miércoles, 20 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXIV -B-: SOLEMNIDAD DE CRISTO REY

1ª Lectura: Daniel 7,13-14.

    Yo vi, en una visión nocturna, venir una especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el Anciano venerable y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará.

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    En el marco de una visión nocturna, caracterizada por la presencia de cuatro fieras, representantes de los cuatro imperios entonces conocidos, que sembraron de terror la tierra, Daniel contempla la aparición de este personaje misterioso, a quien un Anciano radiante de luz, símbolo de Dios,  le entrega el dominio de la creación y un reinado eterno sobre la misma. Descodificar la identidad de ese personaje es una cuestión abierta, que oscila entre una interpretación colectiva -el pueblo de Dios (v 27)- o individual. Posteriormente la tradición judía lo identificará con el Mesías davídico. Jesús evocará también esta imagen (Mc 13,26 par; Mt 25,31) como expresión de su propia esperanza, y se convertirá en imagen privilegiada de su manifestación en gloria (Mc 14,62 par; Hch 7,55-56)

2ª Lectura: Apocalipsis 1,5-8.

         A Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros, a  pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre, a Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. ¡Mirad! Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá, también los que le atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén. Dice Dios: Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.

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El libro del Apocalipsis -revelación de Jesucristo- se abre con una solemne y densa doxología a Jesucristo con tres atributos principales inspirados en el salmo 89 -Testigo fiel, Primogénito de entre los muertos y Príncipe de los reyes de la tierra- y evocado también como el que nos ha liberado de nuestros pecados y convertidos en un pueblo sacerdotal. Muerto y resucitado aparecerá glorioso y su venida interpelará a la historia.   

 Evangelio: Juan 18,33b-37.

En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?

Pilato replicó: ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho?

     Jesús le contestó: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judío. Pero mi reino no es de este mundo. Pilato le dijo: Conque, ¿tú eres rey?

Jesús le contestó: Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

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El interrogatorio ante Pilato es una nueva revelación por parte de Cristo, clarificando su identidad  -es Rey-, su misión -ser testigo de la verdad- y la naturaleza de su reinado -no se rige por los parámetros de los reinos de este mundo-. Se trata de un proyecto alternativo, el reino de Dios, que tiene identidad propia, y que Dios revela a los sencillos y a los buscadores de la verdad. Un Reino que hay que orar diariamente y que diariamente  hay que esforzarse en  construir con la ayuda de Dios, verdadero protagonista, “pues si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 127,1).

 REFLEXIÓN PASTORAL

     La fiesta de Cristo Rey da culmen al año litúrgico. En unos tiempos en que la Iglesia reivindica la imagen de un Jesús humilde y servidor de los pobres, y ella misma reivindica para sí ese rostro, esta fiesta puede sonar a imperialismo triunfalista o a temporalismo trasnochado. Es el riesgo del lenguaje; por eso hay que ir más allá, superando las resonancias espontáneas e inmediatas de ciertas expresiones, para captar la originalidad de cada caso.

      La afirmación del señorío de Cristo se encuentra abundantemente testimoniada en el NT.: Él es Rey (Jn 18,37); es el primogénito de la creación: todo fue creado por él y para él (Col 1,15-16); es digno de recibir el honor, el poder y la gloria (Ap 5,12); “el príncipe de los reyes de la tierra (Ap 1,5)...

      Pero no es este el único tipo de afirmaciones; existen otras, también de Cristo Rey: “Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy; pues si yo os he lavado los pies… (Jn 13,13),  porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45), reconciliando consigo todos los seres, haciendo la paz por la sangre de su cruz (Col 1,20).

     Hablar de Cristo Rey exige ahondar en el designio salvador de Dios, abandonando esquemas que no sirven. El que nace en un establo y es acunado en un pesebre, al margen de la oficialidad política, social y religiosa; el que trabaja con sus manos; el que recorre a pie los caminos infectados por la miseria y el dolor; el que no tiene dónde reclinar la cabeza; el que no sabe si va a comer mañana; el que acaba proscrito en una cruz…, ese tiene poco que ver con los reyes al uso, los de ayer y los de hoy.

     Sí, Cristo es rey. El habló ciertamente de un reino; más aún este fue el tema central de su vida, y vivió consagrado a la instauración de ese Reino; pero nunca aceptó que le nombraran rey (Jn 6,15). Sólo en la Cruz…

      Celebrar la fiesta de Cristo Rey supone para nosotros una oración intensa y responsable para que “Venga a nosotros tu Reino”; habilitando el corazón para que eche ahí sus raíces. Pues a Cristo no hay ponerle muy alto sino muy dentro. El reino de Dios empieza en la intimidad del hombre, donde brotan los deseos, las inquietudes y los proyectos; donde se alimentan los afectos y los odios, la generosidad y la cobardía… Y desde un corazón así, pedirle como el buen ladrón desde la cruz: “Señor, acuérdate de mí (de nosotros) cuando llegues a tu Reino” (Lc 23,42).

      Un reino por el que hemos de trabajar ahora. Un reino con unas características bien definidas. Como se dice en el prefacio de la misa de esta fiesta, el reino de Cristo es el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y la paz.

