jueves, 26 de diciembre de 2024

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA -C-

1ª Lectura: Eclesiástico 3,3-7. 14-17a.

    Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; el que respete a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha.

    Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras seas fuerte. La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se te recordará y se desharán tus pecados como la escarcha bajo el sol.

                                              ***             ***             ***

    El texto de Eclesiástico no solo es normativo sino crítico. Las advertencias que dirige a los hijos suponen la existencia de situaciones en que los padres no disfrutaban del reconocimiento debido por los hijos. El autor subraya la capacidad “redentora” del amor y el respeto a los padres, máxime en su ancianidad y debilidad física y mental. Sin embargo, las “obligaciones” no son solo de los hijos para con los padres. También deben profundizarse las relaciones de los padres para con los hijos, liberándolas de toda tentación paternalista o de inhibición en el ejercicios de sus deberes. Sin olvidar, las relaciones de conyugalidad, expuestas a la tentación de una vivencia superficial y tergiversada.

2ª  Lectura: Colosenses 3,12-21.

    Hermanos:

    Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos  mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos: la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él.

Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene al Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

                                                ***             ***             ***

     El texto seleccionado pertenece a la tercera parte de la carta a los Colosenses -las exhortaciones a la comunidad-. Dos niveles se advierten en él: el de  la familia de Dios, la Iglesia (Gál 6,10), y el de  la familia doméstica, la de la carne y la sangre. Respecto de la primera, destaca diversas actitudes, enfatizando sobre todo el perdón, el amor y la gratitud. Una familia cohesionada en torno a la palabra de Cristo. Respecto de la segunda, se mueve en los parámetros de una convivencia íntima y cordial. Con un subrayado especial: no exasperar a los hijos.

 Evangelio: Lucas 2,41-52.

   Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta, según la costumbre, y cuando terminó se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían, quedaban sombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.

     Él les contestó: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?

     Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.

                                      ***             ***             ***

    La escena evangélica merece ser leída con detenimiento: nos habla de la familia de Nazaret como una familia religiosa practicante; de la actitud de Jesús: una actitud de libertad, de madurez; de la búsqueda angustiosa  de unos padres, que aceptan pero no entienden… Todo se recompuso felizmente. Jesús volvió a Nazaret, y allí, en el espacio familiar, aprendió a hacerse y a crecer como hombre. Su madre aparece como el sagrario de las palabras de Jesús, esperando el momento de su plena comprensión y comunicación.

    REFLEXIÓN PASTORAL

         Si algo propician las fiestas navideñas es el encuentro familiar. Y no es esta una aportación irrelevante. Pero en la familia cristiana hay que ir más allá: hay que encontrar a la Sagrada Familia.

         Los llamados “cambios de paradigma” afectan también -¡y cómo!- a la familia. No es el momento de describir sus múltiples rostros, pero sí de advertir de sus enormes riesgos.

         La familia hoy necesita ser “redescubierta”, “liberada” y hasta “redimida”. No se puede asistir impasibles a su desmoronamiento ni a su tergiversación. Es cierto que los tiempos nuevos demandan formas nuevas, lenguajes nuevos pero no hasta el punto de convertir esa novedad en una alteración radical.

         La familia humana, en general, es una realidad “tentada” por distintos proyectos de configuración, y ha estar alerta para no apartarse de su perfil original. Este puede ser el gran servicio de la familia cristiana: contribuir a esa “renovación” de la familia. Pero, para ello, ella debe vivir en ese estado de “renovación”, pues “si la sal se vuelve sosa…” (Lc 14,34). 

         “La familia es escuela del más rico humanismo” afirmó el Concilio Vaticano II, subrayando que “el bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (GS nn. 52. 47).

         Los textos de la palabra de Dios iluminan el tema, arrojando chorros de luz sobre el mismo. Con un lenguaje muy tradicional, el Eclesiástico comenta los deberes inherentes al cuarto mandamiento: amor, respeto, comprensión con los padres, especialmente cuando la debilidad menoscabe sus vidas. Los padres no deben ser desplazados ni ignorados: son la memoria viva, con sus luces y sombras, del arco del arco de la vida. Los padres ancianos tienen el derecho a ser despedidos con la misma ternura con que ellos nos acogieron al nacer.

         La carta a los Colosenses amplía el horizonte familiar a la comunidad eclesial, en la que deben reproducirse los sentimientos de una verdadera fraternidad, que se identifica como “familia de Dios” (Ef 2,19).

         Y el evangelio nos ofrece el testimonio de la familia de Nazaret. Un espacio de crecimiento en el respeto, la libertad, y el amor.

         La familia necesita confrontarse con modelos sólidos, dignificadores y regeneradores. La familia de Nazaret ofrece ese modelo: en su escuela podemos aprender las lecciones humanas y divinas para que el hombre viva en plenitud el designio familiar de Dios. “Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irremplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social” (Pablo VI, Alocución en Nazaret, 1964).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Me siento miembro de la familia de Dios?

.- ¿Cómo vivo a la Iglesia?

.- ¿Cómo vivo a mi familia de carne y sangre?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

 

 

 

 

martes, 17 de diciembre de 2024

DOMINGO IV DE ADVIENTO -C-

1ª Lectura: Miqueas 5,2-5a.

