. Y el cristiano es edificación de Dios, templo de Dios. La verdad es consoladora, pero las exigencias son retadoras.

Evangelio: Juan 2,13-22.

    Se acercaba la pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Los discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?”. Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Los judíos replicaron: Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús. 

                                              ***             ***             ***

    La escena evangélica muestra la no indiferencia de Jesús ante la tergiversación de los espacios y signos religiosos. Mientras los evangelios sinópticos sitúan la escena al final de la vida de Jesús, Juan lo sitúa al inicio, a modo de gesto programático. Todo el montaje comercial del que se beneficiaban los dirigentes del templo había convertido el culto y la casa de Dios en mercado. Mientras en los sinóptico el gesto es interpretado como una acción profética, en Juan hace una clara referencia a los tiempos de la renovación mesiánica: Jesús, más que de purificar,  habla de sustituir el templo. La pascua cristiana aclarará el sentido profundo del gesto. Los discípulos lo entendieron cuando Jesús resucitó de entre los muertos. 

REFLEXIÓN PASTORAL 

Este domingo nos depara una sorpresa litúrgica al celebrar la Dedicación de la Basílica de Letrán, la “iglesia madre y cabeza de todas las iglesias”. Los textos bíblicos hacen referencia al culto cristiano, y son un punto de partida excelente para una reflexión sobre la Iglesia, como espacio físico y realidad espiritual.

     En primer lugar, y de fuera hacia adentro, no está de más valorar la iglesia edificio material. Ella es un lugar de identificación religiosa: ahí nos reunimos para celebrar la fe, para orar e intimar con Dios y con los hermanos. Espacio de serenidad y signo de la presencia de Dios.  El templo debe ser un lugar por el que todos deberíamos mirar, y al que todos deberíamos mimar como cosa nuestra, como casa nuestra. Por ahí va la primera lectura. El templo es un espacio santo y fuente de vida.

     Pero la reflexión más importante apunta en la dirección de la segunda lectura: “Vosotros sois edificio de Dios”, edificados sobre la piedra angular que es Cristo. Por eso advierte la 1ª Carta de S. Pedro: “Como piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo”. Una tarea de gran responsabilidad: “¡Cada cual mire cómo construye!”.  Porque si la Iglesia es obra de Dios, también es obra nuestra.

Como arquitectura viva y dinámica, hemos de ser el signo que haga presente a Dios a nuestros contemporáneos. A través de nosotros Dios es palabra que invita a una interiorización y humanización de la vida; es anuncio de alegría para quien no ve más que presagios funestos; es inquietud y estímulo para el conformista y aburguesado; es perdón para el rechazado, y acogida para todo aquel que carece de cobertura humana. ¿Somos la campana que anuncia y alegra la mañana del mundo con su sonido limpio y fresco o la que provoca repulsa con un ruido estridente y monótono sin conseguir despertar a los adormilados por una cultura nocturna y rutinaria...?

      El fragmento evangélico, finalmente, nos muestra cómo también los espacios sagrados pueden ser degradados. Jesús ha venido a renovar el culto y el espacio de culto, uniendo todo en su propia persona: él es la alternativa: es el nuevo templo y la nueva ofrenda. Se acabaron los “sucedáneos”, y los “trapicheos”.

      El edificio-templo no puede ser un recinto mágico, sino un espacio para abrirnos a Dios y a los hermanos. El edificio-templo, muy necesario por otra parte, solo tiene sentido si es expresión de comunión y de comunidad, solo si en él se reúnen personas que se saben y se sienten piedras vivas del templo de Dios.

 REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué aprecio tengo yo del templo?

.- ¿Con qué conciencia vivo mi condición de templo de Dios?

.- ¿Con qué responsabilidad entro en la construcción del templo que es la Iglesia?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

viernes, 31 de octubre de 2025

DOMINGO XXXI -C-: Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos

1ª LECTURA: Lam 3, 1-26.

 He perdido la paz, me he olvidado de la dicha; me dije: “Ha sucumbido mi esplendor y mi esperanza en el Señor”. Recordar mi aflicción y mi vida errante es ajenjo y veneno; no dejo de pensar en ello, estoy desolado; hay algo que traigo a la memoria, por eso esperaré. Que no se agota la bondad del Señor, no se acaba su misericordia; se renuevan cada mañana, ¡qué grande es su fidelidad!; me digo: “Mi lote es el Señor, por eso esperará en él”. El Señor es bueno para quien espera en él, para quien lo busca; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.

                                                  ***       ***       ***

 El texto del Libro de las Lamentaciones invita, consciente de que la misericordia del Señor  no se agota sino que se renueva cada mañana, a no perder la paz y esperar en silencio la salvación de Dios. 

 2ª LECTURA: Rom 6,3-9.

 Hermanos: ¿Sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado; porque quien muere ha quedado libre del pecado. Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él.

                                              ***       ***     ***          

Para el creyente, dice san Pablo, la muerte no es un hecho aislado, sino vinculado al misterio de la muerte y resurrección de Cristo -“¿o no lo sabéis?” (Rom 6,39)-. Por eso invita: “Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos” (2 Tim 2,8). 

EVANGELIO: Jn 14,1-6.

 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y a donde yo voy, ya sabéis el camino. Tomás le dice: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Jesús le responde: Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”.

                                                       ***    ***    ***

Jesús en el discurso de despedida de los discípulos, ante de su Pasión y muerte les invita a no turbarse y a creer en Dios y en él, porque en la casa del Padre, que es la nuestra, hay muchas moradas y él ha ido a prepararnos un lugar. Él es Camino de la Verdad que conduce a la Vida. La resurrección de Cristo lo ha cambiado todo, también la cara y el sentido de la muerte, de “la hermana muerte”.

