miércoles, 7 de febrero de 2018

DOMINGO VI -B-


1ª Lectura: Levítico 13,1-2. 44-46

    El Señor dijo a Moisés y a Aarón: Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel y se le produzca la lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra, y es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza.
    El que haya sido declarado enfermo de lepra, andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: “¡Impuro, impuro!” Mientras le dure la lepra, seguirá impuro: vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.

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    La lepra es considerada en la Biblia, y en el judaísmo como uno de los peores males. Al golpeado por ella se le consideraba como un muerto viviente (Núm 12,12). La enfermedad les obligaba a vivir marginados (Lv 13, 45-46), (era un medio de aislar la enfermedad en una época en que las posibilidades médicas para combatirla eran muy escasas o prácticamente inexistentes). Solo Dios podía curarla (Núm 12,13), devolviendo el enfermo a la comunidad. En Lv 14 ,1-32 se determinan las ofrendas a presentar y el ritual de purificaciones a cumplir tras la curación.
 

2ª Lectura: 1 Corintios 10,31-11,1

    Hermanos:
    Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivos de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios. Por mi parte, yo procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de ellos, para que todos se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.

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    La existencia cristiana debe ser significativa; su motivación debe estar radicada en la fe, y debe ser una expresión de la misma. Cristo es el referente, y no ningún código ético. Tener su mentalidad (1 Cor 2,16), sus sentimientos (Flp 2,5) es el proyecto cristiano.

Evangelio: Marcos 1,40-45
                                         
                                                               

    En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme.
     Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio.
     La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.
     Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aún así acudían a él de todas partes.

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     Esta es la única narración de curación de un leproso que nos transmite san Marcos. La lepra y el leproso eran signos de marginación y exclusión de la comunidad (cf Lv 13,45-46). En tiempos de Jesús  los leprosos no podían entrar en Jerusalén. En los restantes lugares podían vivir, pero tenían que arreglárselas por su cuenta. El encuentro con un leproso volvía a uno impuro. Jesús no teme contagios, porque es la Salud y la Vida; para él no hay barreras: ha venido a romper cualquier muro ritual o real (cf.  Ef 2,14). Esa curación es un signo y un testimonio para el judaísmo del mesianismo de Jesús: "los leprosos quedan limpios" (Mt 11,5).


REFLEXIÓN PASTORAL

    En uno de sus primeros discursos,  san Pedro sintetizó el ser y hacer de Jesús con estas palabras: “Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos, porque Dios estaba con El” (Hch 10,38).
    Cuando el Bautista envió una embajada a Jesús para informarse sobre la verdadera identidad del profeta de Nazaret, con la pregunta: “¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”, el Señor le respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y  los pobres son evangelizados” (Mt 11,2-5).
     Y, ya en el primer momento de su ministerio público, en la sinagoga de Nazaret, esbozó su programa con las palabras del profeta: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar, a proclamar a los cautivos la libertad,  y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).
     Este fue su estilo. Nos enseñó que ningún asunto es tan urgente como para obligarnos a pasar de largo, sin detenernos, ante las necesidades de un hombre o mujer; que no es correcto dar un rodeo o torcer la cabeza para ignorar al caído en la cuneta de la vida. Recordemos la parábola del buen samaritano: no se puede argumentar con la religión y sus obligaciones para evadir el compromiso humano (cf. Lc 10,25-37)
     El relato evangélico de hoy nos presenta al Señor sanando a un leproso, enfermedad que, como se nos dice en la primera lectura, suponía la exclusión de la vida comunitaria y condenaba a los que la sufrían a vivir fuera de los poblados, por motivos de prevención de contagios, cuando la medicina era muy rudimentaria.
     Pero Jesús no tuvo miedo al contagio, ni se detuvo ante las severas penas que amenazaban a los que entraban en contacto con los leprosos. El veía en el leproso no un riesgo de contagio, sino la urgencia del amor;  no un peligro, sino un hombre… Y nos quedó este mensaje: “Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13,15), y “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). Por eso, Pablo en la segunda lectura propone a Jesucristo como el referente ético de la vida.
     La lepra más peligrosa no es la de la piel, sino la del corazón, y hasta ahí llega la voluntad sanadora de Jesús, a limpiar el corazón para, sanado, convertirlo en casa de acogida cálida y fraterna.
     Hoy, en la Jornada de Manos Unidas contra el hambre se nos hace una llamada a salir de nuestras vidas satisfechas, a veces saturadas, para compartir, para unir nuestras manos en la tarea de amortiguar el hambre, esa lepra, que es, paradójicamente, el alimento diario de millones de hombres.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cuál es mi proyecto vital? ¿Cristo?
.- ¿Mi paso por la vida es un paso bienhechor?
.- ¿Rehúyo los encuentros de riesgo? ¿Temo los “contagios”?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.



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