miércoles, 10 de septiembre de 2025

DOMINGO XXIV -C-: EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ.

1ª Lectura: Núm 21,4b-9.

    En aquellos días, el pueblo estaba extenuado del camino y habló contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué  nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin cuerpo”. El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo: “Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes”. Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor respondió: “Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: los mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla”. Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba la serpiente de bronce y quedaba curado.

                                       ***             ***             ***

    El camino hacia la tierra prometida, hacia la libertad está jalonado de “resistencias” por parte del pueblo, que a la menor dificultad se rebela contra Dios y contra Moisés. La escena recogida en Núm 21,4-9 es una prueba más de ese temor a “la libertad” y de la añoranza de “la seguridad” de la esclavitud de Egipto. Posiblemente, con este relato, se trata de explicar el origen de la serpiente instalada en el templo de Jerusalén y que recibía un culto poco ortodoxo, hasta que el rey Ezequías la mandó destruir  (2 Re 18,4) en su reforma religiosa.

   2ª Lectura: Flp 2,6-11.

     Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

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    Nos hallamos ante un himno cristológico, un credo, con toda probabilidad anterior a Pablo y que él habría recibido de la comunidad cristiana, y hasta el posible que se remonte a la primitiva catequesis de san Pedro (Hch 2,36; 10,36). En sus diferentes estrofas aparecen señaladas las diversas etapas del Misterio de Cristo: la preexistencia divina, la “kénosis” -encarnación y la muerte de cruz-, la resurrección, la glorificación y el señorío universal. Es una expresión de la fe en el misterio de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Sin ser mencionada explícitamente se percibe, también, la antítesis Adán/ Cristo. Cristo recorre el camino inverso de Adán, haciéndose hombre. Quedan en evidencia la “hybris” (la soberbia) del hombre viejo -Adán- y la “kénosis” del hombre nuevo -Jesucristo-.

 Evangelio: Jn 3,13-17.

      En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

                                            ***             ***             *** 

  El texto forma parte de un diálogo más amplio entre Jesús y Nicodemo, en el que Jesús se manifiesta como el auténtico revelador de Dios, hacia el que hay que mirar para comprender el diseño divino.  Evocando la imagen de la serpiente en el estandarte en el desierto, Jesús revela el sentido profundo de su muerte en la cruz: de esa cruz pende la salvación.  Y desvela el origen y la finalidad de la aventura humana de su aventura humana: el amor gratuito de Dios y la salvación del hombre. 

REFLEXIÓN PASTORAL                                                                                           

         Celebramos en este domingo la Exaltación de la Santa Cruz. Un motivo de gratitud, pues por ella nos vino la salvación; pero también un motivo de profunda reflexión.

         El signo de la cruz preside muchos espacios de nuestra geografía (en las montañas, en los valles, en los caminos…), de nuestra vida y de nuestra muerte. Pero es también verdad que, con frecuencia, nuestra vida es una huída vergonzante de la cruz. ¡Tan contradictorios somos!

         Nos hemos modelado un Cristo estético, solemne, dominando desde la cruz, convertida en adorno, los pasos inseguros de un mundo desatinado. La hemos dorado tanto que la hemos hecho irreconocible como cruz de Cristo; la hemos “descristificado”.

         La Palabra de Dios nos desvela su sentido profundo. Por ella fuimos rescatados de nuestros pecados; en ella se hizo manifiesta la densidad del amor de Dios (Jn 3,16); por ella fuimos introducidos en una vida de esperanza…

         Pero la Cruz no es solo historia pasada: es exigencia para cada uno de nosotros. Forma parte de la propuesta de Jesús (Mc 8,34). Pero, ¿qué cruz?

         Quizá hayamos confundido un poco las cosas. A cualquier contratiempo llamamos “cruz”. ¡No! Afrontar con entereza la adversidad y el dolor no es exclusivo del cristiano, aunque el cristiano sepa situar eso también junto a la cruz de Cristo y de él reciba fuerza e inspiración. Eso debe hacerlo todo hombre.

         Cuando Jesús invita a tomar la cruz, invita a seguirle, a situarse en un estilo de vida, que por entrar en conflicto con los modos de vivir del mundo,  ocasionará conflictos y tensiones.

         Llevar la cruz no es resignarse, ni Jesús murió en la cruz por resignarse, sino por rebelarse. La cruz de Cristo habla más de insurrección que de resignación, de insumisión que de sumisión.

         La cruz de Cristo fue la consecuencia de su vida al servicio de la verdad, de su camino profético y bienhechor, de su opción radical por Dios y por el hombre. Jesús todo eso lo previó y lo asumió. Y abrazó la cruz con dolor y temor -“Si es posible…” (Mt 26,39)-, y con amor, para redimirla y para redimirnos. Y, desde entonces, ya no es signo solo del pecado del hombre, sino, y sobre todo,  del amor de Dios. Desde entonces es, también, la señal del cristiano.

         San Pablo advertirá con lágrimas en los ojos que “hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cristo” (Flp 3,18), y lo hacía refiriéndose  a cristianos.

         Su predicación “es necedad para los que se pierden, mas para los que salvan, para nosotros, es fuerza de Dios” (1 Cor 1,18ss). En la cruz, Cristo se convierte en punto luminoso, centro de atracción  y de esperanza (Jn 12,32).   Ni cruz sin Cristo, ni Cristo sin cruz, decía san Pío de Pietrelchina. Sin Cristo la cruz es carga pesada, Cristo sin la cruz es una falsificación.

        Esta fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz es una buena invitación a mirarla con fea escucharla, porque es elocuente, y a abrazarla, y, sobre todo, a mirar, escuchar y a abrazar al Crucificado.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cómo integro el mensaje de la Cruz en mi vida?

.- ¿Tengo una visión “resignada” o  “liberadora” de la Cruz?