 REFLEXIÓN PASTORAL

Celebrábamos ayer la fiesta de Todos los Santos, hoy celebramos la memoria de los Fieles Difuntos. Celebraciones que son como el anverso y reverso de la moneda de la vida. Ayer nos encomendábamos a Todos los Santos de toda lengua, pueblo y nación; hoy encomendamos al Señor a todos los Fieles difuntos, de toda lengua, pueblo y nación. Y especialmente a los más cercanos a nosotros: a nuestras familiares y amigos. Hoy es un día para recordarlos especialmente, aunque estén presentes siempre en nuestro recuerdo y oración.

La conmemoración de los Fieles Difuntos nos sitúa ante planteamientos de gran transcendencia para la vida. Con este motivo muchos, dirigimos nuestros pasos hacia el cementerio, donde reposan nuestros seres queridos.  Y es importante hacer correctamente ese camino: como los hombres que tienen esperanza. Pero ese día, además de orar y depositar unas flores, deberíamos reflexionar.

Es una fecha para orar, sentir y pensar la muerte y la vida. No se trata de una reflexión filosófica. Morir y vivir don dos verbos que todos hemos de conjugar en primera persona y en sus distintos tiempos y modos. Son dos verbos dialécticos que se reclaman mutuamente, y cada uno verá cómo los conjuga.

Es inútil colocarse de espaldas a realidades que tenemos de frente y que, por tanto, hay que afrontar. Y una de esas realidades ineludibles es la muerte. De ahí la importancia de escoger una buena clave de lectura. Porque la muerte es susceptible de múltiples lecturas. Puede vivirse y verse como desarraigo o abrazo fraterno (el de la hermana muerte); como aniquilación o descanso; como exilio al frío mundo del no ser o retorno a la casa del Padre; como confinamiento al más absoluto de los vacíos o caída en los brazos de Dios; como siega voraz o siembra; como ocaso o como aurora.

         El creyente la aborda específicamente, como los hombres que tienen esperanza. “No queremos, hermanos, que  ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los hombres que no tienen esperanza” (I Tes 4,13).  No la ignora, pero no se obsesiona,  porque: “Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Así pues, tanto si morimos como si vivimos somos del Señor” (Rom 14,8-9). “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá... ¿Crees esto?” (Jn 11,25).

         La muerte cuestiona todo lo que somos y hacemos. Plantea un por qué radical a la vida, a sus afanes. Pero, además de inevitable, la muerte es necesaria como oportunidad para aprender a valorar la vida -“el que no sabe morir mientras vive es vano y loco, morir cada hora su poco es el arte de vivir” escribía José Mª Pemán-.

     Saber que hemos de morir debería enseñarnos a vivir, debería llevarnos a no agarrarnos egoístamente a esta vida, a no idolatrarla, sino a vivirla entregándola, sembrándola en otras vidas, para que germine en ellas. Ser inmortal no es “perdurar” indefinidamente, sino radicar la vida en el Amor permanente, que es Dios, y en el amor al prójimo. Solo quien es capaz de vivir y morir en amor y por amor puede vivir en plenitud por siempre. “El que entrega su vida por amor la gana para siempre”.

         Hemos de agradecer a Dios el don de la vida y de la muerte, de “la hermana muerte”, porque nos abre la puerta para entrar definitivamente en la casa del Padre y vivir por siempre en plenitud. Porque “morir solo es morir.  Morir se acaba. Morir es una hoguera fugitiva.  Cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba” (J.L. Martín Descalzo).

         Hermosamente expresaron estas ideas Jorge Manrique en “Coplas a la muerte de su padre”, y Miguel de Unamuno en el epitafio de su sepultura: “Méteme, Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar”.

     Por todo ello san Francisco de Asís, en las proximidades de su muerte, cantó: “Loado seas, mi Señor, por la hermana muerte corporal, de la que ninguno puede escapar… Dichosos aquellos a quienes hallará en tu  santísima voluntad, porque la muerte segunda no les hará mal” (Cántico del Hermano Sol).

Los textos bíblicos de esta Conmemoración invitan a contemplar la muerte a la luz que aporta la palabra de Dios, para no vivirla como los que no tienen esperanza (I Tes 4,13).

El Libro de las Lamentaciones, nos recuerda que “la misericordia y la bondad del Señor se renuevan cada mañana” y que “es bueno  en el silencio la salvación del Señor”.

San Pablo nos advierte que la muerte del bautizado en Cristo es una “vinculación” con el misterio de su muerte y de su resurrección, o “¿no lo sabéis?” (Rom 6,3-9). 

Y Jesús en el Evangelio (Jn 14,1-6) invita a no turbarnos y a creer en Dios y en él, porque en la casa del Padre, que es la nuestra, hay muchas moradas y él ha ido a prepararnos un lugar. La resurrección de Cristo lo ha cambiado todo, también la cara y el sentido de la muerte, en “la hermana muerte”.


REFLEXIÓN PERSONAL

.- Qué reflexiones me sugiere la Conmemoración de los Fieles Difuntos?

.- ¿Cómo integro esta realidad en mi vida?

.- ¿Mi visión de la muerte es “cristiana”?  ¿Vivo con esperanza?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

miércoles, 22 de octubre de 2025

DOMINGO XXX -C-

1ª Lectura: Eclesiástico 35,15b-17. 20-22a.

El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha la súplica del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia.

                                                 ***             ***           ***

El perfil de Dios diseñado en este fragmento del libro del Eclesiástico responde al rostro tradicional del Dios de los profetas: volcado al clamor del pobre, sensible a sus demandas. No es que el grito del pobre le motive a actuar -Dios no necesita esa motivación, es misericordioso por naturaleza-, pero le garantiza al oprimido que no clama en el vacío. Ese grito es la profesión de fe en Dios de aquellos que ya la han perdido en todo lo demás y en todos los demás.

