1ª Lectura: Jeremías 31, 7-9.
Esto dice el Señor: Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que os traeré del país del Norte, os congregaré de los países de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraím será mi primogénito.
*** *** *** ***
El texto seleccionado forma parte del “Libro de la Consolación” escrito en su mayor parte entre la reforma del rey Josías (622) y su muerte (609). Dicha reforma socio religiosa suscitó la esperanza en un futuro en que Israel, deportado por los asirios (721), regresaría para formar con Judá un solo pueblo. Estos textos fueron releídos posteriormente, tras el exilio babilónico, como animadores de esperanza. En ellos se expresa la idea de que, a pesar de los avatares históricos, en los que el pueblo alejándose de los mandamientos de Dios se hunde en sus “esclavitudes”, Dios nunca lo abandona.
2ª Lectura: Hebreos 5,1-6.
Hermanos: El Sumo Sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de Sumo Sacerdote, sino Aquel que le dijo: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy”, o como dice otro pasaje de la Escritura: “Tú eres Sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.”
*** *** *** ***
Cristo es el Sumo Sacerdote definitivo. De nuestra raza, nos conoce, por eso puede interceder por nosotros desde dentro de nuestra humanidad. Su sacerdocio es un sacerdocio “compasivo”, “fraterno”, que se remonta al sacerdocio “tribal” de Aarón, enraizándose en un sacerdocio misterioso, el de Melquisedec, mostrando así su universalidad.
Evangelio: Marcos 10, 46-52.
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó
con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo)
estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús
Nazareno, empezó a gritar: Hijo de David, ten compasión de mí.
Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo.
Llamaron al ciego, diciéndole: ánimo,
levántate, que te llama. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús
le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó: Maestro, que pueda
ver.
Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha curado.
*** *** *** ***
Antes de entrar en Jerusalén, Jesús realiza la última curación devolviendo la vista a un ciego, que le invoca como “Hijo de David”. ¡Todo un símbolo! ¡Hay que tener los ojos muy abiertos para comprender los acontecimientos que van a suceder! “¿Qué quieres que haga por ti?” Ante esta pregunta los Zebedeos pidieron poder, Bartimeo, en cambio, pide ver. Jesús hace ver, porque es Luz; pero no da poder, porque es Servidor. Aquel ciego, recuperada la visión, lo seguía por el camino. ¡El discípulo ha de entenderlo!
REFLEXIÓN
PASTORAL
Hoy se nos habla de un pobre ciego -doble
desgracia, y es que la desgracia nunca viene sola-, sentado al borde del camino
y pidiendo limosna. Pero tuvo suerte, porque ese camino -el de su pobreza y
marginación- lo recorría también Jesús.
Y es que el camino, la andadura del Señor, discurrió precisamente por
esas zonas que los hombres oficialmente buenos consideran
"peligrosas".
"Escoge a los pecadores y come con ellos…”. (Lc 15,2); si este fuera
profeta sabría quién y qué clase de mujeres la que lo está tocando, pues es una
pecadora”. (Lc 7,39). Así pensaban y se expresaban los
"buenos". Pero Jesús no rehuyó lo que ellos llamaban "malas
compañías". Porque había venido a
buscar precisamente a lo que estaba perdido. No se preocupó de evitar las
"malas compañías", sino que se esforzó por ser él un buen compañero,
una "buena compañía".
No recorrió las rutas
"oficiales" sino los caminos reales de los hombres. Por eso sabía de sus necesidades; por eso su
camino de la cruz empezó antes del viernes santo, porque hizo suya la cruz de
cada hombre.
Por eso cuando los prudentes, los
preocupados por ocultar al Maestro la fealdad y la pobreza humanas que hay a lo
largo del camino, quisieron acallar los
gritos del ciego, Jesús, para quien no servían esos cordones de seguridad, no
permite que se pierda ningún grito de dolor y esperanza y manda traer al ciego.
"¿Qué
quieres que te haga?". Jesús, como el que sirve, se ofrece pero no
impone el servicio. Quiere que el hombre tenga la iniciativa en su propia
salvación. Porque sin libertad no hay salvación. Sería una imposición más.
Antes de curar, Jesús quiere saber qué era para aquel hombre su enfermedad, su
carencia y su dolencia radical: "¿Qué
quieres que te haga?" "¡Maestro, que recobre la vista!".
Más de una vez he pensado que aquel hombre
no era tan ciego: había reconocido y confesado a Jesús como “Hijo de David”, y se dirige a él como “¡Maestro!”. ¿No estarían más ciegos los
que le mandaban callar?
En todo caso, este breve diálogo
deberíamos revivirlo todos y cada uno de
nosotros. Porque Jesús no ha cambiado de actitud. Sigue recorriendo los caminos
de la vida real con su pregunta "¿Qué
quieres que te haga?". ¿Qué le
responderíamos nosotros? ¿“Auméntanos la
fe” (Lc 17,5)?; ¿“Creo, pero ayuda mi
falta de fe!” (Mc 9,24)?; ¿“Maestro,
que recobre la vista” (Mc 10,51)?
¿Somos conscientes de nuestras carencias
y dolencias más radicales? ¿Tendríamos una necesidad tan profunda como la del ciego, la de ver, o nos limitaríamos con
una petición por el bienestar? ¿Nos contentaríamos, como los dos hermanos del
pasado domingo, con un puesto de privilegio, uno a su derecha y otro a su
izquierda (Mc 10,37)?
“Tú que diste vista al ciego, filtra en mis secas pupilas dos gotas frescas de fe”, unas gotas que lleguen hasta el corazón, porque solo se ve bien cuando se mira con el corazón y con un corazón limpio. “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). Y un detalle importante: el ciego no creyó al recuperar la vista; recuperó la vista porque creyó. ¡La fe nos abre los ojos!
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué expectativas suscita
en mí Jesús?
.- ¿Siento necesidad de
“ver”?
.- ¿Mis encuentros con Jesús son sanadores?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
No hay comentarios:
Publicar un comentario