1ª Lectura: Isaías 2,1-5
Visión de Isaías,
hijo de Amós, acerca de Judá y Jerusalén: Al final de los días estará firme el
monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las
montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán:
Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos
instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la
ley, de Jerusalén la palabra del Señor. Será el árbitro de las naciones, el
juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados; de las lanzas,
podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la
guerra. Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor.
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Conocido como “el
profeta del Adviento”, será Isaías quien aporte el apoyo veterotestamentario a
las lecturas de los domingos de este tiempo litúrgico. El texto
seleccionado tiene afinidades con Miq 4,1-3. En ambos se contempla la
restauración de Sión, convertida en centro de peregrinación de las naciones, la
restauración de la paz y un mundo y una sociedad regida por la palabra del
Señor.
Se trata de un
oráculo de restauración escatológica, orientado a alimentar la esperanza, a
depositar la confianza en la fidelidad de Dios. Él será el protagonista de una
salvación universal, el árbitro de las naciones y el artífice de la verdadera
paz. Él será la luz bajo la que caminarán pueblos numerosos. Esta era la
esperanza del profeta, que halló su cumplimiento en Cristo: el juez definitivo
(Jn 5,22), el constructor de la paz (Ef 2,14) y la luz que alumbre los caminos
de los hombres (Jn 1,9).
2ª Lectura: Romanos 13,11-14
Hermanos: Daos cuenta del
momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación
está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se
echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las
armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de
comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni
pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo, y que el cuidado de vuestro cuerpo no
fomente los malos deseos.
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San Pablo exhorta a
vivir con lucidez el presente. Con la redención de Cristo ha llegado la “Hora”
de Dios. El cristiano, “hijo del día”
(1 Tes 5,5), ya desde ahora liberado del mundo perverso (Gál 1,4) y del imperio de las tinieblas, tiene parte en
el reino de Dios y de su Hijo (Col 1,13); es ya ciudadano de los cielos (Flp
3,20). Consciente de vivir en ese HOY (Heb 1,2), el cristiano, vestido de
Jesucristo, ha de conformar su vida con esa “hora” de la historia. Esta
consideración es uno de los fundamentos de la moral paulina.
Evangelio: Mateo 24,37-44
En aquel tiempo dijo
Jesús a sus discípulos: Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el
Hijo del Hombre. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el
día en que Noé entró en el arca; y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio
y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre: Dos
hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos
mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Estad en
vela, porque no sabéis a qué hora vendrá vuestro señor. Comprended que si
supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela
y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros
preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre.
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El texto evangélico
es una llamada a la vigilancia. Forma parte del llamado “Discurso escatológico”
del evangelio de san Mateo. Ante la pregunta de los discípulos por el “cuándo ocurrirá esto” (Mt 24,3), la
respuesta de Jesús es terminante: “Cuidad
que nadie os engañe” (Mt 24,4). El día del Señor, llegará, “mas de aquel día y hora nadie sabe nada, ni
los ángeles del cielo, ni el Hijo, solo el Padre” (Mt 24, 36).
Jesús no ha venido a
satisfacer curiosidades, sino a situar la vida en una actitud de esperanza y
responsabilidad permanentes. No son palabras para asustar, para esconder el
tesoro en la tierra (Mt 25,25), sino para activarlo con una inversión
inteligente (Mt 25, 20.22).
REFLEXIÓN PASTORAL
Iniciamos el
año litúrgico con el tiempo de Adviento.
Un tiempo espiritualmente muy rico, del que hacemos una lectura muy
pobre. Es un tiempo crístico,
orientado a Cristo, y por Cristo, meta y pedagogo de nuestra esperanza. Un
tiempo crítico, que ayuda a
desenmascarar impaciencias y utopías, ya que en toda espera el hombre está
expuesto al espejismo o a la desesperación, a confundir lo último con lo
penúltimo, lo accidental con lo fundamental, lo urgente con lo importante, el
progreso material con la salvación... Y un tiempo eclesial: el tiempo de la Iglesia que avanza y celebra su fe
“mientras esperamos la gloriosa venida del Señor Jesucristo”.
El Adviento es
tiempo para recrear la esperanza cristiana, y para recrearnos en ella. Necesitamos un baño de
esperanza que, entre otras cosas, es:
·
Saber que Dios tiene la última palabra, y
concedérsela.
·
Sentirse
arcilla en sus manos, alfareras del hombre y del mundo (Is 64,7).
·
Desenmascarar falsas esperanzas.
·
Asumir con serenidad y paz las limitaciones, el
dolor y la misma muerte.
·
Trabajar por un mundo mejor, rebelándose a
considerar lo que hay como irremediable.
·
Descubrir el encanto de la dura realidad.
En nuestros días,
caracterizados por una especie de desencanto, somnolencia y marchitamiento de
ideales y valores, necesitamos vibrar ante proyectos como los presentados el
profeta Isaías, cuando “de las espadas
forjarán arados, de las lanzas podaderas” y
“no alzará la espada pueblo contra pueblo, ni se
adiestrarán para la guerra” (Is 2,4). El profeta invita a dar trascendencia
a la mirada, a no sucumbir ante la realidad inmediata, a apostar por un mundo
alternativo. Para ello son necesarios ojos proféticos y caminar a la luz del
Señor.
Esperar, nos dice el
Evangelio, es vigilar, dando calidad humana y cristiana a la existencia.
Denunciando el comportamiento irresponsable de los tiempos de Noé, Jesús
advierte de la necesidad de estar en vela, porque no se trata de “pasar” la
vida, sino de “vivir” la vida. ¡Cuidado con el “sueño” religioso!
En la misma línea
está la recomendación de san Pablo en la segunda lectura: “Daos cuenta del momento en que vivís; es hora de despabilarse…
Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad” (Rom 13,11.13). Y se atreve
a diseñar el vestido del Adviento: “Revestíos
del Señor Jesucristo” (Rom 13,14).
Todo esto lo sugiere el tiempo de Adviento.
No vivamos distraídos como en tiempos de Noé. Y hay muchas formas de vivir
distraídos; una de ellas es abstraerse, desentenderse del momento que vivimos y
privarle de una clarificación desde la luz de nuestra fe. ¡Caminemos a la luz
del Señor!
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Con qué actitud abordo el
Adviento?
.- ¿Qué espero y a quién espero?
.- ¿Soy consciente del momento
salvador en que vivo?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
OFMCap.
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