miércoles, 26 de noviembre de 2025

DOMINGO I DE ADVIENTO -A-

1ª Lectura: Isaías  2,1-5.

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y Jerusalén: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor. Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor.

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Conocido como “el profeta del Adviento”, será Isaías quien aporte el apoyo veterotestamentario a las lecturas de los domingos de este tiempo litúrgico.

El texto seleccionado tiene afinidades con Miqueas 4,1-3. En ambos se contempla la restauración de Sión, convertida en centro de peregrinación de las naciones, la restauración de la paz y un mundo y una sociedad regidos por la palabra del Señor.

Se trata de un oráculo de restauración escatológica, orientado a alimentar la esperanza, a depositar la confianza en la fidelidad de Dios. Él será el protagonista de una salvación universal, el árbitro de las naciones y el artífice de la verdadera paz. Él será la luz bajo la que caminarán pueblos numerosos. Esta era la esperanza del profeta, que halló su cumplimiento en Cristo: el juez definitivo (Jn 5,22), el constructor de la paz (Ef 2,14) y la luz que alumbre los caminos de los hombres (Jn 1,9).

 2ª Lectura: Romanos 13,11-14.

Hermanos:

Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo, y que el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los malos deseos.

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San Pablo exhorta a vivir con lucidez el presente. Con la redención de Cristo ha llegado la “Hora” de Dios. El cristiano, “hijo del día” (1 Tes 5,5), ya desde ahora liberado del mundo perverso (Gál 1,4) y  del imperio de las tinieblas, tiene parte en el reino de Dios y de su Hijo (Col 1,13); es ya ciudadano de los cielos (Flp 3,20). Consciente de vivir en ese HOY (Heb 1,2), el cristiano, vestido de Jesucristo, ha de conformar su vida con esa “hora” de la historia. Esta consideración es uno de los fundamentos de la moral paulina.

 Evangelio: Mateo 24,37-44.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque no sabéis a qué hora vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre.

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El texto evangélico es una llamada a la vigilancia. Forma parte del llamado “Discurso escatológico” del evangelio de san Mateo. Ante la pregunta de los discípulos por el “cuándo ocurrirá esto” (Mt 24,3), la respuesta de Jesús es terminante: “Cuidad que nadie os engañe” (Mt 24,4). El día del Señor, llegará, “mas de aquel día y hora nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, solo el Padre” (Mt 24, 36).  Jesús no ha venido a satisfacer curiosidades, sino a situar la vida en una actitud de esperanza y responsabilidad permanentes. No son palabras para asustar, para esconder el tesoro en la tierra (Mt 25,25), sino para activarlo con una inversión inteligente (Mt 25, 20.22).

 REFLEXIÓN PASTORAL

Iniciamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento.  Un tiempo espiritualmente muy rico, del que hacemos una lectura muy pobre. Es un tiempo crístico, orientado a Cristo, y por Cristo, meta y pedagogo de nuestra esperanza. Un tiempo crítico, que ayuda a desenmascarar impaciencias y utopías, ya que en toda espera el hombre está expuesto al espejismo o a la desesperación, a confundir lo último con lo penúltimo, lo accidental con lo fundamental, lo urgente con lo importante, el progreso material con la salvación... Y un tiempo eclesial: el tiempo de la Iglesia que avanza y celebra su fe “mientras esperamos la gloriosa venida del Señor Jesucristo”.

El Adviento es tiempo para recrear la esperanza cristiana, y para  recrearnos en ella. Necesitamos un baño de esperanza que, entre otras cosas, es:

·        Saber que Dios tiene la última palabra, y concedérsela.

·         Sentirse arcilla en sus manos, alfareras del hombre y del mundo (Is 64,7).

·        Desenmascarar falsas esperanzas.

·        Asumir con serenidad y paz las limitaciones, el dolor y la misma muerte.

·        Trabajar por un mundo mejor, rebelándose a considerar lo que hay como  irremediable.

·        Descubrir el encanto de la dura realidad.

En nuestros días, caracterizados por una especie de desencanto, somnolencia y marchitamiento de ideales y valores y de miedos, necesitamos vibrar ante proyectos como los presentados el profeta Isaías, cuando “de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas” y  no  alzará la espada pueblo contra pueblo, ni se adiestrarán para la guerra” (Is 2,4). El profeta invita a dar trascendencia a la mirada, a no sucumbir ante la realidad inmediata, a apostar por un mundo alternativo. Para ello son necesarios ojos proféticos y caminar a la luz del Señor.

Esperar, nos dice el Evangelio, es vigilar, dando calidad humana y cristiana a la existencia. Denunciando el comportamiento irresponsable de los tiempos de Noé, Jesús advierte de la necesidad de estar en vela, porque no se trata de “pasar” la vida, sino de “vivir” la vida. ¡Cuidado con el “sueño” religioso!

En la misma línea está la recomendación de san Pablo en la segunda lectura: “Daos cuenta del momento en que vivís; es hora de despabilarse… Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad” (Rom 13,11.13). Y se atreve a diseñar el vestido del Adviento: “Revestíos del Señor Jesucristo” (Rom 13,14).           

    Todo esto lo sugiere el tiempo de Adviento. No vivamos distraídos como en tiempos de Noé. Y hay muchas formas de vivir distraídos y muchas distracciones; una de ellas es abstraerse, desentenderse del momento que vivimos y privarle de una clarificación desde la luz de nuestra fe. ¡Caminemos a la luz del Señor!

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué actitud abordo el Adviento?