    Esto dice el Señor: Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornarán a los hijos de Israel. En pie pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor su Dios. Habitarán tranquilos porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y esta será nuestra paz.

                                            ***             ***             ***

    Este oráculo contrapone al rey actual, Ezequías, humillado por Senaquerib, rey de Asiria (cf. 2 Re 18,13-16), con el el nuevo jefe de Israel, cuyo nacimiento inaugurará la nueva era de paz y de gloria. Miqueas se imagina a este mesías en la forma tradicional de los profetas de Judá. La mención de Belén, lo enraíza con la figura de David. El evangelista Mateo retomará este oráculo para presentar el nacimiento de Jesús, en quien ve cumplida la profecía.

2ª Lectura: Hebreos 10,5-10.

    Hermanos:

    Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.

    Primero dice: No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos ni víctimas expiatorias, -que se ofrecen según la ley-. Después añade: Aquí estoy para hacer tu voluntad.

    Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y, conforme a esa voluntad, todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.

                                        ***             ***             ***

    Cristo no es una mera “continuación”, ni un eslabón más en la cadena de la historia de la salvación, él es el Salvador.  Desaparecen las mediaciones instrumentales, provisorias, para aparecer lo definitivo; desaparecen los sacrificios y ofrendas rituales, superados con “su” ofrenda sacrificial. Es el “hoy” definitivo de Dios (Heb 1,2). Pablo, escribiendo a los romanos, recordará que la ofrenda que agrada a Dios no es la ritual sino la personal (Rom 12,1-2), recreando el modelo de la de Jesús.

Evangelio: Lucas 1,39-45.

    En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

                                            ***             ***             ***

    Este encuentro entre las dos madres es también el primer encuentro entre los dos hijos. Juan inagura su misión de precursor, saltando de gozo en el seno materno y anunciando por boca de su madre el señorío de Jesús (v.43). Isabel es la mujer profeta que desvela el misterio más profundo acaecido en María. Como más tarde Juan (Lc 3,16), ella también se reconoce inmerecedora de la visita de la madre de su Señor. Y ofrece la radiografía más profunda de María, descubriendo su secreto y su grandeza: su fe en la palabra de Dios.

REFLEXIÓN PASTORAL

     El domingo IV de Adviento tiene todos los elementos para ser considerado el umbral de la Navidad. En los textos bíblicos que iluminan la celebración eucarística ya aparecen los paisajes y personajes que enmarcan y protagonizan el misterio.

     Belén, el espacio geográfico privilegiado: "Y tú Belén..., aunque eres la más pequeña entre las familias de Judá..., de ti saldrá el pastor de Israel"(1ª). Es la primera opción de Jesús por los pobres: la opción por “lo” pobre.

    Xto., corazón y núcleo de la Navidad, revela el sentido de su venida: "Aquí estoy para hacer tu voluntad" (2ª); y María (evangelio), la realizadora de la Nochebuena, la mujer escogida por Dios para la encarnación y alumbramiento del Verbo.

     En este preludio navideño es bueno centrar nuestra atención en MARIA, pues nadie como ella vivió y dio vida al misterio que nos disponemos a celebrar.

    Fijémonos. Apenas recibe la buena y sorprendente noticia de su maternidad, conociendo la situación de su prima Isabel, ya en el sexto mes de su embarazo, se pone inmediatamente en camino -" a prisa" dice el evangelio-, para servirla.

     Antes de alumbrar físicamente al Señor, María lo hace presente con su caridad, traducida en servicio. Entrando en casa de Isabel, lo irradia. E Isabel lo percibe en lo más íntimo de su ser. "Apenas te he oído, saltó de gozo el niño en mi seno". Y desvela el misterio."Dichosa tú que has creído". Este es el núcleo y el secreto de María: su fe. Una fe que integra en sí el misterio -"¿Cómo puede ser esto?"-, y una fe que la integra a ella en el misterio -"Hágase en mí según tu palabra"-, sabiendo de quien se ha fiado.  En esto consiste su inigualable grandeza, en su entrega inigualablemente audaz y creadora al plan de Dios.

     Acogió con tanta profundidad y verdad a la Palabra de Dios que la hizo su Hijo, y fue profundizada con tanta verdad por ésta que la hizo su Madre.

     La fe es el eje en torno al cual gira la comprensión y vivencia auténtica de la Navidad. Sin la fe  todo se distorsiona, se tergiversa y banaliza. Esa fe es el origen, la causa más profunda, la razón última de la alegría con que el cristiano vive estos días. En este sentido, la Virgen es correctamente invocada como "causa de nuestra alegría", porque ella es la madre de la alegría cristiana: Cristo -Él es nuestra alegría-.

     María es un ser transparente, mejor, una transparencia de Cristo. No tiene luz propia; en ella brilla radiante la luz de Dios. Ella es alumbradora de esa luz. Antes del parto,  en la visitación, ya lo irradia; en Belén, lo da a luz; y en Caná de Galilea, remite a Él: "Haced lo que Él os diga".

    Sí, María es un proyector de luz; la imagen de María Virgen proyecta una luz particular para vivir estos días navideños, para iluminar y motivar nuestra alegría, y sobre todo nuestro modo de ser y estar con los demás: en actitud de servicio, irradiando y transparentando la presencia del Señor. 