.- ¿Comulgo con los “crucificados” de la vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 4 de septiembre de 2025

DOMINGO XXIII -C-

 DOMINGO XXIII -C-

1ª Lectura: Sabiduría 9,13-19.

¿Qué hombre conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano: ¿Pues quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? Solo así serán rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprenderán lo que te agrada;  y se salvarán con la sabiduría los que te agradan, Señor, desde el principio.

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 El texto seleccionado forma parte de la oración de Salomón para alcanzar la sabiduría (Sab 9). En él se subraya la debilidad del hombre para conocer por su propio dinamismo, por sus propias fuerzas, el proyecto de Dios. Tal constatación no obedece a un pesimismo antropológico, sino a un realismo experiencial. En la formulación de su pensamiento se detectan elemento del pensamiento platónico combinados con imágenes bíblicas (cuerpo / tienda). Solo con el Espíritu de Dios puede el hombre acercarse a la comprensión de sus designios y orientar hacia él sus pasos

 2ª Lectura: Filemón 9b-10. 12-17.

Querido hermano:

Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión; te lo envío como algo de mis entrañas. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en tu lugar en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo: así me harás este favor no a la fuerza, sino con toda libertad. Quizá se apartó de ti para que le recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano querido. Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano. Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo.

                                                       ***                  ***                  ***

 Onésimo, servidor de la casa de Filemón, en Colosas, huyó  de su amo -¿motivo?-, y encontró a Pablo en la prisión, probablemente de Éfeso. Allí abrazó la fe. Ahora Pablo se lo devuelve, pero cambiado: “como hermano querido”. La argumentación está teñida de ternura: Onésimo forma parte de su propia vida. La fuerza transformadora del Evangelio propicia una vivencia nueva de las relaciones sociales, rescatándolas de lo servil para convertirlas en fraternas. Destacable es cómo hasta la prisión es un espacio de evangelización cuando el celo del Evangelio anida en el corazón del cristiano. Es una concreción de aquel dicho: Evangelizar “a tiempo y a destiempo… (II Tm 4,2); porque “la palabra de Dios no está encadenada” (II Tm 2,9).

 Evangelio: Lucas 14,25-33.

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; se volvió y les dijo: Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso así mismo, no puede ser discípulo mío.

Quien no  lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: ‘Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar´. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”.

                                                       ***                  ***                  ***

A los que le siguen, Jesús  les formula con claridad hasta dónde debe llegar la opción por él: el listón es alto. Por eso invita a un discernimiento profundo. El seguimiento conlleva implicaciones dolorosas, posponer, renunciar… Pero el seguimiento no se reduce a eso, a renuncias, porque abre a horizontes nuevos: la familia se engrandece (Mc 10,29-30),  y la persona se enriquece con un tesoro escondido (Mt 13,44).

Se trata de poner a Jesús en el centro: de “tomar conciencia de su persona” (Flp 3, 10), de “incorporarse a Él” (Flp 3, 9), de personalizar “su misma actitud” (Flp 2,5), de “vivir como él vivió” (I Jn 2,6)..., y eso no se improvisa. Al seguimiento cristiano le es imprescindible ese talante contemplativo o interiorizador de la persona de Cristo, hasta el punto de experimentar su presencia como una seducción permanente (Flp 3, 12), inspiradora de los mayores radicalismos (Flp 3,8).

“De oídas” podrá iniciarse el seguimiento, pero no puede mantenerse, tiene que resolverse en el conocimiento personal -“venid y lo veréis” (Jn 1,39), “ven y lo verás” (Jn 1,46)-. Seguimiento que implica esfuerzo (Lc 13, 24), violencia (Mt 11, 12), pero que no es forzoso ni violento, sino propuesto y abrazado desde la libertad: “el que quiera...”  (Mc 8, 34).

El proyecto de “seguir”, de “vivir como” es muy vulnerable: podemos evadirnos de él hacia el mundo ideológico, al sentimentalismo, a un cierto legalismo, a un activismos o a compromisos no contrastados con el querer de Dios. No basta con hablar del “seguimiento”, hay que vivir “en seguimiento”.

 REFLEXIÓN PASTORAL

No nos lo pone fácil Jesús. Sus palabras invitan, cuando menos, a la reflexión, porque son muy serias. A Jesús, por lo visto, no debía gustarle mucho eso que hoy llamamos cristianismo sociológico. Él quería un cristianismo personalizado, fruto de una decisión madura y renovada cada día. Tampoco, por lo visto, le gustaban los irreflexivos.

A una multitud que le seguía de una manera bastante folklórica  e incomprometida, atraída por los milagros, Jesús les lanza este mensaje clarificador. Y creo que debió hacerlo con cariño, pues un mensaje así, propuesto de otra manera sería una provocación. ¿O fue eso lo que buscaba Jesús, provocar una fuerte reacción en sus oyentes? Nosotros, a fuerza de repetirlas, nos hemos acostumbrado a ellas y las oímos sin mayores sobresaltos. Sin embargo, estas palabras dan que pensar; son palabras mayores.

Porque Él no vino a anular la revelación de Dios. En la polémica contra los fariseos revalidó el valor del cuarto mandamiento por encima de cualquier otra exigencia (Mt 15,1-9); defendió la perennidad del vínculo matrimonial frente a interpretaciones más relajadas (Mt 19, 1-9); no dudó en afirmar que el amor al prójimo como a uno mismo -lo que supone que el amor a uno mismo no es malo en sí- era el segundo gran mandamiento de la Ley (Mt 22,34-40).

Entonces, ¿qué quiere decir con estas palabras: “El que venga conmigo si no pospone a su padre, a su madre, a su mujer… e incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo”?

Jesús no ha venido a destruir los amores fundamentales del hombre, sino a fundamentarlos en un amor previo: el amor a Él. Y desde ese amor, encarnado en cada uno, nos dice “amaos como yo os he amado” (Jn 13,34), hasta dar la vida, “porque nadie ama más que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,13). Desde el amor a Cristo, el amor a los padres, el amor conyugal, el amor familiar y a  uno mismo se radicaliza, profundiza y purifica.

