miércoles, 18 de septiembre de 2024

DOMINGO XXV -B-

1ª Lectura: Sabiduría 2,17-20.

  (Dijeron los malos):

    Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo del Señor; es un reproche para nuestras ideas y solo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás y su conducta es diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras; declara dichoso el fin de los justos y se gloría de tener de parte a Dios. Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él.

                                            ***             ***             ***

   El hombre justo cuestiona con su vida, no forma parte del paisaje común de vulgaridad, “es diferente”: denuncia con sus ser y con su estar.  Por eso no halla espacio en el sistema y debe ser eliminado. Pero el hombre justo es necesario; sin él la vida se deforma. El autor de estos versículos se inspira en la figura del “Siervo” de los poemas de Isaías, mostrando que la fuerza del hombre justo reside en la fuerza del Señor.

 2ª Lectura: Santiago 3,16-4,3.

 Hermanos:

    Donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba, ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz; y su fruto es la justicia. ¿De dónde salen las luchas y los conflictos entre vosotros? ¿No es acaso de los deseos de placer, que combaten en vuestro cuerpo? Codiciáis lo que no podéis tener; y acabáis asesinando. Ambicionáis algo y no podéis alcanzarlo; así que lucháis y peleáis. No lo alcanzáis, porque no lo pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para derrocharlo en placeres. 

                                              ***             ***             ***

    La Carta diseña el perfil de la verdadera sabiduría, la sabiduría cristiana, en contraposición con la sabiduría terrena. Las comunidades cristianas, ya desde el principio, se vieron inmersas en “tentaciones” muy concretas. Aquí se apuntan algunas causas de los conflictos: la ambición, el deseo de placer… Paz fraterna y justicia son frutos de la sabiduría cristiana.


 Evangelio: Marcos 9,29-36.

    En aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará. Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.

    Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quien era el más importante.

    Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y acercando un niño, lo puso en medio de ellos, los abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.

                                             ***             ***             ***

    El relato contempla dos momentos: uno de camino, y otro ya en casa, en Cafarnaún. Una prioridad de Jesús no fue solo instruir a los discípulos sobre su camino, sino introducirlos en él. Formulado de manera más condensada y genérica que el primero (Mc 8,31-33), este segundo anuncio de la pasión, supone una nueva llamada a los discípulos, quienes no sólo no entienden sino que tienen miedo de entender. El relato nos dice que hay dos modos diferentes de caminar: el de Jesús, en clave de servicio, y el de los discípulos, en clave de autoservicio. Ya en casa, Jesús, una vez más corrige esa perspectiva, descubriéndoles el “puesto” del discípulo en la vida, vinculándose y vinculando a Dios con el servicio y acogida de los menores de este mundo.

 REFLEXIÓN PASTORAL

    ¿De qué discutíais por el camino? Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante”.

     Un tema de conversación precristiano, si no ya anticristiano. Mientras Jesús se hace Camino para servir, ellos los discípulos, querían utilizar ese camino para servirse. Un dato aleccionador, que demuestra cómo nadie está libre de la ambición, ni siquiera los que andaban en las proximidades de Jesús. 

     Hoy asistimos a una lucha, no solo dialéctica, sino  física, por ocupar los primeros puestos; el protocolo es muy exigente. Cada grupo, y casi cada hombre, reclama ser protagonista del destino de los otros.

     Los políticos, surgidos en las urnas, reclaman la legitimidad de presidir y configurar la cosa pública; los dirigentes religiosos, argumentando que en el hombre hay dimensiones transcendentes, exigen un amplio espacio de protagonismo y de presencia; el mundo sindical, apoyado en que es el trabajo de sus afiliados quien hace posible la productividad, exigen presidencias cada vez más importantes no solo en la empresa sino en la sociedad; el capital, aduciendo que su dinero y dinamismo organizativo es quien hace posible el crecimiento industrial, pide mayor capacidad de decisión en la configuración del modelo social… Todos  discuten y compiten por la presidencia. Todos quieren -o queremos- servir, pero desde arriba.

     Llega Jesús y nos dice: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. No desautoriza ni descalifica, en principio, el servicio -los dirigentes y líderes son necesarios-, pero marca el estilo: servir de verdad, porque detrás de muchas declaraciones de servicio se esconden muchas vocaciones de autoservicio. Basta ver lo mal que sienta cuando uno es relevado de ese “servicio”.

      ¿De qué discutíais por el camino?” Una pregunta que puede llevarnos a comprobar y examinar los auténticos valores, los afanes, las inquietudes y los proyectos de nuestro caminar diario. Una pregunta que puede llevarnos a examinar nuestro hablar y nuestro vivir.