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué luz proyecto en mi vida y con mi vida?

.- ¿Cuál es mi disponibilidad para el servicio?

.- ¿Interpreto mi vida como “ofrenda agradable a Dios”?                               

    Domingo J. Montero Carrión, OFMCap.

viernes, 6 de diciembre de 2024

DOMINGO II DE ADVIENTO -C-

1ª Lectura: Baruc 5,1-9. 

     Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y viste las galas perpetuas de la gloria que Dios te da; envuélvete en el manto de la justicia de Dios y ponte a la cabeza la diadema de la gloria perpetua, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: “Paz en la justicia, Gloria en la piedad”.

    Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia oriente y contempla a tus hijos, reunidos de oriente a occidente, a la voz del Espíritu, gozosos, porque Dios se acuerda de ti. A pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios te los traerá con gloria, como llevados en carroza real.

    Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios; ha mandado al bosque y a los árboles fragantes hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.

                                                    ***             ***             ***

    El texto pertenece a la parte conclusiva del libro de Baruc. Construido con fraseología que en buena parte evoca los mensajes proféticos del final del exilio, se trata un escrito complejo, datado en torno a mediados del siglo II aC, y pseudónimo. Su atribución a Baruc, el secretario de Jeremías, es un recurso literario para dar realce a la obra.  En esta sección se exhorta  y estimula a Jerusalén a recuperar la confianza en una restauración operada por la acción salvadora de Dios. Dios será el protagonista de la restauración.

 2ª Lectura: Filipenses 1,4-6. 8-11.

    Hermanos:

    Siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del evangelio, desde el primer día hasta hoy. Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús. Testigo me es Dios de lo entrañablemente que os quiero, en Cristo Jesús. Y esta es mi oración: que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios.

                                              ***             ***             ***

    Con palabras entrañables Pablo se dirige a la comunidad de Filipos, una de las iglesias más fieles a su persona y a su mensaje. Ora con alegría para que esa comunidad no quede estancada, sino que crezca en su construcción y consolidación interna, en la espera del Día de Cristo. La esperanza en la venida del Señor debe actuar de estímulo permanente.

Evangelio: Lucas 3,1-6.

    En el año quince del reinado   del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del Profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios” 

                                            ***             ***             ***

    La historia de la salvación no es una abstracción: se ubica en la historia de los hombres: tiene nombres, geografía y cronología… La irrupción de Jesús se vio precedida  por la actividad de Juan el Bautista: la voz que gritaba en el desierto un mensaje renovador y de esperanza, ofreciendo como signo un bautismo de conversión.

REFLEXIÓN PASTORAL

         Comenzábamos el pasado domingo la andadura por el ciclo litúrgico del Adviento con el deseo de adentrarnos en el camino de Cristo, de convertirnos, a ese horizonte de esperanza que es la venida del Señor. Conversión que no es solo retrospectiva y de arrepentimiento de nuestros caminos equivocados, sino prospectiva y de reorientación existencial hacia el Señor, Camino verdadero. Venida que san Pablo hoy designa como “el Día de Cristo Jesús” (2ª lectura); lo que, implícitamente, supone afirmar que en tanto llegue ese “día”, estamos viviendo “días de otro”, de otros señores, de otros poderes, de otros valores..., y eso puede desorientar nuestra fe y desfondar nuestra esperanza.

         ¿Cómo vivir estos tiempos, en verdad, difíciles y recios? Ante todo no permitiendo que “los afanes de este mundo”, que las contradicciones de la vida nos sumerjan en el escepticismo, ni que las utopías humanas aminoren o ahoguen en nosotros el deseo por el Señor y su venida (oración colecta).

         Hoy, la liturgia quiere fortificar nuestra esperanza con una verdad fundamental: la llegada del “Día de Cristo”, que supondrá un juicio -no una revancha, sino el triunfo de la verdad-, clarificando definitivamente las diversas situaciones de la historia humana, poniendo a cada uno en su sitio e invirtiendo, consecuentemente, bastante ordenes y escalafones (cf. Sab 5).

Y es importante mantener viva esta referencia a la verdad última, para que no nos obnubilen y ofusquen las medias verdades o las grandes mentiras.

         La palabra de Dios (1ª) nos invita a despojarnos de vestidos de luto y aflicción (las obras del pecado) y a revestirnos de galas perpetuas (las obras del amor); a ponernos en pie, a ascender y mirar al Oriente, lugar de donde viene la Luz. Dios diseñará un horizonte nuevo y un camino nuevo con su justicia y su misericordia y, por eso, “estamos alegres” (salmo responsorial).

Pero la liturgia de hoy no solo nos muestra el objeto final de nuestra esperanza, nos descubre también el modo de vivir en la espera: “Preparad el camino del Señor”.

La esperanza cristiana no es quedarse boquiabiertos mirando al cielo, ni de brazos cruzados mirando al suelo. Nuestra esperanza debe implicarnos y complicarnos en la realización de lo que esperamos.