        O sea, la lucha contra todo tipo de mentira (personal o institucional), contra todo atentado a la vida (antes y después del nacimiento), contra todo tipo de pecado (individual o estructural), contra cualquier injusticia, contra la manipulación de la paz y contra la locura suicida y fratricida del odio. ¡No es de este mundo…, pero es para este mundo!

      Un reino que necesita militantes que sitúen a Cristo en el vértice y la base de la existencia; abriéndole de par en par las puertas de la vida, porque él no viene a hipotecarla sino a darla posibilidades. “Abrid las puertas a Cristo. Abridle todos los espacios de la vida. No tengáis miedo. El no viene a incautarse de nada, sino a dar posibilidades a la existencia, viene a llenar del sentido de Dios, de la esperanza que no defrauda, del amor que vivifica” (Juan Pablo II)

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué resonancias trae a mi vida la fiesta de Cristo Rey?

.- ¿Trabajo porque venga a nosotros su Reino?

.- ¿Abro a Cristo las puertas de mi vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

martes, 12 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXIII -B-

1ª Lectura: Daniel 12,1-3.

    En el tiempo aquel se levantará Miguel, el arcángel que se ocupa de tu pueblo: Serán tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida perpetua, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad. 

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    Las horas negras por las que pasa el pueblo no serán definitivas. Lo definitivo será una vida nueva; habrá una reivindicación final y solemne de la verdad y la justicia. Este es uno de los textos veterotestamentarios en que se afirma explícitamente la resurrección de los muertos. La luz que definitivamente iluminará al mundo será la sabiduría y la justicia. 

2ª Lectura: Hebreos 10,11-14.18.

 Hermanos:

    Cualquier otro sacerdote  ejerce su ministerio diariamente ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados. Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrados de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados. Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados.

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    El futuro está asegurado por la obra salvadora de Cristo. A diferencia de cualquier otro sacerdocio, el de Cristo es personal; en él se funden e identifican, en una unidad indivisible, ofrenda y oferente. Su sacrificio es el único que tiene poder de borrar realmente los pecados. Él será el juez y el salvador de la historia.

 Evangelio: Marcos 13,24-32.

     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán.

      Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.

      Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a las puertas. Os aseguro que no pasará esta generación antes de que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles ni el Hijo, solo el Padre.

                                              ***             ***             ***

    El texto de S. Marcos se apoya en referencias veterotestamentarias (Is 13, 9-10 y 34,4). Los prodigios cósmicos sirven en el lenguaje de los profetas para describir las intervenciones poderosas de Dios en la historia; aquí, en concreto, se quieren subrayar dos aspectos: una novedad-renovación radical, que implica la desaparición de lo antiguo (cf 2 Pe 3,13)- y la transitoriedad de la realidad presente, sin entrar a describir el cómo, ni a determinar el cuándo. El centro de esta pequeña unidad recae en la afirmación de la venida del Hijo del hombre. Para S. Marcos se trata de la venida de Jesús; pero de una venida peculiar: lo sugiere la referencia a la nube (que es signo del mundo divino) y la afirmación "con gran poder y gloria". La imagen está inspirada en Dan 7,13-14, con la que se anunciaba el restablecimiento del reino mesiánico. Aunque no se afirma expresamente la finalidad de esa venida, los contextos literarios sugieren que es para juzgar. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles para reunir a los elegidos. Reunir a todos los hijos de Dios dispersos era el gran sueño de Israel (Zac 2,10; Dt 30, 4). Ninguno se perderá. La venida del Hijo del hombre pondrá fin a la dispersión originada por la gran tribulación. El final, pues, no será catastrófico, sino salvador.

    Con la parábola de la higuera, Jesús invita al discernimiento correcto de los signos de los tiempos.

REFLEXIÓN PASTORAL

     Nos encontramos en las postrimerías del año litúrgico, y los textos de la palabra de Dios nos invitan a reflexionar sobre un hecho inevitable: el fin de “este” mundo. Más de uno podrá haber quedado impresionado por el lenguaje de estos textos, especialmente el del evangelio. No es este el momento para abordar su explicación. Solo señalar que pertenece a un género literario especial -el apocalíptico-, caracterizado por la viveza  de sus imágenes, y que tiene por tema, generalmente, la revelación de los acontecimientos últimos de la historia. En todo caso, es una literatura de esperanza, no de catástrofe. Pero si no podemos abordar la peculiaridad de ese lenguaje literario, no debemos eludir, sin embargo, la necesidad de alcanzar su mensaje.

     Para muchos de nuestro contemporáneos la perspectiva del fin de la propia existencia y del mundo en que se mueven, y en cuya construcción han empleado, quizá, lo mejor de su vida, suscita una resignada amargura, cuando no una desesperada protesta ante lo inevitable.

     Por otra parte, nos movemos en un ambiente de presagios funestos, donde abundan profetas de calamidades, que pretenden ver en los acontecimientos que estamos viviendo el umbral o el dispositivo que ponga en funcionamiento el detonador fatal. Como creyentes, ¿qué responder a esto?