 2ª  Lectura: 2 Timoteo 4,6-8. 16-18.

Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no solo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. La primera vez que me defendí ante el tribunal, todos me abandonaron y nadie me asistió. Que Dios los perdone. Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. ¡A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén!

                                                 ***       ***          ***

¿En qué momento de la vida de Pablo hay que situar este testimonio? ¿Alude a un final inminente de su vida, o muy cercano,  o al final próximo de su encarcelamiento y  a la “partida”-salida de la cárcel-, para continuar la misión? Los vv 9-18 parecen confirmar la segunda hipótesis. El Apóstol habla ahí de sus planes a realizar. Pablo estaría reconociendo que esa prueba la ha superado con la ayuda de Dios, de quien espera la recompensa, a pesar del abandono de algunos en los que confiaba. La enseñanza es clara: Dios no abandona. 

Evangelio: Lucas 18,9-14.

En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.

                                             ***             ***             *** 

La parábola de Jesús invita al autoexamen de conciencia. Dos tipos antagónicos y paradigmáticos. Por medio del contraste, quizá hasta caricaturesco, Jesús quiere descubrir los planteamientos equivocados de una religión “formalista” inclinada a hacer cuentas con Dios. El hombre no se justifica ante Dios; es Dios quien hace justo al hombre. “Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10). Para acceder a Dios hay que caminar por el camino de la verdadera humildad, ya que ese fue el camino por el que Dios ha venido a nosotros (Flp 2, 5-11).

 REFLEXIÓN PASTORAL

         El fariseo era el hombre oficialmente justo (y puede que realmente lo fuera en muchos casos), el publicano era símbolo del pecador (y puede que en muchos casos realmente no lo fuera). Eran, sin embargo, clichés corrientes para catalogar a las personas de entonces. Pero, como toda verdad, tampoco la del hombre se reduce a tópicos y a clichés. “Lo que el hombre es ante Dios, eso es y nada más” decía san Francisco. Y ante Dios se sitúan estos dos “tipos” de hombre.

“¡Oh Dios mío!”. Así comienzan ambos su oración, pero desde posiciones geográficas y espirituales distintas. El fariseo, erguido, en primera fila; el publicano, atrás, no se atrevía a levantar los ojos… Y desde ahí los caminos se bifurcan y separan.

         El fariseo, aunque diga “Te doy gracias”, no da gracias a Dios: se aplaude a sí mismo. Su oración es imposible porque habla de confrontación con los otros, de distanciamiento, de descalificación y de autodefensa -“no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano”.

         El fariseo comienza invocando a Dios, pero lo ocultó en seguida con su enorme YO, con su propio ídolo. En aquel hombre tan lleno de sí mismo no quedaba espacio para Dios. Se creía santo y por eso hasta su orgullo era santo. Pobres santos, quienes confunden la santidad con el cumplimiento legalista; quienes tienen que recordar a Dios que gracias a ellos recibe gloria; quienes necesitan desmarcarse del conjunto para hacerse oír de Dios. ¡Pobres santos, porque no son santos!

El publicano, menos habituado al templo y a los rezos, que quizás desconocía las leyes religiosas, hace una síntesis más breve de su vida: “Soy un pecador”. Y concede a Dios todo el espacio, todo el protagonismo, toda la iniciativa. Deja que Dios sea Dios, que sea su salvador. Su pequeño yo no eclipsa a Dios. El fariseo entendía la salvación como hechura de sus propias manos; Dios era un simple remunerador, un pagador. El publicano entendía la salvación como obra de Dios, confiándose a ella esperanzadamente Por eso, dijo Jesús, “bajó justificado a su casa”, porque dejó que Dios brillara en su vida.

Así juzga Dios. La primera lectura nos presenta el perfil del Dios justo. Una justicia que no es “neutralidad” aséptica, sino condescendencia misericordiosa ante las “precariedades” humanas: “Escucha las súplicas del oprimido, no desoye los gritos del huérfano o de la viuda…; sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes”. Para Dios no bastan las “pruebas externas”, que pueden estar amañadas. Dios no mira ni juzga como los hombres. Los hombres juzgan por las apariencias, pero Dios mira al corazón (1 Sam 16,7). 

Por eso, en la segunda, san Pablo expresa su serenidad ante el momento final, convencido de que su vida de fidelidad y sufrimiento por el Evangelio serán acogidos por el Señor, juez justo, que conoce cómo ha corrido hasta la meta. Pero Pablo sabe que todo eso no ha sido por obra suya, sino por la gracia de Dios que ha actuado en él. No le salvará su fidelidad para con Dios sino la fidelidad de Dios para con él. Una fidelidad que exige correspondencia, pero que, por encima de todo, es oferta permanente de misericordia.

 REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Desde qué espacios vitales hago yo la oración?

.- ¿Mi oración es de “ajuste de cuentas” (fariseo) o de confianza filial (publicano)?

.- ¿Permanezco fiel en las pruebas, o me vengo abajo?

Domingo J.  Montero Carrión, franciscano capuchino.

 

 

 

miércoles, 15 de octubre de 2025

DOMINGO XXIX -C-

1ª Lectura: Éxodo 17, 8-13.

En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué: Escoge a unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en la cima del monte con el bastón maravilloso en la mano. Hizo Josué lo que le decía Moisés y atacó a Amalec; Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía bajada, vencía Amalec. Y como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo para sentarse; Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.