 Hacer camino, he ahí el modo cristiano de esperar. Pero, ¿cómo? Es san Pablo quien nos dice: “que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y sensibilidad para discernir los valores”. El amor es el mejor constructor de caminos a la esperanza, además de ser el mejor camino. Pero no un amor teórico ni diplomático, sino un amor operativo, “como yo os he amado” (Jn 13,34). Un amor crítico, que discierne situaciones personales y estructurales, un amor que urge rectificaciones donde sean necesarias. No, por tanto, condescendencia indolente, sino urgencia para el bien.

Preparar el camino del Señor es convertirnos en caminos que conduzcan al Señor, viviendo de tal manera que los que se encuentren con nosotros se den cuentan de que nosotros nos hemos encontrado con el Señor.

Montes de autosuficiencia y orgullo, que hemos de abajar. Valles profundos de oscuridad y desesperanza que hemos de llenar de luz y esperanza. Caminos sinuosos y equivocados que hemos de rectificar, para que su Camino sea nuestro camino, y los nuestros conduzcan al suyo.

Esto, entre otras cosas, significa esperar “el día de Cristo” y trabajar porque su Reino llegue a nosotros. Que el Señor nos ayude a comprenderlo y a vivirlo.

REFLEXIÓN PERSONAL

         .- ¿Cómo preparo y me preparo para “el Día de Cristo?

         .- ¿Vivo ya en ese “Día”. ¿Por qué caminos discurre mi vida?

         .- ¿Qué discernimiento hago de los valores de la vida 

Domingo J. Montero Carrión, OFMCap.

 

viernes, 29 de noviembre de 2024

DOMINGO I DE ADVIENTO -C-

1ª Lectura: Jeremías 33,14-16.

    Mirad que llegan días -oráculo del Señor-, en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “Señor-nuestra-justicia”.

                                    ***             ***             ***

    En pleno asedio a Jerusalén por las tropas del rey de Babilonia (587 aC), Jeremías, prisionero del rey Sedecías, acusado de minar la esperanza del pueblo y de la tropa, tras denunciar el fracaso de los reyes de Israel y de Judá en su tarea “mesiánica”, anuncia una nueva intervención de Dios, regeneradora de la dinastía y de la sociedad. Dios actúa a través de mediaciones históricas, pero siempre está más allá de esas mediaciones, alimentando la esperanza.

2ª Lectura: 1 Tesalonicenses 3,12-4,2.

    Hermanos:

    Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos, y que así os fortalezca internamente; para que cuando Jesús  nuestro Señor vuelva acompañado de sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre. Para terminar, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios: proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos en el nombre del Señor Jesús. 

                                        ***             ***             ***

    La esperanza cristiana se actúa en el amor mutuo y a todos; esa es la plataforma existencial del cristiano, mientras espera la venida del Señor. La moral cristiana no es una moral casuista. Pablo invita a los cristianos de Tesalónica a reproducir personalmente, con creatividad, los valores inherentes a la vocación cristiana.

Evangelio: Lucas 21,25-28.

    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado que no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación por el dinero, y se os eche de repente encima aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.

                                        ***             ***             ***

    A pesar del lenguaje “apocalíptico”, la venida del Hijo del Hombre, descrita por Lucas según la terminología de Dan 7,13s, será un gran acontecimiento de liberación. Entonces serán recapituladas todas las cosas en Cristo (Ef 1,10). Un proceso que ya ha comenzado. Los cristianos han de saber leer la historia, los signos de los tiempos, incluso en sus capítulos más sombríos, inyectando en ellos la dosis necesaria de esperanza, y colaborando para que en esos signos se perciba el proceso liberador de Dios.

REFLEXIÓN PASTORAL

     Estrenamos calendario. Hay que poner los relojes en hora. Comenzamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento. La Iglesia, a través de los diversos tiempos litúrgicos -Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario- quiere concienciarnos para que vivamos e interioricemos el misterio de la salvación, meditando y celebrando sus contenidos más importantes.

     No solemos valorar correctamente el tiempo de Adviento; nos parece un tiempo sin identidad, breve, de trámite, de tránsito para la Navidad. Un tiempo por el que pasamos sin entrar en él Es verdad que es un tiempo intermedio, no definitivo, pero ineludible y decisivo. Es el tiempo de la vida, de la creación entera.

     Bellamente lo expresa san Pablo: “Sabemos que la creación entera gime hasta el presente… Y no solo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza” (Rom 8,22-24).

    En su libro/entrevista “Cruzando el umbral de la esperanza”, el Papa Juan Pablo II subrayaba esta dimensión.

 Un tiempo litúrgica y existencialmente “fuerte”. Es el tiempo bíblico por excelencia. Un tiempo crístico, por cuanto todo él está orientado a Cristo y por Cristo...; un tiempo crítico, en cuanto que ayuda a desenmascarar impaciencias y utopías, y a purificar y consolidar la esperanza... Y un tiempo eclesial: el tiempo de la Iglesia que celebra su fe “mientras espera la gloriosa venida del Señor Jesucristo”.

      Los textos bíblicos de este primer domingo pretenden suscitar en nosotros una reacción para que rompamos con ritmos de vida cansinos y rutinarios y elevemos los ojos a lo alto para descubrir esa figura que viene cargada de ilusión y salvación para la vida.