      Para el discípulo de Cristo no hay cabida más que para una actitud: la esperanza responsable. A los cristianos de Tesalónica, preocupados por la suerte de los muertos y de los últimos días, san Pablo les escribe “para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza” (1 Tes 4,13). Además, “el día y la hora nadie la conoce” (Mc 13,32), por tanto “en lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis que os escriba” (1 Tes 5,1)…, “y no os alarméis por alguna revelación, rumor o supuesta carta nuestra… ¡Que nadie en modo alguno os engañe!” (2 Tes 2,2-3).

      Pero es que, además, según los textos del NT, ese fin no será una catástrofe, sino la victoria definitiva de Cristo. Entonces tendrá lugar la “nueva creación de unos cielos y una tierra nueva en los que habite la justicia” (2 Pe 3,13): se oirá la voz de Jesús: “Mira,  hago nuevas todas las cosas” (Apo 21,5). Será una transformación de la existencia, por la que “la creación entera ahora gime y sufre dolores de parto…, pues hemos sido salvados en esperanza” (Rom 8,22.24). Entonces recibirán el premio los que vienen de la “gran tribulación” (Ap 7,14).

     La carta a los Efesios ofrece las claves para una lectura optimista del llamado fin del mundo: recapitulación de todas las cosas en Cristo (Ef 1,10). No se trata, pues, de destrucción, sino de novedad; no de muerte, sino de esperanza. Si bien, para ello, es necesario que el grano de trigo sea sembrado, enterrado (Jn 12,24); que Jesús sea crucificado (Mt 17,22-23); que el cristiano tome cada día su cruz (Mt 16,24) y que la representación de este mundo pase (1 Cor 7,31). Pero no lo olvidemos, el hecho fundamental de la vida de Jesús fue la resurrección, y de la vida del cristiano ha de ser la esperanza de que si Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos con Él (1 Cor 6,14; 2 Tim 2,11).

      Nada de actitudes negativas. Creemos en Cristo, vivamos en consecuencia, empeñándonos diariamente porque esta nueva creación  -para los pesimistas el final- se realice con nuestra aportación, ya que el reino de Dios, cuya implantación pedimos en el Padrenuestro, no puede sernos ajena. Nos lo recuerda la parábola de los talentos.

      Por tanto, en espera de que nuestra existencia adquiera una dimensión definitiva, sigamos el consejo de san Pablo a los cristianos de Filipos: “Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta” (4,8), y “todo lo que de palabra o de obra, realicéis, sea  todo en el nombre de Jesús” (Col 3,17). Solo con una vida así interpretada, podremos celebrar coherentemente la Eucaristía, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador, Jesucristo.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Sé leer desde la fe los “signos de los tiempos”?

.- ¿Cómo afronto el presente?, ¿con esperanza?

.- ¿Funciono en la vida con mentalidad de sembrador o de recolector?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.                                   

viernes, 8 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXII -B-

1ª Lectura: 1ª Reyes 17,10-16.

    En aquellos días, Elías se puso en camino hacia Sarepta, y al llegar a la puerta de la ciudad encontró allí una viuda que recogía leña. Le llamó y le dijo: Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba.

    Mientras iba a buscarla le gritó: Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan. Respondió ella: Te juro por el Señor tu Dios, que no tengo ni pan; me queda solo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.

    Respondió Elías: No temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después. Pues así dice el Señor Dios de Israel: La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra.

    Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó: como lo había dicho el Señor por medio de Elías.

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    El relato se sitúa en el contexto de una gran sequía que asoló la región como castigo por los pecados del rey Ajab (1 Re 17,1). A una orden del Señor, Elías se dirige desde el torrente de Kerit, al este del Jordán, a Sarepta, en territorio de Sidón, donde Dios proveerá a su supervivencia por medio de una viuda. Ni Sarepta ni la viuda pertenecían al pueblo de Israel, pero sí a ese “pueblo de Dios” anónimo con el que él construye la historia. La generosidad de aquella pobre viuda salvó la vida del profeta. Su servicio no la empobreció, sino que la inmortalizó en la historia de la salvación.

2ª Lectura: Hebreos 9,24-28.

    Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres -imagen del auténtico-, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces -como el sumo sacerdote que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena. Si hubiese sido así, Cristo tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo-. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, en el momento culminante de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. El destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio. De la misma manera Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar definitivamente a los que lo esperan.

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    La figura de Cristo como el Sumo Sacerdote y la Víctima definitiva es enfatizada en estos versículos. En él ha desaparecido toda fragmentariedad y provisionalidad. El sacrificio de Cristo es único y definitivo, no necesita repetirse; borra el pecado no mediante “sangre ajena” sino con la propia. Convertido en intercesor permanente, es la garantía de la esperanza cristiana. 

Evangelio: Marcos 12,38-44.

    En aquel tiempo enseñaba Jesús a la multitud y les decía: ¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa.

    Estando sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.

     Llamando a sus discípulos les dijo: Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa nacesidad, ha echado de lo que tenía para vivir.

                                    ***             ***             ***

    Jesús pone en evidencia dos comportamientos radicalmente opuestos: el de los escribas, mostrando cómo la vanidad y la avaricia son comportamientos repugnantes, sobre todo cuando se arropan con “argumentos religiosos”. Y el de la pobre viuda, subrayando lo que marca la calidad de los comportamientos: el corazón. La escala de valores del Reino de Dios no coincide con la mundana. ¡Y existe el peligro de olvidarlo! La verdadera maestra de vida es la pobre viuda, no los sabios letrados. 