.- ¿Qué espero y a quién espero?

.- ¿Soy consciente del momento salvador en que vivo?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

viernes, 21 de noviembre de 2025

DOMINGO XXXIV -C-

1ª Lectura: II Samuel 5,1-3.

En aquellos días, todas la tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron: “Hueso tuyo somos y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quién dirigías las entradas y salidas de Israel. Además, el Señor te ha prometido: Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel”. Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.

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El texto relata la elección de David como rey de Israel y Judá. Se trata de un pacto entre las tribus del Sur y del Norte, basado en la fraternidad que existe entre ambos grupos, para defenderse de las agresiones de los pueblos limítrofes. No se trata de una monarquía absolutista, sino pactada. El absolutismo es la gran tentación del poder, y el poder esto no lo ha entendido. 

2ª Lectura: Colosenses  1,12-20.

Hermanos:

Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. El es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

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Este fragmento de la Carta a los Colosenses es una presentación hímnica de la figura de Cristo, rey del universo, primogénito de toda criatura y cabeza de la Iglesia, en el que reside toda la plenitud y que ejerció su señorío, su función reconciliadora, por la sangre de su cruz.

Evangelio: Lucas 23, 35-43.

En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros se ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido”. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro lo increpaba: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio este no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguró: hoy estarás conmigo en el paraíso”.

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El Evangelio nos presenta la figura de Cristo Rey desde la cruz, un trono paradójico: el omnipotente desde la impotencia. Una cruz que es reveladora de la intensidad de su amor. Cristo muere como vivió: perdonando y abriendo la puerta del Paraíso a quien arrepentido y con fe llama a su puerta. 

REFLEXIÓN PASTORAL

Dando culmen al año litúrgico, la Iglesia celebra la fiesta de Cristo rey. Es verdad que a algunos esto puede sonarles a imperialismo triunfalista o a temporalismo trasnochado. Es el riesgo del lenguaje, por eso hay que ir más allá, superando las resonancias espontáneas e inmediatas de ciertas expresiones para captar la originalidad de cada caso; de esta fiesta y de este título en concreto.

La afirmación del señorío de Cristo se encuentra abundantemente testimoniada en el NT.: El es Rey (Jn 18,37); es el primogénito de la creación y todo fue creado por él y para él (Col 1,15-16); es digno de recibir el honor, el poder y la gloria ( Apo 5,12) La segunda lectura, tomada de la carta a los Colosenses, que acabamos de proclamar es un exponente cualificado de esta realeza de Cristo.

Pero no es este el único tipo de afirmaciones; existen otras, también de Cristo Rey: “Vosotros me llamáis el Señor, y tenéis razón, porque lo soy; pues yo os he lavado los pies” (Jn 13,13-14), porque “no ha venido a ser servido sino a servir” (Mc 10,45),  y su servicio más cualificado fue dar la vida en rescate por muchos, reconciliando consigo todos los seres, haciendo la paz por la sangre de su cruz (Col 1,20).

Hablar de Cristo Rey exige ahondar en el designio salvador de Dios, abandonando esquemas que no sirven. El que nace en un pesebre, al margen de la oficialidad política, social y religiosa, el que trabaja con sus manos, el que recorre a pie los caminos infectados por la miseria y el dolor, el que no tiene dónde reclinar la cabeza, el que no sabe si va a comer mañana, el que acaba proscrito en una cruz…, ése tiene poco que ver con los reyes al uso, los de ayer y los de hoy.

Precisamente, el evangelio de este domingo nos le presenta reinando desde un trono escandaloso, la cruz, en una postura incómoda, y ejerciendo hasta el final lo que fue su forma peculiar de gobierno, el perdón y la misericordia.

Sí, Cristo es rey. El habló ciertamente de un reino; más aún este fue el tema central de su vida, y vivió consagrado a la instauración de ese reino; pero nunca aceptó que le nombraran rey. En una ocasión la gente lo intentó, y él, nos dice el evangelista S. Juan: “Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarlo por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte solo” (6,15). “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36), dijo Jesús ante Pilato.

E inmediatamente se puede caer en la equivocación de pensar que no es para este mundo. El reino de Cristo, y Cristo rey, no se identifica con los esquemas de los reinos o poderes de este mundo, pero sí que reivindica su protagonismo como fuerza transformadora de este mundo.

Como se  dice en el prefacio de la misa, el reino de Cristo es el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y la paz. O sea, la lucha contra todo tipo de mentira (personal o institucional), contra todo atentado a la vida (antes y después del nacimiento), contra todo tipo de pecado (individual o estructural), contra cualquier injusticia, contra la manipulación de la paz y contra la locura suicida y fratricida del odio. ¡No es de este mundo…, pero es para este mundo!

Celebrar la fiesta de Cristo Rey supone para nosotros una llamada a enrolarnos como militantes de su “reinado”; a situar a Cristo en el vértice y en la base de nuestra existencia; a abrirle de par en par las puertas de nuestra vida, porque el no viene a hipotecar sino a posibilitar la vida. “Abrid las puertas a Cristo. Abridle todos los espacios de la vida. No tengáis miedo. El no viene a incautarse de nada, sino a dar posibilidades a la existencia. A llenar del sentido de Dios, de la esperanza que no defrauda, del amor que vivifica” (Juan Pablo II).

La fiesta de Cristo rey nos invita, también a elevar a él los ojos y el corazón, para pedirle con humildad y esperanza: “Señor acuérdate de mi cuando estés en tu reino” (Lc 23,43). ¡Hermosa confesión general!