      La primera lectura, tomada del llamado “Libro de la consolación” del profeta Jeremías, habla del gran día en que Dios suscitará a Alguien que hará justicia y derecho, acabando con el desencanto de los defraudados por la prepotencia y la injusticia. Y ese alguien será Jesucristo. Pero, ¿realmente ha acabado Cristo con el desencanto? ¿No damos la impresión de que no ha venido ni se le espera?

      El Evangelio, por su parte, con un lenguaje propio del género apocalíptico, habla de la venida del Señor en poder y gloria; y urge a vivir con lucidez y discernimiento: “Tened cuidado que no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero”.

      Desde la segunda lectura se nos hace una llamada a la esperanza responsable, activando el amor fraterno, que es verdadero artífice de la esperanza.

      Todo esto lo sugiere el tiempo de Adviento. No es, pues, solo, la evocación de Belén, no es un tiempo de añoranzas sino de esperanzas; no es un tiempo retrospectivo, sino la espera de la gran Navidad futura, cuando Dios nazca definitivamente en todo hombre y todo hombre renazca para Dios.

      El Señor vino, vendrá y VIENE en cada instante y circunstancia, en cada urgencia del prójimo y en cada gracia. ¡No vivamos distraídos! ¡Y hay muchas formas de distraerse! ¡Y muchas distracciones! Que la Virgen María nos ilumine y enseñe a vivirlo con la intensidad con que ella lo vivió! Es la Virgen del Adviento.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué actitud me sitúo ante el Adviento?

.- ¿Mantengo esperanzas en la vida? ¿De qué tipo?

.- ¿Con qué alimento la esperanza?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXIV -B-: SOLEMNIDAD DE CRISTO REY

1ª Lectura: Daniel 7,13-14.

    Yo vi, en una visión nocturna, venir una especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el Anciano venerable y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará.

                                            ***             ***             ***

    En el marco de una visión nocturna, caracterizada por la presencia de cuatro fieras, representantes de los cuatro imperios entonces conocidos, que sembraron de terror la tierra, Daniel contempla la aparición de este personaje misterioso, a quien un Anciano radiante de luz, símbolo de Dios,  le entrega el dominio de la creación y un reinado eterno sobre la misma. Descodificar la identidad de ese personaje es una cuestión abierta, que oscila entre una interpretación colectiva -el pueblo de Dios (v 27)- o individual. Posteriormente la tradición judía lo identificará con el Mesías davídico. Jesús evocará también esta imagen (Mc 13,26 par; Mt 25,31) como expresión de su propia esperanza, y se convertirá en imagen privilegiada de su manifestación en gloria (Mc 14,62 par; Hch 7,55-56)

2ª Lectura: Apocalipsis 1,5-8.

         A Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros, a  pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre, a Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. ¡Mirad! Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá, también los que le atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén. Dice Dios: Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.

                                                 ***             ***             ***

El libro del Apocalipsis -revelación de Jesucristo- se abre con una solemne y densa doxología a Jesucristo con tres atributos principales inspirados en el salmo 89 -Testigo fiel, Primogénito de entre los muertos y Príncipe de los reyes de la tierra- y evocado también como el que nos ha liberado de nuestros pecados y convertidos en un pueblo sacerdotal. Muerto y resucitado aparecerá glorioso y su venida interpelará a la historia.   

 Evangelio: Juan 18,33b-37.

En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?

Pilato replicó: ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho?

     Jesús le contestó: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judío. Pero mi reino no es de este mundo. Pilato le dijo: Conque, ¿tú eres rey?

Jesús le contestó: Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

                                                  ***    ***    ***

El interrogatorio ante Pilato es una nueva revelación por parte de Cristo, clarificando su identidad  -es Rey-, su misión -ser testigo de la verdad- y la naturaleza de su reinado -no se rige por los parámetros de los reinos de este mundo-. Se trata de un proyecto alternativo, el reino de Dios, que tiene identidad propia, y que Dios revela a los sencillos y a los buscadores de la verdad. Un Reino que hay que orar diariamente y que diariamente  hay que esforzarse en  construir con la ayuda de Dios, verdadero protagonista, “pues si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 127,1).

 REFLEXIÓN PASTORAL

     La fiesta de Cristo Rey da culmen al año litúrgico. En unos tiempos en que la Iglesia reivindica la imagen de un Jesús humilde y servidor de los pobres, y ella misma reivindica para sí ese rostro, esta fiesta puede sonar a imperialismo triunfalista o a temporalismo trasnochado. Es el riesgo del lenguaje; por eso hay que ir más allá, superando las resonancias espontáneas e inmediatas de ciertas expresiones, para captar la originalidad de cada caso.

      La afirmación del señorío de Cristo se encuentra abundantemente testimoniada en el NT.: Él es Rey (Jn 18,37); es el primogénito de la creación: todo fue creado por él y para él (Col 1,15-16); es digno de recibir el honor, el poder y la gloria (Ap 5,12); “el príncipe de los reyes de la tierra (Ap 1,5)...

      Pero no es este el único tipo de afirmaciones; existen otras, también de Cristo Rey: “Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy; pues si yo os he lavado los pies… (Jn 13,13),  porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45), reconciliando consigo todos los seres, haciendo la paz por la sangre de su cruz (Col 1,20).