REFLEXIÓN PASTORAL

    El evangelio de este domingo presenta dos escenas diametralmente opuestas: la de la ostentación de los escribas y fariseos, y la de la ofrenda humilde y silenciosa de la pobre viuda. La de la extorsión en nombre de la religión, y la de la humildad y sinceridad de corazón. A la primera, Jesús la denuncia severamente; a la segunda la eleva a la categoría de la ejemplaridad. Vamos a detenernos en la segunda escena.

     En el templo de Jerusalén había una gran arca donde la gente depositaba sus ofrendas. Y Jesús, un día, tuvo la feliz ocurrencia de sentarse frente a él. ¡Buen puesto para observar no tanto el bolsillo cuanto el corazón! “Pues donde está tu tesoro, allí estará  tu corazón” (Mt 6,21).

    Y “muchos ricos echaban mucho; se acercó una pobre viuda y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. Llamando a los discípulos les dijo: En verdad os digo que esta pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de los que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.

      Las conclusiones a extraer pueden ser variadas. Sugiero una: Jesús no criticó a los que dieron mucho por lo que dieron, sino porque no se dieron; ni alabó a la viuda por lo poco que dio, sino porque se dio. Jesús advirtió, sencilla y claramente, de la insuficiencia de las donaciones superfluas.

     La primera lectura, por su parte, abunda en la misma idea, destacando cómo la ofrenda de la viuda a favor de Elías no la empobreció a ella ni a su familia, sino que les enriqueció: “Ni la orza de harina se vació, ni alcuza de aceite se agotó”. Y es que, como dice un proverbio chino: “El que espera a tener lo superfluo para darlo a los otros, nunca les dará nada”. Cuando no se es desprendido y generoso, resulta imposible distinguir entre lo necesario y lo superfluo, porque todo nos parece necesario…, incluso lo de los otros.

         Pero hay algo más; junto a esta lección práctica, la segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos, nos hace una revelación: nuestra salvación, no se ha producido con “excedentes”, con sobras, sino con la entrega más radical de Dios, la de su Hijo, convertido en mediador e intercesor ante el Padre.

          Cristo es la ofrenda de Dios en favor nuestro; una ofrenda nada extrínseca sino íntima, en la que Dios entregó a su Hijo y se entregó en su Hijo, quien “se ha manifestado al final de los tiempos para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo…, y para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros”.  Nada extraño que san Pablo nos invite a presentarnos como sacrificio agradable a Dios, porque este es vuestro culto espiritual” (Rom 12,1).

      Hoy se pretende, pretendemos, arreglar los problemas y carencias del mundo distribuyendo “excedentes”… Olvidando que el pan que realmente sacia el hambre no es el que se reparte sino el que se comparte.

     Mientras solo demos de lo que nos sobra, aunque sea mucho, los problemas no se arreglarán. Una construcción levantada con materiales de derribo, de desecho, no será más que una mala chabola. 

      Aprendamos de la generosidad de Dios a ser generosos; apropiémonos los sentimientos de Jesús que se entregó y se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8,9).  Y aprendamos, también, de estas dos viudas pobres, la de Sarepta y la de Jerusalén, no escribieron libros ni predicaron, pero con su gesto silencioso y humilde nos dan una lección con la que entrarían en vías de solución tantos problemas que los más sesudos economistas parecen no saber solucionar, porque la cuestión no está en dar sino en darse; el problema no es solo de cartera sino de corazón.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Dónde está mi corazón?

.- ¿Doy de mí mismo o solo doy de mis excedentes?

.- ¿Hasta dónde me inquieta el dolor del prójimo?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

martes, 29 de octubre de 2024

DOMINGO XXXI -B-

 1ª Lectura: Deuteronomio 6,2-6.

    Habló Moisés al pueblo y le dijo: Teme al Señor tu Dios, guardando todos los mandamientos y preceptos que te manda, tú, tus hijos y tus nietos, mientras viváis; así prolongarás tu vida. Escúchalo, Israel, y ponlo por obra para que te vaya bien y crezcas en número. Ya te dijo el Señor Dios de tus padres: “Es un atierra que mana leche y miel.”

    Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria; se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales.

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    El temor del Señor no es “el miedo” de Dios, sino una expresión típica de la fidelidad al Dios de la Alianza. Por eso se manifiesta en la observancia los mandatos del Señor, que se resumen en el amor a Dios sin fisuras. Un Dios uno y único -“No hay otro” (Dt 4, 39)-, que debe presidir todas las manifestaciones y espacios de la vida.                          

2ª Lectura: Hebreos 7,23-28.

    Hermanos: Muchos sacerdotes se fueron sucediendo, porque la muerte les impedía seguir en su cargo. Pero Jesús, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa; de ahí que pueda salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor. Y tal convenía que fuese nuestro sumo Pontífice: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada día -como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, y después por los del pueblo-, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose  a sí mismo. En efecto, la ley hace a los hombres sacerdotes llenos de debilidades. En cambio, las palabras del juramento, posterior a la ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre.

