miércoles, 15 de octubre de 2025

DOMINGO XXIX -C-

1ª Lectura: Éxodo 17, 8-13.

En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué: Escoge a unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en la cima del monte con el bastón maravilloso en la mano. Hizo Josué lo que le decía Moisés y atacó a Amalec; Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía bajada, vencía Amalec. Y como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo para sentarse; Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.

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La “conquista” de la Tierra Santa no se consiguió solo con las armas sino, sobre todo, con la oración. Es lo que quiere destacar este relato. Israel no es el fuerte, el fuerte es Dios. “Unos confían en sus carros…, nosotros confiamos en el Señor” (Sal 20,8). De ahí se deriva una conclusión: esa Tierra es don de Dios, y el pueblo debe vivir allí atento a las exigencias de la voluntad de Dios.

2ª Lectura: IIª Timoteo 3,14-4,2.

Querido hermano: Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado; sabiendo de quien lo aprendiste, y que de niño conoces la Sagrada Escritura: Ella puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena. Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda comprensión y pedagogía. 

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El texto rezuma un tono pastoral. Se comienza destacando la importancia de la educación religiosa originada en la familia. Y, sobre todo, se subraya la centralidad de la Palabra de Dios. De ella se afirman aspectos importantes: su inspiración y su carácter pedagógico.  Palabra que debe ser  escuchada, estudiada profundamente y proclamada pedagógicamente.

Evangelio: Lucas 18,1-8.

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:

Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”; por algún tiempo se negó; pero después se dijo: “Aunque no temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”.

Y el Señor respondió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

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Consciente de que la inconstancia es uno de los peligros de la oración, Jesús invita a la perseverancia en la misma. La parábola quiere mostrar que si la perseverancia puede cambiar el corazón de un hombre “neutro”, sin sensibilidad religiosa y humana, cuánto más alcanzará el corazón misericordioso de Dios. Pero, ¿a Dios hay que informarle? No. “No ha llegado la palabra a mis labios y ya, Señor, te la sabes toda” (Sal 139,4). ¿Entonces? No oramos para activar la memoria de Dios, sino la propia. Orar nos recuerda temas fundamentales: que somos hijos de Dios y que él es nuestro Padre.  Jesús nos anima a orar como hijos de Dios y con la temática de los hijos de Dios, que él resumió en el Padrenuestro.

REFLEXION PASTORAL

Dos son los núcleos en los que insisten los textos bíblicos de este domingo: en la importancia de la oración o, mejor, de la perseverancia en la oración. Porque no se trata de algo intermitente ni discontinuo, sino de perseverar en ella como Moisés (1ª lectura) o como la viuda del evangelio. Y en la importancia del estudio y proclamación de la Palabra de Dios (2ª lectura). Dos elementos esenciales: estudio-anuncio de la Palabra de Dios y oración.

La Palabra de Dios no está encadena” (2 Tm 2,9), pero no por falta de intentos. Son muchas las tácticas para acallar, para encadenar la Palabra de Dios: unas violentas y represivas, otras más sutiles y camufladas. Hay quienes la impugnan frontalmente; quienes la tergiversan y manipulan, sirviéndose de ella mientras da cobertura a sus intereses; quienes la dan por no dicha…., y quienes culpablemente la ignoran.

Pretenden silenciarla sus enemigos, pero, y esto es lo más grave, la silenciamos los propios creyentes. Encadenamos la Palabra de Dios con nuestras rutinas, con nuestra falta de compromiso, con nuestro desconocimiento de la misma. La amordazamos con nuestros silencios y evasiones culpables…

Cargado de cadenas por su predicación del Evangelio (2 Tm 2,9; Flp 1,13), san Pablo proclama que el Evangelio no está encadenado, que a la Palabra de Dios no le paralizan las dificultades, las cadenas…; solo la superficialidad, la rutina son paralizadoras.

La Palabra de Dios, más bien, es desencadenante, pone en marcha procesos de renovación, de liberación personal y comunitaria. Los testimonios más antiguos de la historia bíblica nos presentan con gran fuerza y plasticidad esta dimensión liberadora y salvadora de la Palabra de Dios, rompedora de esclavitudes y miedos congénitos o impuestos…

En nuestra vida personal y comunitaria deberíamos conceder mayor espacio, tiempo y credibilidad a la Palabra de Dios; así se ampliarían también los espacios de nuestra libertad, porque, inspirada por Dios e inspiradora de Dios, es una palabra pedagógica: “útil para enseñar, corregir, educar”.

Investigad las Escrituras, dijo Jesús, ellas dan testimonio de mí” (Jn 5,39). Estudiar la Palabra de Dios es un paso imprescindible para conocerla, amarla, orarla y actuarla. No podemos concederle un espacio marginal, sino un espacio vital y eso significa, entre otras cosas, abrir el Evangelio en todos los momentos de la vida y abrirse al Evangelio en todas las situaciones de la vida.

         Sin olvidar el segundo aspecto: la oración perseverante. Dios siempre escucha y responde, pero lo hace a su manera y a su tiempo. La oración cristiana no tiende a cambiar el plan de Dios, sino a conocerlo y a cumplirlo.

         Escribía san Agustín: “Dios no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él no puede desconocerlos, sino que pretende que por la oración se acreciente nuestra capacidad de desear”, y de desearlo. La oración debe ser prioritaria, “la mejor parte” (Lc 10,42). Como dijo el papa san Juan Pablo II: “La oración debe ir antes que todo: quien no lo entienda así y no lo practique así no puede excusarse de la falta de tiempo, sino de la falta de amor”, pues “orar es tratar de amistad con quien sabemos que nos ama” decía santa Teresa.

Pero sigue en pie la pregunta de Jesús: ¿existirá en la oración ese componente de fe, sin el cual la oración es imposible? La oración marca la temperatura de nuestra fe y de nuestro amor a Dios.

La celebración del DOMUND en este domingo aparece un año más como una llamada a nuestra conciencia cristiana para “orar al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38) y para desde el conocimiento y amor por la Palabra de Dios “tomar parte en las duras tareas del Evangelio” (II Tm 1,8).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué conocimiento tengo de la palabra de Dios? ¿La leo asiduamente?

