1ª Lectura: Ezequiel 33,7-9.
Así dice el Señor: “A ti, hijo de Adán, te
he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca,
les dará la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: “¡Malvado, eres reo de
muerte!”, y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de
conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuentas de su
sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si
no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida”.
*** *** ***
La función del profeta es la de anunciar y cuidar pastoralmente de la comunidad. El profeta no es llamado a coartar la libertad, por medio de la presión, sino a iluminarla, por medio de la exhortación. Su servicio a la palabra de Dios, es un servicio al hombre, poniéndole en guardia ante posibles desviaciones. El silencio del profeta es infidelidad a Dios y a la comunidad.
2ª Lectura:
Romanos 13,8-10.
Hermanos: A nadie debáis nada, más que
amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley. De
hecho, el “no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás” y los
demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: “Amarás a tu prójimo
como a ti mismo”. Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es
cumplir la ley entera.
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El celo pastoral de Pablo halla una de sus expresiones más logradas en estas líneas de la carta a los Romanos: el cristiano es un deudor permanente de amor. Encontramos aquí un equivalente casi literal del texto evangélico de Mc 12,31. El amor no solo es la síntesis, sino la plenitud de la ley.
Evangelio: Mateo
18,15-20.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace
caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos,
para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no
les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la
comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo
que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la
tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros
se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del
cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos”.
*** *** ***
Nos hallamos ante un claro precepto para uso interno de la comunidad eclesial. Está dirigido a los discípulos. Pretende iluminar desde las palabras de Jesús el ejercicio de la responsabilidad fraterna. Jesús la ejerció con sus discípulos, con los más íntimos -Pedro (Mt 16,23), Santiago Juan (Mt 20,22-23)-, y con los demás apóstoles (Mt 20,24-28. Una corrección discreta -no se trata de abochornar-; no humillante. La llamada a la comunidad es la última instancia, no el primer paso. La corrección no es una delación sino una expresión de amor al prójimo y a la verdad. Y solo puede ejercerse con amor.
REFLEXIÓN PASTORAL
“A nadie debáis nada más que amor” (Rom 13,8). El amor es la gran deuda del cristiano.
¡Hermosa frase! ¿Pero cómo saldarla?
Cuando la gran tentación es dar un rodeo
para no encontrarse con el problema del otro -“allá cada uno con su vida”-, la
Palabra de Dios nos recuerda que no se puede vivir de cara a Dios y de espaldas
al prójimo, “porque quien no ama al prójimo, a quien ve, ¿cómo amará a Dios,
a quien no ve?” (1 Jn
4,20). Y esta responsabilidad ha de concretarse en la solidaridad, e incluso en
la advertencia y la corrección.
La imagen del atalaya es muy sugerente (1ª
lectura). El pueblo será responsable de su actuación, pero el profeta será
responsable de su misión. Y su misión, precisamente, es de atalaya fraterna. La
corrección fraterna es un ejercicio responsable de la solicitud por el bien
espiritual del hermano. Es el mensaje
del texto evangélico. Un tema que no es fácil ni frecuente.
Quizá sea frecuente la corrección, pero
Jesús no se queda en urgir la corrección, sino que invita a la corrección
fraterna.
Hemos confundido, frecuentemente y por
comodidad, el respeto al otro con la indiferencia. “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (Gén 4,9). La parábola
del samaritano también encuentra aquí su concreción. No pasar de largo,
indiferentes, ante los hermanos.
El papa Benedicto XVI, en su Discurso para la Cuaresma de 2012,
advertía: “El «fijarse» en el hermano comprende, además, la solicitud por su
bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi
parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación
eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la
caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi
por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No
era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades
verdaderamente maduras en la fe... Cristo mismo nos manda reprender al hermano
que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). La tradición de la Iglesia
enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se
equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana.
Frente al mal no hay que callar. Lo que
anima la corrección fraterna nunca es un espíritu de condena o recriminación -“¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno?”
(Rom 14,4)-, ni de autosuficiencia; es siempre expresión del amor, y brota de
la verdadera solicitud por el bien del hermano. En nuestro mundo impregnado de
individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección
fraterna, para caminar juntos hacia la santidad”.
La corrección fraterna es un servicio evangélico, que requiere valentía,
libertad interior, y limpieza de corazón para no ver la mota en el ojo ajeno
sin descubrir primero la viga que uno lleva en el suyo (Mt 7,1-6). La
corrección fraterna supone verdadero amor e interés por el bien del hermano y
por la verdad.
Finalmente, apunta el Evangelio, el amor se
traduce no solo en corrección fraterna, sino en oración fraterna, en comunión
de corazones (vv 19-20). Por eso nuestra oración, la cristiana y la del
cristiano, es el “Padre nuestro”, que no es solo un modo de hablar a Dios, sino
un programa de vida, un modo de interrelacionarnos los unos con los otros. De
otra manera mereceremos el reproche de Jesús: “Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mt 15,8).
“Uno que ama a su prójimo no le hace daño” nos recuerda el Apóstol en la segunda lectura. En este mundo de la competencia, en el que nos abrimos paso a empujones y zancadillas; en el que no pocos ascensos se hacen pisando peldaños humanos; en el que el interés y el salir adelante es lo que se cotiza, la palabra de Dios nos invita a una reflexión seria, sincera y a una decisión responsable, porque al final de la vida seremos examinados sobre el amor.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Soy comprensivo o indiferente?
.- ¿Siento la urgencia por el bien del hermano?
.- ¿Tengo libertad interior para hacer y aceptar la corrección fraterna?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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