En mi primer libro, querido Teófilo,
escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio
instrucciones a los Apóstoles, que había escogido movido por el Espíritu Santo,
y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas
pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló
del Reino de Dios.
Una vez que comían juntos les recomendó: No
os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la
que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros
seréis bautizados con Espíritu Santo.
Ellos
le rodearon preguntándole: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía
de Israel?
Jesús contestó: No os toca a vosotros
conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad.
Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser
mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del
mundo.
Dicho
esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista.
Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres
vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados
mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá
como le habéis visto marcharse.
*** *** ***
Este, junto a Lc 24,51, es el único relato
de la ascensión del Señor a los cielos en presencia de los discípulos. Y solo
él informa de que el Señor resucitado estuvo apareciéndose durante 40 días los
discípulos.
¿Cuándo tuvo lugar la Ascensión? Lc 24,51;
Hch 1,9-11 y Mc 16,19 coinciden en hacer seguir inmediatamente la ascensión a
la aparición del Resucitado y al diálogo con los Once. En esta línea puede aducirse el testimonio de Jn
20,17, donde Jesús prohíbe a María Magdalena retenerlo porque “aún no he subido a mi Padre”, y le
ordena decir a los discípulos: “Subo a mi
Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. También Mt 28,18-19
deja suponer que Jesús habla como quien ya ha subido al Padre. De donde podemos
concluir que el cristianismo primitivo consideró la resurrección y la ascensión
del Señor como dos momentos/aspectos íntimamente vinculados en su significación
y realización. El resucitado viene al encuentro de sus discípulos desde el
Padre, desde el cielo.
Después de la resurrección el Señor no
anduvo “errante” e “irrastreable” por la tierra; subió al Padre (fue
glorificado). Esto no desvirtúa el relato del libro de los Hechos. Este sería
el testimonio del último encuentro del Resucitado con los discípulos antes de
iniciar la misión, acaecido cuarenta días después de la resurrección (sin
olvidar el valor simbólico del número 40 en la Biblia).
Interesante es notar que, si bien en el AT
existen referencias a dos personajes “llevados” al cielo -Enoc (Gen 5,24) y
Elías (2 Re 2,11)-, la “ascensión” de Jesús es “protagonizada” por él; no es
“raptado” ni llevado a ningún lugar indeterminado. Él va al Padre (Jn 14,12), a
prepararnos un lugar (Jn 14,3) y se despide con una bendición (Lc 24,50).
2ª
Lectura: Efesios 1,17-23
“Hermanos:
Que
el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de
sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para
que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de
gloria que da en herencia a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su
poder para con nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza
poderosa que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y
sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad,
fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este
mundo sino en el futuro. Y todo lo puso bajos sus pies y lo dio a la Iglesia
como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en
todos”.
*** *** ***
En
la Carta se subraya la resurrección y glorificación de Cristo junto al Padre,
al tiempo que se mantiene la conexión profunda, íntima de Cristo con la
Iglesia, que, de alguna manera, ya participa de la suerte definitiva del Señor,
su Cabeza. Esto, es verdad, aún no es visible en este mundo, por eso pide para
los cristianos ojos e inteligencia espirituales para conocer a Dios y la
vocación a la que Dios nos llama en Cristo. Sin esa visión todo nos parecerá
“sin sentido”, “locura” como dirá el Apóstol a los Corintios (I Co 1,18). Necesitamos la “sabiduría de Dios” para hacer una lectura correcta de la vida.
Evangelio: Lucas 24,46-53
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Y vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Y vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.
Después
los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los
bendecía, se separó de ellos (subiendo hacia el cielo).
Ellos
se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo
bendiciendo a Dios”.
*** *** ***
Con estas líneas concluye la primera parte
de la obra de san Lucas - el Evangelio - , “mi primer libro” (Hch 1,1). La
historia de Jesús, su pasión y resurrección, formaba parte del proyecto
salvador de Dios. Los discípulos han sido testigos oculares, aunque un poco
“torpes” (Lc 24,25) inicialmente. Pero la obra de Jesús no termina con él, con
su muerte y glorificación (resurrección / ascensión). Queda por cumplir un aspecto fundamental: la
misión a todos los pueblos. Eso es tarea de los discípulos y del Espíritu - la nueva presencia de Jesús -, que les
capacitará y fortificará.
El Señor resucitado no es distinto de Jesús
de Nazaret. No ha cambiado la temática: en la despedida les habla del Reino de
Dios y de la misión evangelizadora. Desde el cielo mantiene su contacto vivo
con los suyos, asistiéndoles con su Espíritu.
La despedida de Jesús no es un adiós
definitivo, ni una ausencia. Su ascensión inagura una nueva presencia.