.- ¿Qué compromisos trae a mi vida la celebración del DOMUND?

.- ¿Soy perseverante en la oración?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano-capuchino.

 

miércoles, 8 de octubre de 2025

DOMINGO XXVIII -C-

1ª Lectura: 2 Reyes 5,14-17.

En aquellos días Naamán el sirio bajó y se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había mandado Eliseo, el hombre de Dios, y su carne se quedó limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le presentó diciendo: Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel. Y tú acepta un presente de tu servidor.

Contestó Eliseo: Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada. Y aunque le insistía rehusó.

Naamán dijo: Entonces que entreguen a tu servidor una carga de tierra, que pueda llevar un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro Dios que no sea el Señor.

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Nos encontramos en la sección del 2 libro de los Reyes (cap. 4-6,7) denominada “milagros de Eliseo”, y en ella se quiere acreditar la figura de Eliseo como el profeta de Dios, heredero del “espíritu” de Elías.

Naamán, jefe del ejército del rey de Aram, enfermo de lepra, advertido por una joven israelita, deportada a Aram, de la existencia de un profeta de Dios en Samaría, decidió dirigirse a él, con cartas de recomendación de su rey y con presentes para, de alguna manera, “comprar” su curación. Tras la liberación de la enfermedad, al querer “compensar” al profeta, Eliseo rehúsa: Dios es gratuito, y su salvación también. Dios no conoce fronteras: su amor las rebasa.

2ª Lectura: 2 Timoteo 2,8-13.

Querido hermano: Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen su salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna.

Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no pueden negarse a sí mismo.

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Nos hallamos ante un testimonio / exhortación de gran trascendencia. Hacer memoria -recordar y proclamar- a Jesucristo debe ser la tarea del cristiano. Una memoria no memorística sino vital, con implicaciones en la vida. Pablo escribe desde la prisión, pero recuerda que podrá encadenarse al mensajero, pero no al mensaje -“la palabra de Dios no está encadenada”-; al contrario, desencadena procesos de libertad y renovación de la vida. El texto seleccionado se concluye  con el fragmento de un antiguo himno cristiano: Cristo configura la existencia cristiana.

Evangelio: Lucas 17, 11-19.

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a  entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús Maestro, ten compasión de nosotros. Al verlos, les dijo: Id a presentaros a los sacerdotes. Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano.

Jesús tomó la palabra y dijo: ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? Y le dijo: Levántate, vete: tu fe te ha salvado.

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La escena la relata solo san Lucas, aunque el tema de la curación de enfermos de lepra se halla presente en los otros evangelios sinópticos. La enfermedad de la lepra aislaba socialmente. Jesús, curando, integra socialmente y libera de esa impureza ritual. El relato, con todo, más que destacar la curación, destaca la extrañeza de Jesús por la falta de gratitud y por el hecho de que fuera un “extraño”, un samaritano, el que hubiera sabido reconocer la obra de Dios. Los otros nueve fueron curados, pero este, además, por su fe, fue salvado.

REFLEXIÓN PASTORAL

Dios es gratuito, no se conquista, se entrega; y su voluntad de entrega es universal. Las fronteras étnicas y político-religiosas que levantamos los hombres no llegan hasta Dios, que es Padre de todos, está sobre todo y lo transciende todo (Ef 4,6). Es el mensaje de la primera lectura. También Naamán, el sirio experimentó la bondad de Dios, y, desde esa bondad, Naamán reconoció al verdadero Dios.

Entrega y bondad que se hicieron realidad plena en su Hijo, en Jesucristo -“tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo” (Jn 3,16)-, que vino para derribar el muro que separaba a los hombres (Ef 2,14), reuniendo a todos en un gran proyecto familiar -la familia de los hijos de Dios-, la iglesia.

Nada más contrario al designio de Dios que el sectarismo, la marginación o la automarginación. Y la segunda lectura nos invita a recordarlo: “Haz memoria de Jesucristo”, que asumió y prolongó en su vida el quehacer integrador del Padre, acogiendo a todos, haciendo el bien a todos y muriendo por todos, sin distinciones de credos ni culturas. Es el tema del evangelio. Hasta aquí una afirmación fundamental de los textos bíblicos: la salvación es una donación gratuita de Dios, es Dios que se da. 

Pero hay un segundo elemento a destacar: a la gratuidad corresponde la gratitud. ¡Dar gracias! Hoy, cuando vivimos tan apresurados; cuando parece que nunca llegaremos a tiempo; cuando nos abrimos paso en la vida a codazos, empujones y zancadillas…, no resulta fácil ni frecuente detenerse a agradecer la presencia y la obra de los otros en nuestro entorno, y ni siquiera la presencia y la obra de Dios.

Hemos absolutizado la dimensión productiva y reivindicativa del hombre, olvidando otras fundamentales, como la estética, la contemplativa… Hemos alterado profundamente el sentido del trabajo, hasta convertirlo de bendición en opresión, de medio de realización personal en instrumento despersonalizador… Nos hemos incapacitado para descubrir el bien de los otros y la parte que tienen en la construcción de nuestra vida…; por eso vivimos en frecuente tensión: olvidándonosle dar gracias a Dios y a los hombres.

Jesús fue una persona profundamente agradecida, no se le escapaba un detalle: ni un baso de agua dado en su nombre quedará sin recompensa; de ahí que le apenara profundamente la falta de gratitud: “¿No eran diez los curados?;  los otros nueve ¿dónde están?”.

María fue una mujer agraciada y agradecida. Su canto es la expresión de un corazón sensible: agradece el detalle que Dios tuvo de escogerla para madre de Jesús; la acogida que la dispensarán las generaciones futuras; el que Dios tome parte por los pobres, y se declare contra los opresores poderosos… María hizo de su vida un “Magnificat”, un “gracias, Señor”.

Francisco de Asís fue otro hombre que no pasó de largo por la vida, sirviéndose de las cosas, sino que en todo momento escuchaba y agradecía la voz de Dios presente en el sol, la luna y las estrellas; en el agua y en el fuego; en la vida y en la muerte; en las aves, en los peces… y en el hombre. Por todo decía: “Loado seas, mi Señor”.

