1ª Lectura: Éxodo 17, 8-13.
En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué: Escoge a unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en la cima del monte con el bastón maravilloso en la mano. Hizo Josué lo que le decía Moisés y atacó a Amalec; Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía bajada, vencía Amalec. Y como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo para sentarse; Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.
*** *** ***
La “conquista” de la Tierra Santa no se consiguió sólo con las armas sino, sobre todo, con la oración. Es lo que quiere destacar este relato. Israel no es el fuerte, el fuerte es Dios. “Unos confían en sus carros…, nosotros confiamos en el Señor” (Sal 20,8). De ahí se deriva una conclusión: esa Tierra es don de Dios, y el pueblo debe vivir allí atento a las exigencias de la voluntad de Dios.
2ª Lectura: IIª Timoteo 3,14-4,2.
Querido hermano: Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado; sabiendo de quien lo aprendiste, y que de niño conoces la Sagrada Escritura: Ella puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena. Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda comprensión y pedagogía.
*** *** ***
El texto rezuma un tono pastoral. Se comienza destacando la importancia de la educación religiosa originada en la familia. Y, sobre todo, se subraya la centralidad de la Palabra de Dios. De ella se afirman aspectos importantes: su inspiración y su carácter pedagógico. Palabra que debe ser escuchada, estudiada profundamente y proclamada pedagógicamente.
Evangelio: Lucas 18,1-8.
En aquel
tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin
desanimarse, les propuso esta parábola: Había un juez en una ciudad que ni
temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda
que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”; por algún
tiempo se negó; pero después se dijo: “Aunque no temo a Dios ni me importan los
hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar
pegándome en la cara”.
Y el Señor respondió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
*** *** ***
Consciente
de que la inconstancia es uno de los peligros de la oración, Jesús invita a la
perseverancia en la misma. La parábola quiere mostrar que si la perseverancia
puede cambiar el corazón de un hombre “neutro”, sin sensibilidad religiosa y
humana, cuánto más alcanzará el corazón misericordioso de Dios. Pero, ¿a Dios
hay que informarle? No. “No ha llegado la
palabra a mis labios y ya, Señor, te la sabes toda” (Sal 139,4). ¿Entonces?
No oramos para activar la memoria de Dios, sino la propia. Orar nos recuerda
temas fundamentales: que somos hijos de Dios y que él es nuestro Padre. Jesús
nos anima a orar como hijos de Dios y con la temática de los hijos de Dios, que
él resumió en el Padrenuestro.
Dos son
los núcleos en los que insisten los textos bíblicos de este domingo: en la importancia de la oración o, mejor,
de la perseverancia en la oración. Porque no se trata de algo intermitente ni
discontinuo, sino de perseverar en ella como Moisés (1ª lectura) o como la
viuda del evangelio. Y en la importancia
del estudio y proclamación de la Palabra de Dios (2ª lectura). Dos
elementos esenciales: estudio-anuncio de la Palabra de Dios y oración.
“La Palabra de Dios no está encadena” (2 Tm 2,9), pero no por falta de intentos. Son muchas las tácticas para acallar, para encadenar la Palabra de Dios: unas violentas y represivas, otras más sutiles y camufladas. Hay quienes la impugnan frontalmente; quienes la tergiversan y manipulan, sirviéndose de ella mientras da cobertura a sus intereses; quienes la dan por no dicha…., y quienes culpablemente la ignoran.
Pretenden
silenciarla sus enemigos, pero, y esto es lo más grave, la silenciamos los
propios creyentes. Encadenamos la Palabra de Dios con nuestras rutinas, con
nuestra falta de compromiso, con nuestro desconocimiento de la misma. La
amordazamos con nuestros silencios y evasiones culpables…
Cargado de cadenas por su predicación del evangelio (2 Tm 2,9; Flp 1,13), san Pablo proclama que el evangelio no está encadenado, que a la Palabra de Dios no le paralizan las dificultades, las cadenas…; sólo la superficialidad, la rutina son paralizadoras. La palabra de Dios, más bien, es desencadenante, pone en marcha procesos de renovación, de liberación personal y comunitaria. Los testimonios más antiguos de la historia bíblica nos presentan con gran fuerza y plasticidad esta dimensión liberadora y salvadora de la Palabra de Dios, rompedora de esclavitudes y miedos congénitos o impuestos…
En
nuestra vida personal y comunitaria deberíamos conceder mayor espacio, tiempo y
credibilidad a la Palabra de Dios; así se ampliarían también los espacios de
nuestra libertad, porque, inspirada por Dios e inspiradora de Dios, es una
palabra pedagógica: “útil para enseñar,
corregir, educar”.
“Investigad las Escrituras, dijo Jesús, ellas dan testimonio de mí” (Jn 5,39).
Estudiar la palabra es un paso imprescindible para conocerla, amarla, orarla y
actuarla. No podemos concederle un espacio devocional o marginal, sino un
espacio vital y eso significa, entre otras cosas, abrir el Evangelio en todos
los momentos de la vida y abrirse al Evangelio en todas las situaciones de la
vida.
Sin olvidar el segundo aspecto: la oración perseverante. Dios siempre escucha, pero lo hace a su manera y a su tiempo. La oración cristiana no tiende a cambiar el plan de Dios, sino a conocerlo y a cumplirlo. Pero sigue en pie la pregunta de Jesús: ¿existirá en la oración ese componente de fe, sin el cual la oración es imposible?
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Qué conocimiento tengo de la palabra de Dios?
¿La leo asiduamente?
.- ¿Encadeno con mis rutinas a la palabra de Dios?
.- ¿Soy perseverante en la oración?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
No hay comentarios:
Publicar un comentario