     ¿Caminamos por la vida marcando rutas de comprensión’? O, por el contrario, ¿lo hacemos acechando al justo, fomentado envidias, enfrentamientos, tensiones…? “El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz”, nos dice hoy el apóstol Santiago”.

     ¿Qué sembramos en nuestra convivencia diaria, simientes de justicia -que es el fruto de la paz- o la cizaña destructora? ¿No somos también de los que pensamos que ser buenos no es rentable? ¿Que la vida es lucha, y que gana el que hace la guerra más útil, aunque sea la más sucia?

     ¿De qué discutíais por el camino?” Quizá también nosotros, ante esta pregunta de Jesús, tendríamos que guardar silencio, porque los temas y contenidos de nuestra vida real no estén muy conformes con lo que teóricamente creemos. Pero, en todo caso, es una buena pregunta, que haríamos muy mal en desoír o en archivar, para seguir caminando como si el Señor no se hubiera hoy acercado a nuestra vida y no nos la hubiera formulado.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿De qué hablamos por el camino?

.- ¿De dónde salen las luchas y conflictos entre nosotros?

.- ¿Cuál es mi plataforma de servicio?

   DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

martes, 10 de septiembre de 2024

DOMINGO XXIV -B-

1ª Lectura: Isaías 50,5-10.

    En aquellos días dijo Isaías: El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido, por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado. Tengo cerca a mi abogado, ¿quién pleiteará contra mí? Vamos a enfrentarnos: ¿quién es mi rival? Que se acerque. Mirad mi Señor me ayuda; ¿quién probará que soy culpable?

                                      ***             ***             ***

    Nos hallamos ante el “tercer canto del Siervo”. El Señor le ha abierto el oído para escuchar su palabra, y él ha aceptado la misión. Desde la convicción de tener a Dios de su parte, el “siervo” no se echa atrás ante las presiones y persecuciones.  Dispuesto a afrontar el reto, confía su vida al Señor: es el destino de todo profeta.

2ª Lectura: Santiago 2,14-18.

     Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: “Dios os ampare: abrigaos y llenaos el estómago”, y no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro. Alguno dirá: Tú tienes fe y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe. 

                                                  ***             ***             ***

    Ni fe sin obras, ni obras sin fe. La carta de Santiago es un reclamo realista a la verificación de la fe. Creer no es solo pensar; creer es crear. Cuando hay crisis de amor es que hay crisis de fe, y cuando hay crisis de fe es que hay crisis de amor.

 Evangelio: Marcos 8,27-35.

    En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo?

    Ellos le contestaron: Unos, Juan Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas.

    Él les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

    Pedro le contestó: Tú eres el Mesías.

    Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutados y resucitar a los tres días.

    Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó a parte y se puso a increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!

    Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará.

                                                  ***             ***             ***

     Nos encontramos ante una de las preguntas fundamentales de Jesús -“¿Quién decís que soy yo?”- y ante una de las respuestas fundamentales del Evangelio -“Tú eres el Mesías”-. Sin embargo esa respuesta debe ser purificada de toda connotación triunfalista. El mesianismo de Jesús es de otro orden. Y Jesús comienza a desvelárselo “con claridad” a los discípulos.  La reacción de Pedro demuestra su limitada visión mesiánica. ¡Pensaban a lo humano! La fe en Jesús requiere adquirir otro punto de mira: el de Dios. Y solo asumiendo ese punto de mira es posible el seguimiento; y con ese punto de mira el seguimiento es ineludible.

 REFLEXIÓN PASTORAL

    Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”. Palabras fuertes y poco comunes para captar adeptos. Pero es que Jesús no vino para eso, para hacer proselitismo sino para dar testimonio de la verdad. No vino a ser servido, sino a servir; no vino a halagar sino a salvar; no vino a dar palmaditas en el hombre, sino a cargar la cruz y a proponerla…

     Palabras que escandalizan a no pocos, que consideran esta invitación como una aceptación anticipada de la más radical frustración personal. Pero no es así. En realidad, las palabras de Jesús no invitan a la renuncia, cuanto al seguimiento. Seguir a Jesús, esta es la cuestión.

     Seguimiento que supone una apropiación e interiorización de sus sentimientos y actitudes. Seguimiento que implica renuncias serias y dolorosas. Ocultarlas o silenciarlas sería un fraude al mismo Jesús, que no las ocultó, porque ser cristiano no es compatible con cualquier actitud teórica o práctica. Nada más contrario a Jesús que la ambigüedad referencial, que el posibilismo de servir a dos señores, de nadar y guardar la ropa.

     Pero tampoco podemos absolutizarlas, porque la meta del seguimiento cristiano no es la renuncia, sino el descubrimiento y el seguimiento de Jesús; no es la cruz, sino el Crucificado.