Dar gracias es nuestra vocación. “En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús,  quiere de vosotros” exhorta san Pablo (I Tes 5,18).

Es nuestra tarea, pero no es una tarea fácil. Para ello hay que ser contemplativos, personas con una mirada limpia, purificada y purificadora. En no pocas ocasiones las sombras y oscuridades que percibimos en nuestro entorno no son sino la proyección de nuestra oscuridad interior. Solo purificando la mirada hasta el grado de ver a Dios en las cosas, suceso y personas se puede reconocer su verdad íntima y última.

Dar gracias es acoger, encarnar, interiorizar, vivenciar el don, en nuestro caso la salvación de Dios. Es un ejercicio del corazón y no solo de los labios; es un compromiso real y no solo un cumplido.

En Cristo, por Cristo y con Cristo agradezcamos el don de la fe, su constante presencia entre nosotros, traducida en salud, trabajo, familia, dolor (también Dios se nos manifiesta en el dolor), y que El no clarifique y purifique la mirada para saber reconocer y agradecer su presencia entre nosotros. 

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué espacio ocupan en mi vida la gratitud y la gratuidad?

.- ¿Qué procesos desencadena en mi vida la palabra de Dios?

.- ¿Qué memoria hago de Jesucristo en mi vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.

 

sábado, 4 de octubre de 2025

DOMINGO XXVII -C-

1ª Lectura: Habacuc 1,2-3; 2,2-4.

¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré “Violencia” sin que me salves? ¿Por qué me haces ver, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas desgracias?

El Señor me respondió así: Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.

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El profeta clama a Dios, porque cree que él tiene la clave de la respuesta para la situación calamitosa que asola a Judá como consecuencia de la opresión caldea. El pueblo elegido es dominado por un pueblo pagano. ¿Por qué Dios lo  permite? El profeta recibe la respuesta: esa situación debe purificar a Judá. Pero Dios no ha abandonado a su pueblo ni ha olvidado sus promesas: solo el justo, por su fe, superará la prueba. La afirmación “el justo vivirá por su fe” le servirá a san Pablo como piedra angular de su escrito más profundo: la carta a los Romanos (Rom 1,17).

2ª Lectura: II Carta a Timoteo 1,6-8. 13-14.

Querido hermano: Aviva el fuego de la gracia de Dios que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor y por mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé. Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas, y vive con fe y amor cristiano. Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros.

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Timoteo es invitado mantenerse en la fidelidad a la misión recibida, con energía y audacia apostólica. En unas comunidades donde comenzaban a aparecer fuerzas disgregadoras, capitaneadas por falsos maestros, que enseñaban que la resurrección ya había sucedido (2 Tim 2,18), reduciéndola a una experiencia mística bautismal, imbuidos del pensamiento platónico, se recuerda que el pastor debe tomar parte en los duros trabajo de la evangelización, como “fiel distribuidor de la Palabra de la verdad” (2 Tim 2,15). Y que su vida, asentada en la fe y el amor cristianos, debe acreditar su ministerio. Para esa tarea es imprescindible “la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros”.

Evangelio: Lucas 17, 5-10.

En aquel tiempo los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe.  El Señor contestó: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería.

Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor, cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa?” ¿No le diréis: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras yo bebo; y después comerás y beberás tú?” ¿Tenéis que estar agradecido al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

                                        ***             ***             ***

Dos instrucciones aparecen en estos versículos del texto lucano. Una, centrada en la fuerza de la fe. Otra, exhorta al servicio fiel, sin expectativas compensatorias añadidas.

La instrucción sobre la fe responde a una petición de los Apóstoles: reconocen que su fe es débil, y solo Jesús puede acrecentarla y fortalecerla. La respuesta es, a primera vista, sorprendente, porque la fe no está para cambiar la orografía, ni Jesús ha venido para eso. Con ella simplemente quiere indicarles que “todo es posible al que tiene fe” (Mc 9,23).

Con la segunda instrucción Jesús invita a adoptar en la vida el puesto del servicio, como hizo él, hasta lavar los pies de los discípulos: “Os he dado ejemplo” (Jn 13,15). A Dios no hay que pasarle factura.


REFLEXIÓN PERSONAL

Actualmente el número de los españoles que se declaran ateos, agnósticos e indiferentes es considerable; además de todos aquellos que se manifiestan como creyentes no practicantes. Pero hay algo más preocupante que la mera  estadística: la mayoría de los que se declaran así fueron un día miembros de la Iglesia; de ella recibieron los sacramentos de la iniciación cristiana y, por rudimentaria que fuera, la catequesis del Evangelio. Y, además, es precisamente este bloque de ciudadanos el que aparece con mayor futuro social y capitaliza el dinamismo de la vida pública de nuestro país.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Sin duda que las causas son variadas. ¿Qué se está haciendo para poner freno a esta hemorragia de lo religioso?  Algunos han tomado conciencia del problema, pero a la mayor parte de los católicos esto les (nos) deja despreocupados. Es como si hubiéramos decidido responder con la indiferencia al indiferentismo religioso que nos rodea.

El justo vivirá por su fe”, afirma el profeta Habacuc;  Si tuvierais fe como un granito de mostaza diríais a esa morera: arráncate y plántate en el mar, y os obedecería”.  Palabras que hemos de entender correctamente. Solemos decir que la fe mueve montañas, pero evidentemente la fe no es una fuerza para trasformar la orografía y el paisaje, sino la propia vida.

“Si tuvierais fe...”;  si tuviéramos fe...

·        Buscaríamos ante todo el Reino de Dios...

·        Daríamos mayor profundidad a nuestra vida...

·        Seríamos capaces de reconocer la presencia de Dios...

·        Superaríamos el miedo a “dar la cara por nuestro Señor”, y la tentación al disimulo.

·        Nuestra oración sería más abundante y comprometida...

·        Dejaríamos de lamentar el mal, para entregarnos a hacer el bien...