¡A Cristo rey no hay ponerle muy alto sino muy dentro! El reino de Dios empieza en la intimidad del hombre, donde brotan los deseos, las inquietudes y los proyectos; donde se alimentan los afectos y los odios, la generosidad y la cobardía… A Cristo rey, en definitiva, se le conoce, como nos recuerda el evangelio, profundizando en el misterio de la cruz. Acampemos cerca de él, para escuchar como el buen ladrón la palabra salvadora: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Siento pasión por el reino de Dios?

.- ¿Con qué actos y actitudes colaboro a que venga a nosotros su Reino?

.- ¿Adopto la actitud “regia” de Jesús?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

viernes, 14 de noviembre de 2025

DOMINGO XXXIII -C-

1ª Lectura: Malaquías 4,1-2.

Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir -dice el Señor de los ejércitos- y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia, que lleva la salud en las alas.

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El profeta contempla un juicio histórico en el que los malvados, como paja, arderán, mientras a los justos los iluminará un sol de justicia. Así se formulaba la esperanza en que Dios restauraría la justicia. Pero es importante notar que estas palabras están dirigidas a la comunidad de Israel, insensible a las continuas invitaciones del Señor a rectificar sus caminos y volver a Él.

2ª Lectura: II Tesalonicenses 3,7-12.

Hermanos:

Ya sabéis cómo tenéis que imitar mi ejemplo: No viví entre vosotros sin trabajar, nadie me dio de balde el pan que comí, sino que trabajé y me cansé día y noche, a fin de no ser carga para nadie.

No es que no tuviera derecho para hacerlo, pero quise daros un ejemplo que imitar. Cuando viví con vosotros os lo dije: el que no trabaja que no coma. Porque me he enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues a esos les digo y les recomiendo, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan.

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A los que en Tesalónica, por una equivocada interpretación de la venida del Señor, se habían entregado al “ocio”, el Apóstol les exhorta a trabajar para ganarse el pan. La espera del Señor debe propiciar la responsabilidad en la vida, pues “lo que uno siembre, eso cosechará… No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos… Mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos, especialmente a la familia de la fe” (Gál 6,7.9.10). La fe y la esperanza cristianas son principios activos para renovar la vida, no coartadas para huir de ella.

 Evangelio: Lucas 21,5-19.

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: Esto que contempláis, llegará un día que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.

Ellos le preguntaron: Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo esto está para suceder? Él contestó: Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: ‘Yo soy´ o bien ‘el momento está cerca´; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y revoluciones no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.

Luego les dijo: Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a la que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

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 Nos encontramos en el inicio de la sección del evangelio de san Lucas denominada “discurso escatológico”. Ante la grandiosidad del Templo, Jesús invita a una lectura más profunda, a no quedarse en la exterioridad. Ese Templo desaparecerá. Y desactiva la curiosidad de sus contemporáneos, que mostraban más interés por saber el cuándo de los acontecimientos que anunciaba que en entrar en las urgencias que planteaba Jesús a sus vidas para la conversión.

Jesús advierte de la necesidad de un discernimiento personal e histórico, para no confundirle con falsas propuestas que aparecerán bajo la etiqueta de su nombre. Y es que con su nombre puede circular otro “producto” o, como dirá Pablo, “otro evangelio” (Gál 1,6). Y anima a la fidelidad en tiempos difíciles, que sin duda llegarán a sus discípulos. En realidad algunos de los elementos apuntados en el texto reflejaban ya situaciones vividas por la primitiva comunidad, posterior a Jesús.

REFLEXIÓN PASTORAL

Los textos bíblicos que acabamos de leer nos sitúan ante la problemática del fin de “este” mundo. Para muchos la perspectiva del fin de la propia existencia, del mundo en que se mueven y en cuya construcción quizá han gastado lo mejor de sus vidas, suscita una resignada amargura, cuando no una desesperada protesta ante lo inevitable. Por otra parte, nos movemos en un ambiente de presagios funestos y fatalistas, donde abundan signos que incitan a pensar que nos encontramos en el umbral de grandes catástrofes. Es, pues, un tema que apasiona a muchos y que, en no pocas ocasiones, altera el equilibrio de la persona, atemorizada por el cómo y el cuándo de tales acontecimientos.

Como creyentes, ¿qué responder? Para el discípulo de Cristo no hay cabida más que para una actitud: la esperanza, la serenidad y la responsabilidad. A los cristianos de Tesalónica, preocupados por la suerte de los difuntos y de los últimos días, san Pablo les escribe: “Por lo que a esto se refiere no quiero que viváis como los que no tienen esperanza”. Además, “el día y la hora nadie lo conoce” (Mt 24,36), por tanto, “en lo que se refiere al tiempo y al momento, hermanos, no tenéis necesidad de que os escriba (1 Tes 5,1ss)…, y no os dejéis alterar fácilmente, ni os alarméis por alguna manifestación profética… Que nadie os engañe” (2 Tes 2,1ss).

Pero es que, además, ese “fin” no será el “final”, ni una catástrofe sino la victoria definitiva de Cristo. Entonces tendrá lugar la nueva creación de “unos cielos nuevos y una tierra nueva, donde habite la justicia” (2 Pe 3,13). Será una transformación de la existencia, por la que, en frase de san Pablo, “la creación entera gime y sufre dolores de parto…, porque la salvación es objeto de esperanza” (Rm 8,22). Entonces recibirán el premio los que vienen de la gran tribulación (cf. Ap 7,14). Entonces desaparecerán “las apariencias” por muy deslumbrantes que sean.