                                            ***             ***             ***

    Cristo es sacerdote para siempre; su sacerdocio “no pasa”. Un sacerdocio que ejerce en el cielo, en nuestro favor. Es el sacerdote que nos convenía. Un sacerdocio que tiene una proyección sacramental en la Iglesia, dotada del poder sacerdotal de Cristo, que se hace visible en los sacramentos. Por eso solo actuando y actualizando el sacrificio de Cristo la Iglesia puede ser espacio de salvación. El ministerio sacerdotal no es un “añadido” sino una participación del único ministerio del único sacerdote: Cristo.

Evangelio: Marcos 12,28-34.

    En aquel tiempo, un letrado se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todo?  Respondió Jesús: El primero es: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.” El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos.

    El letrado replicó: Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

                                        ***             ***             ***

    En S. Marcos la intervención de este hombre encierra algunos matices. No pregunta por el primer mandamiento de la Ley, como en Mt 22,36 (en S. Lucas la pregunta tiene otro sentido), sino por el primero de todos los mandamientos (v 28). El escriba pregunta por la quintaesencia de la voluntad de Dios. La respuesta de Jesús está cargada de intencionalidad. Antes de pronunciar ningún mandamiento introduce una premisa clarificatoria que fundamenta y justifica cualquier precepto: la fe en Dios en forma de reconocimiento agradecido a su intervención salvadora en la historia. Sin esa fe los mandamientos, cualquier mandamiento, son una imposición extrínseca; con ella, los mandamientos son respuesta, acogida, celebración de la salvación de Dios. Y desde ese prefijo de la unicidad de Dios se sigue la primera conclusión: amarlo con un amor singular y sin fisuras ni espacios vacíos. Pero en la respuesta de Jesús hay un elemento chocante: introduce un segundo mandamiento, tema sobre el que no había sido preguntado (v 31). El "segundo" no es sólo la verificación del "primero" (cf I Jn 4,20), sino que su cumplimiento sólo es posible desde el "primero" (cf. 1 Jn 4,7), y éste, a su vez, lo es solo desde la experiencia del "amor primero", es decir, desde la experiencia del amor de Dios que nos precede (1 Jn 4,10) y que es mayor (Rom 5,5-8). La conclusión de la respuesta de Jesús demuestra claramente que se trata de "un" mandamiento con "dos" vertientes: “No existe otro mandamiento mayor que éstos”.

   El escriba, en la respuesta, muestra su plena coincidencia con Jesús, quien, a su vez, alaba la sensatez del escriba en su respuesta. Entonces, ¿qué aporta Jesús? La originalidad no reside en la formulación material del tema en sí, sino en la “forma” que se percibe situándolo en el contexto de la vida, enseñanza, conducta y muerte de Jesús. Jesús no solo enseña que hay que amar a Dios y al prójimo, sino que enseña cómo hay que amar,  "como yo", y ahí reside la novedad.

REFLEXIÓN PASTORAL

 En el Evangelio de  san Lucas, a continuación de la respuesta de Jesús a la pregunta sobre “el primer mandamiento de todos” sigue la parábola del buen samaritano (Lc 10,30-37), con la que se aclara quién es nuestro prójimo: Todo hombre. Pero Jesús ha proclamado otro mandamiento, el primero: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser” (Mc 12,30) Y ¿ya sabemos quién es nuestro Dios?

         ¿Quién es Dios? Una pregunta desigualmente respondida, pero una pregunta ineludible, porque Dios no deja nunca indiferente al hombre. Como creyentes, ¿quién es Dios para nosotros?, ¿para mí?

         Dios no es algo, es Alguien; no es una idea, es una realidad personal; no es límite del hombre, sino la posibilidad del hombre.

         Es Alguien próximo, íntimo a nosotros -“más íntimo a mí que yo mismo” decía san Agustín-; a quien no hay que buscar solo, ni principalmente, en los callejones sin salida de la vida, en las limitaciones del hombre: el dolor y la muerte…, sino, también y sobre todo, en los horizontes abiertos, en la sonrisa, en el color… Y, sobre todo, Dios es nuestro Padre: “Cuando oréis decid: Padre…” (Lc 11,2).

         Pero este Dios no debe ser sólo teóricamente afirmado -concediéndole una especie de certificado de existencia-; ha de ser vivencialmente sentido y profundamente amado, sin espacios vacíos, “con todo el ser”. Su presencia en nuestra vida ha de transformarla. Y es necesaria esta practicidad, si no queremos escuchar la recriminación de Jesús: “Este pueblo me honra con los labios…” (Mc 7,6), o aquella otra de san Pablo: “por vuestra causa es blasfemado el nombre de Dios” (Rom 2,24).

 Te conocía sólo de oídas…” (Jb 42,5), podría ser la respuesta de muchos creyentes. Y un conocimiento de Dios solo “de oídas”, como un hablar de Dios solo “de oídas”, resulta empobrecedor y carente de credibilidad. Dios no es un tema del que hay que oír hablar o del que hay que hablar; es Alguien con quien hay que hablar y Alguien a quien hay que oír.  Ser creyente es ser testigo, y es imposible dar testimonio de lo desconocido.

         Nuestra vida no debe participar de ambigüedad referencial, sino que ha de orientarse linealmente hacia Dios, el Dios revelado en Cristo. Cualquier otra referencia, además de una desorientación, es una frustración.  No basta con decir que creemos, hay que mostrar en quién y qué creemos, explicitando los contenidos de nuestra fe. No basta con decir que somos creyentes, hay que mostrar qué creyentes somos.