·        No nos limitaríamos a  ocupar un asiento en la iglesia, sino que buscaríamos desempeñar una función en ella.

·        No nos contentaríamos con oír el Evangelio, sino que  participaríamos “en los duros trabajos del evangelio”...

Si tuvierais fe... ¿Tan poca fe tenemos? ¿Qué es tener fe? Por supuesto que no es solo creer que Dios existe. “También lo demonios lo creen y tiemblan”, afirma Santiago en su carta (2,19). ¡Y esa fe no les salva! ¡Nuestra fe no puede ser la fe de los demonios!

Sin duda que una respuesta ajustada a esas preguntas  supone integrar muchos elementos. Propongo un camino sencillo: acercarnos al Evangelio. Conocemos la narración del centurión (Mt 8,5-13). La actitud de aquel militar pagano admiró a Jesús (“En ningún israelita he encontrado tanta fe”). Y no es este el único botón de muestra. Una mujer pagana, cananea (Mt 15,21-28), se acerca a Jesús con una petición: “Ten compasión de mí. Mi hija tiene un demonio muy malo”.  Jesús se hace el huidizo; casi la provoca con un desaire. La mujer, que es madre, no se rinde ni se ofende. Y Jesús se entrega: “¡Qué grande es tu fe, mujer!”.

A Jesús le impresionó y casi desarmó la “fe” de estos dos “no creyentes” oficiales; al tiempo que le decepcionó profundamente la falta de fe de tantos “creyentes de oficio”. En su propio pueblo “se extrañó de aquella falta de fe” (Mc 6,6).

¿En qué consiste, entonces, la verdadera fe? ¿Cuál es? Son cuestiones que rehúyen la simplificación de una respuesta apresurada. Al evocar estos hechos, a primera vista paradójicos, mi propósito es invitar a buscar la respuesta. Pero quiero ofrecer una pista: Dios es más que un dogma, y la fe más que una teoría.

Creer no es solo saber y aceptar intelectual y afectivamente unas verdades; hay que acogerlas efectivamente. Creer es integrar la vida en el designio, en la verdad de Dios, e integrar el designio de Dios, su verdad, en la vida. La fe es acogida y entrega; recepción y donación.      

Creer es situar la vida en otra dimensión; sentirse profunda, vitalmente captado por Dios. Dejar que él protagonice mi vida. Creer no es tanto opinar cuanto vivir. Habituados a creer creyendo, nos hemos olvidado de creer creando. El justo vive de la fe. “Tú eres nuestra fe” exclamará Francisco.

Y una última sugerencia apuntada en el evangelio, “Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer”. O sea que por creer, por vivir según la fe, a Dios no hay que  pasarle  factura, ni pedirle cuentas; hay que darle gracias.

Como los apóstoles, pidámosle: “Señor, auméntanos la fe”, o como aquel otro personaje del evangelio digámosle: “Señor, creo, pero ven en ayuda de mi poca fe” (Mc 9,24). Con Francisco de Asís oremos: “Dame fe recta”. 

REFLEXIÓN PERSONAL

.- En este “año de la fe”, ¿cómo me he situado ante esta realidad?

.- Si creer es crear, ¿qué dinamismo aporta la fe a mi vida?

.- ¿Oro sinceramente a Dios pidiéndole cada día el don de la fe?

DOMINGO MONTERO, OFM Cap.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

DOMINGO XXVI -C-

1ª Lectura: Amós 6,1a. 4-7.

Esto dice el Señor todopoderoso: ¡Ay de los que se fían de Sión, confían en el monte de Samaría! Os acostáis en lechos de marfil, tumbados sobre las camas, coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo; canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos musicales, bebéis vinos generosos, os ungís con los mejores perfumes, y no os doléis de los desastres de José. Por eso irán al destierro, a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía de los disolutos.

                                                      ***    ***         ***

La voz del profeta Amós se alzó poderosa, en el s. VIII aC., como un rugido de león (Am 3,8), denunciando la “orgía de los disolutos”, de la clase alta y acaudalada del reino de Israel, que oprimía a los débiles y aplastaba a los pobres (Am 4, 1), viviendo de manera insolidaria e injusta. El profeta denuncia la ceguera y la sordera de aquella clase político/religiosa incapaz de ver y oír “los desastres de José”, es decir, del reino del Norte, y que pretendía compatibilizar el culto oficial suntuoso con la injusticia social. El culto no es compatible con la injusticia.

2ª Lectura: I Timoteo 6,11-16.

Hermano, siervo de Dios:

Practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos. Y ahora, en presencia de Dios que da la vida al universo y de Cristo Jesús que dio testimonio ante Poncio Pilato: te insisto en que guardes el Mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo, que en tiempo oportuno mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él honor e imperio eterno. Amén.

                                              ***             ***            ***

A Timoteo se le encomienda combatir “el buen combate de la fe” y la práctica de “la justicia, la fe, el amor…”, porque no se trata de proclamaciones solemnes y teóricas sino de prácticas. La fe debe ser “aguerrida”, en el sentido apuntado en la Carta a los Efesios 6,14-18. La ética cristiana, inspirada en “el Mandamiento”, debe ser la rúbrica que acredite su veracidad y capacidad renovadora y de alternativa social. El hombre renovado, debe renovar la vida. Los cristianos no pueden sustraerse del deber de sazonar  e iluminar la vida.

Evangelio: Lucas 16,19-31.

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno y gritó: Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.

Pero Abrahán le contestó: Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.

El rico insistió: Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.

Abrahán le dice: Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.

El rico contestó: No, padre Abrahán. Pero, si un muerto va a verlos, se arrepentirán.

Abrahán le dijo: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.

                                        ***             ***             ***

Jesús era un maestro que visualizaba sus mensajes. Esta parábola es una muestra. La enseñanza se percibe inmediatamente. Las riquezas ciegan (impiden ver) y aíslan (impiden oír). El rico vivía aislado en sí mismo y en sus cosas. Cuando se le abrieron los ojos, ya era tarde. El rico de la parábola no tiene nombre propio, porque no representa a un individuo sino a una tipología. El pobre tiene nombre propio -Lázaro, “el ayudado de Dios”-, porque ningún pobre es anónimo ante Dios, y siempre tiene a Dios de su parte: por eso es “bienaventurado”.