Jesús nos dice que hay que amar cristianamente. El amor total a Cristo, a Dios, no puede  nunca convertirse  en pretexto o excusa para no amar al prójimo; pero como no hay amor más grande que el de Dios al hombre, tampoco puede haber en el hombre amor más grande que el amor a Dios.

Y lo mismo podemos decir de la renuncia a los bienes: Jesús no nos pide tanto el abandono de las cosas, sino que nos abandonemos a las cosas, “pues la vida del hombre no depende de sus posesiones” (Lc 12,15). Que no pongamos en ellas una confianza desmesurada que nos haga olvidar la confianza en Dios y las exigencias y necesidades de nuestro prójimo.

Jesús no está invitando a odios y renuncias sino a amores y entregas, eso sí, perfectamente clarificados y purificados. Nada ni nadie debe interponerse en el seguimiento y amor de Cristo; todos los espacios de la vida, incluso los más íntimos, como son los familiares, deben evidenciar que Cristo es prioritario. Pero eso no merma, sino que posibilita vivir en plenitud todas las formas del amor.

Estas palabras de Jesús deben darnos que pensar y, sobre todo, deben darnos que hacer, porque están no solo para ser escuchadas sino cumplidas.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Me defino como “seguidor” de Jesús?

.- ¿Qué implicaciones trae ese seguimiento a mi vida?

.- ¿Siento inquietud por dar a conocer a Jesús?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano – Capuchino.

 

 

 

 

jueves, 28 de agosto de 2025

DOMINGO XXII -C-

 1ª Lectura: Eclesiástico 3,19-21. 30-31.

Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes. No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta. El sabio aprecia las sentencias de los sabios; el oído atento a la sabiduría se alegrará.

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 En esta instrucción se recomienda la humildad, no la humillación, que permite una vida serena y alcanza el favor de Dios que “enaltece a los humildes” (Lc 1,52). Y advierte de la conveniencia de discernir los comportamientos. La herida del cínico es peligrosa porque procede de una raíz dañada, de un corazón torcido.

  Lectura: Hebreos 12,18-19. 22-24a.

Hermanos:

Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni habéis oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que no les siguiera hablando. Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a la asamblea de innumerables ángeles, a la congregación de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús.

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 El texto habla de las dos Alianzas, la protagonizada por Moisés y la protagonizada por Jesús, destacando la superioridad y el carácter definitivo de la segunda, la Nueva en contraposición a la Vieja. La primera tuvo su patria y su promesa en la Tierra, la segunda tiene su patria y su promesa en el Cielo. Caer en la cuenta de ser miembros de esta nueva Alianza exige vivir en permanente gratitud y guardarse de “rechazar al que os habla… y ofrecer a Dios un culto que le sea grato” (Heb 12, 25.28).

 Evangelio: Lucas 14,1. 7-14.

Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo: “Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: ‘Cédele el puesto a este ´. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba ´. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.

Y dijo al que le había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.

                                                     ***                  ***                  ***

 La escena presenta a Jesús como “Maestro” de sabiduría, invitando a rechazar la vanidad y la prepotencia, y a asumir la humildad como estrategia de comportamiento. Pero reducir a esto el mensaje sería muy poco. Jesús no está diseñando solo una táctica para “ascender” a los puestos de honor; está describiendo el comportamiento de Dios, encarnado de manera singular en Él. Él ha venido y se ha puesto el último de la fila (Flp 2,6ss), y ha invitado a su banquete a los “cansados y agobiados…” (Mt 11,28), perdidos “por los caminos” (Mt 22,9). Él se ha hecho “humilde de corazón” (Mt 11,29). 

REFLEXIÓN PASTORAL

En una sociedad en que la gente se esfuerza por ascender, por ocupar los primeros puestos, por encabezar todo tipo de listas, aunque para eso tenga que convertir a otros en peldaños en la escalera del propio ascenso…; en una sociedad que ha convertido el interés -el alto interés- en el único criterio de inversión…; en una sociedad en la que antes de prestar se garantiza bien de la solvencia del acreedor… En una sociedad así, y así es la nuestra, la invitación a ocupar el último puesto del banquete provoca, en el mejor de los casos, una sonrisa de compasión condescendiente. Y la urgencia de dar a fondo perdido, sin esperar la devolución, es el principio de la ruina…

Al oír estos planteamientos no pocos, quizá, nos preguntemos si el Evangelio sigue teniendo vigencia hoy; si no habrá ya pasado su momento…Y, si a esto añadimos las advertencias que se nos hacen en la primera lectura -“En tus asuntos procede con humildad…, hazte pequeño”-, la cosa se complica aún más. ¡Así no vamos a ninguna parte!

Jesús no fue ningún ingenuo, ni su mensaje una ingenuidad. Encierra en sí una enorme carga explosiva y transformadora, que le explotó en sus propias manos. Jesús fue eliminado por decir, entre otras cosas, esto que hoy hemos escuchado y aclamado.

Echemos una mirada al mundo en que vivimos. ¿A dónde está conduciendo el desmesurado interés de las grandes potencias? A dejar insolvente a medio mundo; a hundir en el endeudamiento a países que así ven alejarse de ellos toda posibilidad de progreso, de autonomía y de paz.

Y cosa parecida ocurre con la carrera por ocupar los primeros puestos en los diversos banquetes de la vida. ¡A cuantos hay que descalificar y hasta eliminar, injustamente, para llegar a ser los primeros! ¡Cuántas zancadillas y empujones para encabezar una lista!

¡No! La advertencia de Jesús no es una ingenuidad. Lo que ocurre es que Él tenía la rara virtud de decir clara y sencillamente las cosas más importantes. Nuestra vida sería más relajada y festiva, menos polémica y menos tensa si tuviéramos esto en cuenta. El Evangelio no ha pasado; lo que ocurre es que nosotros aún no hemos llegado a él o, lo que es peor, hemos pasado de él.

