1ª Lectura:
Isaías 40,1-5. 9-11
Consolad, consolad a mi pueblo, dice
vuestro Dios; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su
servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble
paga por sus pecados.
Una voz grita: En el desierto preparadle un
camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los
valles se levanten, que los montes y las colinas se abajen, que lo torcido se
enderece que lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la
verán todos los hombres juntos -ha hablado la boca del Señor-.
Súbete a lo alto de un monte, heraldo de
Sión, alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén, álzala, no temas, dí a las
ciudades de Judá: aquí está vuestro Dios.
Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza, su
brazo domina. Mirad: le acompaña el salario, la recompensa le precede. Como un
pastor apacienta el rebaño, su mano los reúne. Lleva en brazos los corderos,
cuida de las madres.
*** *** *** ***
Nos hallamos en el inicio de la segunda
parte del libro de Isaías. Con ella se quiere 1) levantar el ánimo de un pueblo
traumatizado por la experiencia del destierro y la desaparición de sus instituciones
identitarias (templo y rey); 2) garantizar que Dios no se ha olvidado de sus
promesas, y 3) estimular al pueblo a involucrarse en un proceso de renovación
espiritual. La prueba del exilio debe ayudar a leer la historia desde claves
más profundas. Dios sigue al frente de su pueblo: cual nuevo Moisés lo conduce
en el retorno a la nueva tierra, a través de un desierto transformado, pero no
como líder guerrero, sino como pastor solícito.
2ª Lectura: 2
Pedro 3,8-14
Queridos hermanos:
No perdáis de vista una cosa: para el Señor
un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su
promesa, como creen algunos. Lo que
ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie
perezca, sino que todos se conviertan. El día del Señor llegará como un ladrón.
Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se
desintegrarán abrasados y la tierra con todas sus obras se consumirá. Si todo
este mundo se va desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser
vuestra vida! Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los
cielos consumidos por el fuego y se derretirán los elementos. Pero nosotros,
confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva,
en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis
estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con Él,
inmaculados e irreprochables.
*** *** *** ***
A una comunidad inquieta por el tema de la
venida gloriosa del Señor se le exhorta a no dejarse confundir. Dios cumplirá
su palabra, pero a su tiempo. Y los tiempos de Dios están marcados por su
voluntad salvadora. Esa venida será renovadora, transformadora y dará lugar a
un mundo nuevo, a cuya aparición el cristiano está invitado a colaborar con una
vida santa y piadosa. La esperanza del día del Señor no debe provocar temor ni
inhibición en los creyentes, porque en la preparación de esa venida nos ha
implicado el mismo Señor.
Evangelio:
Marcos 1,1-8
Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo
de Dios. Está escrito en el Profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti
para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparadle el
camino al Señor, allanad sus senderos.
Juan bautizaba en el desierto: predicaba
que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados.
Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los
bautizaba en el Jordán.
Juan iba vestido de piel de camello,
con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel
silvestre. Y proclamaba: Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no
merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua,
pero Él os bautizará con Espíritu Santo.
*** *** *** ***
La grande, nueva y buena noticia es
Jesucristo. Es lo que se propone contar Marcos. Su Evangelio se abre con una
profesión de fe en Jesús como el Mesías y el Hijo de Dios.
Y como figura precursora, legitimada desde
el AT, introduce a Juan el Bautista. Un
hombre esencial: en sus vestidos y en su mensaje, porque para anunciar al
Esencial, a Jesús, sobran los adornos. Un hombre singular, pero distinto de
Jesús en su ser y su hacer. Su mensaje es una invitación a la conversión y al
reconocimiento del que viene detrás de él, que es más fuerte que él y que ofrece el
verdadero Bautismo, el del Espíritu Santo.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Continuamos
profundizando en la esperanza. Las lecturas bíblicas nos descubren una
dimensión particular de la esperanza: esperar es un quehacer.
El profeta Isaías (1ª lectura), invitaba a
los judíos desterrados en Babilonia, y nos invita a nosotros, a dar profundidad
a la mirada para descubrir, en medio de los avatares de la historia, la
presencia misteriosa pero cierta del Señor; a rastrear sus signos. Y a hacerlo
cordialmente, pues de la esperanza hay que hablar al corazón y con el corazón.
Renunciar al catastrofismo social y
eclesial es una opción positiva y profética. Frente a los que solo perciben la
oscuridad que envuelve la luz, hay quienes perciben la luz que brilla en la
oscuridad. Esperar, como amar, es llevar cuentas del bien, no del mal (cf. 1
Cor 13,5).
La segunda lectura contiene dos
advertencias luminosas: la de no caer en la tentación de ponerle fechas a Dios,
porque su calendario no tiene los ritmos y plazos de los nuestros. “La paciencia del hombre tiene
un límite”; la de Dios es ilimitada: hasta que nos dejemos perdonar. Mientras
tanto, insiste a tiempo y a destiempo. Y la de que, mientras esperamos y apresuramos la
llegada de Día del Señor, hemos de acreditarnos con una vida santa.
Porque esperar es
trabajar por lo que esperamos. ¿Y qué esperamos? “Unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia”. ¿Esperamos eso?
¿Trabajamos por eso? ¿Ese es el Reino que pedimos que venga a nosotros? ¿Tenemos de
verdad hambre y sed de esa justicia?
“Preparad
el camino del Señor”, exhorta el Bautista. ¿Cómo? Acondicionando primero el
propio camino: valles de desesperanza y vacío que hay que rellenar de esperanza
y sentido; montes de presunción y autosuficiencia que hay que abajar; terrenos
sinuosos, de ambigüedades y contradicciones que hay que rectificar...
El camino del alejamiento, de la huida, es
siempre fácil y rápido; el del retorno, el de la conversión, exige tiempo,
esfuerzo... Y a esto es a lo que nos invita el Bautista, a hacer habitables y
transitables los desiertos de nuestra vida personal y comunitaria, abriendo
oasis de autenticidad y conversión personal y de acogida fraterna.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Con qué
criterios valoro la realidad?
.- ¿Hasta dónde
me implico en la preparación del camino del Señor?
.- ¿Sé entrever
y aportar la Luz en los momentos de oscuridad?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap
No hay comentarios:
Publicar un comentario