     Hablar de Cristo Rey exige ahondar en el designio salvador de Dios, abandonando esquemas que no sirven. El que nace en un establo y es acunado en un pesebre, al margen de la oficialidad política, social y religiosa; el que trabaja con sus manos; el que recorre a pie los caminos infectados por la miseria y el dolor; el que no tiene dónde reclinar la cabeza; el que no sabe si va a comer mañana; el que acaba proscrito en una cruz…, ese tiene poco que ver con los reyes al uso, los de ayer y los de hoy.

     Sí, Cristo es rey. El habló ciertamente de un reino; más aún este fue el tema central de su vida, y vivió consagrado a la instauración de ese Reino; pero nunca aceptó que le nombraran rey (Jn 6,15). Sólo en la Cruz…

      Celebrar la fiesta de Cristo Rey supone para nosotros una oración intensa y responsable para que “Venga a nosotros tu Reino”; habilitando el corazón para que eche ahí sus raíces. Pues a Cristo no hay ponerle muy alto sino muy dentro. El reino de Dios empieza en la intimidad del hombre, donde brotan los deseos, las inquietudes y los proyectos; donde se alimentan los afectos y los odios, la generosidad y la cobardía… Y desde un corazón así, pedirle como el buen ladrón desde la cruz: “Señor, acuérdate de mí (de nosotros) cuando llegues a tu Reino” (Lc 23,42).

      Un reino por el que hemos de trabajar ahora. Un reino con unas características bien definidas. Como se dice en el prefacio de la misa de esta fiesta, el reino de Cristo es el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y la paz.

        O sea, la lucha contra todo tipo de mentira (personal o institucional), contra todo atentado a la vida (antes y después del nacimiento), contra todo tipo de pecado (individual o estructural), contra cualquier injusticia, contra la manipulación de la paz y contra la locura suicida y fratricida del odio. ¡No es de este mundo…, pero es para este mundo!

      Un reino que necesita militantes que sitúen a Cristo en el vértice y la base de la existencia; abriéndole de par en par las puertas de la vida, porque él no viene a hipotecarla sino a darla posibilidades. “Abrid las puertas a Cristo. Abridle todos los espacios de la vida. No tengáis miedo. El no viene a incautarse de nada, sino a dar posibilidades a la existencia, viene a llenar del sentido de Dios, de la esperanza que no defrauda, del amor que vivifica” (Juan Pablo II)

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué resonancias trae a mi vida la fiesta de Cristo Rey?

.- ¿Trabajo porque venga a nosotros su Reino?

.- ¿Abro a Cristo las puertas de mi vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

martes, 12 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXIII -B-

1ª Lectura: Daniel 12,1-3.

    En el tiempo aquel se levantará Miguel, el arcángel que se ocupa de tu pueblo: Serán tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida perpetua, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad. 

                                                ***             ***             ***

    Las horas negras por las que pasa el pueblo no serán definitivas. Lo definitivo será una vida nueva; habrá una reivindicación final y solemne de la verdad y la justicia. Este es uno de los textos veterotestamentarios en que se afirma explícitamente la resurrección de los muertos. La luz que definitivamente iluminará al mundo será la sabiduría y la justicia. 

2ª Lectura: Hebreos 10,11-14.18.

 Hermanos:

    Cualquier otro sacerdote  ejerce su ministerio diariamente ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados. Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrados de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados. Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados.

                                            ***             ***             ***

    El futuro está asegurado por la obra salvadora de Cristo. A diferencia de cualquier otro sacerdocio, el de Cristo es personal; en él se funden e identifican, en una unidad indivisible, ofrenda y oferente. Su sacrificio es el único que tiene poder de borrar realmente los pecados. Él será el juez y el salvador de la historia.

 Evangelio: Marcos 13,24-32.

     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán.

      Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.

      Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a las puertas. Os aseguro que no pasará esta generación antes de que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles ni el Hijo, solo el Padre.

                                              ***             ***             ***

    El texto de S. Marcos se apoya en referencias veterotestamentarias (Is 13, 9-10 y 34,4). Los prodigios cósmicos sirven en el lenguaje de los profetas para describir las intervenciones poderosas de Dios en la historia; aquí, en concreto, se quieren subrayar dos aspectos: una novedad-renovación radical, que implica la desaparición de lo antiguo (cf 2 Pe 3,13)- y la transitoriedad de la realidad presente, sin entrar a describir el cómo, ni a determinar el cuándo. El centro de esta pequeña unidad recae en la afirmación de la venida del Hijo del hombre. Para S. Marcos se trata de la venida de Jesús; pero de una venida peculiar: lo sugiere la referencia a la nube (que es signo del mundo divino) y la afirmación "con gran poder y gloria". La imagen está inspirada en Dan 7,13-14, con la que se anunciaba el restablecimiento del reino mesiánico. Aunque no se afirma expresamente la finalidad de esa venida, los contextos literarios sugieren que es para juzgar. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles para reunir a los elegidos. Reunir a todos los hijos de Dios dispersos era el gran sueño de Israel (Zac 2,10; Dt 30, 4). Ninguno se perderá. La venida del Hijo del hombre pondrá fin a la dispersión originada por la gran tribulación. El final, pues, no será catastrófico, sino salvador.

    Con la parábola de la higuera, Jesús invita al discernimiento correcto de los signos de los tiempos.