Pero hay algo más; con estas palabras Jesús no solo está denunciando unos comportamientos equivocados; nos está enseñando algo más que a ser humildes y desinteresados, nos está diciendo cómo es Dios. ¡Dios es humilde! Dios hizo una inversión a fondo perdido a favor del hombre, cuando el hombre era totalmente insolvente. “Cuando todavía estábamos sin fuerzas, escribe san Pablo, Cristo murió por los impíos…; por un hombre bueno tal vez alguno se atrevería a morir, pues la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5,6-8).

Al venir a nuestro encuentro, Dios no eligió posiciones de privilegio. “Siendo de condición divina, se despojó…” (Flp 2,7). Pero la cosa no terminó ahí: “Por eso Dios le exaltó, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble…” (Flp 2,9-10). Y también al que, al estilo de Jesús, ocupe el último lugar del banquete, el Padre le dirá: “sube más arriba”…; porque “el que se humilla será ensalzado”.

Jesús tenía autoridad para darnos esta lección; él la había encarnado; hablaba con experiencia y por experiencia, por eso tiene derecho a exigirnos. Si somos cristianos no nos queda sino “apropiarnos su sentimientos” (cf. Flp 2,1).

El Evangelio no ha pasado; lo que ocurre es que, quizá, aún no hemos llegado a él. Y, sin embargo, ese es nuestro punto de encuentro.

 REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿A qué puesto aspiro en la vida?

.- Si humildad es andar en verdad, ¿por donde ando yo?

.- ¿Me encuentro a gusto entre los humildes?

Domingo J. Montero, franciscano capuchino.

jueves, 21 de agosto de 2025

DOMINGO XXI -C-

1ª Lectura: Isaías 66,18-21.

Esto dice el Señor: “Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua; vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia; a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria: y anunciarán mi gloria a las naciones. Y de de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos a caballos y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi Monte Santo de Jerusalén -dice el Señor-, como los israelitas, en vasijas puras, traen ofrendas al templo del Señor. De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas -dice el Señor-“.

                                              ***             ***             ***

 El texto se encuentra al final del libro de Isaías, y es una declaración explícita de la misericordia de Dios y de su voluntad salvadora, que implica la reunión de todos los pueblos y naciones en su Monte Santo. Y también de entre esos pueblos escogerá sacerdotes y levitas. Dios manifiesta así su voluntad no excluyente. Ningún pueblo está al margen: “Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (I Tm 2,4).

 2ª Lectura: Hebreos 12,5-7. 11-13.

Hermanos: Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: “Hijo míos, no rechaces el castigo del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos”. Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos? Ningún castigo nos gusta cuando lo recibimos, sino que nos duele; pero después de pasar por él, nos da como fruto una vida honrada y en paz. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará.

                                             ***             ***             ***

Esta exhortación, inspirada en Prov 3,11-12, es una invitación a reconocer con gratitud la paternal pedagogía de Dios. Y reaparece en Apocalipsis 3, 19, en la carta al Ángel de la Iglesia de Laodicea. ¿De qué corrección se trata? De la invitación a caminar en la ruta del Evangelio, que en ocasiones desvela nuestros pasos descaminados, invitándonos a entrar por la puerta estrecha y a adentrarnos por el camino angosto propuesto por Jesús, pero, en definitiva, Camino de vida.

 Evangelio: Lucas 13,22-30.

 En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”.

Jesús les dijo: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entra y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: ‘Señor, ábrenos´  y él os replicará: ‘No sé quiénes sois´. Entonces comenzaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas´. Pero él os replicará: ‘No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados´. Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”.

                                              ***             ***             ***

 En tiempo de Jesús, las escuelas rabínicas mantenían opiniones muy diversificadas al respecto. Jesús reorienta la pregunta: no se trata de un conocimiento teórico, curioso, sino de un planteamiento práctico. No hay que preocuparse de saber el número de los que se salvan, sino ser del número de los salvados. Y Jesús responde que del Reino de Dios no hay excluidos, pero puede haber autoexcluídos.

 REFLEXIÓN PASTORAL

Señor, ¿serán pocos los que se salven?”. Jesús hubiera preferido que la pregunta le hubiese sido formulada en estos términos: “Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?” (Lc 10,25). Por eso su respuesta no fue de orden matemático (cuántos), sino de orden ético (cómo): “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. En todo caso el tema es importante, porque “al final de la jornada, aquel que se salva sabe, y el que no sabe nada”.

El hombre siempre ha sentido inquietud y hasta ansiedad por conocer esta cifra misteriosa. En las escuelas rabínicas contemporáneas a Jesús  se dividían las opiniones: para unos eran muchos, para otros eran pocos. También a lo largo de la historia en la Iglesia ha habido voces y opiniones dispares al respecto.  En todo caso, el proyecto de Dios es claro: “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (I Tm 2,4. De eso nos habla el texto profético de Isaías (1ª) y el evangelio.

Pero, ¿por qué entregarse a más  especulaciones? El único que pudo decírnoslo, Jesús, no quiso responder. O mejor, sí respondió. Vino a decirnos: No te preocupe saber el número de los elegidos, procura ser tú de ese número. Porque la salvación no es una lotería, ni un seguro que nos permita vivir irresponsablemente. Es, ante todo, gracia de Dios -“por gracia habéis sido salvados” (Ef 2,5)-, no discriminante y abierta, pero es también llamada, urgencia que exige responsabilidad... Por eso nos dice Jesús: “esforzaos, velad…”.

El camino cristiano es arduo, tanto que muchas veces deja de ser camino para convertirse en senda estrecha, abierta paso a paso con el sudor del esfuerzo y hasta con sangre. En este sentido se expresa el texto que hemos leído de la Carta a los Hebreos.  Hay, pues, que abordar correctamente el tema.