         Yo soy el Señor, y no hay otro” (Is 45,18; cfr. 43,11; 45,22). Y ese Dios se nos ha revelado con un rostro humano, en una opción humana, con un nombre humano, Jesucristo. Y “no ha salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos” (Hch 4,12). Si somos capaces de interiorizar y exteriorizar esta verdad, habremos dado un golpe de timón salvador para nuestra existencia. Si el sentido de Dios se atenúa -no digo que desaparezca-, si se homologa -no digo que se supedite-  a otros sentidos, hay que reconocer, y no es un juego de palabras, el sinsentido de nuestra vida; ya que este depende del sentido que Dios tenga en ella.

         ¿Quién es Dios? No evitemos la pregunta, si no queremos privar a nuestra vida de contenidos sólidos. “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene  y hemos creído en él” (1 Jn 4,16). ¡Ahí descansa nuestra fe! No en una verdad fría y aislada de la vida, sino en un AMOR infinito, que nos ama infinitamente. Pero ni Dios ni su amor pueden ser evasivos. El horizonte donde concretar el amor a Dios es el prójimo; pero el amor al prójimo solo será posible desde el amor de Dios.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Hay dioses “alternativos en mi vida?

.- ¿Es la palabra de Dios luz e mis senderos?

.- ¿Mantengo viva en mi vida la pregunta por Dios?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

 

martes, 22 de octubre de 2024

DOMINGO XXX -B-

1ª Lectura: Jeremías 31, 7-9.

    Esto dice el Señor: Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que os traeré del país del Norte, os congregaré de los países de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraím será mi primogénito.

                                             ***             ***             ***

     El texto seleccionado forma parte del “Libro de la Consolación” escrito en su mayor parte entre la reforma del rey Josías (622) y su muerte (609). Dicha reforma socio/religiosa suscitó la esperanza en un futuro en que Israel, deportado por los asirios (721), regresaría para formar con Judá un solo pueblo. Estos textos fueron releídos posteriormente, tras el exilio babilónico, como animadores  de esperanza. En ellos se expresa la idea de que, a pesar de los avatares históricos, en los que el pueblo alejándose de los mandamientos de Dios se hunde en sus “esclavitudes”, Dios nunca lo abandona.

 2ª Lectura: Hebreos 5,1-6.

 Hermanos:

    El Sumo Sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de Sumo Sacerdote, sino Aquel que le dijo: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy”, o como dice otro pasaje de la Escritura: “Tú eres Sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.”

                                         ***             ***             ***

    Cristo es el Sumo Sacerdote definitivo. De nuestra raza, nos conoce, por eso puede interceder por nosotros desde dentro de nuestra humanidad. Su sacerdocio es un sacerdocio “compasivo”, “fraterno”, que se remonta al sacerdocio “tribal” de Aarón, enraizándose en un sacerdocio misterioso, el de Melquisedec, mostrando así su universalidad.

Evangelio: Marcos 10, 46-52.

    En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: Hijo de David, ten compasión de mí.

    Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron al ciego, diciéndole: ánimo, levántate, que te llama.

    Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que pueda ver. Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha curado.

                                        ***             ***             ***

    Antes de entrar en Jerusalén, Jesús realiza la última curación  devolviendo la vista a un ciego, que le invoca como “Hijo de David”. ¡Todo un símbolo! ¡Hay que tener los ojos muy abiertos para comprender los acontecimientos que van a suceder! “¿Qué quieres que haga por ti?” Ante esta pregunta los Zebedeos pidieron poder, Bartimeo, en cambio, visión. Jesús hace ver, porque es Luz; pero no da poder, porque es Servidor. Aquel ciego, recuperada la visión, lo seguía por el camino. ¡El discípulo ha de entenderlo!

REFLEXIÓN PASTORAL

 

      A poco que hayamos prestado atención a este evangelio habremos percibido su capacidad de impresionar y de sugerir. No es una anécdota pasada. Jesús aparece dando sentido a los sentidos -o a la falta de sentido- del hombre.  Hace andar a los cojos, ver a los ciegos, oír a los sordos, hablar a los mudos.  Jesús  dador de sentido, liberador de los impedimentos del hombre...

      Hoy se nos habla de un pobre ciego -doble desgracia, y es que la desgracia nunca viene sola-, sentado al borde del camino y pidiendo limosna. Pero tuvo suerte, porque ese camino -el de su pobreza y marginación- lo recorría también Jesús.  Y es que el camino, la andadura del Señor, discurrió precisamente por esas zonas que los hombres oficialmente buenos consideran "peligrosas" e infectas..

       "Escoge a los pecadores y come con ellos…. (Lc 15,2); si este fuera profeta sabría quién y qué clase de mujeres la que lo está tocando, pues es una pecadora. (Lc 7,39).  Así pensaban y se expresaban los "buenos". Pero Jesús no rehuyó lo que ellos llamaban "malas compañías". Porque había  venido a buscar precisamente a lo que estaba perdido. No se preocupó de evitar las "malas compañías", sino que se esforzó por ser él un buen compañero, una "buena compañía".