REFLEXIÓN PASTORAL

     Nos encontramos en las postrimerías del año litúrgico, y los textos de la palabra de Dios nos invitan a reflexionar sobre un hecho inevitable: el fin de “este” mundo. Más de uno podrá haber quedado impresionado por el lenguaje de estos textos, especialmente el del evangelio. No es este el momento para abordar su explicación. Solo señalar que pertenece a un género literario especial -el apocalíptico-, caracterizado por la viveza  de sus imágenes, y que tiene por tema, generalmente, la revelación de los acontecimientos últimos de la historia. En todo caso, es una literatura de esperanza, no de catástrofe. Pero si no podemos abordar la peculiaridad de ese lenguaje literario, no debemos eludir, sin embargo, la necesidad de alcanzar su mensaje.

     Para muchos de nuestro contemporáneos la perspectiva del fin de la propia existencia y del mundo en que se mueven, y en cuya construcción han empleado, quizá, lo mejor de su vida, suscita una resignada amargura, cuando no una desesperada protesta ante lo inevitable.

     Por otra parte, nos movemos en un ambiente de presagios funestos, donde abundan profetas de calamidades, que pretenden ver en los acontecimientos que estamos viviendo el umbral o el dispositivo que ponga en funcionamiento el detonador fatal. Como creyentes, ¿qué responder a esto?

      Para el discípulo de Cristo no hay cabida más que para una actitud: la esperanza responsable. A los cristianos de Tesalónica, preocupados por la suerte de los muertos y de los últimos días, san Pablo les escribe “para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza” (1 Tes 4,13). Además, “el día y la hora nadie la conoce” (Mc 13,32), por tanto “en lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis que os escriba” (1 Tes 5,1)…, “y no os alarméis por alguna revelación, rumor o supuesta carta nuestra… ¡Que nadie en modo alguno os engañe!” (2 Tes 2,2-3).

      Pero es que, además, según los textos del NT, ese fin no será una catástrofe, sino la victoria definitiva de Cristo. Entonces tendrá lugar la “nueva creación de unos cielos y una tierra nueva en los que habite la justicia” (2 Pe 3,13): se oirá la voz de Jesús: “Mira,  hago nuevas todas las cosas” (Apo 21,5). Será una transformación de la existencia, por la que “la creación entera ahora gime y sufre dolores de parto…, pues hemos sido salvados en esperanza” (Rom 8,22.24). Entonces recibirán el premio los que vienen de la “gran tribulación” (Ap 7,14).

     La carta a los Efesios ofrece las claves para una lectura optimista del llamado fin del mundo: recapitulación de todas las cosas en Cristo (Ef 1,10). No se trata, pues, de destrucción, sino de novedad; no de muerte, sino de esperanza. Si bien, para ello, es necesario que el grano de trigo sea sembrado, enterrado (Jn 12,24); que Jesús sea crucificado (Mt 17,22-23); que el cristiano tome cada día su cruz (Mt 16,24) y que la representación de este mundo pase (1 Cor 7,31). Pero no lo olvidemos, el hecho fundamental de la vida de Jesús fue la resurrección, y de la vida del cristiano ha de ser la esperanza de que si Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos con Él (1 Cor 6,14; 2 Tim 2,11).

      Nada de actitudes negativas. Creemos en Cristo, vivamos en consecuencia, empeñándonos diariamente porque esta nueva creación  -para los pesimistas el final- se realice con nuestra aportación, ya que el reino de Dios, cuya implantación pedimos en el Padrenuestro, no puede sernos ajena. Nos lo recuerda la parábola de los talentos.

      Por tanto, en espera de que nuestra existencia adquiera una dimensión definitiva, sigamos el consejo de san Pablo a los cristianos de Filipos: “Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta” (4,8), y “todo lo que de palabra o de obra, realicéis, sea  todo en el nombre de Jesús” (Col 3,17). Solo con una vida así interpretada, podremos celebrar coherentemente la Eucaristía, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador, Jesucristo.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Sé leer desde la fe los “signos de los tiempos”?

.- ¿Cómo afronto el presente?, ¿con esperanza?

.- ¿Funciono en la vida con mentalidad de sembrador o de recolector?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.                                   

viernes, 8 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXII -B-

1ª Lectura: 1ª Reyes 17,10-16.

    En aquellos días, Elías se puso en camino hacia Sarepta, y al llegar a la puerta de la ciudad encontró allí una viuda que recogía leña. Le llamó y le dijo: Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba.

    Mientras iba a buscarla le gritó: Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan. Respondió ella: Te juro por el Señor tu Dios, que no tengo ni pan; me queda solo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.

    Respondió Elías: No temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después. Pues así dice el Señor Dios de Israel: La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra.

    Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó: como lo había dicho el Señor por medio de Elías.

                                        ***             ***             ***

    El relato se sitúa en el contexto de una gran sequía que asoló la región como castigo por los pecados del rey Ajab (1 Re 17,1). A una orden del Señor, Elías se dirige desde el torrente de Kerit, al este del Jordán, a Sarepta, en territorio de Sidón, donde Dios proveerá a su supervivencia por medio de una viuda. Ni Sarepta ni la viuda pertenecían al pueblo de Israel, pero sí a ese “pueblo de Dios” anónimo con el que él construye la historia. La generosidad de aquella pobre viuda salvó la vida del profeta. Su servicio no la empobreció, sino que la inmortalizó en la historia de la salvación.