Bendecidos por Jesús, los discípulos afrontan la nueva tarea “con alegría” (Hch 2,46).
REFLEXIÓN
PASTORAL
El
triunfo de Cristo gira en torno a tres grandes celebraciones: la Resurrección,
la Ascensión y Pentecostés. Hoy
celebramos la Ascensión. La 1ª lectura la ha narrado de una manera plástica; la
2ª lectura y el Evangelio hablan de las implicaciones de esa Ascensión: lo que
supuso para Jesús, y lo que supone para nosotros. Porque su Ascensión nos
atañe, nos pertenece, como nos recuerda la oración con que se inicia esta
celebración.
La Ascensión de Jesús es el primer paso de
nuestra ascensión, y un paso seguro, porque lo ha dado Él. Ya tenemos un pie
puesto en el cielo, o como dirá S. Pablo en la carta a los Efesios, “nos ha sentado con El en el cielo”. Pero
ese primer paso de Jesús hay que seguirlo con nuestros propios pasos,
porque se trata de seguirle, de seguir sus pasos en esa ascensión personal.
La
obra de Jesús: su vida para los demás, su amor preferencial por los menos
favorecidos, su vocación por la verdad..., su ser y su hacer, han sido
rubricados por el Padre. Y, cumplida su misión, retorna al Padre, punto de
partida. “Salí del Padre y vine al mundo,
ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre”. Pero, “no estéis tristes”, porque no es un adiós definitivo, sino un hasta
luego; no es un desentenderse, porque “voy
a prepararos un lugar, para que donde esté Yo estéis también vosotros”.
La Ascensión no significa la ausencia de Jesús de
entre nosotros, sino un nuevo modo de presencia entre nosotros. Él continúa
presente “donde dos o más estén reunidos
en mi nombre” (Mt 18,20), en la fracción del pan eucarístico, en el detalle
del vaso de agua fresca dado en su
nombre (cf. Mt 10,42), en la urgencia de cada hombre (hambre, enfermedad,
cárcel, desnudez... “pues lo que
hicisteis a uno de estos lo hicisteis conmigo” Mt 25,31-44). Pero ya no
será Él quien multiplique los panes, sino nuestra solidaridad fundamentada en
Él. Ya no recorrerá Él los caminos del mundo para anunciar la buena noticia,
sino que hemos de ser nosotros, sus discípulos, los que hemos de ir por el
mundo anunciando y, sobre todo, viviendo su evangelio...
Desde la Ascensión del Señor, sobre la Iglesia ha
caído la responsabilidad de encarnar la presencia y el mensaje de Cristo. Se le
ha asignado una tarea inmensa: ¡que no se note la ausencia del Señor! Es una
invitación a crecer.
La Ascensión es el principio y el fundamento de la
misión. Una misión que consiste fundamentalmente en elevar la realidad,
liberándola del egoísmo, de la violencia, de la mentira interesada, de la
superficialidad... La fiesta de hoy nos
invita a levantar nuestros ojos, a mirar al cielo en un intento de recuperar
para nuestra vida la dosis de trascendencia y esperanza necesaria para no
sucumbir a la tentación de un horizontalismo materialista; para dotar a la
existencia de motivos válidos y permanentes más allá de la provisoriedad y el
oportunismo utilitarista.
Vivir mirando al cielo es no perder nunca de vista la
huella del Señor; no es, por tanto, una evasión sino una toma de conciencia
crítica frente a los intentos absolutistas y manipuladores de los que pretenden
recortar el horizonte del hombre. Elevar nuestros ojos a lo alto es reivindicar
altura y profundidad para nuestra mirada, para inyectar en la vida la luz y la
esperanza que nos vienen de Dios; para “comprender cuál es la esperanza a la
que nos llama, cuál la riqueza de gloria que da en heredad a los santos y cuál
la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros”.
La Ascensión del Señor supone también un acto de
confianza. Cristo se confía a nuestras manos: nos entrega su obra y Él mismo se
nos entrega. Pero volverá a ver qué hemos hecho de esa confianza. ¿Vamos a
defraudarle?
Que sepamos
vivir esta fiesta celebrando el triunfo definitivo de Cristo y acogiendo con
responsabilidad y gratitud la tarea que Él nos confía. Que también nosotros
sepamos elevarnos y elevar nuestro entorno para una convivencia más humana y
más cristiana, que sirva a los demás como principio de paz y esperanza.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Cómo vivo la Ascensión?
¿Me siento afectado?
.- ¿Qué realidades están clamando
en mí y en mi entorno por una ascensión liberadora?
.- ¿Qué hago por la Tierra
nueva, donde habite la justicia?
DOMINGO
J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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