lunes, 1 de junio de 2020

SANTÍSIMA TRINIDAD



1ª Lectura: Éxodo 34,4b-6.8-9.

    En aquellos días Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en sus manos las dos tablas de piedra.
    El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor.
    El Señor pasó ante él proclamando: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.
    Moisés al momento se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ese es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.

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    Tras romper Moisés las tablas de la Alianza, al ver el pecado del pueblo postrado ante el becerro de oro (Ex 32, 15-24), Dios, movido a compasión, le ordena de nuevo labrar dos tablas como las primeras y subir de nuevo al monte. Allí tiene lugar la revelación de Dios por el mismo Dios: “compasivo, misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”. Esa es su identidad más profunda. Y la historia no será otra cosa que la traducción de esa realidad en la vida. Dios está siempre dispuesto a renovar misericordiosamente su Alianza.


2ª Lectura: 2 Corintios 13,11-13.

    Hermanos:
    Alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso santo. Os saludan todos los fieles. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros.

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    Pablo concluye su carta a los Corintios con esta exhortación a una vida de comunión en el amor de Dios. Y se despide con una fórmula trinitaria, probablemente de origen litúrgico. Les desea que en su comunidad acojan y traduzcan el misterio de Dios: su gracia, su amor y su comunión. Dios es familia, y la Iglesia debe vivir, aunque sea a pequeña escala, como la familia de Dios.


Evangelio: Juan 3,16-18.

                                             

    En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
    El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

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    Jesús desvela el proyecto de Dios que él ha venido a llevar a plenitud: un proyecto de amor. No ha venido a condenar; su pastoral fue siempre de integración, de acogida… Y ese estilo no debe perderse. El Evangelio de Jesús es el del amor de Dios, que solo puede proclamarse con amor. Dios nunca condena, es Salvador. La condenación no la gestiona Dios sino el propio hombre, que se coloca de espaldas a su iniciativa amorosa. Pero Él siempre está dispuesto a escribir de nuevo las tablas de su Alianza.


REFLEXIÓN PASTORAL

            Celebramos la fiesta del Misterio de la Santísima Trinidad: la verdad íntima de Dios, su misterio. Y la verdad fundamental del cristiano.  Para unos, este Misterio resulta prácticamente insignificante; para otros, teóricamente incomprensible...Y así, unos y otros, por una u otra sinrazón, "pasan" de él. ¿Tanto nos habremos insensibilizado y distanciado de nuestros núcleos originales? 
En su nombre somos bautizados; en su nombre se nos perdonan los pecados; en su nombre iniciamos la Eucaristía; en su nombre vivimos y morimos: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
            Hoy se constata una tendencia a prescindir de Dios. Insensibles, vamos acostumbrándonos o resignándonos a eso que ha dado en llamarse  “el silencio de Dios”, y que otros, más audaces, denominaron  “la muerte de Dios”; sin percatarse de que, en esa atenuación o desaparición del sentido de Dios, el más perjudicado es el hombre, que pierde así su referencia fundamental (Gen 1, 26-27), hundiéndose en el caos de sus propios enigmas.
            ¿Quién es Dios? Una pregunta desigualmente respondida, pero una pregunta ineludible, inevitable, porque Dios no deja indiferente al hombre; lo lleva muy dentro para desentenderse de Él.
             Para nosotros, ¿quién es Dios?  Dios no puede ser afirmado si, de alguna manera, no es experienciado. ¿Qué experiencia tenemos de Dios? ¿Tenemos alguna? ¿O solo lo conocemos de oídas (Jb 42,5)? Estamos expuestos a un grave riesgo: acostumbrarnos a Dios, un Dios cada vez más deteriorado por nuestras rutinas. Un Dios al que llamamos "nuestro dios", quizá porque le hemos hecho nosotros, a nuestra medida y que sirve para justificar nuestras cómodas posturas, sin preguntarnos si ese "dios" es el Dios verdadero.
            "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1 ,18). Jesús es quien esclarece el auténtico rostro de Dios, su auténtico nombre. Y no recurrió a un lenguaje difícil, para técnicos, sino accesible a todos: Dios con nombres familiares: Padre, Hijo y Espíritu de Amor. Dios es familia, diálogo, comunión. Jesús no tuvo interés en hacer una revelación teórica de Dios, esencialista, sino concreta. Por eso Dios para nosotros  más que un misterio, aunque no podemos por menos de reconocer un porcentaje de misterio, es un modelo de vida (Mt 5, 48; Lc 6,36).
            Porque Dios es Familia, quiere que "todos sean uno,  como Tú y Yo somos uno" (Jn 17,21); porque es  Diálogo, quiere veracidad en nuestras relaciones: "vuestro sí sea sí..." (Mt 5,37); porque es Salvador, quiere que nadie se coloque de espaldas a las urgencias del hermano: "Tuve hambre..." (Mt 25,35); porque “es  Amor” (8I Jn 4,), quiere que nos amemos...
             Esto es creer en Dios, vivir a Dios. "Si vivimos, vivimos para Dios" (Rom 14,8)... Ser creyente es una cuestión práctica y de prácticas. Dejar que Dios sea Dios en la vida. Dejar que Dios sea realmente lo Absoluto, el Primero y Principal. Lo Mejor. Solo Dios.  Pero no  solos con Dios, por que Dios no aísla. Quien abre su corazón a Dios de par en par experimenta inmediatamente que ese corazón se convierte en "casa de acogida". Nuestra fe es en un solo Dios, pero no en un Dios “solo”, porque Dios es comunión, es relación, es Amor.


REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué experiencia tengo de Dios, y qué experiencia transmito?
.- ¿Contemplo al hombre como “espacio” de Dios?
.- ¿Traduzco la comunión con Dios en comunión fraterna?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.









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