Más que preguntar si serán muchos o pocos, la pregunta justa debe ser: ¿Estoy yo en camino de salvación? ¿Acojo esa llamada en mi vida? ¿Vivo la salvación que Dios ha operado en mí por el bautismo? ¡Nos falta la conciencia de sentirnos ya salvados! Por eso nos falta audacia y coherencia para vivir esa realidad.

Sabernos ya salvados debería lanzarnos a buscar ante todo el Reino de Dios y su justicia; a aspirar a las cosas de arriba; a entrar en comunión más auténtica con los otros. Nos salvaremos, si ya ahora nos sentimos salvados y vivimos en consecuencia. “Sabemos que estamos salvados, si amamos a los hermanos” nos dice S. Juan (I Jn 3,14).

Cristo abrirá las puertas de Reino a los que respondan positivamente a este test existencial, “Tuve hambre y me disteis de comer…”, porque “lo que hicisteis a uno de éstos…”.   El problema de la salvación, pues, no es del más allá, sino del más acá.

Acojamos esta invitación del Señor, porque lo importante no es saciar la curiosidad de saber si son muchos o pocos los que se salven, sino la conciencia de saber si nosotros estamos o no en vías de  salvación. Veamos, hermanos, si hay que rectificar caminos o si incluso es necesario abandonar caminos. Porque esa es la gran sabiduría de la vida: encontrar el camino de la salvación y recorrerlo con el Señor y los hermanos.

 REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Estoy yo en camino de salvación?

.- ¿Vivo la salvación que Dios ha operado en mí por el bautismo?

.- ¿Acojo con responsabilidad la llamada de Jesús al “esfuerzo”?

 Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

 

 

 

sábado, 16 de agosto de 2025

DOMINGO XX -C-

1ª Lectura: Jeremías 38,4-6. 8-10.

En aquellos días, los príncipes dijeron al rey: “Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad, y a todo el pueblo, con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia”.

Respondió el rey Sedecías: “Ahí lo tenéis, en vuestro poder: el rey no puede nada contra vosotros”.

Ellos cogieron a Jeremías y lo arrojaron en el aljibe de Melquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. En el aljibe no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo.

Ebdelmelek salió del palacio y habló al rey: “Mi rey y señor, esos hombres han tratado inicuamente al profeta Jeremías, arrojándolo al aljibe, donde morirá de hambre (porque no quedaba pan en la ciudad)”.

Entonces el rey ordenó a Ebedmelek: “Toma tres hombres a tu mando, y sacad al profeta Jeremías del aljibe, antes de que muera”.  

                                        ***             ***             ***

La intervención de Jeremías, desaconsejando la oposición a los caldeos, le acarreó el calificativo de antipatriota. Eso le condujo a la situación que narra el texto seleccionado. La historia dio la razón a Jeremías (Jer 39). La acusación de que desmoralizaba al pueblo, esgrimida por los príncipes, era interesada: pretendían defender sus posiciones de privilegio. Jeremías veía más allá de la supervivencia de una “clase política”, le preocupaba la situación del pueblo. También a Jesús le acusaron de desestabilizador social (Lc 23,5), simplemente porque distinguía la política del Reino de Dios de las políticas interesadas de supervivencia. No es infrecuente identificar el bien común con los propios intereses, y supeditar aquel a éstos.

 2ª Lectura: Hebreos 12,1-4.

Hermanos:

Una nube ingente de espectadores nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, sin miedo a la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del Padre. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.

                                        ***             ***             ***

 La carta a los Hebreos nos invita a “correr”, fijos los ojos en Jesús. Una imagen deportiva, que indica, además las exigencias para mantener la forma competitiva: liberarnos del impedimento -el pecado- que nos ata y paraliza. Ya san Pablo habla de “espíritu olímpico” (I Co 9,24-27; Flp 3,12-14): ascético, optimista, generoso, inteligente, competitivo… Vivir olímpicamente la fe puede ser un estilo muy sugestivo y válido. Sin olvidar nunca la meta, sin perder de vista a Jesús, iniciador y meta de nuestra fe.

 Evangelio: Lucas 12, 49-53.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer paz al mundo? No, sino división. En adelante, una familia de cinco está dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

                                        ***             ***             ***

Sigue Jesús dirigiéndose a los discípulos. ¿De qué fuego habla Jesús? Del que purificará y abrasará los corazones, y que debe encenderse en la cruz, auténtica “pira” del amor purificador de Dios. También ese es el bautismo por el que anhela pasar. Jesús contempla ya un horizonte conflictivo, y eso lejos de arredrarle, le estimula.

Por otra parte, a los discípulos les advierte de la “tensión” que él ha venido a introducir en la vida. No es un rompefamilias, pero hasta ahí, hasta las familias, pueden llegar la consecuencias y exigencias del seguimiento.

 REFLEXIÓN PASTORAL

Jesús sigue dirigiéndose a sus discípulos, a nosotros. Y lo hace con palabras y propuestas impresionantes. No son palabras para escuchar “tranquilamente” en los bancos de la iglesia. Nada más lejos de Jesús que la ambigüedad. Desde la infancia fue presentado como bandera discutida ante la que tendrán que descubrirse y decidirse los pensamientos de los hombres, así le presentó el anciano Simeón. Y  desde entonces no dejó de ondear hasta que fue izada en el mástil de la cruz.