Jesús invita a hacer una lectura correcta de la vida desde una escucha atenta de la Palabra de Dios -Moisés y los profetas-. La parábola no pretende ilustrar sobre el más allá -descrito desde un escenografía propia de aquel tiempo-, sino iluminar el más acá para salvar la propia vida y ayudar a salvar vidas.

REFLEXIÓN PASTORAL

Podríamos pensar en un drama en dos actos. Acto primero: un rico “malvado” abstraído en medio de su prosperidad y un pobre hundido en  su desgracia… Acto segundo: el rico ha caído en desgracia -muere y va al infierno-  y el pobre muere y es recogido por los ángeles. A san Lucas le gustan estos contrates y, como se muestra muy crítico con las riquezas por los peligros que encierran, ha afilado su pluma y llevado su estilo hasta una concisión sublime.

Pero no es solo eso. Jesús con esta parábola quiere advertirnos. Él no habla de rico “malvado”, sino simplemente de “un hombre rico que se vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día”, y hasta de seis hombres ricos -él, el que murió, y sus cinco hermanos-. Y mostrándonos hasta qué punto vivían cegados y sordos antes las carencias humanas, Jesús nos advierte: “No aguardéis a la muerte para abrir un poco los ojos a la vida”.

El rico no “veía” a Lázaro, “echado en su puerta, cubierto de llagas, desnudo y con ganas de alimentarse de lo que tiraban de la mesa del rico”. No le echó de su puerta porque no le molestaba, ni siquiera lo “veía”. ¡Terrible ceguera! Hoy muere una anciana abandonada y los vecinos dicen: “No sabíamos nada”. La ignorancia genera indiferencia, y la indiferencia, ignorancia.

La gente bien acomodada, los ricos, no son necesariamente de corazón duro ni despiadados, pero no “ven”: viven encerrados en su mundo, en sus intereses. Si viesen de cerca el sufrimiento ajeno que existe a su alrededor, muchos se mostrarían fraternales; les entrarían ganas de compartir y compadecer y se salvarían. ¡Porque al final todos veremos!

Aquel rico también vio, pero ya fue tarde. Vio, finalmente, a Lázaro y lo que le supuso haber sido rico en dinero y pobre en amor; pero esa ciencia, ese conocimiento ya no le sirvió. Y como no era tan malo, y seguía queriendo a su familia, quiere advertir a sus hermanos para que no continúen en su equivocado proceder. “Padre, le dice a Abrahán, te ruego que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que con su testimonio, evites que vengan ellos también a este lugar de tormento”.

Ya tienen la palabra de Dios -Moisés y los profetas- le responde Abrahán, que la escuchen. Pero el rico se muestra escéptico. También él la tuvo, pero, por experiencia sabe que hay que golpear más fuerte para convertir a los hombres.

Abrahán replica: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”. Y es que nada hay tan fuerte para convertirnos a Dios como la escucha de su palabra. Y esta es la lección que quiere darnos Jesús: el testimonio de la Palabra de Dios es más fuerte y más digno de crédito que el testimonio de un muerto resucitado. ¿Por qué? Porque Dios merece más crédito que un difunto.

Aunque nosotros podamos distanciarnos del rico de la parábola, nos damos cuenta de que también somos un tanto ciegos respecto de los hermanos necesitados, y sordos respecto de la palabra de Dios. No estamos plenamente decididos a seguir a Jesús con todas sus implicaciones. ¡Si nos ocurriera algo extraordinario, una revelación, una aparición…, entonces sí! Nada hay tan extraordinario, nos dice Jesús como la palabra de Dios. Esa que en la segunda lectura nos recuerda que la fe no es solo una aceptación pasiva y teórica de un credo, sino la llamada a la práctica de “la justicia, de la religión, del amor, la paciencia y la delicadeza”; es decir, un compromiso por humanizar la vida desde la coherencia de la fe. A eso lo llama san Pablo combatir “el buen combate de la fe”, que lleva a la “vida eterna”. No son peleas de religión sino competiciones de solidaridad.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Tengo activados mis sentidos, y sobre todo el corazón, para percibir al necesitado?

.- ¿Revalido con la vida mi profesión de fe?

.-  ¿Es la palabra de Dios revulsivo y criterio de vida?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

 

sábado, 20 de septiembre de 2025

DOMINGO XXV -C-

1ª Lectura: Amós 8,4-7.

Escuchad esto los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables, diciendo: “¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el trigo, y el sábado, para ofrecer el grano?”. Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo. Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones.

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La palabra profética de Amos denuncia, sin paliativos, el progreso económico del reino del Norte, amasado con la ambición de los ricos y la hipoteca de los derechos de los pobres. Profeta de la justicia, Amós encarna la voz de Dios que escucha el clamor del oprimido y denuncia las perversiones del poder.

 2ª Lectura. I Timoteo 2,1-8.

Querido hermano: Te ruego, lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que ocupan cargos, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro. Eso es bueno y grato a los ojos de nuestro Salvador, Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Pues Dios es uno, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos: este es el testimonio en el tiempo apropiado: para él estoy puesto como anunciador y apóstol -digo la verdad, no miento-, maestro de los gentiles en fe y verdad. Quiero que sean los hombres los que recen en cualquier lugar, alzando las manos limpias de ira y divisiones.

                                           ***             ***             ***

El autor de la Carta exhorta a desactivar cualquier argumento que puede identificar a los cristianos como anti-sistema y que, en consecuencia, les convierta en objetos de persecución. La oración por los gobernantes, con todo, no es solo una estrategia sino una buena obra, para que estos gestionen desde el respeto la cosa publica. El acento del texto recae en la afirmación de la voluntad salvadora de Dios, y en la presentación de Cristo como el único mediador de la salvación. El título de “maestro de los gentiles” aplicado a Pablo arranca de este texto.