2ª Lectura: Hebreos 9,24-28.

    Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres -imagen del auténtico-, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces -como el sumo sacerdote que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena. Si hubiese sido así, Cristo tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo-. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, en el momento culminante de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. El destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio. De la misma manera Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar definitivamente a los que lo esperan.

                                                ***             ***             ***

    La figura de Cristo como el Sumo Sacerdote y la Víctima definitiva es enfatizada en estos versículos. En él ha desaparecido toda fragmentariedad y provisionalidad. El sacrificio de Cristo es único y definitivo, no necesita repetirse; borra el pecado no mediante “sangre ajena” sino con la propia. Convertido en intercesor permanente, es la garantía de la esperanza cristiana. 

Evangelio: Marcos 12,38-44.

    En aquel tiempo enseñaba Jesús a la multitud y les decía: ¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa.

    Estando sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.

     Llamando a sus discípulos les dijo: Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa nacesidad, ha echado de lo que tenía para vivir.

                                    ***             ***             ***

    Jesús pone en evidencia dos comportamientos radicalmente opuestos: el de los escribas, mostrando cómo la vanidad y la avaricia son comportamientos repugnantes, sobre todo cuando se arropan con “argumentos religiosos”. Y el de la pobre viuda, subrayando lo que marca la calidad de los comportamientos: el corazón. La escala de valores del Reino de Dios no coincide con la mundana. ¡Y existe el peligro de olvidarlo! La verdadera maestra de vida es la pobre viuda, no los sabios letrados. 

REFLEXIÓN PASTORAL

    El evangelio de este domingo presenta dos escenas diametralmente opuestas: la de la ostentación de los escribas y fariseos, y la de la ofrenda humilde y silenciosa de la pobre viuda. La de la extorsión en nombre de la religión, y la de la humildad y sinceridad de corazón. A la primera, Jesús la denuncia severamente; a la segunda la eleva a la categoría de la ejemplaridad. Vamos a detenernos en la segunda escena.

     En el templo de Jerusalén había una gran arca donde la gente depositaba sus ofrendas. Y Jesús, un día, tuvo la feliz ocurrencia de sentarse frente a él. ¡Buen puesto para observar no tanto el bolsillo cuanto el corazón! “Pues donde está tu tesoro, allí estará  tu corazón” (Mt 6,21).

    Y “muchos ricos echaban mucho; se acercó una pobre viuda y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. Llamando a los discípulos les dijo: En verdad os digo que esta pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de los que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.

      Las conclusiones a extraer pueden ser variadas. Sugiero una: Jesús no criticó a los que dieron mucho por lo que dieron, sino porque no se dieron; ni alabó a la viuda por lo poco que dio, sino porque se dio. Jesús advirtió, sencilla y claramente, de la insuficiencia de las donaciones superfluas.

     La primera lectura, por su parte, abunda en la misma idea, destacando cómo la ofrenda de la viuda a favor de Elías no la empobreció a ella ni a su familia, sino que les enriqueció: “Ni la orza de harina se vació, ni alcuza de aceite se agotó”. Y es que, como dice un proverbio chino: “El que espera a tener lo superfluo para darlo a los otros, nunca les dará nada”. Cuando no se es desprendido y generoso, resulta imposible distinguir entre lo necesario y lo superfluo, porque todo nos parece necesario…, incluso lo de los otros.

         Pero hay algo más; junto a esta lección práctica, la segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos, nos hace una revelación: nuestra salvación, no se ha producido con “excedentes”, con sobras, sino con la entrega más radical de Dios, la de su Hijo, convertido en mediador e intercesor ante el Padre.

          Cristo es la ofrenda de Dios en favor nuestro; una ofrenda nada extrínseca sino íntima, en la que Dios entregó a su Hijo y se entregó en su Hijo, quien “se ha manifestado al final de los tiempos para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo…, y para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros”.  Nada extraño que san Pablo nos invite a presentarnos como sacrificio agradable a Dios, porque este es vuestro culto espiritual” (Rom 12,1).

      Hoy se pretende, pretendemos, arreglar los problemas y carencias del mundo distribuyendo “excedentes”… Olvidando que el pan que realmente sacia el hambre no es el que se reparte sino el que se comparte.

     Mientras solo demos de lo que nos sobra, aunque sea mucho, los problemas no se arreglarán. Una construcción levantada con materiales de derribo, de desecho, no será más que una mala chabola. 

      Aprendamos de la generosidad de Dios a ser generosos; apropiémonos los sentimientos de Jesús que se entregó y se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8,9).  Y aprendamos, también, de estas dos viudas pobres, la de Sarepta y la de Jerusalén, no escribieron libros ni predicaron, pero con su gesto silencioso y humilde nos dan una lección con la que entrarían en vías de solución tantos problemas que los más sesudos economistas parecen no saber solucionar, porque la cuestión no está en dar sino en darse; el problema no es solo de cartera sino de corazón.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Dónde está mi corazón?

.- ¿Doy de mí mismo o solo doy de mis excedentes?

.- ¿Hasta dónde me inquieta el dolor del prójimo?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.