1ª Lectura:
Ezequiel 34,11-12.15-17
Así
dice el Señor Dios: Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su
rastro. Como un pastor sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentra las
ovejas dispersas, así seguiré yo el rastro de mis ovejas; y las libraré
sacándolas de todos los lugares donde se desperdigaron el día de los nubarrones
y de la oscuridad. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear
-oráculo del Señor Dios-. Buscaré las ovejas perdidas, haré volver las
descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas y
fuertes las guardaré y las apacentaré debidamente. En cuanto a vosotras, ovejas
mías, así dice el Señor Dios: He aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja,
entre carnero y macho cabrío.
*** *** *** ***
La imagen del rey-pastor es muy común en el
patrimonio literario de Oriente, en general, y del lenguaje profético en
particular, especialmente en Jeremías. El
texto seleccionado forma parte de la profecía de Ezequiel contra los pastores
(dirigentes) de Israel. Frente al desastre pastoral reinante, Dios revela su
plan y su rostro pastoral: un plan de recuperación, gestionado por él mismo. En
este texto se encuentran los gérmenes de las imágenes evangélicas del buen
pastor (Jn 10,11-18), de la parábola de la oveja perdida (Mt 18,12-14 y par) y
del juicio final (Mt 25,32-34).
2ª Lectura: 1
Corintios 15,20-26a.28
Hermanos:
Cristo ha resucitado, primicia de todos los
que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la
resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida.
Pero cada uno en su puesto: primero Cristo como primicia; después, cuando él
vuelva, todos los cristianos; después los últimos, cuando Cristo devuelva a
Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Cristo
tiene que reinar, hasta que Dios “haga de sus enemigos estrado de sus pies”. El
último enemigo aniquilado será la muerte. Al final, cuando todo esté sometido,
entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo.
Y así Dios lo será todo para todos.
*** *** *** ***
El reino de Cristo es un reino de libertad
y de vida. Es un reino en proceso de realización. Cristo ya ha hecho el camino
y nos ha marcado la ruta. El Reino fue el gran tema de Jesús. Un reino no
reductible a una realidad político-social, ni tampoco a un idealismo quimérico;
va más allá de la utopía social y de la tentación de identificarlo con una
experiencia puramente interior. No tiene fronteras terrenas (Mt 8,11), pero sí
ético-religiosas (Mt 7,21; 25,31). Es una realidad espiritual, pero tiene sus
signos de credibilidad y comprobación (Lc 4,18). No es extraño a la historia,
pero no se identifica, sin más, con ella; no es ajeno a la Iglesia, pero es más
que la Iglesia (cf. LG nº 6). Es una realidad profética. No es un resultante de los esfuerzos
humanos -la semilla crece por sí sola
(Mc 4,26ss)-, pero no deja al hombre indiferente ante la urgencia de entrar en
él (Mt 7,21) y de difundirlo (Lc 9,1-2). No hace ruido, pero transforma la
existencia (Lc 17,20). Es futuro -recapitulación de todas las cosas en Cristo
(cf. 1 Cor 15,24-28)-, pero no está desprovisto de un anclaje histórico en cada
presente del hombre. Por una parte
designa la gloria y la soberanía de Dios y, por otra, la salvación y la
felicidad del hombre. Porque Dios no puede reinar a costa del hombre y de su
felicidad, pues “la gloria de Dios es que el hombre viva” (S. Ireneo).
Evangelio:
Mateo 25,31-46
En aquel tiempo dijo Jesús a sus
discípulos: Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles
con él se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las
naciones. El separará a unos de otros, como un
pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha
y las cabras a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha:
Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros
desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed
y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.
Entonces los justos le contestarán: Señor,
¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?;
¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo
te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?
Y el rey les dirá: Os aseguro que cada vez
que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.
Y entonces dirá a los de su izquierda:
Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus
ángeles. Porque tuve hambre y no medisteis de comer, tuve sed y no me disteis
de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis,
enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.
Entonces también estos contestarán: Señor,
¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero, o desnudo, o enfermo o en
la cárcel y no te asistimos?
Y él replicará: Os aseguro que cada vez que
no lo hicisteis con uno de estos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.
Y estos irán al castigo eterno y los justos
a la vida eterna.