Quiso claridad en todo, en el hablar y en el actuar. Descalificó las pretensiones posibilistas y contemporizadoras de nadar y guardar la ropa -“No podéis servir a dos señores” (Mt 6,24) -. Sin concesiones al sentimentalismo, descubrió los reales vínculos de su parentesco -“Mi madre y mis hermanos son  los que cumplen la voluntad del Padre” (Mt 12,50) -. Rehuyó sistemáticamente el aplauso interesado de los que pedían milagros, instrumentalizándolo  -“Vosotros me buscáis porque habéis comido pan hasta saciaros” (Jn 6,26)-. No dudó en calificar su propuesta de “vía estrecha”, y su Camino, de cruz…

Y lo de hoy ya lo acabamos de escuchar: un pirómano divino, que quiso deshacer con el fuego de su amor todos los hielos del corazón humano; que quiso acabar con tanta maleza como existía en la sociedad de su tiempo. Un intranquilizador, que vino a declarar la guerra a todas las falsas paces religiosas, políticas, sociales y hasta personales y familiares, porque hasta ahí pueden llegar las consecuencias de una verdadera opción por Jesús.

Es cierto que los cristianos, con el paso del tiempo, hemos ido dulcificando, moralizando esa figura tan enérgica. Hemos ido apagando ese fuego para encender otros. Hemos arriado su bandera discutida, la cruz, cambiándola por otra más razonable y, sobre todo, la hemos izado en otro mástil, convirtiendo la cruz, de signo escandaloso en un adorno piadoso. Hemos declarado compatible, y hasta hemos subordinado, el Evangelio con otros mensajes. Hemos abandonado la “vía estrecha” por otra, en la que se pueda circular en todas las direcciones. Hemos pactado con casi todos y casi todo. Hemos pretendido hacer más asequible su mensaje, más universal, a costa de sacrificar sus exigencias, aguándolo…; pero, gracias a Dios, no lo hemos conseguido, ni lo conseguiremos mientras en nuestros oídos sigan resonando mensajes como los que acabamos de escuchar hoy en la palabra de Dios. Y tenemos que agradecérselo a Dios de verdad, porque nuestra inclinación es hacia un Cristo fácil, cómodo, pero ese Cristo no existe.

Hoy, desde los textos bíblicos, se nos invita a luchar contra el pecado en todas sus manifestaciones, personales y sociales, aún a costa de nuestra integridad física, pues “todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado”, sin apartar nunca la vista de Jesucristo (2ª lectura).

El profeta Jeremías, fiel a su vocación y a la revelación de Dios, estuvo a punto de morir en una fosa porque no distorsionó la palabra de Dios, doblegándose y halagando las pretensiones de los cortesanos de  Jerusalén…, pero Dios lo libró.

“Una nube ingente de espectadores nos rodea…, corramos la carrera fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús”. Sí, a Jesús nunca hay que perderle de vista, so pena de  despistarnos, adentrándonos por caminos estériles, y de despistar a los otros.

 REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Es Jesucristo el referente de mi vida?

.- ¿A qué estoy dispuesto por su seguimiento?

.- ¿Soy posibilista, intentando servir a dos señores?

Domingo J. Montero Carrión. Franciscano Capuchino.

 

 

 

 

miércoles, 6 de agosto de 2025

DOMINGO XIX -C-

1ª Lectura: Sabiduría 18, 6-9.

Aquella noche se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo al conocer con certeza las promesas de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables. Pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas llamándonos a ti. Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y de común acuerdo se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.    

                                               ***             ***             ***

 Estos versículos son el recuerdo de una noche, ya preanunciada a los Patriarcas (cf. Gn15, 13-14; 46,3-4), y que simbolizó la salvación de un pueblo oprimido: la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. El texto subraya la actitud vigilante y creyente del pueblo, entregado a la oración y a la celebración de la Pascua, culminada en un pacto de fraternidad solidaria. El autor imagina aquella primera Pascua desde los esquemas posteriores de celebración, en que se cantaba el Ha-lel (Sl 113-118). La liturgia cristiana evocará también esa noche en la celebración de la Vigilia pascual.

 2ª  Lectura: Carta a los Hebreos 11,1-2. 8-19.

Hermanos:

La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. Por su fe fueron recordados los antiguos. Por fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas -y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa- mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. Por fe también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque se fió de la promesa. Y así, de una persona, y esa estéril, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas. Con fe murieron todos estos, sin haber recibido la tierra prometida; pero viéndola y saludándola de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra. Es claro que los que así hablan, están buscando una patria; pues si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo de volver. Pero ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad. Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: “Isaac continuará tu descendencia”. Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así recobró a Isaac como figura del futuro.

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El cap. 11 de la Carta a los Hebreos es un canto a la fe y una historia de fe. Desde esa clave hace una lectura de todos los personajes emblemáticos del AT., desde Abel hasta David y los profetas. Una fe que desarraiga a Abrahán, convirtiéndole en peregrino de la promesa. Una fe que hace fecunda a Sara, a pesar de su ancianidad. Una fe que le llevó a Abrahán a confiar en la promesa de Dios más allá de la misma promesa. El sacrificio de Isaac es la prueba de la fe, y prueba de que la fe no defrauda (cf. Rom 10,11). Una fe que encuentra su plenitud en Jesús, “el que inicia y consuma la fe” (Hb 12,2).

Evangelio: Lucas 12,32-48.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela. Os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y si llega entrada la noche o de madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre”.

Pedro le preguntó: “Señor, ¿has dicho esta parábola por nosotros o por todos?”. El Señor le respondió: “¿Quién es el administrador fiel y solícito a quién el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que le reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de sus bienes. Pero si el empleado piensa: ‘Mi amo tarda en llegar´, y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y a beber y emborracharse; llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándole a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra, recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”.

                                              ***             ***             ***

Dos ideas fundamentales resalta esta catequesis de Jesús a los discípulos: 1) Desde la confianza de la herencia del Reino, les invita a la liberación de los bienes. El corazón del discípulo debe estar liberado y puesto en el Reino de Dios. Una idea típicamente lucana. 2) La vigilancia responsable. La espera del Señor no permite distracciones. Y ante la pregunta de Pedro sobre los destinatarios de sus palabras, Jesús explicita en qué consiste la vigilancia responsable. Y advierte que ser llamado a ese servicio de gobierno se convierte en fuente de mayor exigencia. Entre los discípulos los cargos no son para medrar sino para “repartir la ración a sus horas”; para ejercitar el ministerio recibido con fidelidad y solicitud.

