1ª Lectura: Isaías 25,6-10a.
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El profeta contempla el banquete que Dios ofrecerá sobre el monte de Sión, un banquete abierto a todos los pueblos, el banquete de la salvación. Allí llevará a cabo la regeneración y renovación de Israel y de los demás pueblos, que también serán reconocidos y reconocerán al Señor. La muerte y las lágrimas serán eliminadas. Es una formulación de la visión escatológica del profeta: total y definitiva. Pero a ese banquete, al que todos los pueblos están convocados, hay que incorporarse personal y responsablemente.
2ª Lectura: Filipenses 4,12-14. 19-20.
Hermanos:
Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación. En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús. A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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Pablo agradece la ayuda recibida desde la comunidad de Filipos. Sin embargo les hace una precisión importante: todo queda dimensionado por la experiencia de Jesucristo, que es la suficiencia de Pablo. Hay que saber vivir la fidelidad a Cristo en pobreza y abundancia, en salud y enfermedad. Las circunstancias de la vida no pueden cambiar la orientación y la opción fundamental de la vida.
Evangelio: Mateo 22,1-14.
En aquel tiempo volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, diciendo: El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisara a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda. Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendió fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta? El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.
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Parece que Mateo ha fusionado dos parábolas originalmente distintas: la del banquete, análoga a la de Lc 14,16-24, y otra, la de la expulsión del banquete, que contempla la idea del juicio final. En todo caso, Jesús continúa hablando a los sumos sacerdotes y senadores del pueblo. La parábola, claramente alegorizada, les descubre la voluntad salvadora de Dios. El banquete, evoca el de Is 25,6-10a (1ª lectura); los criados enviados son los profetas y apóstoles; los que rechazan la invitación son los judíos (más directamente sus líderes); los invitados de los caminos: los pecadores y paganos; el incendio de la ciudad, la ruina de Jerusalén… La segunda parte, a partir del v.11, destaca la idea de la responsabilidad en la respuesta: el vestido evoca la necesidad de las obras de la fe.
REFLEXIÓN PASTORAL
Dios ama al hombre, le busca y le invita a
participar de su misma vida, de su misma mesa, de Él mismo. Pero esta
invitación, gratuita, no es irresponsable. En la invitación de Dios no hay
excluidos, pero sí auto-excluidos. En la
línea del profeta Isaías (1ª lectura), la parábola propuesta por Jesús ilustra
perfectamente la situación. Dios ha soñado lo mejor: un banquete de bodas - ¿quién no se apunta a un banquete? -, e
invita generosamente a él. Pero, sorprendentemente, esa invitación es rechazada
de una manera insultante.
Con este ejemplo Jesús denuncia el
comportamiento del judaísmo oficial de su tiempo, que se automargina; y anuncia
una nueva edición de la invitación salvadora (Mt 22,9).
Pero no termina ahí la parábola. También en
la comunidad cristiana puede continuar esa dinámica de rechazo de la oferta.
Y no basta con “apuntarse”. Es lo que se
quiere subrayar con la alusión al hombre que no llevaba vestido de fiesta. El
asunto no termina con la invitación. Hay que acogerla. Pertenecer al Reino,
sentarse a su mesa, requiere un estilo,
un vestido adecuado. Un vestido que ofrece el mismo Señor, pero que hay que
aceptar y adoptar.
El Señor no pide falsos oropeles, sino un
corazón convertido. Porque de quien tenemos que revestirnos es de Cristo (Rom
13,14). No es, pues, cuestión de telas o
de colores, sino de actitudes. Y para ello necesitamos desvestirnos de muchas
cosas. De la vieja condición, del hombre viejo... (Col 3,9).
Es necesario revisar nuestro ropero espiritual
-también quizá el material- y ver si nuestra “cobertura” es cristiana; si se
aproxima un poco a lo que san Pablo sugería a los cristianos de Éfeso: el
cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, los zapatos de la paz, el
escudo de la fe (cf. Ef 6,10-17).
La respuesta no es fácil, pero con Cristo
es posible: “Todo lo puedo en Aquel que
me conforta” (2ª lectura).
Es necesaria la vinculación a Cristo para transformar la vida (Jn 5,5).
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Es
Jesucristo mi punto de apoyo?
.- ¿Cómo acojo
la invitación de Dios a participar en su banquete?
.- ¿Qué vestido llevo en la vida?
DOMINGO J.
MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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