                                        ***             ***             ***

La “conquista” de la Tierra Santa no se consiguió solo con las armas sino, sobre todo, con la oración. Es lo que quiere destacar este relato. Israel no es el fuerte, el fuerte es Dios. “Unos confían en sus carros…, nosotros confiamos en el Señor” (Sal 20,8). De ahí se deriva una conclusión: esa Tierra es don de Dios, y el pueblo debe vivir allí atento a las exigencias de la voluntad de Dios.

2ª Lectura: IIª Timoteo 3,14-4,2.

Querido hermano: Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado; sabiendo de quien lo aprendiste, y que de niño conoces la Sagrada Escritura: Ella puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena. Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda comprensión y pedagogía. 

                                              ***             ***             ***

El texto rezuma un tono pastoral. Se comienza destacando la importancia de la educación religiosa originada en la familia. Y, sobre todo, se subraya la centralidad de la Palabra de Dios. De ella se afirman aspectos importantes: su inspiración y su carácter pedagógico.  Palabra que debe ser  escuchada, estudiada profundamente y proclamada pedagógicamente.

Evangelio: Lucas 18,1-8.

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:

Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”; por algún tiempo se negó; pero después se dijo: “Aunque no temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”.

Y el Señor respondió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

                                        ***             ***             ***

Consciente de que la inconstancia es uno de los peligros de la oración, Jesús invita a la perseverancia en la misma. La parábola quiere mostrar que si la perseverancia puede cambiar el corazón de un hombre “neutro”, sin sensibilidad religiosa y humana, cuánto más alcanzará el corazón misericordioso de Dios. Pero, ¿a Dios hay que informarle? No. “No ha llegado la palabra a mis labios y ya, Señor, te la sabes toda” (Sal 139,4). ¿Entonces? No oramos para activar la memoria de Dios, sino la propia. Orar nos recuerda temas fundamentales: que somos hijos de Dios y que él es nuestro Padre.  Jesús nos anima a orar como hijos de Dios y con la temática de los hijos de Dios, que él resumió en el Padrenuestro.

REFLEXION PASTORAL

Dos son los núcleos en los que insisten los textos bíblicos de este domingo: en la importancia de la oración o, mejor, de la perseverancia en la oración. Porque no se trata de algo intermitente ni discontinuo, sino de perseverar en ella como Moisés (1ª lectura) o como la viuda del evangelio. Y en la importancia del estudio y proclamación de la Palabra de Dios (2ª lectura). Dos elementos esenciales: estudio-anuncio de la Palabra de Dios y oración.

La Palabra de Dios no está encadena” (2 Tm 2,9), pero no por falta de intentos. Son muchas las tácticas para acallar, para encadenar la Palabra de Dios: unas violentas y represivas, otras más sutiles y camufladas. Hay quienes la impugnan frontalmente; quienes la tergiversan y manipulan, sirviéndose de ella mientras da cobertura a sus intereses; quienes la dan por no dicha…., y quienes culpablemente la ignoran.

Pretenden silenciarla sus enemigos, pero, y esto es lo más grave, la silenciamos los propios creyentes. Encadenamos la Palabra de Dios con nuestras rutinas, con nuestra falta de compromiso, con nuestro desconocimiento de la misma. La amordazamos con nuestros silencios y evasiones culpables…

Cargado de cadenas por su predicación del Evangelio (2 Tm 2,9; Flp 1,13), san Pablo proclama que el Evangelio no está encadenado, que a la Palabra de Dios no le paralizan las dificultades, las cadenas…; solo la superficialidad, la rutina son paralizadoras.

La Palabra de Dios, más bien, es desencadenante, pone en marcha procesos de renovación, de liberación personal y comunitaria. Los testimonios más antiguos de la historia bíblica nos presentan con gran fuerza y plasticidad esta dimensión liberadora y salvadora de la Palabra de Dios, rompedora de esclavitudes y miedos congénitos o impuestos…

En nuestra vida personal y comunitaria deberíamos conceder mayor espacio, tiempo y credibilidad a la Palabra de Dios; así se ampliarían también los espacios de nuestra libertad, porque, inspirada por Dios e inspiradora de Dios, es una palabra pedagógica: “útil para enseñar, corregir, educar”.

Investigad las Escrituras, dijo Jesús, ellas dan testimonio de mí” (Jn 5,39). Estudiar la Palabra de Dios es un paso imprescindible para conocerla, amarla, orarla y actuarla. No podemos concederle un espacio marginal, sino un espacio vital y eso significa, entre otras cosas, abrir el Evangelio en todos los momentos de la vida y abrirse al Evangelio en todas las situaciones de la vida.

         Sin olvidar el segundo aspecto: la oración perseverante. Dios siempre escucha y responde, pero lo hace a su manera y a su tiempo. La oración cristiana no tiende a cambiar el plan de Dios, sino a conocerlo y a cumplirlo.

         Escribía san Agustín: “Dios no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él no puede desconocerlos, sino que pretende que por la oración se acreciente nuestra capacidad de desear”, y de desearlo. La oración debe ser prioritaria, “la mejor parte” (Lc 10,42). Como dijo el papa san Juan Pablo II: “La oración debe ir antes que todo: quien no lo entienda así y no lo practique así no puede excusarse de la falta de tiempo, sino de la falta de amor”, pues “orar es tratar de amistad con quien sabemos que nos ama” decía santa Teresa.

Pero sigue en pie la pregunta de Jesús: ¿existirá en la oración ese componente de fe, sin el cual la oración es imposible? La oración marca la temperatura de nuestra fe y de nuestro amor a Dios.

La celebración del DOMUND en este domingo aparece un año más como una llamada a nuestra conciencia cristiana para “orar al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38) y para desde el conocimiento y amor por la Palabra de Dios “tomar parte en las duras tareas del Evangelio” (II Tm 1,8).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué conocimiento tengo de la palabra de Dios? ¿La leo asiduamente?