No se trata de destrucción, sino de renovación; no de muerte, sino de esperanza; no de fin, sino de comienzo, si bien, para ello, es necesario que el grano de trigo sea enterrado, que Cristo sea crucificado y que el cristiano tome cada día su cruz… Pero no lo olvidemos, el hecho básico de la vida de Jesús fue la resurrección, y de la vida del cristiano ha de ser la esperanza de que, si Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos.

Nada de actitudes negativas ni tremendistas. Creemos en Cristo, ¡vivamos consecuentemente, empeñados diariamente porque esta nueva creación -para los pesimistas el fin- se realice con nuestra aportación, ya que el reino de Dios, cuya implantación pedimos en el padrenuestro, no puede sernos ajena!

El mensaje de Jesús es una llamada a la responsabilidad. El vino a situar al hombre en la esperanza, desinstalándole de las falsas esperas. No vino a ilustrar nuestra curiosidad, prediciendo el futuro a modo de parte meteorológico, sino a fundamentar nuestra fe en algo y en alguien. Nos colocó ante el fin, y se marchó sin indicarnos la fecha, pero con una tarea que cumplir:

·        nos señaló un trozo de la viña, y nos dijo: venid y trabajad;

·        nos mostró una mesa vacía, y nos dijo: llenadla de pan;

·        nos presentó un campo de batalla, y nos dijo: construid la paz;

·        nos sacó al desierto con el alba, y nos dijo: levantad la ciudad;

·        puso una herramienta en nuestras manos, y nos dijo: es tiempo de crear.

Nos hizo una llamada a dar intensidad a nuestra vida desde el ángulo de la fe, a “finalizar” la vida. De ahí que hayamos de rechazar las actitudes superficiales, centradas en lo anecdótico.

Pero en el mensaje de Jesús hay una clarificación muy importante. Ante la fascinación por la grandiosidad del Templo de Jerusalén precisó: “De esto no quedará piedra sobre piedra”. Las estructuras, aún las más fascinantes, sucumben. Resiste mejor la embestida del huracán un junco que un  muro. Y con esos mimbres, frágiles, nos dice Jesús, Dios hace sus proyectos.

En espera de que nuestra existencia alcance esa dimensión definitiva sigamos el consejo de san Pablo: “Hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de amable, de puro…, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4,8), y “cuanto hacéis, de palabra y de obra, realizadlo todo en el nombre del Señor” (Col 3,17).

Solo con una vida así interpretada podremos acceder a celebrar coherentemente la Eucaristía, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador Jesucristo.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cómo me sitúo ante el tema del fin del mundo?

.- ¿Hasta qué punto asumo mi responsabilidad por construir la “tierra nueva”?

.- ¿Anima la esperanza mi vida  y anima mi vida la esperanza?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.

jueves, 6 de noviembre de 2025

DOMINGO XXXII: DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN

 1ª Lectura: Ezequiel 47,1-2.8-9.12.

    En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo. Del zaguán del templo manaba agua hacia levante -el templo miraba a levante-. El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar. Me sacó por la puerta septentrional y me llevó a la puerta exterior que mira a levante. El agua iba corriendo por el lado derecho. Me dijo: “Estas aguas fluyen hacia la comarca levantina, bajarán hacia la estepa, desembocarán en el mar de las aguas salobres, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida; y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí estas aguas, quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente. A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales.

                                              ***             ***             ***

   Una de las estructuras regeneradas y regeneradoras en la visión del profeta Ezequiel es el templo. De él surgirá una fuente inextinguible de agua purificadora y fecunda. Ya no será la apacible fuente de Siloé (Is 8,6-8), sino una oleada inmensa que todo lo vivifica y purifica, hasta las aguas del Mar Muerto. Este caudal supera a aquel manantial que brotó de la roca del desierto (Ex 17,1-7) y es equiparable al caudal del jardín del Edén (Gén 2,10-14), que hace generar frutos maravillosos. Es “agua viva” (Jer 2,13), regalada por el Señor (Sal 65,10).

 2ª Lectura: 1 Corintios 3,9c-11.16-17.

    Hermanos: Sois edificio de Dios. Conforme al don que Dios me ha dado, y, como hábil arquitecto, coloqué el cimiento, otro levanta el edificio. Mire cada uno cómo construye. Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.

                                             ***             ***             ***

     Pablo advierte a los cristianos de Corinto contra los partidismos que están surgiendo en la comunidad. Hay un solo fundamento, Jesucristo. Y el cristiano es edificación de Dios, templo de Dios. La verdad es consoladora, pero las exigencias son retadoras.

Evangelio: Juan 2,13-22.

    Se acercaba la pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Los discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?”. Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Los judíos replicaron: Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús. 

                                              ***             ***             ***

    La escena evangélica muestra la no indiferencia de Jesús ante la tergiversación de los espacios y signos religiosos. Mientras los evangelios sinópticos sitúan la escena al final de la vida de Jesús, Juan lo sitúa al inicio, a modo de gesto programático. Todo el montaje comercial del que se beneficiaban los dirigentes del templo había convertido el culto y la casa de Dios en mercado. Mientras en los sinóptico el gesto es interpretado como una acción profética, en Juan hace una clara referencia a los tiempos de la renovación mesiánica: Jesús, más que de purificar,  habla de sustituir el templo. La pascua cristiana aclarará el sentido profundo del gesto. Los discípulos lo entendieron cuando Jesús resucitó de entre los muertos. 

