1ª Lectura: Isaías 11,1-10.
En aquel día: Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de ciencia y discernimiento, espíritu de consejo y valor, espíritu de piedad y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas; defenderá con justicia al desamparado, con equidad dará sentencia al pobre. Herirá al violento con el látigo de su boca, con el soplo de sus labios matará al impío. Será la justicia el ceñidor de sus lomos; la fidelidad, ceñidor de su cintura. Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará con la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No hará daño ni estrago por todo mi Monte Santo: porque está lleno el país de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.
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Nos hallamos ante la formulación más acabada del sueño profético para Israel. Un tiempo presidido por el espíritu del Señor, encarnado en el Ungido de Dios. Un tiempo marcado por la piedad, la paz, la justicia y la verdad. Toda la creación se verá afectada y renovada por ese Espíritu. Desaparecerán las hostilidades no sólo entre los hombres, sino entre el hombre y la naturaleza, representada en los animales. La hostilidad que arrancó de la desobediencia del Paraíso (Gén 3,14-15), desaparecerá en este nuevo paraíso. Una visión similar de pacto entre Dios y la naturaleza en favor del hombre se encuentra en Os 2,20; Ez 34,25.28; Is 65,25. Jesús aparecerá reivindicando ese Espíritu y esa función (Lc 4, 18-19; Mt 12,18-21).
2ª
Lectura: Romanos 15,4-9.
Hermanos: Todas las antiguas
Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra
paciencia y el consuelo que dan las
Escrituras mantengamos la esperanza. Que Dios, fuente de toda paciencia
y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, como es propio de
cristianos, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo. En una palabra, acogeos mutuamente como Cristo os ha acogido
para gloria de Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los
judíos para probar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los
patriarcas, y, por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por
su misericordia. Así dice la Escritura: Te alabaré en medio de los gentiles y
cantaré a tu nombre.
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El texto seleccionado pertenece al final de la parte
exhortativa de la Carta. San Pablo amonesta a los cristianos, en su mayor parte
provenientes del mundo pagano, a considerar las Escrituras como guía espiritual
y criterio de vida. A profundizar la comunión, para orar a Dios con un solo
corazón. A acoger al otro como cada uno ha sido acogido por Dios en Cristo.
Dios no discrimina: la elección, en otro tiempo, del pueblo judío no supuso la
exclusión de los gentiles, y la apertura ahora del Evangelio a los gentiles no
oscurece esa fidelidad de Dios respecto de Israel. Cristo nos lo revela con
claridad: él ha venido a derribar el muro de separación (Ef 2, 14).
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el
desierto de Judea predicando: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los
Cielos”. Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: “Una voz grita en el desierto:
preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. Juan llevaba un vestido de
piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de
saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de
Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el
Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los
bautizara, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la
ira inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones
pensando: `Abrahán es nuestro padre´, pues os digo que Dios es capaz de sacar
hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y
el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con
agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y
no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con el Espíritu Santo y
fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el
granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga”.
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Juan Bautista es una de las figuras típicas del
Adviento. Fue un personaje de gran relevancia en su tiempo. Era el guía
carismático de un movimiento popular, que convocó al pueblo a la penitencia
ante la inminencia del juicio de Dios. Su mensaje estaba centrado en la
urgencia de la conversión, ofreciendo como signo de la misma el bautismo en las
aguas del Jordán.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Si nos fuera permitido soñar el futuro, no lo
imaginaríamos mejor que como nos lo describe el profeta Isaías: un futuro de
justicia y de paz, sin sombras ni amenazas, y presidido por alguien sobre “el que se posará el espíritu del Señor”
(Is 11,2), y con una especial providencia hacia el pobre, el afligido y el
indigente (Sal 71). Y no es un sueño imposible; pero no puede obtenerse sólo
soñando. Ese es el futuro que Dios quiere para el hombre, y por el que Cristo
trabajó y entregó su vida. Un futuro al que hay que abrir camino.
“Preparad el camino” (Mt 3,3), dice el Bautista. Juan denunciaba las falsas seguridades religiosas, la insuficiencia de una práctica religiosa ritual, la falta de frutos. Más tarde, dirá Jesús que al árbol se le conoce por sus frutos (Mt 7,20), de conversión. Y eso exige introducir en nuestras vidas rectificaciones profundas y hasta cambios de dirección, porque “Mis caminos no son vuestros caminos” (Is 55,8). ¿Cómo abrir caminos a ese futuro? ¿Cómo hacer para que el Reino de Dios venga a nosotros? “Convertíos…, rectificad…, dad frutos” (Mt 3,3.8). Es lo de siempre, porque nunca nos decidimos a tomarlo en serio. Por eso nuestros caminos no conducen a ninguna parte y, en todo caso, no conducen a ese futuro añorado y soñado de paz y justicia.
Juan denunciaba las falsas seguridades religiosas, la
insuficiencia de una práctica religiosa ritual, la falta de frutos. Más tarde,
dirá Jesús que al árbol se le conoce por sus frutos (Mt 7,20), de conversión. Y
eso exige introducir en nuestras vidas rectificaciones profundas y hasta
cambios de dirección, porque “Mis caminos
no son vuestros caminos” (Is 55,8).
La voz de Juan es exigente, y debemos escucharla y
acogerla con seriedad y gratitud. La palabra de Dios no es una palabra de
adorno, ni demagógica; es útil para enseñar, corregir y salvar (cf. 2 Tim
3,16). Nos lo recuerda hoy la segunda lectura (Rom 15,4).
Hoy se nos invita a soñar el futuro, pero sobre todo a
trabajar por él, y a una lectura atenta de las Escrituras; ellas nos ofrecen
claves para propiciar la alternativa, “pues
se escribieron para enseñanza nuestra…, y con el consuelo que dan mantengamos
la esperanza” (Rom 15,4), pues “toda
Escritura es útil para educar en la justicia” (2 Tim 3,16).
Cristo asumió este servicio de ser y dar esperanza,
pues “Dios, mediante la Resurrección de
Jesucristo nos ha reengendrado a una esperanza viva” (1 Pe 1,3),
convirtiéndose personalmente en nuestra esperanza (Ef 1,12; Col 1,27; 1 Tim
3,14) y convirtiéndonos en servidores de esperanza (1 Pe 3,15).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué hago para preparar el camino del Señor?
.- ¿Qué rectificaciones debo introducir en la vida?
.- ¿Qué conocimiento y aprecio tengo de la palabra de
Dios?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.
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