1ª Lectura: Números
6,22-27
El
Señor habló a Moisés: Di a Aarón y a sus hijos: Esta es la fórmula
con que bendeciréis a los israelitas:
El
Señor te bendiga y te proteja,
ilumine
su rostro sobre ti
y
te conceda su valor;
el
Señor se fije en ti
y
te conceda la paz.
Así
invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré.
*** *** *** ***
Dios
es la fuente de todo bien, luz, fortaleza y paz. Su mirada bienhechora y
misericordiosa sobre el hombre es la garantía de la existencia. Esta bendición,
pronunciada por el sacerdote sobre el pueblo, halló su plenitud en Cristo, en
quien hemos sido bendecidos con toda clase de bendiciones en el cielo (Ef 1,3;
Gál 3,14).
2ª Lectura:
Gálatas 4,4-7
Hermanos:
Cuando
se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la
ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser
hijo por adopción. Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu
de su Hijo, que clama: ¡Abbá! (Padre). Así que ya no eres esclavo,
sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
*** *** *** ***
La
gran bendición de Dios, Jesucristo, nos introduce, por la filiación adoptiva,
en el contenido más profundo de la bendición de Dios, que nos capacita para
poder decir con legitimidad ¡Abbá!, convirtiéndonos, además, en herederos de
Dios.
En
aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al
niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de
aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y
María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se
volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo
como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño,
y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su
concepción.
*** *** *** ***
Advertidos por los ángeles, los pastores se dirigen a
Belén. Llegados al lugar se convierten en desveladores del misterio del Niño. Y
todos se admiraban al oírlos. Y entre los oyentes la más “activa” era María,
meditando todo en su corazón. La imposición del nombre de Jesús
(Salvador/Liberador) cumple y cierra el relato de la Anunciación (Lc 1,31).
Como los pastores, celebrando la Navidad, hemos de regresar a casa, convertidos
en anunciadores creíbles de la misma.
REFLEXIÓN
PASTORAL
El evangelio de este Domingo, presenta dos cuadros: el de los
pastores y el de la Virgen María.
No deja de ser sorprendente que el anuncio del
nacimiento del Hijo de Dios se dirigiera a unos pobres pastores, en vez de
dirigirse a las autoridades políticas y religiosas de Judea; que se dirigiera a
gente ignorante y de poca buena fama, en vez de hacerlo a los teólogos y
maestros de la Ley; que lo hiciera en medio de la noche, en el campo, y no en
la capital de Jerusalén ni en el templo… Así de sorprendente es Dios.
Aquellos hombres, con toda
seguridad, nunca habían pisado el templo de Jerusalén (quizá les hubiera
gustado, pero no podían), y, con toda probabilidad, tampoco la sinagoga, porque
no tenían tiempo. Eran “creyentes” (porque creyeron al ángel), pero no eran
religiosamente “practicantes” (porque la vida no se lo permitía).
Para ellos no había “sábados”. Eran solo pastores asalariados, miembros de un
grupo que no contaba con buena fama ni credibilidad social.
¡A estos eligió Dios para
comunicar la trascendental Noticia y desvelarles la identidad mesiánica del
Niño. Ellos, los desclasados pastores, fueron los primeros testigos…, y los
primeros misioneros del Evangelio de la alegría y de la alegría del Evangelio.
Y la figura de la Virgen María.
El paso de María por la vida fue el de una mujer interiorizadora, con una
presencia discreta y concreta. No buscó protagonismos. No eclipsó a Jesús: dejó
que fuera él, pero ella no dejó de ser su madre. Vivió en la normalidad de la
fe, y vivió la fe con normalidad.
Sorprendida por la obra de Dios en ella, “guardaba
todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). No
sólo en Belén, también en la pérdida en el Templo (Lc 2,41-50).
En la vida pública de su hijo (Mc 3,31-35),
en Caná, donde aparece como causa motivadora de la tercera epifanía de Jesús (Jn 2,1-12),
junto a la cruz (Jn 19,25-27) y en la asamblea de la comunidad
pospascual (Hch 1,14) María “guardaba todas estas cosas y las
meditaba en su corazón”.
María es el
prototipo de un tipo de memoria: la memoria del corazón. Porque existe una
memoria “cerebral”, acumulativa, de archivo de datos: una memoria fría. Y
existe una memoria “cordial”, selectiva, de vivencias: cálida.
Mientras que la primera está
expuesta a la erosión del olvido, la segunda es firme y duradera, porque todo
lo que no pasa por el corazón, acaba olvidándose y diluyéndose. Y la vida no
debe diluirse.
María enseña a
interiorizar la vida, a depositarla en ese espacio seguro, a prueba de
amnesias, que es el corazón.
A esa memoria le
cuadran muy bien las palabras con que san Pablo describe al amor: “no es
envidioso ni jactancioso; no toma en cuentas el mal; no se alegra de la
injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo
espera. Todo lo soporta” (1 Cor 13,4-7).
María participaba de
la memoria de Dios, una memoria que sólo se activa por el amor y para el amor.
Un Dios no de mucha memoria -“Si llevas cuenta de los delitos…” (Sal 130,3)-,
sino de buena memoria, la que “no lleva cuentas del mal” (1 Cor 13,5).
Una memoria redentora, en la que entran el
dolor, la agresión…, pero en la que no quedan archivados: ahí son liberados y
redimidos por el amor y el perdón, pasando a formar parte de la historia de una
vida que no queda bloqueada por el pasado, sino abierta al futuro.
Una memoria sapiencial, que desde una
lectura interior, sin precipitaciones ni prejuicios, sabe aguardar los tiempos
de la verdad, que suelen ser más pausados, pero también más seguros. Una
memoria así, es una memoria pacificada y sembradora de paz. Llamada de atención
pertinente al día en que se celebra la Jornada de la Paz.
Mientras la memoria
cerebral se alimenta solo de experiencias, la memoria cordial alimenta la
esperanza. Y cultivar esa memoria, la del corazón, no es una ingenuidad, es la
mayor de las audacias. Solo los fuertes son capaces.
La
memoria del corazón sabe hacer de la vida, con sus luces y sus sombras, gozos y
sufrimientos, un “magnificat” de gratitud, alabanza y alegría, como
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Como los pastores, soy testigo gozoso de la Navidad?
.- ¿Cómo María, guardo en el corazón todas estas cosas?
.- ¿Me siento un instrumento de paz?
excelente reflexión, es cierto, muy pocos guardamos en nuestro ser a Jesus, y asi, no podemos meditar su existencia en nosotros, y eso no nos permite ser testigos de el. muchas gracias por su enseñanza, Dios les siga Bendiciendo.
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