     Cristiano es aquel que ha descubierto a Cristo como el sentido de su vida, descubrimiento que se concreta en entrega personal. Es aquel para quien Cristo es norma y camino, con todo lo que esto tiene de configurante. Así se  entendió desde los orígenes, cuando el calificativo cristiano era injurioso y subversivo, y no una etiqueta aséptica, válida para encubrir un producto soporífero.

     Ser cristiano no es tanto un fenómeno cultural cuanto personal. Lo peculiar del cristianismo no es su ética, ni su filosofía, ni siquiera su teología, sino su vinculación a un tal Jesús, llamado Cristo, que, muerto, ha resucitado y vive (cf. Hch 25,19). Y si el cristianismo quiere ser significativo hoy…, nada logrará repitiendo simplemente lo que otros dice, o remedando lo que otros hacen. Tal cristianismo, de papagayo, es irrelevante.

     Pero el seguimiento solo será auténtico cuando hayamos clarificado quién es ese Jesús, que exige una entrega tan  absorbente y radical.

         En este punto, quizá, nos encontramos al nivel de “lo que dice la gente”, y Él quiere arrancarnos una respuesta personal. A Jesús no se le puede conocer -ni seguir- solo por referencias de terceros, ni se le puede seguir de lejos. Quizá lo prosaico de nuestra vida cristiana, la carencia de profundidad de nuestros compromisos…, todo eso que, en momentos de sinceridad, calificamos de inauténtico, se deba, en última instancia a que no hemos descubierto de verdad a ese Jesús al que religarnos, y por eso encontramos tanta dificultad en desligarnos de tantas cosas que nos asfixian.

     ¿Quién decís que soy yo?” Planteada por Jesús en un momento crítico de su vida, esta pregunta continúa como cuestión permanente e identificadora. Conocemos la primera respuesta, la de Pedro, pero no basta; en todo caso esa respuesta no ha cerrado la pregunta, aunque suponga una aportación fundamental.

    ¿Quién decís que soy yo? es, en primer lugar, la llamada a descubrir personalmente a Jesús y a descubrirnos personalmente ante él. Y puesto que el conocimiento y reconocimiento de Cristo no es conquista humana sino revelación del Padre (Mt 16,17), tal pregunta nos llevará, necesariamente, al mundo de la oración. Y no es solo pregunta por la identidad de Jesús sino por su significatividad para la vida. ¿Qué densidad, qué contenido, qué tono aporta ese conocimiento? Pues no basta con saber quién es Jesús, es preciso saber qué significa existencialmente (Lc 6,46; Mt 7,21). Es la resonancia personal-contemplativa.

     Pero la pregunta contiene una resonancia ulterior: ¿Quién decís que soy yo a los otros? Es la interpelación testimonial-apostólica. A ese Jesús descubierto personalmente, hay que descubrirlo públicamente. El Cristo conocido debe ser dado a conocer. Y eso llevará, inevitablemente, al centro de la vida, para ser testigos de lo que hemos visto... (1 Jn 1,1), pues nadie enciende una lámpara y la pone en un lugar oculto o debajo del celemín (Lc 11,33).

     Ambas resonancias deben ser escuchadas; pues, por un lado existe la tentación de contentarse con imágenes edulcoradas de Cristo y, por otro, la inclinación a privatizar la fe. Olvidando que la fe que no deja huella en la vida es pura evasión, y que el anuncio de Jesús, sin vivencia y experiencia personal, no es evangelización, sino mera propaganda.

¿Quién decís que soy yo? Una pregunta que no sólo define a Jesús sino a sus discípulos.

REFLEXIÓN PERSONAL

  .- ¿Cuál es mi conocimiento de Jesús?

 .- ¿Cuál es mi testimonio de Jesús?

 .- ¿Cuáles son las obras de mi fe?

 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

 

 

 

 

jueves, 5 de septiembre de 2024

DOMINGO XXIII -B-

1ª Lectura: Isaías 35,4-7a.

    Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial.

                                              ***             ***             ***

    El texto forma parte de un poema de la vuelta del pueblo del Destierro, y ha de relacionarse con la segunda parte del libro de Isaías. A una comunidad desalentada, el profeta traslada un mensaje esperanzador: la presencia de Dios que regenerará al hombre y a la misma naturaleza. Dios es vitalizador y regenerador.

2ª Lectura: Santiago 2,1-5.

    Hermanos: No juntéis la fe en Nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas. Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Una va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis al bien vestido y le decís: Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado. Al otro, en cambio: Estate ahí de pie o siéntate en el suelo. Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos?  Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que le aman?

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    Con un ejemplo se esclarece el principio fundamental de la no acepción de personas. En la Iglesia la preferencia debe ser por el pobre. La Iglesia de Dios ha de asumir la opción de Dios. Las concreciones son plurales. 