.- ¿Qué compromisos trae a mi vida la celebración del DOMUND?

.- ¿Soy perseverante en la oración?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano-capuchino.

 

miércoles, 8 de octubre de 2025

DOMINGO XXVIII -C-

1ª Lectura: 2 Reyes 5,14-17.

En aquellos días Naamán el sirio bajó y se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había mandado Eliseo, el hombre de Dios, y su carne se quedó limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le presentó diciendo: Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel. Y tú acepta un presente de tu servidor.

Contestó Eliseo: Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada. Y aunque le insistía rehusó.

Naamán dijo: Entonces que entreguen a tu servidor una carga de tierra, que pueda llevar un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro Dios que no sea el Señor.

                                            ***             ***             ***   

Nos encontramos en la sección del 2 libro de los Reyes (cap. 4-6,7) denominada “milagros de Eliseo”, y en ella se quiere acreditar la figura de Eliseo como el profeta de Dios, heredero del “espíritu” de Elías.

Naamán, jefe del ejército del rey de Aram, enfermo de lepra, advertido por una joven israelita, deportada a Aram, de la existencia de un profeta de Dios en Samaría, decidió dirigirse a él, con cartas de recomendación de su rey y con presentes para, de alguna manera, “comprar” su curación. Tras la liberación de la enfermedad, al querer “compensar” al profeta, Eliseo rehúsa: Dios es gratuito, y su salvación también. Dios no conoce fronteras: su amor las rebasa.

2ª Lectura: 2 Timoteo 2,8-13.

Querido hermano: Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen su salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna.

Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no pueden negarse a sí mismo.

                                              ***             ***             ***

Nos hallamos ante un testimonio / exhortación de gran trascendencia. Hacer memoria -recordar y proclamar- a Jesucristo debe ser la tarea del cristiano. Una memoria no memorística sino vital, con implicaciones en la vida. Pablo escribe desde la prisión, pero recuerda que podrá encadenarse al mensajero, pero no al mensaje -“la palabra de Dios no está encadenada”-; al contrario, desencadena procesos de libertad y renovación de la vida. El texto seleccionado se concluye  con el fragmento de un antiguo himno cristiano: Cristo configura la existencia cristiana.

Evangelio: Lucas 17, 11-19.

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a  entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús Maestro, ten compasión de nosotros. Al verlos, les dijo: Id a presentaros a los sacerdotes. Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano.

Jesús tomó la palabra y dijo: ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? Y le dijo: Levántate, vete: tu fe te ha salvado.

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La escena la relata solo san Lucas, aunque el tema de la curación de enfermos de lepra se halla presente en los otros evangelios sinópticos. La enfermedad de la lepra aislaba socialmente. Jesús, curando, integra socialmente y libera de esa impureza ritual. El relato, con todo, más que destacar la curación, destaca la extrañeza de Jesús por la falta de gratitud y por el hecho de que fuera un “extraño”, un samaritano, el que hubiera sabido reconocer la obra de Dios. Los otros nueve fueron curados, pero este, además, por su fe, fue salvado.

REFLEXIÓN PASTORAL

Dios es gratuito, no se conquista, se entrega; y su voluntad de entrega es universal. Las fronteras étnicas y político-religiosas que levantamos los hombres no llegan hasta Dios, que es Padre de todos, está sobre todo y lo transciende todo (Ef 4,6). Es el mensaje de la primera lectura. También Naamán, el sirio experimentó la bondad de Dios, y, desde esa bondad, Naamán reconoció al verdadero Dios.

Entrega y bondad que se hicieron realidad plena en su Hijo, en Jesucristo -“tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo” (Jn 3,16)-, que vino para derribar el muro que separaba a los hombres (Ef 2,14), reuniendo a todos en un gran proyecto familiar -la familia de los hijos de Dios-, la iglesia.

Nada más contrario al designio de Dios que el sectarismo, la marginación o la automarginación. Y la segunda lectura nos invita a recordarlo: “Haz memoria de Jesucristo”, que asumió y prolongó en su vida el quehacer integrador del Padre, acogiendo a todos, haciendo el bien a todos y muriendo por todos, sin distinciones de credos ni culturas. Es el tema del evangelio. Hasta aquí una afirmación fundamental de los textos bíblicos: la salvación es una donación gratuita de Dios, es Dios que se da. 

Pero hay un segundo elemento a destacar: a la gratuidad corresponde la gratitud. ¡Dar gracias! Hoy, cuando vivimos tan apresurados; cuando parece que nunca llegaremos a tiempo; cuando nos abrimos paso en la vida a codazos, empujones y zancadillas…, no resulta fácil ni frecuente detenerse a agradecer la presencia y la obra de los otros en nuestro entorno, y ni siquiera la presencia y la obra de Dios.

Hemos absolutizado la dimensión productiva y reivindicativa del hombre, olvidando otras fundamentales, como la estética, la contemplativa… Hemos alterado profundamente el sentido del trabajo, hasta convertirlo de bendición en opresión, de medio de realización personal en instrumento despersonalizador… Nos hemos incapacitado para descubrir el bien de los otros y la parte que tienen en la construcción de nuestra vida…; por eso vivimos en frecuente tensión: olvidándonosle dar gracias a Dios y a los hombres.

Jesús fue una persona profundamente agradecida, no se le escapaba un detalle: ni un baso de agua dado en su nombre quedará sin recompensa; de ahí que le apenara profundamente la falta de gratitud: “¿No eran diez los curados?;  los otros nueve ¿dónde están?”.