Evangelio: Lucas 16, 1-13.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la noticia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ‘¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido´. El administrador se puso a echar sus cálculos: ‘¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya se lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa´. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi amo?´. Éste respondió: ‘Cien barriles de aceite´. Él le dijo: ‘Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta´. Luego dijo a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?´. Él contestó: ‘Cien fanegas de trigo´. Le dijo: ‘Aquí esta tu recibo, escribe ochenta´. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los  hijos de la luz. Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quien os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos; porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”.

                                         ***             ***             ***

El fragmento seleccionado consta de dos partes: 1) la parábola sobre el administrador astuto y 2)  una serie de advertencias sobre la confianza, la fidelidad y el dinero.

1) La parábola es exclusiva del evangelio de san Lucas y, con ella, Jesús invita a los discípulos a saber gestionar con habilidad las situaciones complicadas. No alaba las malas artes del administrador sino su capacidad para sobreponerse a la situación adversa que tiene enfrente. La conclusión del v 8 ofrece la clave interpretativa; pero desde ahí denuncia el “pasivismo”  frente a los retos que hay que asumir por el Reino de Dios.

2) En las “advertencias” se subrayan varios temas: a) la importancia de convertir en “instrumentos” de salvación incluso las realidades aparentemente más adversas (v 9). El calificativo de “injustas” dado a las riquezas puede obedecer no solo a que puedan ser adquiridas injustamente, sino a que toda propiedad “discriminante” en los derechos es una injusticia.  b) La fidelidad se manifiesta en el cuidado de los detalles (vv 10-12) y c) la incompatibilidad entre Dios y el Dinero. Temas muy queridos en la enseñanza de Jesús.

 REFLEXIÓN PASTORAL

El Evangelio es palabra de esperanza y salvación. Pero es también luz a la que no debemos sustraer nuestras vidas.  Todos nosotros nos confesamos cristianos, pero no podemos contentarnos con la exterioridad de esa denominación. Hemos de ir al fondo y examinar qué acogida damos en nosotros al mensaje de salvación; qué espacio real damos a la fe en nuestra vida; hasta qué punto esa fe que profesamos es capaz de transformar nuestra persona.

Jesús nos quiso responsables y profundos, por eso no dudó en ser claro y exigente. No vivió preocupado porque le siguieran muchos, sino porque el seguimiento fuera auténtico. Y es que existen dos modos fundamentales de interpretar la vida: siguiendo a Cristo, o de espaldas a Él. “Quien no está conmigo, está contra mí” (Lc 11,23); y clarifica aún más el sentido de ese “estar con” - “estar contra”: “No podéis servir a Dios y al dinero”.

Sí; el ídolo, el falso dios más peligroso es el dinero, no por sí mismo sino por todo lo que significa de autosuficiencia (al tenerlo), injusticia (por obtenerlo) y desesperación (por no tenerlo).  Por eso S. Pablo afirmaba que la avaricia es una forma de idolatría (Col 3,5). ¡Qué difícil resulta a un rico salvarse! (Lc 18,24)  ¡A los que depositan su confianza en las riquezas!   “¡Bienaventurados los pobres!” (Lc 6,20).

Escuchar estas palabras de Jesús en unos tiempos como los nuestros, en una sociedad montada y organizada sobre el poder del dinero, resulta chocante. ¿Por qué  esta actitud tan tajante de Jesús?

Porque la riqueza engendra autosuficiencia; es el terreno lleno de maleza en el que la semilla de la Palabra de Dios no puede crecer, asfixiada por las preocupaciones y las ambiciones... Porque  cree que el Reino de los cielos es una mercancía más a su alcance... Porque coloca al hombre en una situación peligrosa: la de instrumentalizar a los más débiles, convirtiéndolos  en peldaños de su escalada... Porque produce la desesperación en el necesitado... Porque rompe la comunicación necesaria que debe existir entre los que llaman a Dios Padre. Como decía esta semana el Papa Francisco: “El dinero enferma el pensamiento (y el corazón).

Por supuesto que nosotros creemos en el Dios con mayúscula, teóricamente. Pero, seamos sinceros: ¿cuántos sacrificios nos imponemos para elevar nuestro nivel económico? y ¿cuántos nos imponemos para vivir coherentemente nuestra fe? ¿Qué supeditamos a qué? ¿Somos tan creativos y sagaces para conseguir los bienes imperecederos como para los perecederos y caducos?

Constantemente somos llamados a la conversión; todos: “El que se cree seguro que mire, no caiga” (I Co 12,10). Si escuchamos hoy la llamada de Dios no nos hagamos sordos; y pidámosle la fuerza para no dividir nuestro corazón, sino que siempre sirvamos y amemos al único Señor con todo el corazón, con toda el alma, con toda la vida, porque así nos ha servido y amado él en Jesucristo. “Corazones partidos yo no los quiero, que cuando doy el mío lo doy entero”.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Por qué apuesto en la vida, por “tener” o por “ser”?

.- ¿Sé reconocer el brillo de lo pequeño?

.- ¿Acojo con solidaridad el clamor del pobre?

Domingo J. Montero Carrión, Franciscano – Capuchino.

miércoles, 10 de septiembre de 2025

DOMINGO XXIV -C-: EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ.

1ª Lectura: Núm 21,4b-9.

    En aquellos días, el pueblo estaba extenuado del camino y habló contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué  nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin cuerpo”. El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo: “Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes”. Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor respondió: “Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: los mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla”. Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba la serpiente de bronce y quedaba curado.

                                       ***             ***             ***

    El camino hacia la tierra prometida, hacia la libertad está jalonado de “resistencias” por parte del pueblo, que a la menor dificultad se rebela contra Dios y contra Moisés. La escena recogida en Núm 21,4-9 es una prueba más de ese temor a “la libertad” y de la añoranza de “la seguridad” de la esclavitud de Egipto. Posiblemente, con este relato, se trata de explicar el origen de la serpiente instalada en el templo de Jerusalén y que recibía un culto poco ortodoxo, hasta que el rey Ezequías la mandó destruir  (2 Re 18,4) en su reforma religiosa.

   2ª Lectura: Flp 2,6-11.

     Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

                                            ***             ***             ***

    Nos hallamos ante un himno cristológico, un credo, con toda probabilidad anterior a Pablo y que él habría recibido de la comunidad cristiana, y hasta el posible que se remonte a la primitiva catequesis de san Pedro (Hch 2,36; 10,36). En sus diferentes estrofas aparecen señaladas las diversas etapas del Misterio de Cristo: la preexistencia divina, la “kénosis” -encarnación y la muerte de cruz-, la resurrección, la glorificación y el señorío universal. Es una expresión de la fe en el misterio de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Sin ser mencionada explícitamente se percibe, también, la antítesis Adán/ Cristo. Cristo recorre el camino inverso de Adán, haciéndose hombre. Quedan en evidencia la “hybris” (la soberbia) del hombre viejo -Adán- y la “kénosis” del hombre nuevo -Jesucristo-.

 Evangelio: Jn 3,13-17.

      En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

                                            ***             ***             *** 

  El texto forma parte de un diálogo más amplio entre Jesús y Nicodemo, en el que Jesús se manifiesta como el auténtico revelador de Dios, hacia el que hay que mirar para comprender el diseño divino.  Evocando la imagen de la serpiente en el estandarte en el desierto, Jesús revela el sentido profundo de su muerte en la cruz: de esa cruz pende la salvación.  Y desvela el origen y la finalidad de la aventura humana de su aventura humana: el amor gratuito de Dios y la salvación del hombre. 

REFLEXIÓN PASTORAL                                                                                           

         Celebramos en este domingo la Exaltación de la Santa Cruz. Un motivo de gratitud, pues por ella nos vino la salvación; pero también un motivo de profunda reflexión.

         El signo de la cruz preside muchos espacios de nuestra geografía (en las montañas, en los valles, en los caminos…), de nuestra vida y de nuestra muerte. Pero es también verdad que, con frecuencia, nuestra vida es una huída vergonzante de la cruz. ¡Tan contradictorios somos!

         Nos hemos modelado un Cristo estético, solemne, dominando desde la cruz, convertida en adorno, los pasos inseguros de un mundo desatinado. La hemos dorado tanto que la hemos hecho irreconocible como cruz de Cristo; la hemos “descristificado”.

         La Palabra de Dios nos desvela su sentido profundo. Por ella fuimos rescatados de nuestros pecados; en ella se hizo manifiesta la densidad del amor de Dios (Jn 3,16); por ella fuimos introducidos en una vida de esperanza…

         Pero la Cruz no es solo historia pasada: es exigencia para cada uno de nosotros. Forma parte de la propuesta de Jesús (Mc 8,34). Pero, ¿qué cruz?

         Quizá hayamos confundido un poco las cosas. A cualquier contratiempo llamamos “cruz”. ¡No! Afrontar con entereza la adversidad y el dolor no es exclusivo del cristiano, aunque el cristiano sepa situar eso también junto a la cruz de Cristo y de él reciba fuerza e inspiración. Eso debe hacerlo todo hombre.

         Cuando Jesús invita a tomar la cruz, invita a seguirle, a situarse en un estilo de vida, que por entrar en conflicto con los modos de vivir del mundo,  ocasionará conflictos y tensiones.

         Llevar la cruz no es resignarse, ni Jesús murió en la cruz por resignarse, sino por rebelarse. La cruz de Cristo habla más de insurrección que de resignación, de insumisión que de sumisión.

         La cruz de Cristo fue la consecuencia de su vida al servicio de la verdad, de su camino profético y bienhechor, de su opción radical por Dios y por el hombre. Jesús todo eso lo previó y lo asumió. Y abrazó la cruz con dolor y temor -“Si es posible…” (Mt 26,39)-, y con amor, para redimirla y para redimirnos. Y, desde entonces, ya no es signo solo del pecado del hombre, sino, y sobre todo,  del amor de Dios. Desde entonces es, también, la señal del cristiano.

         San Pablo advertirá con lágrimas en los ojos que “hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cristo” (Flp 3,18), y lo hacía refiriéndose  a cristianos.

         Su predicación “es necedad para los que se pierden, mas para los que salvan, para nosotros, es fuerza de Dios” (1 Cor 1,18ss). En la cruz, Cristo se convierte en punto luminoso, centro de atracción  y de esperanza (Jn 12,32).   Ni cruz sin Cristo, ni Cristo sin cruz, decía san Pío de Pietrelchina. Sin Cristo la cruz es carga pesada, Cristo sin la cruz es una falsificación.

        Esta fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz es una buena invitación a mirarla con fea escucharla, porque es elocuente, y a abrazarla, y, sobre todo, a mirar, escuchar y a abrazar al Crucificado.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cómo integro el mensaje de la Cruz en mi vida?

.- ¿Tengo una visión “resignada” o  “liberadora” de la Cruz?

.- ¿Comulgo con los “crucificados” de la vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 4 de septiembre de 2025

DOMINGO XXIII -C-

 DOMINGO XXIII -C-

1ª Lectura: Sabiduría 9,13-19.

¿Qué hombre conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano: ¿Pues quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? Solo así serán rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprenderán lo que te agrada;  y se salvarán con la sabiduría los que te agradan, Señor, desde el principio.

                                                   ***                  ***                  ***

 El texto seleccionado forma parte de la oración de Salomón para alcanzar la sabiduría (Sab 9). En él se subraya la debilidad del hombre para conocer por su propio dinamismo, por sus propias fuerzas, el proyecto de Dios. Tal constatación no obedece a un pesimismo antropológico, sino a un realismo experiencial. En la formulación de su pensamiento se detectan elemento del pensamiento platónico combinados con imágenes bíblicas (cuerpo / tienda). Solo con el Espíritu de Dios puede el hombre acercarse a la comprensión de sus designios y orientar hacia él sus pasos

 2ª Lectura: Filemón 9b-10. 12-17.

Querido hermano:

Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión; te lo envío como algo de mis entrañas. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en tu lugar en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo: así me harás este favor no a la fuerza, sino con toda libertad. Quizá se apartó de ti para que le recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano querido. Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano. Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo.