 REFLEXIÓN PASTORAL

Situados en el centro del verano, cuando todo parece invitar a la relajación y a bajar un poco la guardia en el cumplimiento de nuestros deberes cristianos, no está de más la urgente advertencia de Jesús: “Velad…; estad preparados”.

El descanso, no el paro, es un don de Dios, una bendición divina, un derecho inherente a la dignidad y vocación del hombre, como lo es también el trabajo. El problema reside en cómo interpretar ese descanso; que no consiste en no hacer nada, ni en una evasión superficial y consumista, sino más bien en cultivar aquellas dimensiones de nuestra propia interioridad que responden a las exigencias más íntimas, sin la presión de un horario laboral rígido.

En tanto que en el trabajo profesional, especialmente el mecánico y técnico, el hombre aparece teledirigido desde fuera, en las actividades del tiempo libre es el hombre quien desde sí crea y se recrea actualizando su libertad e interioridad. Urgido por tantas ocupaciones, en el período de vacaciones, el hombre debe reencontrase consigo mismo: cultivarse y potenciar su personalidad; debe también reencontrarse con su entorno: personas y cosas desde una perspectiva más festiva, cordial y desinteresada. Y, sobre todo, debe reencontrase con Dios.

El tiempo de vacaciones no debe ser un tiempo de rebajas en nuestra vivencia religiosa. No puede constituir un paréntesis, sino un capítulo más de nuestra vida. No puede haber carpetazo para los valores del espíritu, ni puede irse por la borda lo más sagrado, nuestras propias convicciones, nuestras actitudes religiosas… Dios debe seguir ocupando el centro de nuestro tiempo, y no el tiempo que nos sobra. Sepamos vivir el descanso no solo como tiempo de ocio, sino como tiempo de gracia.

Velad”, es la invitación que hoy nos dirige el Señor. Estamos en un tiempo donde es especialmente urgente la vigilancia y la clarividencia. La conciencia moral y religiosa está siendo sistemática y sutilmente embotada, cuando no descaradamente acosada.

Frente a todo esto, la Palabra de Dios nos recuerda que la “fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve”. Por eso el creyente es audaz, valiente y alegre. Sabe de quien se ha fiado (2 Tim 1,12), y que aunque a los ojos de los hombres su existencia no sea comprendida, Dios, que ve en lo escondido, le recompensará (Mt 6,4) . Por eso, el creyente auténtico no duda, no es pusilánime ni ambiguo.

Miremos el ejemplo de Abrahán: de la estabilidad al peregrinaje; de la seguridad de unos bienes poseídos a la inseguridad de una tierra sólo prometida. Cuando todo le hablaba de imposibilidad, recibe la promesa de una descendencia. Su última prueba: creer en la palabra de Dios por encima de la muerte. Ha de sacrificar al hijo de la esperanza, a Isaac, y no retrocede. Sabe de la fidelidad de Dios y de la misteriosidad de sus planes. Algo humanamente ininteligible, pero todo es posible al que cree. Y aquí es donde el cristiano desconcierta, porque sus certezas provienen  no de lo inmediato y mutable, sino de Dios.

¿Qué espacios concedemos a la fe en nuestra vida? ¿Nos fiamos plenamente de Dios, o más bien organizamos nuestra vida en plan de por si acaso? No nos engañemos. Dios no es un recurso en última instancia. Debe presidir y polarizar nuestra existencia; sólo así podremos ser reconocidos por Él.

“Yo amo a Jesús, que nos dijo: cielo y tierra pasarán.

Cuando cielo y tierra pasen mi palabra quedará.

¿Cuál fue, Jesús, tu palabra? ¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad?

Todas tus palabras fueron una palabra: Velad” (A. Machado).

 

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Desde qué claves vivo la vida? ¿Desde claves de fe?

.- ¿El verano “rebaja” o “relaja” mi tono cristiano?

.- ¿Soy descanso para los demás?

Domingo J. Montero Carrión, Franciscano Capuchino.

viernes, 1 de agosto de 2025

DOMINGO XVIII -C-

1ª Lectura: Eclesiastés 1,2; 2,21-23.

Vaciedad sin sentido, dice el Predicador, vaciedad sin sentido; todo es vaciedad. Hay quien trabaja con destreza, con habilidad y acierto, y tiene que legarle su porción al que no la ha trabajado. También esto es vaciedad y gran desgracia. ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol? De día dolores, penas y fatigas; de noche no descansa el corazón. También esto es vaciedad.   

       ***             ***             ***

El Eclesiastés pertenece, junto con el libro de Job, a lo que se conoce como exponentes de “la crisis del pensamiento sapiencial en Israel”. Es una obra crítica y lúcida sobre los avatares del hombre en la tierra sin otro horizonte que la muerte. El autor no niega el sentido de la vida, invita a descubrirlo más allá de la apariencia inmediata. No es un ateo, sino un creyente que muestra, desde la oscuridad de la inmanencia, la necesidad de otra clave para acceder a su conocimiento profundo de la existencia. A Dios no hay que acudir apresuradamente: no es una respuesta barata; primero hay que apurar las respuestas de la vida. Eclesiastés invita a “vivir” el tiempo, no a “pasar” el tiempo; a “aprovechar” la vida, no a “perderla”…, consciente de que lo visible no agota lo real. 

2ª Lectura: Colosenses 3,1-5. 9-11.

Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. Dad muerte a todo lo terreno, que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres; porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.