María fue una mujer agraciada y agradecida. Su canto es la expresión de un corazón sensible: agradece el detalle que Dios tuvo de escogerla para madre de Jesús; la acogida que la dispensarán las generaciones futuras; el que Dios tome parte por los pobres, y se declare contra los opresores poderosos… María hizo de su vida un “Magnificat”, un “gracias, Señor”.

Francisco de Asís fue otro hombre que no pasó de largo por la vida, sirviéndose de las cosas, sino que en todo momento escuchaba y agradecía la voz de Dios presente en el sol, la luna y las estrellas; en el agua y en el fuego; en la vida y en la muerte; en las aves, en los peces… y en el hombre. Por todo decía: “Loado seas, mi Señor”.

Dar gracias es nuestra vocación. “En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús,  quiere de vosotros” exhorta san Pablo (I Tes 5,18).

Es nuestra tarea, pero no es una tarea fácil. Para ello hay que ser contemplativos, personas con una mirada limpia, purificada y purificadora. En no pocas ocasiones las sombras y oscuridades que percibimos en nuestro entorno no son sino la proyección de nuestra oscuridad interior. Solo purificando la mirada hasta el grado de ver a Dios en las cosas, suceso y personas se puede reconocer su verdad íntima y última.

Dar gracias es acoger, encarnar, interiorizar, vivenciar el don, en nuestro caso la salvación de Dios. Es un ejercicio del corazón y no solo de los labios; es un compromiso real y no solo un cumplido.

En Cristo, por Cristo y con Cristo agradezcamos el don de la fe, su constante presencia entre nosotros, traducida en salud, trabajo, familia, dolor (también Dios se nos manifiesta en el dolor), y que El no clarifique y purifique la mirada para saber reconocer y agradecer su presencia entre nosotros. 

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué espacio ocupan en mi vida la gratitud y la gratuidad?

.- ¿Qué procesos desencadena en mi vida la palabra de Dios?

.- ¿Qué memoria hago de Jesucristo en mi vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.

 

sábado, 4 de octubre de 2025

DOMINGO XXVII -C-

1ª Lectura: Habacuc 1,2-3; 2,2-4.

¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré “Violencia” sin que me salves? ¿Por qué me haces ver, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas desgracias?

El Señor me respondió así: Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.

                                              ***             ***             ***

El profeta clama a Dios, porque cree que él tiene la clave de la respuesta para la situación calamitosa que asola a Judá como consecuencia de la opresión caldea. El pueblo elegido es dominado por un pueblo pagano. ¿Por qué Dios lo  permite? El profeta recibe la respuesta: esa situación debe purificar a Judá. Pero Dios no ha abandonado a su pueblo ni ha olvidado sus promesas: solo el justo, por su fe, superará la prueba. La afirmación “el justo vivirá por su fe” le servirá a san Pablo como piedra angular de su escrito más profundo: la carta a los Romanos (Rom 1,17).

2ª Lectura: II Carta a Timoteo 1,6-8. 13-14.

Querido hermano: Aviva el fuego de la gracia de Dios que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor y por mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé. Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas, y vive con fe y amor cristiano. Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros.

                                      ***             ***             ***

Timoteo es invitado mantenerse en la fidelidad a la misión recibida, con energía y audacia apostólica. En unas comunidades donde comenzaban a aparecer fuerzas disgregadoras, capitaneadas por falsos maestros, que enseñaban que la resurrección ya había sucedido (2 Tim 2,18), reduciéndola a una experiencia mística bautismal, imbuidos del pensamiento platónico, se recuerda que el pastor debe tomar parte en los duros trabajo de la evangelización, como “fiel distribuidor de la Palabra de la verdad” (2 Tim 2,15). Y que su vida, asentada en la fe y el amor cristianos, debe acreditar su ministerio. Para esa tarea es imprescindible “la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros”.

Evangelio: Lucas 17, 5-10.

En aquel tiempo los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe.  El Señor contestó: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería.

Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor, cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa?” ¿No le diréis: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras yo bebo; y después comerás y beberás tú?” ¿Tenéis que estar agradecido al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

                                        ***             ***             ***

Dos instrucciones aparecen en estos versículos del texto lucano. Una, centrada en la fuerza de la fe. Otra, exhorta al servicio fiel, sin expectativas compensatorias añadidas.

La instrucción sobre la fe responde a una petición de los Apóstoles: reconocen que su fe es débil, y solo Jesús puede acrecentarla y fortalecerla. La respuesta es, a primera vista, sorprendente, porque la fe no está para cambiar la orografía, ni Jesús ha venido para eso. Con ella simplemente quiere indicarles que “todo es posible al que tiene fe” (Mc 9,23).

Con la segunda instrucción Jesús invita a adoptar en la vida el puesto del servicio, como hizo él, hasta lavar los pies de los discípulos: “Os he dado ejemplo” (Jn 13,15). A Dios no hay que pasarle factura.


REFLEXIÓN PERSONAL

Actualmente el número de los españoles que se declaran ateos, agnósticos e indiferentes es considerable; además de todos aquellos que se manifiestan como creyentes no practicantes. Pero hay algo más preocupante que la mera  estadística: la mayoría de los que se declaran así fueron un día miembros de la Iglesia; de ella recibieron los sacramentos de la iniciación cristiana y, por rudimentaria que fuera, la catequesis del Evangelio. Y, además, es precisamente este bloque de ciudadanos el que aparece con mayor futuro social y capitaliza el dinamismo de la vida pública de nuestro país.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Sin duda que las causas son variadas. ¿Qué se está haciendo para poner freno a esta hemorragia de lo religioso?  Algunos han tomado conciencia del problema, pero a la mayor parte de los católicos esto les (nos) deja despreocupados. Es como si hubiéramos decidido responder con la indiferencia al indiferentismo religioso que nos rodea.