*** *** *** ***
Jesús revela su nuevo rostro. Hasta ahí ha
llegado él y hasta ahí quiere llevarnos a nosotros, sus discípulos. Con estas
palabras abre una nueva “vía contemplativa” basada en la mística de la
encarnación. El proyecto de Dios -“hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza” (Gen 1,26)- se convierte en “examen” final de los hombres. Si
originalmente el mensaje iba dirigido a los discípulos y parece contemplar la
“caridad” para con los menos favorecidos de la comunidad, una lectura ulterior,
y profundizando en su espíritu, lo abre a todos los hombres, sin fronteras
culturales, sociales o religiosas, porque el Dios de Jesús es el Dios del
hombre, de todo hombre.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Dando culmen al año litúrgico, la Iglesia
celebra la fiesta de Cristo rey. Instituida en el año 1925 por el Papa Pío XI,
en contextos muy distintos a los nuestros, a algunos esto puede sonarles a
imperialismo triunfalista o a temporalismo trasnochado. Es el riesgo del
lenguaje; por eso hay que ir más allá, superando las resonancias espontáneas e
inmediatas de ciertas expresiones, para captar la originalidad de cada caso.
La afirmación de la realeza de Cristo se
encuentra abundantemente testimoniada en el NT.: Él es el rey (Col 1,15; Col
1,16). Pero, junto a estas afirmaciones, existen otras, también de Cristo Rey:
“Vosotros me llamáis el Señor, y tenéis razón, porque lo soy; pues yo, el
Señor, os he lavado los pies” (Jn 13,13; Mt 20,28). Y, desde entonces,
servir es reinar y reinar es servir.
Los
textos litúrgicos ayudan a esclarecer el sentido de la fiesta que celebramos.
El profeta Ezequiel presenta la primera peculiaridad del reinado: no se trata
de dominar, sino de salvar (Ez 34,12.16). No se trata de vencer, sino de
servir; su capacidad persuasiva no reside en las fuerza de las armas, sino en
la originalidad de su amor, siempre nuevo, que se hace peregrino y buscador.
San Pablo presenta otra característica: es
un reino de libres y para la libertad. Una libertad que tiene como fundamento
la verdad (Jn 8,32). Un reino de vida, de cuyo horizonte han sido borrados el
poder de la muerte y el miedo a la misma (1 Cor 15,55; 1 Jn 3,14).
El Evangelio destaca una tercera
característica: un reino solidario. Jesús ha ligado e identificado su suerte
con aquellos que parecen más abandonados de ella: los pobres, los presos, los
enfermos..., haciendo del hombre, y particularmente del pobre, un sacramento
vivo del Dios vivo.
Estas son las dimensiones del reinado de
Cristo, que nosotros hemos de trabajar
por instaurar en nuestro corazón, primero, y luego en la sociedad. Actuando así
tendrá sentido y será honesto pedir: “Venga tu reino” (Mt 6,10).
¿Y qué pedimos al orar así? La instauración definitiva en el mundo de aquella situación en la que Dios reciba el honor debido –“todo honor y toda gloria”- y en la que el hombre encuentre el espacio y la posibilidad para realizar su libertad.
¿Y qué pedimos al orar así? La instauración definitiva en el mundo de aquella situación en la que Dios reciba el honor debido –“todo honor y toda gloria”- y en la que el hombre encuentre el espacio y la posibilidad para realizar su libertad.
La petición por el Reino es, además, un grito de protesta y de denuncia contra este reino nuestro. Por eso orar por el Reino implica un compromiso: trabajar por él. No sólo es una añoranza, sino una denuncia comprometida de los “señoríos” que oprimen.
La liturgia de la solemnidad de Cristo Rey formula, en el prefacio de la misa, los rasgos constitutivos de este Reino: “el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz. Es decir, la lucha contra todo tipo de mentira, contra todo atentado a la vida, contra todo pecado, contra cualquier injusticia, contra la manipulación de la paz y contra la lucha suicida y fratricida del odio.
¿Quién puede orar así? Quien no tenga otra aspiración que el Reino (Mt 6,33); ¡pues así hemos de orar!
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué resonancias
provoca en mí la expresión “Reino de Dios”?
.- ¿Me siento
ciudadano de ese Reino?
.- ¿Cómo lo acredito
en mi vida?
DOMINGO J. MONTERO
CARRIÓN, OFMCap.
No hay comentarios:
Publicar un comentario