                                              ***             ***             ***

A los cristianos de Colosas, Pablo les invita a profundizar su vida, radicándola y renovándola en Cristo; a buscar nuevos horizontes.  El cristiano tiene que desvestirse de “la vieja condición humana” (el pecado y sus obras: el viejo Adán) y revestirse de “la nueva condición” (la imagen de Cristo: el nuevo Adán). En el nuevo orden, alumbrado en Cristo, desaparecen las divisiones discriminatorias y aparece un mundo renovado y unido en una fraternidad consolidada, al que nos incorporamos por el bautismo. Las recomendaciones de san Pablo son una llamada a los cristianos de hoy, que quizá aún no hemos realizado ese proceso de radicación y de renovación de la vida, quedándonos en lo ritual y superficial.

Evangelio: Lucas 12,13-21.

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. Él le contestó: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”. Y dijo a la gente: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Y les propuso una parábola: “Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: ‘Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida´. Pero Dios le dijo: ‘Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?´”. Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.

                                                  ***             ***             ***

Ante la demanda puntual de uno que quería convertir a Jesús en mediador en asuntos de herencia, él aprovecha para instruir sobre algo que afecta a la “herencia” fundamental: la salvación. El hombre no debe equivocarse (pero puede hacerlo); en él hay dimensiones que no se sacian con productos efímeros. El hombre puede ser dueño de muchas cosas, pero no es el dueño de su vida. Jesús vino a salvar la vida, no a devaluarla, rescatándola de afanes “intrascendentes”, abriéndola a horizontes y valores nuevos. “Atesorad tesoros en el cielo…” (Mt 6,19-20). La carta de Santiago (5,1-4) y la primera de Timoteo (6,9-10) pueden servir de  comentario a la parábola de Jesús. San Pablo muestra el sentido de los afanes del cristiano: “Si vivimos, vivimos para el Señor” (Rom 14,8), que es el señor de la vida y “amigo de la vida” (Sab 11,26).     

REFLEXIÓN PASTORAL

“Por ser criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y renunciar… Por ello siente en sí mismo la división… Son muchos los que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de la clara percepción de tan dramático estado, o bien, oprimidos por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo. Otros esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad y abrigan el convencimiento de que el futuro reino del hombre sobre la tierra saciará plenamente todos sus deseos. Y no falta, por otra parte, quienes, desesperando de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la insolencia de quienes piensan que la existencia carece de toda significación propia y se esfuerzan por darle un sentido puramente subjetivo. Sin embargo, ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean con mayor profundidad las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos, subsiste todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?... Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo para que pueda responder a su máxima vocación… Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en el Señor. Afirma además la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, que es el mismo hoy, ayer y siempre”. Son todas expresiones del Concilio Vaticano II tomadas de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual.

Textos que acogen y responden a la temática sugerida por las lecturas bíblicas de este domingo: El sentido del quehacer humano, cuando se le despoja de su referencia trascendente (primera lectura); la urgencia de interiorizar nuestra vida y nuestra acción hasta cristificarlas (segunda  lectura); la convicción de que la grandeza del hombre no depende de sus bienes (3ª lectura).

Un mensaje de gran actualidad para una sociedad como la nuestra, distorsionada y confundida, que explica y define al hombre en términos de consumidor y productor, ahogando dimensiones más profundas y humanas. Una sociedad que ha elevado a la categoría de meta el bienestar, sacrificando en ese altar todo tipo de víctimas, incluso humanas.

No se trata de contraponer, de establecer divisiones irreconciliables, sino de saber reconocer la verdad de las cosas -son criaturas, no ídolos- y la verdad del hombre, que no ha sido hecho para las cosas ni a su medida, sino para Dios y a su imagen. “Nos hiciste, Señor, para ti…”. Ésta es la vocación del hombre, su meta, y cualquier otra cosa es  “vaciedad sin sentido, todo vaciedad”. Pues los espacios que Dios no llena terminan por quedar vacíos. Y de ese vacío puede surgir la desesperación. En cambio, “quien a Dios tiene, nada le falta; sólo Dios basta”.

La invitación a buscar “los bienes de allá arriba” no es una invitación a la huída o a la evasión, sino a inyectar esos “bienes” (la paz, la verdad, la justicia…) en la tierra, para renovar su rostro. Con la parábola Jesús invita a la sensatez: llama la atención la necesidad de saber mantener siempre el control sobre las cosas y de no ser controlados por ellas, porque ahí está la libertad.

El hombre rico llegó a la situación dramática de no ser él quien disponía de sus bienes, sino sus bienes los que disponían de él. Los bienes no son ni buenos ni malos, todo depende de quién “lleve” a quién, de quién sea el dueño de quién. En la parábola el dueño eran los bienes. Y a esa falta de discernimiento Jesús la llama necedad: “Necio esta noche te van exigir la vida”. Sí, la palabra de Dios nos invita a la sensatez. Aquel hombre pudo haber tomado otras decisiones, por ejemplo, repartir la producción con los más necesitados, y así haber ganado la vida. Pero la codicia le volvió insensato.

¿Y qué pasa entre nosotros? ¿No estamos hundidos en esta crisis, que parece ahogarnos, por nuestra insensatez, por la codicia, por creer que la vida depende del dios dinero, poder y placer? La salida a esta situación será, seguramente, difícil, lenta y larga, y solo será posible si todos, a nuestro nivel, adoptamos una gran dosis de sensatez para no distorsionar los valores de la vida. “Buscad los bienes de arriba… Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría… Despojaos del hombre viejo y revestíos del hombre nuevo”. “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mt 6,21) dice Jesús. Pero también es verdad que donde está tu corazón, allí está tu tesoro. ¿Dónde está nuestro corazón? ¿Cuál es nuestro tesoro?

REFLEXIÓN PERSONAL

.-  ¿Cuáles son los valores que dan sentido a mi vida?

.-  ¿Es Dios el “ante todo” de mi vida?

.-  ¿Cómo invierto mi vida?, ¿en el interés personal o en la gratuidad?

DOMINGO MONTERO, OFM Cap.