REFLEXIÓN PASTORAL 

Este domingo nos depara una sorpresa litúrgica al celebrar la Dedicación de la Basílica de Letrán, la “iglesia madre y cabeza de todas las iglesias”. Los textos bíblicos hacen referencia al culto cristiano, y son un punto de partida excelente para una reflexión sobre la Iglesia, como espacio físico y realidad espiritual.

     En primer lugar, y de fuera hacia adentro, no está de más valorar la iglesia edificio material. Ella es un lugar de identificación religiosa: ahí nos reunimos para celebrar la fe, para orar e intimar con Dios y con los hermanos. Espacio de serenidad y signo de la presencia de Dios.  El templo debe ser un lugar por el que todos deberíamos mirar, y al que todos deberíamos mimar como cosa nuestra, como casa nuestra. Por ahí va la primera lectura. El templo es un espacio santo y fuente de vida.

     Pero la reflexión más importante apunta en la dirección de la segunda lectura: “Vosotros sois edificio de Dios”, edificados sobre la piedra angular que es Cristo. Por eso advierte la 1ª Carta de S. Pedro: “Como piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo”. Una tarea de gran responsabilidad: “¡Cada cual mire cómo construye!”.  Porque si la Iglesia es obra de Dios, también es obra nuestra.

Como arquitectura viva y dinámica, hemos de ser el signo que haga presente a Dios a nuestros contemporáneos. A través de nosotros Dios es palabra que invita a una interiorización y humanización de la vida; es anuncio de alegría para quien no ve más que presagios funestos; es inquietud y estímulo para el conformista y aburguesado; es perdón para el rechazado, y acogida para todo aquel que carece de cobertura humana. ¿Somos la campana que anuncia y alegra la mañana del mundo con su sonido limpio y fresco o la que provoca repulsa con un ruido estridente y monótono sin conseguir despertar a los adormilados por una cultura nocturna y rutinaria...?

      El fragmento evangélico, finalmente, nos muestra cómo también los espacios sagrados pueden ser degradados. Jesús ha venido a renovar el culto y el espacio de culto, uniendo todo en su propia persona: él es la alternativa: es el nuevo templo y la nueva ofrenda. Se acabaron los “sucedáneos”, y los “trapicheos”.

      El edificio-templo no puede ser un recinto mágico, sino un espacio para abrirnos a Dios y a los hermanos. El edificio-templo, muy necesario por otra parte, solo tiene sentido si es expresión de comunión y de comunidad, solo si en él se reúnen personas que se saben y se sienten piedras vivas del templo de Dios.

 REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué aprecio tengo yo del templo?

.- ¿Con qué conciencia vivo mi condición de templo de Dios?

.- ¿Con qué responsabilidad entro en la construcción del templo que es la Iglesia?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

viernes, 31 de octubre de 2025

DOMINGO XXXI -C-: Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos

1ª LECTURA: Lam 3, 1-26.

 He perdido la paz, me he olvidado de la dicha; me dije: “Ha sucumbido mi esplendor y mi esperanza en el Señor”. Recordar mi aflicción y mi vida errante es ajenjo y veneno; no dejo de pensar en ello, estoy desolado; hay algo que traigo a la memoria, por eso esperaré. Que no se agota la bondad del Señor, no se acaba su misericordia; se renuevan cada mañana, ¡qué grande es su fidelidad!; me digo: “Mi lote es el Señor, por eso esperará en él”. El Señor es bueno para quien espera en él, para quien lo busca; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.

                                                  ***       ***       ***

 El texto del Libro de las Lamentaciones invita, consciente de que la misericordia del Señor  no se agota sino que se renueva cada mañana, a no perder la paz y esperar en silencio la salvación de Dios. 

 2ª LECTURA: Rom 6,3-9.

 Hermanos: ¿Sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado; porque quien muere ha quedado libre del pecado. Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él.

                                              ***       ***     ***          

Para el creyente, dice san Pablo, la muerte no es un hecho aislado, sino vinculado al misterio de la muerte y resurrección de Cristo -“¿o no lo sabéis?” (Rom 6,39)-. Por eso invita: “Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos” (2 Tim 2,8). 

EVANGELIO: Jn 14,1-6.

 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y a donde yo voy, ya sabéis el camino. Tomás le dice: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Jesús le responde: Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”.

                                                       ***    ***    ***

Jesús en el discurso de despedida de los discípulos, ante de su Pasión y muerte les invita a no turbarse y a creer en Dios y en él, porque en la casa del Padre, que es la nuestra, hay muchas moradas y él ha ido a prepararnos un lugar. Él es Camino de la Verdad que conduce a la Vida. La resurrección de Cristo lo ha cambiado todo, también la cara y el sentido de la muerte, de “la hermana muerte”.

 REFLEXIÓN PASTORAL

Celebrábamos ayer la fiesta de Todos los Santos, hoy celebramos la memoria de los Fieles Difuntos. Celebraciones que son como el anverso y reverso de la moneda de la vida. Ayer nos encomendábamos a Todos los Santos de toda lengua, pueblo y nación; hoy encomendamos al Señor a todos los Fieles difuntos, de toda lengua, pueblo y nación. Y especialmente a los más cercanos a nosotros: a nuestras familiares y amigos. Hoy es un día para recordarlos especialmente, aunque estén presentes siempre en nuestro recuerdo y oración.