El justo vivirá por su fe”, afirma el profeta Habacuc;  Si tuvierais fe como un granito de mostaza diríais a esa morera: arráncate y plántate en el mar, y os obedecería”.  Palabras que hemos de entender correctamente. Solemos decir que la fe mueve montañas, pero evidentemente la fe no es una fuerza para trasformar la orografía y el paisaje, sino la propia vida.

“Si tuvierais fe...”;  si tuviéramos fe...

·        Buscaríamos ante todo el Reino de Dios...

·        Daríamos mayor profundidad a nuestra vida...

·        Seríamos capaces de reconocer la presencia de Dios...

·        Superaríamos el miedo a “dar la cara por nuestro Señor”, y la tentación al disimulo.

·        Nuestra oración sería más abundante y comprometida...

·        Dejaríamos de lamentar el mal, para entregarnos a hacer el bien...

·        No nos limitaríamos a  ocupar un asiento en la iglesia, sino que buscaríamos desempeñar una función en ella.

·        No nos contentaríamos con oír el Evangelio, sino que  participaríamos “en los duros trabajos del evangelio”...

Si tuvierais fe... ¿Tan poca fe tenemos? ¿Qué es tener fe? Por supuesto que no es solo creer que Dios existe. “También lo demonios lo creen y tiemblan”, afirma Santiago en su carta (2,19). ¡Y esa fe no les salva! ¡Nuestra fe no puede ser la fe de los demonios!

Sin duda que una respuesta ajustada a esas preguntas  supone integrar muchos elementos. Propongo un camino sencillo: acercarnos al Evangelio. Conocemos la narración del centurión (Mt 8,5-13). La actitud de aquel militar pagano admiró a Jesús (“En ningún israelita he encontrado tanta fe”). Y no es este el único botón de muestra. Una mujer pagana, cananea (Mt 15,21-28), se acerca a Jesús con una petición: “Ten compasión de mí. Mi hija tiene un demonio muy malo”.  Jesús se hace el huidizo; casi la provoca con un desaire. La mujer, que es madre, no se rinde ni se ofende. Y Jesús se entrega: “¡Qué grande es tu fe, mujer!”.

A Jesús le impresionó y casi desarmó la “fe” de estos dos “no creyentes” oficiales; al tiempo que le decepcionó profundamente la falta de fe de tantos “creyentes de oficio”. En su propio pueblo “se extrañó de aquella falta de fe” (Mc 6,6).

¿En qué consiste, entonces, la verdadera fe? ¿Cuál es? Son cuestiones que rehúyen la simplificación de una respuesta apresurada. Al evocar estos hechos, a primera vista paradójicos, mi propósito es invitar a buscar la respuesta. Pero quiero ofrecer una pista: Dios es más que un dogma, y la fe más que una teoría.

Creer no es solo saber y aceptar intelectual y afectivamente unas verdades; hay que acogerlas efectivamente. Creer es integrar la vida en el designio, en la verdad de Dios, e integrar el designio de Dios, su verdad, en la vida. La fe es acogida y entrega; recepción y donación.      

Creer es situar la vida en otra dimensión; sentirse profunda, vitalmente captado por Dios. Dejar que él protagonice mi vida. Creer no es tanto opinar cuanto vivir. Habituados a creer creyendo, nos hemos olvidado de creer creando. El justo vive de la fe. “Tú eres nuestra fe” exclamará Francisco.

Y una última sugerencia apuntada en el evangelio, “Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer”. O sea que por creer, por vivir según la fe, a Dios no hay que  pasarle  factura, ni pedirle cuentas; hay que darle gracias.

Como los apóstoles, pidámosle: “Señor, auméntanos la fe”, o como aquel otro personaje del evangelio digámosle: “Señor, creo, pero ven en ayuda de mi poca fe” (Mc 9,24). Con Francisco de Asís oremos: “Dame fe recta”. 

REFLEXIÓN PERSONAL

.- En este “año de la fe”, ¿cómo me he situado ante esta realidad?

.- Si creer es crear, ¿qué dinamismo aporta la fe a mi vida?

.- ¿Oro sinceramente a Dios pidiéndole cada día el don de la fe?

DOMINGO MONTERO, OFM Cap.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

DOMINGO XXVI -C-

1ª Lectura: Amós 6,1a. 4-7.

Esto dice el Señor todopoderoso: ¡Ay de los que se fían de Sión, confían en el monte de Samaría! Os acostáis en lechos de marfil, tumbados sobre las camas, coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo; canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos musicales, bebéis vinos generosos, os ungís con los mejores perfumes, y no os doléis de los desastres de José. Por eso irán al destierro, a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía de los disolutos.

                                                      ***    ***         ***

La voz del profeta Amós se alzó poderosa, en el s. VIII aC., como un rugido de león (Am 3,8), denunciando la “orgía de los disolutos”, de la clase alta y acaudalada del reino de Israel, que oprimía a los débiles y aplastaba a los pobres (Am 4, 1), viviendo de manera insolidaria e injusta. El profeta denuncia la ceguera y la sordera de aquella clase político/religiosa incapaz de ver y oír “los desastres de José”, es decir, del reino del Norte, y que pretendía compatibilizar el culto oficial suntuoso con la injusticia social. El culto no es compatible con la injusticia.

2ª Lectura: I Timoteo 6,11-16.

Hermano, siervo de Dios:

Practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos. Y ahora, en presencia de Dios que da la vida al universo y de Cristo Jesús que dio testimonio ante Poncio Pilato: te insisto en que guardes el Mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo, que en tiempo oportuno mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él honor e imperio eterno. Amén.