                                                       ***                  ***                  ***

 Onésimo, servidor de la casa de Filemón, en Colosas, huyó  de su amo -¿motivo?-, y encontró a Pablo en la prisión, probablemente de Éfeso. Allí abrazó la fe. Ahora Pablo se lo devuelve, pero cambiado: “como hermano querido”. La argumentación está teñida de ternura: Onésimo forma parte de su propia vida. La fuerza transformadora del Evangelio propicia una vivencia nueva de las relaciones sociales, rescatándolas de lo servil para convertirlas en fraternas. Destacable es cómo hasta la prisión es un espacio de evangelización cuando el celo del Evangelio anida en el corazón del cristiano. Es una concreción de aquel dicho: Evangelizar “a tiempo y a destiempo… (II Tm 4,2); porque “la palabra de Dios no está encadenada” (II Tm 2,9).

 Evangelio: Lucas 14,25-33.

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; se volvió y les dijo: Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso así mismo, no puede ser discípulo mío.

Quien no  lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: ‘Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar´. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”.

                                                       ***                  ***                  ***

A los que le siguen, Jesús  les formula con claridad hasta dónde debe llegar la opción por él: el listón es alto. Por eso invita a un discernimiento profundo. El seguimiento conlleva implicaciones dolorosas, posponer, renunciar… Pero el seguimiento no se reduce a eso, a renuncias, porque abre a horizontes nuevos: la familia se engrandece (Mc 10,29-30),  y la persona se enriquece con un tesoro escondido (Mt 13,44).

Se trata de poner a Jesús en el centro: de “tomar conciencia de su persona” (Flp 3, 10), de “incorporarse a Él” (Flp 3, 9), de personalizar “su misma actitud” (Flp 2,5), de “vivir como él vivió” (I Jn 2,6)..., y eso no se improvisa. Al seguimiento cristiano le es imprescindible ese talante contemplativo o interiorizador de la persona de Cristo, hasta el punto de experimentar su presencia como una seducción permanente (Flp 3, 12), inspiradora de los mayores radicalismos (Flp 3,8).

“De oídas” podrá iniciarse el seguimiento, pero no puede mantenerse, tiene que resolverse en el conocimiento personal -“venid y lo veréis” (Jn 1,39), “ven y lo verás” (Jn 1,46)-. Seguimiento que implica esfuerzo (Lc 13, 24), violencia (Mt 11, 12), pero que no es forzoso ni violento, sino propuesto y abrazado desde la libertad: “el que quiera...”  (Mc 8, 34).

El proyecto de “seguir”, de “vivir como” es muy vulnerable: podemos evadirnos de él hacia el mundo ideológico, al sentimentalismo, a un cierto legalismo, a un activismos o a compromisos no contrastados con el querer de Dios. No basta con hablar del “seguimiento”, hay que vivir “en seguimiento”.

 REFLEXIÓN PASTORAL

No nos lo pone fácil Jesús. Sus palabras invitan, cuando menos, a la reflexión, porque son muy serias. A Jesús, por lo visto, no debía gustarle mucho eso que hoy llamamos cristianismo sociológico. Él quería un cristianismo personalizado, fruto de una decisión madura y renovada cada día. Tampoco, por lo visto, le gustaban los irreflexivos.

A una multitud que le seguía de una manera bastante folklórica  e incomprometida, atraída por los milagros, Jesús les lanza este mensaje clarificador. Y creo que debió hacerlo con cariño, pues un mensaje así, propuesto de otra manera sería una provocación. ¿O fue eso lo que buscaba Jesús, provocar una fuerte reacción en sus oyentes? Nosotros, a fuerza de repetirlas, nos hemos acostumbrado a ellas y las oímos sin mayores sobresaltos. Sin embargo, estas palabras dan que pensar; son palabras mayores.

Porque Él no vino a anular la revelación de Dios. En la polémica contra los fariseos revalidó el valor del cuarto mandamiento por encima de cualquier otra exigencia (Mt 15,1-9); defendió la perennidad del vínculo matrimonial frente a interpretaciones más relajadas (Mt 19, 1-9); no dudó en afirmar que el amor al prójimo como a uno mismo -lo que supone que el amor a uno mismo no es malo en sí- era el segundo gran mandamiento de la Ley (Mt 22,34-40).

Entonces, ¿qué quiere decir con estas palabras: “El que venga conmigo si no pospone a su padre, a su madre, a su mujer… e incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo”?

Jesús no ha venido a destruir los amores fundamentales del hombre, sino a fundamentarlos en un amor previo: el amor a Él. Y desde ese amor, encarnado en cada uno, nos dice “amaos como yo os he amado” (Jn 13,34), hasta dar la vida, “porque nadie ama más que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,13). Desde el amor a Cristo, el amor a los padres, el amor conyugal, el amor familiar y a  uno mismo se radicaliza, profundiza y purifica.

Jesús nos dice que hay que amar cristianamente. El amor total a Cristo, a Dios, no puede  nunca convertirse  en pretexto o excusa para no amar al prójimo; pero como no hay amor más grande que el de Dios al hombre, tampoco puede haber en el hombre amor más grande que el amor a Dios.

Y lo mismo podemos decir de la renuncia a los bienes: Jesús no nos pide tanto el abandono de las cosas, sino que nos abandonemos a las cosas, “pues la vida del hombre no depende de sus posesiones” (Lc 12,15). Que no pongamos en ellas una confianza desmesurada que nos haga olvidar la confianza en Dios y las exigencias y necesidades de nuestro prójimo.

Jesús no está invitando a odios y renuncias sino a amores y entregas, eso sí, perfectamente clarificados y purificados. Nada ni nadie debe interponerse en el seguimiento y amor de Cristo; todos los espacios de la vida, incluso los más íntimos, como son los familiares, deben evidenciar que Cristo es prioritario. Pero eso no merma, sino que posibilita vivir en plenitud todas las formas del amor.

Estas palabras de Jesús deben darnos que pensar y, sobre todo, deben darnos que hacer, porque están no solo para ser escuchadas sino cumplidas.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Me defino como “seguidor” de Jesús?

.- ¿Qué implicaciones trae ese seguimiento a mi vida?

.- ¿Siento inquietud por dar a conocer a Jesús?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, Franciscano – Capuchino.