La conmemoración de los Fieles Difuntos nos sitúa ante planteamientos de gran transcendencia para la vida. Con este motivo muchos, dirigimos nuestros pasos hacia el cementerio, donde reposan nuestros seres queridos.  Y es importante hacer correctamente ese camino: como los hombres que tienen esperanza. Pero ese día, además de orar y depositar unas flores, deberíamos reflexionar.

Es una fecha para orar, sentir y pensar la muerte y la vida. No se trata de una reflexión filosófica. Morir y vivir don dos verbos que todos hemos de conjugar en primera persona y en sus distintos tiempos y modos. Son dos verbos dialécticos que se reclaman mutuamente, y cada uno verá cómo los conjuga.

Es inútil colocarse de espaldas a realidades que tenemos de frente y que, por tanto, hay que afrontar. Y una de esas realidades ineludibles es la muerte. De ahí la importancia de escoger una buena clave de lectura. Porque la muerte es susceptible de múltiples lecturas. Puede vivirse y verse como desarraigo o abrazo fraterno (el de la hermana muerte); como aniquilación o descanso; como exilio al frío mundo del no ser o retorno a la casa del Padre; como confinamiento al más absoluto de los vacíos o caída en los brazos de Dios; como siega voraz o siembra; como ocaso o como aurora.

         El creyente la aborda específicamente, como los hombres que tienen esperanza. “No queremos, hermanos, que  ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los hombres que no tienen esperanza” (I Tes 4,13).  No la ignora, pero no se obsesiona,  porque: “Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Así pues, tanto si morimos como si vivimos somos del Señor” (Rom 14,8-9). “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá... ¿Crees esto?” (Jn 11,25).

         La muerte cuestiona todo lo que somos y hacemos. Plantea un por qué radical a la vida, a sus afanes. Pero, además de inevitable, la muerte es necesaria como oportunidad para aprender a valorar la vida -“el que no sabe morir mientras vive es vano y loco, morir cada hora su poco es el arte de vivir” escribía José Mª Pemán-.

     Saber que hemos de morir debería enseñarnos a vivir, debería llevarnos a no agarrarnos egoístamente a esta vida, a no idolatrarla, sino a vivirla entregándola, sembrándola en otras vidas, para que germine en ellas. Ser inmortal no es “perdurar” indefinidamente, sino radicar la vida en el Amor permanente, que es Dios, y en el amor al prójimo. Solo quien es capaz de vivir y morir en amor y por amor puede vivir en plenitud por siempre. “El que entrega su vida por amor la gana para siempre”.

         Hemos de agradecer a Dios el don de la vida y de la muerte, de “la hermana muerte”, porque nos abre la puerta para entrar definitivamente en la casa del Padre y vivir por siempre en plenitud. Porque “morir solo es morir.  Morir se acaba. Morir es una hoguera fugitiva.  Cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba” (J.L. Martín Descalzo).

         Hermosamente expresaron estas ideas Jorge Manrique en “Coplas a la muerte de su padre”, y Miguel de Unamuno en el epitafio de su sepultura: “Méteme, Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar”.

     Por todo ello san Francisco de Asís, en las proximidades de su muerte, cantó: “Loado seas, mi Señor, por la hermana muerte corporal, de la que ninguno puede escapar… Dichosos aquellos a quienes hallará en tu  santísima voluntad, porque la muerte segunda no les hará mal” (Cántico del Hermano Sol).

Los textos bíblicos de esta Conmemoración invitan a contemplar la muerte a la luz que aporta la palabra de Dios, para no vivirla como los que no tienen esperanza (I Tes 4,13).

El Libro de las Lamentaciones, nos recuerda que “la misericordia y la bondad del Señor se renuevan cada mañana” y que “es bueno  en el silencio la salvación del Señor”.

San Pablo nos advierte que la muerte del bautizado en Cristo es una “vinculación” con el misterio de su muerte y de su resurrección, o “¿no lo sabéis?” (Rom 6,3-9). 

Y Jesús en el Evangelio (Jn 14,1-6) invita a no turbarnos y a creer en Dios y en él, porque en la casa del Padre, que es la nuestra, hay muchas moradas y él ha ido a prepararnos un lugar. La resurrección de Cristo lo ha cambiado todo, también la cara y el sentido de la muerte, en “la hermana muerte”.


REFLEXIÓN PERSONAL

.- Qué reflexiones me sugiere la Conmemoración de los Fieles Difuntos?

.- ¿Cómo integro esta realidad en mi vida?

.- ¿Mi visión de la muerte es “cristiana”?  ¿Vivo con esperanza?

Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

miércoles, 22 de octubre de 2025

DOMINGO XXX -C-

1ª Lectura: Eclesiástico 35,15b-17. 20-22a.

El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha la súplica del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia.

                                                 ***             ***           ***

El perfil de Dios diseñado en este fragmento del libro del Eclesiástico responde al rostro tradicional del Dios de los profetas: volcado al clamor del pobre, sensible a sus demandas. No es que el grito del pobre le motive a actuar -Dios no necesita esa motivación, es misericordioso por naturaleza-, pero le garantiza al oprimido que no clama en el vacío. Ese grito es la profesión de fe en Dios de aquellos que ya la han perdido en todo lo demás y en todos los demás.

 2ª  Lectura: 2 Timoteo 4,6-8. 16-18.

Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no solo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. La primera vez que me defendí ante el tribunal, todos me abandonaron y nadie me asistió. Que Dios los perdone. Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. ¡A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén!