       No recorrió las rutas "oficiales" sino los caminos “reales” de los hombres.  Por eso sabía de sus necesidades; por eso su camino de la cruz empezó antes del viernes santo, porque hizo suya la cruz de cada hombre.

      Por eso, cuando los prudentes, los preocupados por ocultar al Maestro la fealdad y la pobreza humanas que hay a lo largo del  camino, quisieron acallar los gritos del ciego, Jesús, para quien no servían esos cordones de seguridad, no permitiendo que se pierda ningún grito de dolor y esperanza  y manda traer al ciego.

      "¿Qué quieres que te haga?". Jesús, como el que sirve, se ofrece pero no impone el servicio. Quiere que el hombre tenga la iniciativa en su propia salvación. Porque sin libertad no hay salvación. Sería una imposición más. Antes de curar, Jesús quiere saber qué era para aquel hombre su enfermedad, su carencia y su dolencia radical: "¿Qué quieres que te haga?"  "¡Maestro, que recobre la vista!".

     Más de una vez he pensado que aquel hombre no era tan ciego: había reconocido y confesado a Jesús como “Hijo de David”, y se dirige a él como “¡Maestro!”. ¿No estarían más ciegos los que le mandaban callar?

     En todo caso, este breve diálogo deberíamos revivirlo todos y cada  uno de nosotros. Porque Jesús no ha cambiado de actitud. Sigue recorriendo los caminos de la vida real con su pregunta "¿Qué quieres que  te haga?". ¿Qué le responderíamos nosotros? ¿“Auméntanos la fe” (Lc 17,5)?; ¿“Creo, pero ayuda mi falta de fe!” (Mc 9,24)?; ¿“Maestro, que  recobre la vista” (Mc 10,51)?

      ¿Somos conscientes de nuestras carencias y dolencias más radicales? ¿Tendríamos una necesidad tan profunda como la  del ciego, la de ver, o nos limitaríamos con una petición por el bienestar? ¿Nos contentaríamos, como los dos hermanos del pasado domingo, con un puesto de privilegio, uno a su derecha y otro a su izquierda (Mc 10,37)?

“Tú que diste vista al ciego, filtra en mis secas pupilas dos gotas frescas de fe”, unas gotas que lleguen hasta el corazón, porque solo se ve bien cuando se mira con el corazón y con un corazón limpio. “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8).

 

REFLEXIÓN PERSONAL: 

.- ¿Qué expectativas suscita en mí Jesús?

.- ¿Siento necesidad de “ver”?

.- ¿Mis encuentros con Jesús son sanadores?

    DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

 

 

 

miércoles, 16 de octubre de 2024

DOMINGO XXIX -B-

1ª Lectura: Isaías 53,10-11.

    El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos. A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará, con lo aprendido mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos.

                                          ***             ***             ***

    El texto, tomado del cuarto canto del Siervo, puede leerse como una “profecía” del “siervo Jesús”. Tras una existencia aparentemente frustrada, el Siervo justificará a muchos (cf. Mc 10,45). No será una existencia estéril. Los planes de Dios no son siempre de fácil lectura, pero tienen su clave de lectura. 

2ª Lectura: Hebreos 4,14-16.

    Hermanos:

    Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

                                        ***             ***             ***

   Cristo, sumo sacerdote, es nuestra avanzadilla en el cielo, y allí se ha convertido en intercesor permanente. Sus heridas no solo nos han curado (1 Pe 2,24), sino que son memoria viva ante el Padre. Es de los nuestros, nos conoce. Ahí radica la esperanza del cristiano. La existencia de Jesús es pro-existencial: lo fue en su vida terrena y lo sigue siendo en el cielo.

Evangelio: Marcos 10,35-45.

    En aquel tiempo se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.

    Les preguntó: ¿Qué queréis que haga por vosotros?

    Contestaron: Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.

    Jesús replicó: No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?

    Contestaron: Lo somos.

    Jesús les dijo: El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.

    Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.

                                        ***             ***             ***

    A continuación del tercer anuncio de la Pasión, este relato pone, una vez más, en evidencia la "resistencia" de los discípulos para comprender a Jesús y su proyecto (cf 8,32ss; 9, 32ss). La sección consta de dos partes: vv 35-40  y  42-45. Contemplando los paralelos sinópticos se advierten algunas peculiaridades. Mt pone la petición en labios de la madre (20, 20-21) y elimina la mención del bautismo. Lc, que no transmite la primera parte, la segunda (vv 42-45) la sitúa en un contexto diferente: en el de la institución de la eucaristía, inmediatamente después de su narración (Lc 22, 24-27). La respuesta de Jesús se articula en dos momentos: haciéndoles caer en la cuenta de que no conocen el alcance último de su petición, y realizando la contraoferta.  El v 41 sirve de tránsito para la segunda parte, y también de radiografía de la "calidad" humana del grupo. Jesús, partiendo de una constatación de hecho: el modo como se ejerce el poder político, presenta un estilo alternativo, articulado en tres proverbios o sentencias (los destinatarios del evangelio de Mc han conocido el despotismo de Nerón). La alternativa cristiana es de otro estilo. Y está fundamentada e inspirada en el ejemplo del Maestro. La expresión "por muchos" (cf 14,24) puede entenderse en un sentido circunscrito, aunque indeterminado, o en un sentido universal -por todos-; el testimonio de 1 Tim 2,6 lo confirma. La alusión a la muerte expiatoria tiene como trasfondo a Is 53, 10-12, aunque la de Jesús presenta elementos del todo singulares. La petición de los Zebedeos sirve para conocer la propuesta de Jesús: participar en su destino (cáliz y bautismo), y el estilo de una comunidad cristiana: el servicio. Jesús es alternativo a los sistemas imperantes; no es solo contrario -no es un NO-, sino distinto -es un SÍ-, una propuesta renovadora.