                                              ***             ***            ***

A Timoteo se le encomienda combatir “el buen combate de la fe” y la práctica de “la justicia, la fe, el amor…”, porque no se trata de proclamaciones solemnes y teóricas sino de prácticas. La fe debe ser “aguerrida”, en el sentido apuntado en la Carta a los Efesios 6,14-18. La ética cristiana, inspirada en “el Mandamiento”, debe ser la rúbrica que acredite su veracidad y capacidad renovadora y de alternativa social. El hombre renovado, debe renovar la vida. Los cristianos no pueden sustraerse del deber de sazonar  e iluminar la vida.

Evangelio: Lucas 16,19-31.

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno y gritó: Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.

Pero Abrahán le contestó: Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.

El rico insistió: Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.

Abrahán le dice: Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.

El rico contestó: No, padre Abrahán. Pero, si un muerto va a verlos, se arrepentirán.

Abrahán le dijo: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.

                                        ***             ***             ***

Jesús era un maestro que visualizaba sus mensajes. Esta parábola es una muestra. La enseñanza se percibe inmediatamente. Las riquezas ciegan (impiden ver) y aíslan (impiden oír). El rico vivía aislado en sí mismo y en sus cosas. Cuando se le abrieron los ojos, ya era tarde. El rico de la parábola no tiene nombre propio, porque no representa a un individuo sino a una tipología. El pobre tiene nombre propio -Lázaro, “el ayudado de Dios”-, porque ningún pobre es anónimo ante Dios, y siempre tiene a Dios de su parte: por eso es “bienaventurado”.

Jesús invita a hacer una lectura correcta de la vida desde una escucha atenta de la Palabra de Dios -Moisés y los profetas-. La parábola no pretende ilustrar sobre el más allá -descrito desde un escenografía propia de aquel tiempo-, sino iluminar el más acá para salvar la propia vida y ayudar a salvar vidas.

REFLEXIÓN PASTORAL

Podríamos pensar en un drama en dos actos. Acto primero: un rico “malvado” abstraído en medio de su prosperidad y un pobre hundido en  su desgracia… Acto segundo: el rico ha caído en desgracia -muere y va al infierno-  y el pobre muere y es recogido por los ángeles. A san Lucas le gustan estos contrates y, como se muestra muy crítico con las riquezas por los peligros que encierran, ha afilado su pluma y llevado su estilo hasta una concisión sublime.

Pero no es solo eso. Jesús con esta parábola quiere advertirnos. Él no habla de rico “malvado”, sino simplemente de “un hombre rico que se vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día”, y hasta de seis hombres ricos -él, el que murió, y sus cinco hermanos-. Y mostrándonos hasta qué punto vivían cegados y sordos antes las carencias humanas, Jesús nos advierte: “No aguardéis a la muerte para abrir un poco los ojos a la vida”.

El rico no “veía” a Lázaro, “echado en su puerta, cubierto de llagas, desnudo y con ganas de alimentarse de lo que tiraban de la mesa del rico”. No le echó de su puerta porque no le molestaba, ni siquiera lo “veía”. ¡Terrible ceguera! Hoy muere una anciana abandonada y los vecinos dicen: “No sabíamos nada”. La ignorancia genera indiferencia, y la indiferencia, ignorancia.

La gente bien acomodada, los ricos, no son necesariamente de corazón duro ni despiadados, pero no “ven”: viven encerrados en su mundo, en sus intereses. Si viesen de cerca el sufrimiento ajeno que existe a su alrededor, muchos se mostrarían fraternales; les entrarían ganas de compartir y compadecer y se salvarían. ¡Porque al final todos veremos!

Aquel rico también vio, pero ya fue tarde. Vio, finalmente, a Lázaro y lo que le supuso haber sido rico en dinero y pobre en amor; pero esa ciencia, ese conocimiento ya no le sirvió. Y como no era tan malo, y seguía queriendo a su familia, quiere advertir a sus hermanos para que no continúen en su equivocado proceder. “Padre, le dice a Abrahán, te ruego que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que con su testimonio, evites que vengan ellos también a este lugar de tormento”.

Ya tienen la palabra de Dios -Moisés y los profetas- le responde Abrahán, que la escuchen. Pero el rico se muestra escéptico. También él la tuvo, pero, por experiencia sabe que hay que golpear más fuerte para convertir a los hombres.

Abrahán replica: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”. Y es que nada hay tan fuerte para convertirnos a Dios como la escucha de su palabra. Y esta es la lección que quiere darnos Jesús: el testimonio de la Palabra de Dios es más fuerte y más digno de crédito que el testimonio de un muerto resucitado. ¿Por qué? Porque Dios merece más crédito que un difunto.

Aunque nosotros podamos distanciarnos del rico de la parábola, nos damos cuenta de que también somos un tanto ciegos respecto de los hermanos necesitados, y sordos respecto de la palabra de Dios. No estamos plenamente decididos a seguir a Jesús con todas sus implicaciones. ¡Si nos ocurriera algo extraordinario, una revelación, una aparición…, entonces sí! Nada hay tan extraordinario, nos dice Jesús como la palabra de Dios. Esa que en la segunda lectura nos recuerda que la fe no es solo una aceptación pasiva y teórica de un credo, sino la llamada a la práctica de “la justicia, de la religión, del amor, la paciencia y la delicadeza”; es decir, un compromiso por humanizar la vida desde la coherencia de la fe. A eso lo llama san Pablo combatir “el buen combate de la fe”, que lleva a la “vida eterna”. No son peleas de religión sino competiciones de solidaridad.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Tengo activados mis sentidos, y sobre todo el corazón, para percibir al necesitado?

.- ¿Revalido con la vida mi profesión de fe?

.-  ¿Es la palabra de Dios revulsivo y criterio de vida?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.