                                                 ***       ***          ***

¿En qué momento de la vida de Pablo hay que situar este testimonio? ¿Alude a un final inminente de su vida, o muy cercano,  o al final próximo de su encarcelamiento y  a la “partida”-salida de la cárcel-, para continuar la misión? Los vv 9-18 parecen confirmar la segunda hipótesis. El Apóstol habla ahí de sus planes a realizar. Pablo estaría reconociendo que esa prueba la ha superado con la ayuda de Dios, de quien espera la recompensa, a pesar del abandono de algunos en los que confiaba. La enseñanza es clara: Dios no abandona. 

Evangelio: Lucas 18,9-14.

En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.

                                             ***             ***             *** 

La parábola de Jesús invita al autoexamen de conciencia. Dos tipos antagónicos y paradigmáticos. Por medio del contraste, quizá hasta caricaturesco, Jesús quiere descubrir los planteamientos equivocados de una religión “formalista” inclinada a hacer cuentas con Dios. El hombre no se justifica ante Dios; es Dios quien hace justo al hombre. “Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10). Para acceder a Dios hay que caminar por el camino de la verdadera humildad, ya que ese fue el camino por el que Dios ha venido a nosotros (Flp 2, 5-11).

 REFLEXIÓN PASTORAL

         El fariseo era el hombre oficialmente justo (y puede que realmente lo fuera en muchos casos), el publicano era símbolo del pecador (y puede que en muchos casos realmente no lo fuera). Eran, sin embargo, clichés corrientes para catalogar a las personas de entonces. Pero, como toda verdad, tampoco la del hombre se reduce a tópicos y a clichés. “Lo que el hombre es ante Dios, eso es y nada más” decía san Francisco. Y ante Dios se sitúan estos dos “tipos” de hombre.

“¡Oh Dios mío!”. Así comienzan ambos su oración, pero desde posiciones geográficas y espirituales distintas. El fariseo, erguido, en primera fila; el publicano, atrás, no se atrevía a levantar los ojos… Y desde ahí los caminos se bifurcan y separan.

         El fariseo, aunque diga “Te doy gracias”, no da gracias a Dios: se aplaude a sí mismo. Su oración es imposible porque habla de confrontación con los otros, de distanciamiento, de descalificación y de autodefensa -“no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano”.

         El fariseo comienza invocando a Dios, pero lo ocultó en seguida con su enorme YO, con su propio ídolo. En aquel hombre tan lleno de sí mismo no quedaba espacio para Dios. Se creía santo y por eso hasta su orgullo era santo. Pobres santos, quienes confunden la santidad con el cumplimiento legalista; quienes tienen que recordar a Dios que gracias a ellos recibe gloria; quienes necesitan desmarcarse del conjunto para hacerse oír de Dios. ¡Pobres santos, porque no son santos!

El publicano, menos habituado al templo y a los rezos, que quizás desconocía las leyes religiosas, hace una síntesis más breve de su vida: “Soy un pecador”. Y concede a Dios todo el espacio, todo el protagonismo, toda la iniciativa. Deja que Dios sea Dios, que sea su salvador. Su pequeño yo no eclipsa a Dios. El fariseo entendía la salvación como hechura de sus propias manos; Dios era un simple remunerador, un pagador. El publicano entendía la salvación como obra de Dios, confiándose a ella esperanzadamente Por eso, dijo Jesús, “bajó justificado a su casa”, porque dejó que Dios brillara en su vida.

Así juzga Dios. La primera lectura nos presenta el perfil del Dios justo. Una justicia que no es “neutralidad” aséptica, sino condescendencia misericordiosa ante las “precariedades” humanas: “Escucha las súplicas del oprimido, no desoye los gritos del huérfano o de la viuda…; sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes”. Para Dios no bastan las “pruebas externas”, que pueden estar amañadas. Dios no mira ni juzga como los hombres. Los hombres juzgan por las apariencias, pero Dios mira al corazón (1 Sam 16,7). 

Por eso, en la segunda, san Pablo expresa su serenidad ante el momento final, convencido de que su vida de fidelidad y sufrimiento por el Evangelio serán acogidos por el Señor, juez justo, que conoce cómo ha corrido hasta la meta. Pero Pablo sabe que todo eso no ha sido por obra suya, sino por la gracia de Dios que ha actuado en él. No le salvará su fidelidad para con Dios sino la fidelidad de Dios para con él. Una fidelidad que exige correspondencia, pero que, por encima de todo, es oferta permanente de misericordia.

 REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Desde qué espacios vitales hago yo la oración?

.- ¿Mi oración es de “ajuste de cuentas” (fariseo) o de confianza filial (publicano)?

.- ¿Permanezco fiel en las pruebas, o me vengo abajo?

Domingo J.  Montero Carrión, franciscano capuchino.

 

 

 

miércoles, 15 de octubre de 2025

DOMINGO XXIX -C-

1ª Lectura: Éxodo 17, 8-13.

En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué: Escoge a unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en la cima del monte con el bastón maravilloso en la mano. Hizo Josué lo que le decía Moisés y atacó a Amalec; Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía bajada, vencía Amalec. Y como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo para sentarse; Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.

                                        ***             ***             ***

La “conquista” de la Tierra Santa no se consiguió solo con las armas sino, sobre todo, con la oración. Es lo que quiere destacar este relato. Israel no es el fuerte, el fuerte es Dios. “Unos confían en sus carros…, nosotros confiamos en el Señor” (Sal 20,8). De ahí se deriva una conclusión: esa Tierra es don de Dios, y el pueblo debe vivir allí atento a las exigencias de la voluntad de Dios.

2ª Lectura: IIª Timoteo 3,14-4,2.

