1ª Lectura: Sabiduría 7,7-11.
Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí un espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y tronos, y en su comparación tuve en nada la riqueza. No la equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro a su lado es un poco de arena, y junto a ella la plata vale lo que el barro. La preferí a la salud y a la belleza, me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso. Todos los bienes juntos me vinieron con ella, había en sus manos riquezas incontables.
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El sabio opta por la sabiduría, que es la
revelación de Dios. Una sabiduría que san Pablo identifica con Jesucristo, pues
mientras “los judíos piden señales, y los griegos
van tras la sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, que para los judíos
es ciertamente un escándalo, y para los no judíos una locura, pero para los
llamados, tanto judíos como griegos, es poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque
lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más
fuerte que los hombres” (1 Cor 1,22-25).
La Palabra de Dios es viva y eficaz, más
tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen
alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del
corazón. Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de Aquel
a quien hemos de rendir cuentas.
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En pocas palabras el autor de la Carta a
los Hebreos hace una presentación de los rasgos más profundos de la Palabra de
Dios. Y esa Palabra se hizo carne e historia en Jesucristo (Cf. Jn 1,14).
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al
camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: Maestro bueno,
¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas
bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás,
no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás,
honra a tu padre y a tu madre. Él replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido
desde pequeño.
Jesús se le quedó mirando con cariño y le
dijo: Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres
-así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme. A estas palabras, frunció
el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús mirando alrededor,
dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino
de Dios!
Los discípulos se extrañaron de sus palabras. Jesús añadió: Hijos, ¡qué difícil les es entrar en Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios. Ellos se espantaron y comentaban: Entonces, ¿quién puede salvarse? Jesús se les quedó mirando y les dijo: Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.
Pedro se puso a decirle: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús dijo: Os aseguro que quien deja casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casa y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras con persecuciones-, y en la edad futura vida eterna.
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A un hombre con una pregunta existencial por lo fundamental, Jesús, mirándole con cariño, le invita a “ir más allá” del cumplimiento: le invita a su seguimiento, un seguimiento enriquecedor, pero también retador. La propuesta alternativa de Jesús implica tres momentos: desprendimiento, caridad con el pobre y seguimiento. La “retirada” de aquel hombre es elocuente. Jesús advierte del peligro de los que confían en las riquezas, pero tampoco lo absolutiza: Dios lo puede todo (cf Lc 19, 1-10). En la respuesta a Pedro, Jesús asegura que el seguimiento exige el desprendimiento y que el desprendimiento y seguimiento cristiano es enriquecedor: abre al hombre a una familia más amplia: la iglesia, y le incorpora en esperanza a la vida eterna. El inciso “junto con persecuciones” matiza el peligro de una interpretación materialista o ingenua de la promesa.
REFLEXIÓN PASTORAL
La Palabra de Dios no es un adorno ni un
entretenimiento. Es la única posibilidad de caminar por el mundo, identificados
con estilo y contenidos propios. Palabra que nos comunica verdades (es
reveladora) e interpela nuestra existencia (es responsabilizadora).
La rutina y la artificialidad con que la
proclamamos y escuchamos han acabado por restarle capacidad de impacto en
nuestra existencia. ¡Ya nos sabemos el Evangelio - y no nos sorprende-! ¡Ya no
es una buena noticia, ni siquiera noticia, sino historia repetida! Acojamos con
responsabilidad las afirmaciones de la Carta a los Hebreos: "La Palabra de Dios es viva y eficaz... Juzga
los deseos e intenciones del corazón"
(2ª lectura).
¿Y cuáles son los contenidos y exigencias
que esa palabra nos anuncia este domingo?
Que es necesario dotar a nuestra vida de contenidos sólidos, si queremos
que ésta no se diluya. Que es preciso establecer una valoración jerarquizada de
los motivos del vivir, si no queremos una existencia tergiversada,
desorientada. Que al hombre no le queda otra alternativa de salvación si no es
la progresiva liberación de la confianza ciega
en el poder salvador del dinero. Que es necesaria la Sabiduría de Dios -
esa de la que nos habla la primera lectura - para distinguir, entre tanta
bisutería, el auténtico tesoro.
El afán de tener más, para ser más y
consumir más ha exigido -y exige- un alto precio en moneda humana. Muchos
ascensos se consiguen con desplazamientos injustos e, incluso, pisando peldaños
humanos. Muchas ganancias están amasadas con derechos hipotecados.
Jesús hoy irrumpe en nuestras vidas para
decirnos que el camino de la salvación va en otra dirección; que los
planteamientos a que tenemos sometida la existencia son planteamientos de
muerte, sin salida, sin futuro...Y no podemos acallar ni atenuar la radicalidad
de sus palabras: "¡Qué difícil les
será entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!"
Pero tampoco las utilicemos como argumento
de condenación: son palabras orientadas a crear esperanza, aunque no falsas ni
cómodas esperanzas; son palabra de salvación, porque "Dios lo puede todo". Hasta cambiar el corazón de los ricos... Pero
ser rico no es solo poseer cosas sino poseerse, o ser poseído por las cosas; y
la salvación la encontramos en la medida en que compartimos no solo lo que
tenemos sino lo que somos; en la medida en que el dar nos proporcione más
alegría que el recibir; en la medida en que nos situemos ante el Señor con la
pregunta del personaje del evangelio: “¿Qué
tengo que hacer para heredar la vida eterna?”
"Una
cosa te falta..." respondió Jesús. Invitándole a ir más allá de la
observancia de los mandamientos, le invita, le urge, a adentrarse en el ámbito
de la comunión interhumana, a liberarse de las redes que paralizaban sus
movimientos..., para seguirle.
Esa advertencia de Jesús -“Una cosa te falta”- debería conducirnos
a la pregunta por el ¿qué nos sobra?;
porque muchas veces es la saturación la que nos impide percibir las carencias
más importantes de la vida.
¿Qué nos sobra? ¿Miedo? ¿Insensibilidad?
¿Superficialidad? ¿Egoísmo? ¿Soberbia? ¿Rutina?... Es necesario revisar el
ropero vital y ver qué cuelga de nuestras perchas. Ya san Pablo invitaba a los
Colosenses y a los Efesios a hacer esa revisión, para deshacerse de lo que
sobra y quedarse con o esencial con “lo
bueno” (1 Tes 5,1). Caminamos saturados de cosas accesorias, olvidando la “carga ligera” (Mt 11,30) de Jesús.
“Buscad
sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura”
(Mt 6, 33); “¿De qué le sirve a uno ganar
el mundo, si se pierde o se arruina a sí mismo?” (Lc 9,25); “No estéis agobiados…” (Mt 6,25). “Solo una
cosa es necesaria” (Lc 10,42). “Quien a Dios tiene nada le falta;
solo Dios basta” (Sta. Teresa).
También nosotros podamos, quizá,
reconocernos en ese personaje, con una vida honesta, pero no radical. Como a
él, puede que solo nos falte, o nos
sobre, una cosa para amar a Dios sobre todas las cosas; pero es esa
precisamente, la que nos distancia y entristece.
Ante la radicalidad de las exigencias de Jesús, los discípulos se extrañaron mucho. Nosotros seguimos tan tranquilos, quizá porque no las tomamos en serio
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Qué me falta? ¿Qué me sobra para seguir al Señor?
.-
¿Cuáles son mis preguntas en la vida?
.- ¿Discierno la vida desde la palabra de Dios, o prevalecen otros criterios?
DOMINGO
J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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