Evangelio: Marcos 7,31-37.

    En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, “ábrete”). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.  Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

                                                      ***             ***             ***

  Jesús se encuentra en tierra “pagana”. Le presentan un sordo que además tenía bastantes dificultades para expresarse -es decir, un hombre "aislado" interior y exteriormente-, pidiendo que le imponga las manos. La intervención de Jesús rehúye toda espectacularidad. Los gestos y la saliva eran elementos típicos de las curaciones. A la saliva se le reconocían efectos curativos y apotropáicos (desviación de fuerzas malignas). También el gemido profundo formaba parte del ritual de la curación. Este gesto y la palabra - "effatá"- pasaron a la liturgia bautismal. Hoy ya no se conserva. Jesús devuelve al hombre la capacidad de hablar y de oír; le reintegra a la vida y a la comunicación. Por otra parte, es un gesto mesiánico (cf. Mt 11,5). La prohibición que sigue a continuación del milagro, ya es clásica en Marcos. El versículo conclusivo está lleno de intencionalidad teológica. Han llegado los tiempos mesiánicos (cf. Is 35,5s). La obra de Jesús recibe el mismo aplauso, la misma valoración que la obra creadora de Dios (Gén 1,3).  Ha llegado la plenitud de los tiempos (Gál 4,4). 

REFLEXIÓN PASTORAL

 

    No se requiere mucha perspicacia para detectar en nuestra sociedad una especie de cansancio, hastío y escepticismo. Pero quizá sí se necesite esa perspicacia, y en grandes dosis, para detectar el porqué de esa situación.

    Nuestro momento se caracteriza por un agotamiento de los modelos, por una agonía de los sistemas y esquemas sociales, familiares, económicos, políticos y religiosos. Por eso abundan tantas ofertas a corto  o a largo plazo; ofertas nacidas ya con el convencimiento de su provisoriedad e insuficiencia. Y, por eso, hay tanto desconcierto, e incluso temor.¿No será que hemos orientado nuestra vida hacia metas frustradoras? El silencio de los cristianos, a este respecto, puede que ya sea culpable, aceptando una domesticación agresiva, sin saber dar razón de nuestra esperanza y de nuestra fe, de manera creativa, libre e, incluso, contestataria.

     La palabra de Dios hoy resuena con claridad y fuerza: “Sed fuertes, no temáis”. Hay un principio de esperanza: la presencia de Dios revitaliza al hombre -“se despegarán los ojos de los ciegos…”- y a la naturaleza -“porque han brotado aguas en el desierto”-. Y es que “si el Señor no construye la casa…” (Sal 127,1).

     Y hoy parece que nos estamos empeñando en construir no solo de espalda a Dios, sino contra Él, olvidando un dato testimoniado por la historia: quien comienza por situarse de espaldas a Dios, termina situándose de espaldas al hombre… Porque sin Dios, sin la perspectiva que de él se deriva, el hombre deja de ser ese absoluto indomesticable, para convertirse en instrumento manipulable al servicio de los más variados intereses. Devaluada su porción divina, la figura del hombre decrece, se empequeñece vertiginosamente. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza y, por tanto, Dios no solo es su origen, también es su destino. “Nos hiciste, Señor, para ti…” (S. Agustín).  Para reconducir al hombre a su meta original, para devolverle la perspectiva perdida y liberarle de todos los impedimentos, vino Jesucristo.

     El evangelio de hoy nos le presenta liberando a un hombre de sus limitaciones físicas, porque toda salvación debe ser integral, abriéndole a la escucha y a la comunicación con los demás. Pero la obra de Jesús no queda reducida a eso. Vino a abrir en el hombre dimensiones más profundas  -el corazón-  y a dimensiones más profundas. Ese corazón que a veces tiende a replegarse sobre sí mismo, desoyendo las urgencias del prójimo y renunciando a la comunicación sincera con él, dejándose llevar por la acepción de personas. A este respecto resulta esclarecedora la segunda lectura. La Iglesia debe ser un espacio de comunión; sin distinciones ni clasificaciones. Sin duda que algo hemos progresado en esto, pero no hemos alcanzado la meta.

    Comenzaba aludiendo a esa especie de cansancio, de agotamiento y desencanto. ¿A dónde ir? ¿A quién ir? “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados…” (Mt 11,28). Solo Jesús tiene palabras de salvación, de verdad, porque es la salvación y la verdad; solo él puede calmar la sed, porque es el agua viva.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cuál es el origen de mis cansancios y desalientos?

.- ¿Mezclo la fe con la acepción de personas?

.- ¿Siento en mi vida la acción sanadora de Jesús?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.