Querido hermano: Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado; sabiendo de quien lo aprendiste, y que de niño conoces la Sagrada Escritura: Ella puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena. Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda comprensión y pedagogía. 

                                              ***             ***             ***

El texto rezuma un tono pastoral. Se comienza destacando la importancia de la educación religiosa originada en la familia. Y, sobre todo, se subraya la centralidad de la Palabra de Dios. De ella se afirman aspectos importantes: su inspiración y su carácter pedagógico.  Palabra que debe ser  escuchada, estudiada profundamente y proclamada pedagógicamente.

Evangelio: Lucas 18,1-8.

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:

Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”; por algún tiempo se negó; pero después se dijo: “Aunque no temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”.

Y el Señor respondió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

                                        ***             ***             ***

Consciente de que la inconstancia es uno de los peligros de la oración, Jesús invita a la perseverancia en la misma. La parábola quiere mostrar que si la perseverancia puede cambiar el corazón de un hombre “neutro”, sin sensibilidad religiosa y humana, cuánto más alcanzará el corazón misericordioso de Dios. Pero, ¿a Dios hay que informarle? No. “No ha llegado la palabra a mis labios y ya, Señor, te la sabes toda” (Sal 139,4). ¿Entonces? No oramos para activar la memoria de Dios, sino la propia. Orar nos recuerda temas fundamentales: que somos hijos de Dios y que él es nuestro Padre.  Jesús nos anima a orar como hijos de Dios y con la temática de los hijos de Dios, que él resumió en el Padrenuestro.

REFLEXION PASTORAL

Dos son los núcleos en los que insisten los textos bíblicos de este domingo: en la importancia de la oración o, mejor, de la perseverancia en la oración. Porque no se trata de algo intermitente ni discontinuo, sino de perseverar en ella como Moisés (1ª lectura) o como la viuda del evangelio. Y en la importancia del estudio y proclamación de la Palabra de Dios (2ª lectura). Dos elementos esenciales: estudio-anuncio de la Palabra de Dios y oración.

La Palabra de Dios no está encadena” (2 Tm 2,9), pero no por falta de intentos. Son muchas las tácticas para acallar, para encadenar la Palabra de Dios: unas violentas y represivas, otras más sutiles y camufladas. Hay quienes la impugnan frontalmente; quienes la tergiversan y manipulan, sirviéndose de ella mientras da cobertura a sus intereses; quienes la dan por no dicha…., y quienes culpablemente la ignoran.

Pretenden silenciarla sus enemigos, pero, y esto es lo más grave, la silenciamos los propios creyentes. Encadenamos la Palabra de Dios con nuestras rutinas, con nuestra falta de compromiso, con nuestro desconocimiento de la misma. La amordazamos con nuestros silencios y evasiones culpables…

Cargado de cadenas por su predicación del Evangelio (2 Tm 2,9; Flp 1,13), san Pablo proclama que el Evangelio no está encadenado, que a la Palabra de Dios no le paralizan las dificultades, las cadenas…; solo la superficialidad, la rutina son paralizadoras.

La Palabra de Dios, más bien, es desencadenante, pone en marcha procesos de renovación, de liberación personal y comunitaria. Los testimonios más antiguos de la historia bíblica nos presentan con gran fuerza y plasticidad esta dimensión liberadora y salvadora de la Palabra de Dios, rompedora de esclavitudes y miedos congénitos o impuestos…

En nuestra vida personal y comunitaria deberíamos conceder mayor espacio, tiempo y credibilidad a la Palabra de Dios; así se ampliarían también los espacios de nuestra libertad, porque, inspirada por Dios e inspiradora de Dios, es una palabra pedagógica: “útil para enseñar, corregir, educar”.

Investigad las Escrituras, dijo Jesús, ellas dan testimonio de mí” (Jn 5,39). Estudiar la Palabra de Dios es un paso imprescindible para conocerla, amarla, orarla y actuarla. No podemos concederle un espacio marginal, sino un espacio vital y eso significa, entre otras cosas, abrir el Evangelio en todos los momentos de la vida y abrirse al Evangelio en todas las situaciones de la vida.

         Sin olvidar el segundo aspecto: la oración perseverante. Dios siempre escucha y responde, pero lo hace a su manera y a su tiempo. La oración cristiana no tiende a cambiar el plan de Dios, sino a conocerlo y a cumplirlo.

         Escribía san Agustín: “Dios no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él no puede desconocerlos, sino que pretende que por la oración se acreciente nuestra capacidad de desear”, y de desearlo. La oración debe ser prioritaria, “la mejor parte” (Lc 10,42). Como dijo el papa san Juan Pablo II: “La oración debe ir antes que todo: quien no lo entienda así y no lo practique así no puede excusarse de la falta de tiempo, sino de la falta de amor”, pues “orar es tratar de amistad con quien sabemos que nos ama” decía santa Teresa.

Pero sigue en pie la pregunta de Jesús: ¿existirá en la oración ese componente de fe, sin el cual la oración es imposible? La oración marca la temperatura de nuestra fe y de nuestro amor a Dios.

La celebración del DOMUND en este domingo aparece un año más como una llamada a nuestra conciencia cristiana para “orar al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38) y para desde el conocimiento y amor por la Palabra de Dios “tomar parte en las duras tareas del Evangelio” (II Tm 1,8).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué conocimiento tengo de la palabra de Dios? ¿La leo asiduamente?

.- ¿Qué compromisos trae a mi vida la celebración del DOMUND?

.- ¿Soy perseverante en la oración?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano-capuchino.