 REFLEXIÓN PASTORAL

 La escena evangélica protagonizada por los hijos del Zebedeo da lugar a interpretaciones diametralmente opuestas.

    La mayor parte de los comentaristas atribuyen esta actitud a una ambición desenfrenada, a deseo de supremacía... Otros, por el contrario (los menos), asumen la defensa de los acusados, considerando el conjunto de la escena como expresión de amistad y del deseo de los dos hermanos de acompañar a Jesús a lo largo de su camino, de estar a las duras y a las maduras.

     Se puede sostener, adoptando una solución intermedia, que la petición de Santiago y Juan no parece ni descaradamente egoísta, ni totalmente desinteresada. Una mezcla de entusiasmo y cálculo. Un fondo de generosidad, en el que se insinúa una pizca de vanagloria. Una disponibilidad al riesgo, pero con alguna garantía. En una palabra, ingenuidad y picardía...

     Jesús no les reprende; se limita a "purificar" su visión y su pretensión. Sin embargo los compañeros interpretaron desfavorablemente la postura de los hermanos. Se sienten ofendidos por el atrevimiento de los dos colegas; piensan que eso puede atentar contra la estabilidad del grupo. En realidad los "diez" alimentaban las mismas pretensiones. Poco antes, Jesús, sorprendido del “ruido” que percibió en el grupo camino de Cafarnaún, había preguntado a los Doce: "¿De qué discutíais por el camino"?, y no contestaron, porque por el camino habían discutido sobre quien sería el más importante (Mc 9,33-34).

    "No sabéis lo que pedís", les responde Jesús, y les hace la única oferta posible para quien de verdad busca su cercanía: "el cáliz". El no es un seguro de éxito humano, sino un reto y un riesgo.

     Y al resto del grupo les aclara el verdadero estilo, alternativo, que ha venido a instaurar: "Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero que sea esclavo de todos". No se trata de demandar puestos a la derecha o a la izquierda; el puesto que recomienda Jesús es el que adoptó él, lavando los pies de los discípulos (Jn 13,1-14). ¡Más claro! Y es que Jesús diseña una tipología alternativa, revalidando lo menor y a los menores. Y lo hace conscientemente, sabiendo que, procediendo así, desconcertaba y desestabilizaba no solo el sistema socio-religioso de su tiempo, sino a los propios discípulos.

     Tanto la primera lectura, como la segunda, subrayan también el aspecto del servicio del enviado de Dios: entrega personal de la vida, entrega exhaustiva, en vertiente profética (primera lectura) y en vertiente sacerdotal (segunda lectura). Se trata de un servicio no ritual, sino existencial, hasta el agotamiento. Y. muchas veces, un servicio silencioso, sin publicidad, sin cámaras… Porque hay quienes están dispuestos a servir, pero desde la presidencia, desde la dirección… ¿Seremos capaces de esto?

    Estas palabras de Jesús suponen una llamada de atención a una Iglesia permanentemente tentada de confundir la “presencia” con la “presidencia”, de servir desde el poder, confundiendo el poder servir con el servicio del y desde el poder.

    La Iglesia, la comunidad de los creyentes en Cristo, solo será útil y significativa para los hombres y sobre todo fiel a su fundador, en la medida que sea alternativa; en la medida en que rompa la lógica de lo mundano. "No sea así entre vosotros” (Mc 10,43).

     Cuando se dedique a copiar estructuras administrativas de pervivencia... Cuando en ella surja la impresión de la existencia de dominados y dominadores... Cuando la burocracia sofoque, ahogue a la gracia... Cuando aparezcan estas señales de alerta, abrir  otra vez esta página de S. Marcos.      

     Jesús no está en contra de que haya dirigentes en la Iglesia. El nombró a Pedro y los Apóstoles. Pero está en contra del modo mundano de ejercer la jefatura. La Iglesia no ha de ser una comunidad desprovista de autoridad, entendida esta como disponibilidad al servicio, a semejanza de “el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10,45). Y “ no está el discípulo sobre su Maestro" (Lc 6,40).

La Jornada del Domund, que hoy celebramos, nos recuerda la vocación de la Iglesia: ser misionera del Evangelio, humilde y creíble, invitando a todos los hombres al banquete del Reino de Dios, colaborando con los misioneros de frontera, que están entregando su vida por el Evangelio, pero sin olvidar ser misioneros dentro de las propias fronteras dando razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. 

REFLEXIÓN PERSONAL

.- Cómo cristiano, ¿a qué aspiro en la vida?

.- ¿Qué privilegio: el servicio o el autoservicio?

.- ¿Mi comunión con Cristo es real o ritual?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.